M¨¦dicos que el ¨¦bola se llev¨®
Unos 130 trabajadores sanitarios africanos, doctores y enfermeras, han muerto luchando contra el virus desde que estall¨® la epidemia. Son la primera barrera, a veces sin la protecci¨®n adecuada. Sigue pasando.
Complejo hospitalario de Kenema, en Sierra Leona. Diez de la ma?ana. Nancy Djoko, vestida con el t¨ªpico uniforme celeste de enfermera de Urgencias, sale a la puerta del centro de aislamiento para pacientes de ¨¦bola y se pasa el antebrazo por la frente. Lleva toda la noche trabajando. Es una mujer robusta, camina con determinaci¨®n, pero se la ve agotada. "He tenido que enterrar con mis propias manos a tres de mis compa?eras, ?c¨®mo me voy a sentir segura?", se pregunta. "Tengo miedo, pero aqu¨ª estoy. Esta enfermedad no podr¨¢ con nosotros, no se?or", a?ade. Desde que comenz¨® la epidemia de ¨¦bola que sacude como un terremoto invisible a ?frica occidental, m¨¢s de 225 trabajadores sanitarios africanos se han contagiado y unos 130 han muerto, seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS). Son la primera barrera frente al ¨¦bola, los m¨¢s expuestos, y est¨¢n pagando un precio muy alto.
En este mismo hospital trabajaba el doctor Khan, quien el pasado 22 de julio encog¨ªa el coraz¨®n a toda Sierra Leona. Ese d¨ªa, el Gobierno anunciaba que se hab¨ªa contagiado de ¨¦bola. El hombre que se hab¨ªa puesto al frente de la lucha contra la expansi¨®n del virus, quien desde el hospital de Kenema coordinaba los esfuerzos y atend¨ªa personalmente a los enfermos, la persona que mejor conoc¨ªa este mal y en quien todos confiaban, tambi¨¦n hab¨ªa ca¨ªdo. El golpe psicol¨®gico fue terrible para todos. Sheikh Umar Khan era un reputado vir¨®logo especializado en la fiebre hemorr¨¢gica de Lasa, un cient¨ªfico que adoraba su trabajo. Y ahora se enfrentaba a una lucha por su propia vida cuando estaba a punto de cumplir los cuarenta a?os. Durante d¨ªas, el pa¨ªs entero sigui¨® atento las noticias hasta que el 29 de julio la vida de Khan se apag¨® para siempre.
Ahora mismo, una enorme pancarta con su imagen preside la entrada del hospital de Kenema. Es un homenaje al h¨¦roe nacional, pero tambi¨¦n un recordatorio. S¨®lo aqu¨ª, una veintena de m¨¦dicos y enfermeros ha muerto en las ¨²ltimas semanas. Pero si para algo sirvi¨® el sacrificio de Khan fue para que la mayor parte de la poblaci¨®n adquiriera conciencia de que la enfermedad es real, no un invento del Gobierno o de los occidentales, rumores de negaci¨®n que han estado muy presentes durante toda esta epidemia. Pero tambi¨¦n para que se ponga en valor la actitud de muchos profesionales sanitarios que, superando su propio miedo, el desconocimiento de c¨®mo abordar esta enfermedad nueva para ellos y las malas condiciones de seguridad, se enfrentan al letal virus del ¨¦bola a costa incluso de sus propias vidas.
Umar Khan no fue el primero, desde luego. Este brote comenz¨® all¨¢ por el mes de diciembre en la Guinea Forestal y durante los primeros meses el personal sanitario de Gueckedou y Macenta atendi¨® a decenas de pacientes sin ning¨²n tipo de protecci¨®n especial. Nadie sospechaba entonces que est¨¢bamos ante el ¨¦bola. Y cuando el virus lleg¨® a Conakry, los trabajadores de una cl¨ªnica privada de Kip¨¦ Dadia cayeron uno detr¨¢s de otro. Fue el lugar en el que ingres¨® la primera persona contagiada en la ciudad. M¨¦dicos, enfermeros, hasta t¨¦cnicos de rayos¡ Casi todos se contagiaron y algunos fallecieron. El 22 de marzo, por fin, se declar¨® la epidemia, se activ¨® la alerta y todos empezaron a tener m¨¢s cuidado. Pero a¨²n as¨ª, los trajes de protecci¨®n y, sobre todo, la experiencia necesaria para usarlos, no estaban al alcance de todo el mundo. El propio Umar Khan, que se hizo popular porque abrazaba a los pacientes sanados para infundirles confianza y tratar de borrar el estigma, era muy meticuloso con la seguridad, lo que sin embargo no impidi¨® su contagio.
"Est¨¢s sometido a un gran estr¨¦s, la carga de trabajo es enorme y somos humanos. No se puede perder la concentraci¨®n ni un instante", asegura Josephine Sellu, doctora responsable del centro de aislamiento de Kenema. El brote que empez¨® en Guinea r¨¢pidamente se extendi¨® a Sierra Leona y Liberia. En este ¨²ltimo pa¨ªs, la mortandad entre sanitarios ha sido tambi¨¦n enorme. El hospital cat¨®lico de San Jos¨¦, donde trabajaba el religioso espa?ol Miguel Pajares, tuvo que cerrar sus puertas tras la muerte de su director, Patrick Nshamdze. La mayor¨ªa de las personas que le cuidaron sin saber que ten¨ªa ¨¦bola, entre ellos el propio Pajares y varios m¨¦dicos, acabaron contagiados, como la hermana Chantal, fallecida, o las hermanas Paciencia y Helena, que han logrado sobrevivir.
En el Sant Joseph de Monrovia trabajaba tambi¨¦n el doctor ugand¨¦s Omeonga Senga, uno de los primeros africanos que ha recibido el tratamiento experimental ZMapp y que evoluciona bien, as¨ª como el doctor de origen nigeriano Aroh Cosmos Izchukwu, que ha sobrevivido sin suero, "s¨®lo con paracetamol", y ha contado a El Pa¨ªs los detalles de su estancia en el centro de aislamiento del hospital ELWA. "Aquello es como un campo de la muerte, lo de menos es el ¨¦bola. Est¨¢ todo suc¨ªsimo, hay un ba?o para 50 personas. Hab¨ªa una familia all¨ª, los padres y sus dos hijos peque?os. La mujer muri¨® primero. Luego el padre fue al ba?o y sufri¨® un colapso dentro. Cuando su hijo le ech¨® de menos fue a buscarlo y se lo encontr¨® muerto. El cad¨¢ver estuvo 24 horas all¨ª tirado, nadie ven¨ªa a recogerlo. Hay heces, orina, v¨®mitos por todos lados. No dejan que la gente tenga tel¨¦fonos con c¨¢maras para que no salga una fotograf¨ªa de aquello. He visto c¨®mo le robaban hasta a los muertos", asegura. "Que act¨²e ya la comunidad internacional porque esto es insoportable", dice.
En las puertas de este centro de aislamiento gestionado por el Gobierno liberiano se produce casi a diario la misma escena. La pareja formada por Mutako Longin y su esposa Justine est¨¢n de visita. Ambos son liberianos de origen ruand¨¦s, trabajaban en el Redemption Hospital, ¨¦l m¨¦dico, ella t¨¦cnico de laboratorio. Pero ahora este centro est¨¢ cerrado y ambos dedican su tiempo y su dinero a ayudar a los enfermos en lo que pueden. ¡°Les llevamos ropa y comida porque no le est¨¢n dando, sobre todo comida¡±, asegura Longin. Algunos enfermos de ¨¦bola reciben ayuda de sus familiares, pero muchos no tienen a nadie en la capital o sus parientes tienen miedo de acercarse por all¨ª. "Est¨¢n abandonados, aquello es un lugar donde los dejan morir, no les rehidratan ni les hacen transfusiones".
Longin y Justine recaudan fondos para pagar incluso la sangre. Por ejemplo, hace unos d¨ªas, entregaron a M¨¦dicos sin Fronteras material por valor de 75.000 euros recaudado ¨ªntegramente en Espa?a entre donantes privados e instituciones de la Iglesia. Otros han corrido peor suerte que Senga o Cosmos. El doctor Abraham Borbor, jefe m¨¦dico del hospital JFK de la capital liberiana, falleci¨® hace unos d¨ªas de ¨¦bola pese a que tambi¨¦n recibi¨® el ZMapp, el supuesto suero milagroso que genera a¨²n muchas dudas. Borbor parec¨ªa evolucionar favorablemente al tratamiento, pero el virus pudo finalmente con ¨¦l.
De momento, Nigeria es el pa¨ªs menos afectado de los cuatro a donde ha llegado esta enfermedad. Y ello se debe en buena medida a la determinaci¨®n y la valent¨ªa de una mujer, la doctora Stella Ameyo Adadevoh, endocrin¨®loga de 57 a?os. El pasado 20 de julio un avi¨®n de la compa?¨ªa ASKY aterrizaba en Lagos con el estadounidense de origen liberiano Patrick Sawyer a bordo. Nada m¨¢s llegar al aeropuerto, Sawyer fue trasladado al First Consultant Hospital con fiebre alta, malestar y v¨®mitos, donde qued¨® en observaci¨®n hasta que dos d¨ªas despu¨¦s se confirm¨® que ten¨ªa ¨¦bola. La doctora Adadevoh lideraba el equipo m¨¦dico que se hizo cargo del paciente y fue ella quien, personalmente y junto a la enfermera Justina Obi Ejelonu, impidi¨® que Sawyer saliera del hospital en direcci¨®n a Calabar, a cientos de kil¨®metros de Lagos, donde ten¨ªa una reuni¨®n. Este gesto, que evit¨® que Sawyer fuera dejando a su paso un rastro mortal entre quienes intentaran ayudarle, probablemente salv¨® la vida de decenas de personas. Si no m¨¢s. El virus ¨¦bola campando a sus anchas por el pa¨ªs m¨¢s poblado de ?frica hubiera sido un escenario a¨²n m¨¢s dram¨¢tico que el actual, que ya es suficientemente complicado, sobre todo en Sierra Leona y Liberia. A los pocos d¨ªas, tanto la doctora Adadevoh como la enfermera Ejelonu dieron positivo en las pruebas de ¨¦bola. Ambas fallecieron poco despu¨¦s.
Entre las ruinas de sistemas sanitarios que han colapsado, como el de Liberia, o que se enfrentan como pueden a un virus tan letal como el ¨¦bola, all¨ª donde la combinaci¨®n de la falta de recursos y el miedo hace estragos y vac¨ªa los hospitales de personal sanitario, como ocurri¨® por ejemplo en Kenema, emerge tambi¨¦n la figura de miles de profesionales que han decidido jugarse su propia vida para plantar cara a la enfermedad. Son la avanzadilla de un Ej¨¦rcito que lucha contra una epidemia devastadora, la primera barrera, y muchas veces van sin escudos ni casco. Umar Khan, la doctora Adadevoh, los m¨¦dicos del Hospital Cat¨®lico Sant Joseph, Abraham Borbor, Nancy Djoko o la enfermera Ejelonu son s¨®lo algunos de ellos. La mayor¨ªa son h¨¦roes an¨®nimos cuyo nombre no sale en los peri¨®dicos. Muchos sobreviven, otros no. Y sigue pasando cada d¨ªa.
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