Epitafios
Para llegar al altar de los h¨¦roes en Espa?a, es preciso morirse antes
Lo mejor que le puede pasar a alguien en Espa?a es morirse. Esta macabra sentencia se ha cumplido una vez m¨¢s. Es una l¨¢stima que en un pa¨ªs tan marcado por la proliferaci¨®n de la envidia, la malevolencia y el rencor, nadie viva para leer sus necrol¨®gicas y comprobar c¨®mo sus virtudes personales ¡ªlas mismas que nadie tuvo en cuenta a la hora de reprocharle su trayectoria profesional, sus defectos, sus errores y, llegado el caso, incluso sus problemas con la justicia¡ª le elevan hasta el inmaculado altar de los h¨¦roes. Es una l¨¢stima que, para llegar a ocuparlo, uno tenga que morirse antes.
Al d¨ªa siguiente de la muerte de Adolfo Su¨¢rez, todos los medios de comunicaci¨®n espa?oles, incluidos aquellos que lanzaron campa?as dur¨ªsimas contra ¨¦l en el peor momento de su carrera, se deshicieron en elogios de su figura. Su muerte coincidi¨® con una crisis institucional provocada por la desconfianza de los ciudadanos en la misma democracia, pero nadie lo mencion¨®, como si reconocer la verdad representara una mancha en la leyenda del nuevo h¨¦roe. Con Emilio Bot¨ªn ha sucedido algo semejante. Tras su muerte, el banquero m¨¢s importante de Espa?a ha merecido un sinn¨²mero de elogios en un pa¨ªs destrozado por una crisis econ¨®mica originada en gran medida por la fort¨ªsima inversi¨®n de dinero p¨²blico que ha requerido el rescate de la banca. Este aspecto, el principal factor de la p¨¦sima imagen internacional de la marca Espa?a en la actualidad, contrasta con la insistente identificaci¨®n de Bot¨ªn con las virtudes de esa misma marca. As¨ª, los silencios han llegado a ser m¨¢s elogiosos que las palabras. Me pregunto c¨®mo ser¨¢n las necrol¨®gicas de Jordi Pujol. En todo caso, a los espa?oles nos ir¨ªa mucho mejor si nos dedic¨¢ramos a juzgar a los vivos en lugar de empe?arnos en inmortalizar a los difuntos.
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