Alguien que anduvo por ah¨ª
Es la hora de evocar a Julio Cort¨¢zar, cien a?os despu¨¦s de su nacimiento
Estamos en el mes del centenario de Julio Cort¨¢zar, que naci¨® el 26 de agosto de 1914, y es la hora de evocarlo. Contar c¨®mo lo conocimos, d¨®nde nos encontramos con ¨¦l por primera vez. Para m¨ª esa primera vez fue en abril de 1976 en San Jos¨¦, Costa Rica, donde yo viv¨ªa para entonces.
En su cuento Apocalipsis en Solentiname relata el viaje que en esa ocasi¨®n hicimos a Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua, donde Ernesto Cardenal ten¨ªa su comunidad campesina, no muy lejos de la frontera. Nuestro otro acompa?ante era ?scar Castillo, actor y director de cine:
¡°Sergio y ?scar y Ernesto y yo colm¨¢bamos la demasiado colmable capacidad de una avioneta Piper Aztec, cuyo nombre ser¨¢ siempre un enigma para m¨ª pero que volaba entre hipos y borborigmos ominosos mientras el rubio piloto sintonizaba unos calipsos contrarrestantes y parec¨ªa por completo indiferente a mi noci¨®n de que el azteca nos llevaba derecho a la pir¨¢mide del sacrificio. No fue as¨ª, como puede verse, bajamos en Los Chiles y de ah¨ª un yip igualmente tambaleante nos puso en la finca del poeta Jos¨¦ Coronel Urtecho, a qui¨¦n m¨¢s gente har¨ªa bien en leer...¡±
Eso fue un s¨¢bado. Julio hab¨ªa llegado a Costa Rica invitado a dar unas conferencias en el Teatro Nacional. Desde la finca Las Brisas, donde viv¨ªa Coronel Urtecho, cercana al r¨ªo San Juan, se llegaba en bote hasta el puerto de San Carlos, y de acuerdo al santo y se?a acordado entre la familia Coronel y los guardias del puesto nicarag¨¹ense, se hac¨ªa un giro con el bote y as¨ª se pod¨ªa seguir hacia el Gran Lago sin necesidad de bajar en el muelle para los tr¨¢mites de migraci¨®n. Julio entr¨® a Nicaragua sin que la dictadura de Somoza se enterara. Clandestino.
Con alguna frecuencia yo iba a Las Brisas, en vuelos m¨¢s azarosos que el que describe Julio, pues tomaba, a veces en compa?¨ªa del poeta Carlos Mart¨ªnez Rivas, un viejo bimotor DC-3 de tiempos de la segunda guerra mundial, de esos que mientras est¨¢n en tierra parecen insectos gordos sentados en sus patas traseras. Un ruidaje de las latas del fuselaje al despegar, y cuando iba a aterrizar en la pista de barro rojizo de Los Chiles, el piloto deb¨ªa pasar rasante y volver a elevarse en se?al de que las vacas vagabundas deb¨ªan ser ahuyentadas.
En ese mismo avi¨®n antediluviano viajaba una vez a San Jos¨¦ un ofidi¨®logo con dos jaulas donde dorm¨ªan unas mort¨ªferas serpientes?
En ese mismo avi¨®n antediluviano viajaba una vez a San Jos¨¦ un ofidi¨®logo con dos jaulas port¨¢tiles donde dorm¨ªan unas mort¨ªferas serpientes barba amarilla, destinadas a ser orde?adas de sus gl¨¢ndulas para sacarles el veneno y obtener suero antiof¨ªdico, y en pleno vuelo una de ellas despert¨® y logr¨® salir de la jaula para aparecer en el respaldo del asiento de una pasajera, y la mujer, que dormitaba, entreabri¨® los ojos y vio de pronto aquella cabecita curiosa mir¨¢ndola, se levant¨® dando un grito, corri¨® hacia la cabina del piloto, los dem¨¢s pasajeros corrieron con ella en desconcierto, la culebra asustada los sigui¨®, el avi¨®n se inclinaba hacia la proa, retroced¨ªan desbarajustados y se api?aban a estribor y entonces el avi¨®n escoraba hacia ese lado, en tanto el t¨¦cnico trataba de cazar a la culebra con una vara hasta que logr¨® paralizarla por la cabeza; la risa de Julio ante esa historia era de nunca parar.
Llegamos a Solentiname al atardecer, y al d¨ªa siguiente asistimos a la misa de Ernesto. Despu¨¦s de la lectura del Evangelio se iniciaba un di¨¢logo con los feligreses; las conversaciones se grababan, y luego se editaron en un libro, El Evangelio de Solentiname. Ese domingo tocaba el prendimiento de Jes¨²s en el huerto, y all¨ª est¨¢n las intervenciones de Julio al comentar ese episodio de la pasi¨®n de Cristo. El evangelio seg¨²n Cort¨¢zar. Tambi¨¦n tomaron la palabra los muchachos campesinos que en octubre del a?o siguiente participar¨ªan en el asalto al cuartel del puerto de San Carlos al iniciarse la insurrecci¨®n contra Somoza; en represalia, fue incendiada la casa comunal, y destruida la iglesia.
Pasada la misa, Julio decidi¨® fotografiar los cuadros primitivos pintados por los campesinos, ¡°vaquitas enanas en prados de amapola, la choza de az¨²car de donde va saliendo la gente como hormigas¡Sergio que llegaba me ayud¨® a tenerlos parados en la buena luz, y de uno en uno los fui fotografiando con cuidado, centrando de manera que cada cuadro ocupara enteramente el visor...¡±
Luego cuenta que ya de regreso en Par¨ªs, cuando proyecta una noche las diapositivas a colores, en lugar de los cuadros empiezan a aparecer escenas del terror de las dictaduras militares, prisioneros encapuchados, cad¨¢veres mutilados.
Pero entre esas im¨¢genes, la sorpresa detr¨¢s de la sorpresa, hay una en que aparece la escena del asesinato del poeta salvadore?o Roque Dalton, ejecutado por sus propios compa?eros de armas acusado de ser agente de la CIA, una acusaci¨®n que iba m¨¢s all¨¢ de la ejecuci¨®n f¨ªsica porque pretend¨ªa la ejecuci¨®n moral.
Esa fue la primera vez que nos encontramos. Y con el paso de los a?os, hasta su muerte en 1983, quedar¨ªan muchas otras cosas que contar. Como para un libro.
Sergio Ram¨ªrez es escritor
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