Un im¨¢n debajo de la mesa
Las fuerzas movilizadas en Escocia y otros nacionalismos en el mundo no se explican solo por intereses econ¨®micos y pragm¨¢ticos. Hay que contar tambi¨¦n con el viento de las humillaciones y las injusticias
Metaf¨®rico estoy, y lo primero que me viene a la cabeza al preguntarme sobre el refer¨¦ndum escoc¨¦s es el misterio del que fui testigo en la escuela primaria. Los alfileres y las chinchetas que hab¨ªa sobre una mesa de madera se mov¨ªan de un lado para otro animados por una fuerza que, cre¨ªamos los ni?os, resid¨ªa en la mano que el maestro escond¨ªa debajo de aquella. Enseguida se descubri¨® la verdad: la causa era una pieza de acero en forma de herradura. ¡°Es un im¨¢n¡±, dijo el maestro levant¨¢ndola como si fuera un trofeo.
La pregunta es ahora, en la realidad de nuestros d¨ªas, pensando en Escocia: ?de qu¨¦ im¨¢n se trata? ?Qu¨¦ fuerza ha movilizado a m¨¢s de un mill¨®n y medio de personas y les ha llevado a votar por la independencia? Hace unos treinta a?os, resultaba imperceptible para quienes est¨¢bamos all¨ª pasando una temporada. Cierto que se insist¨ªa en las particularidades culturales, y que la danza, que tantas veces sustituye a la lengua como elemento identitario, era socialmente tan importante que hasta los j¨®venes de Jap¨®n y de Pakist¨¢n que estudiaban en la Universidad de St. Andrews se animaban a aprender las Scottish Country Dances; cierto, tambi¨¦n, que los escritores nacionales como Robert Burns o Walter Scott, recreadores de la tradici¨®n oral e inventores de un pasado legendario, eran estudiados en las escuelas y citados una y otra vez durante las celebraciones; pero, en comparaci¨®n con lo que ocurr¨ªa en otra regi¨®n brit¨¢nica, Irlanda del Norte, o en el Pa¨ªs Vasco, el caso escoc¨¦s parec¨ªa pol¨ªticamente suave, y pocos imaginaban que en el 2014 el duelo entre independentistas y unionistas iba a ser cerrado y, literalmente, conmovedor. Solo recuerdo, en todo el tiempo que pas¨¦ all¨ª, una postura pol¨ªtica radical, la de un habitante de las Highlands que, dirigi¨¦ndose a un miembro de nuestro grupo que se hab¨ªa identificado como vasco, le tendi¨® la mano diciendo: ¡°?Es usted nacionalista? Porque si no lo es ahora mismo retiro esta mano¡±.
Se ha hablado estos d¨ªas, tratando de describir el im¨¢n, el origen de la fuerza que gu¨ªa Alex Salmond, de los nacionalismos tradicionales que, como el vasco o el catal¨¢n, hacen suya la f¨®rmula del estado-naci¨®n: ¡°tendr¨¢ derecho a una unidad pol¨ªtica diferente toda sociedad que tenga una cultura diferente¡±. En ese sentido, han abundado los comentarios sobre si en Escocia se hablan realmente lenguas diferentes del ingl¨¦s, como el scots o escoc¨¦s, o sobre si el ga¨¦lico pasa de un m¨ªnimo dos por ciento de hablantes. Ha habido incluso comentaristas que, reci¨¦n llegados al parecer del futuro, han afirmado que en ning¨²n caso se impondr¨ªa en Escocia ¡°una lengua adicional¡± ni se ense?ar¨ªa una ¡°historia distorsionada¡± Pero, a mi modo de ver, pocos son los alfileres y las chinchetas que ha movido ese im¨¢n, la reivindicaci¨®n que podr¨ªamos llamar ¡°nacional¡±. De los 18 documentos cinematogr¨¢ficos que, copiados en un CD, los defensores del YES ofrec¨ªan este verano en las calles de Edimburgo, solo uno est¨¢ en ga¨¦lico, y en ninguno de ellos se menciona que la cultura escocesa est¨¦ en peligro ¡°por culpa de Londres¡±. Tampoco se hace hincapi¨¦ en las diferencias con el resto de los brit¨¢nicos, porque, en realidad, todo est¨¢ claro y no hay ning¨²n l¨ªo de faldas. Todos saben cu¨¢l es la suya; todos saben tambi¨¦n que, como demostr¨® el libro The Invention of Tradition de E.J. Hobsbawm y T.O. Ranger, las teor¨ªas de Walter Scott y otros rom¨¢nticos sobre los clanes y sus diferentes tartanes tienen m¨¢s de fantas¨ªa que de realidad hist¨®rica, y que el ¨¦xito de la, para nosotros, extravagante vestimenta, se debi¨® fundamentalmente a los intereses de los pa?eros y a la coqueter¨ªa de los varones. Pero, ?qu¨¦ importa? Ya se sabe que lo cultural se parece poco a los imanes naturales, y que, en ese campo, todo es creado, hist¨®rico. Adem¨¢s, ?qu¨¦ es nuevo y qu¨¦ es viejo? Las casas que en Virginia o Georgia son antebellum, anteriores a la guerra civil de 1861, se consideran antiqu¨ªsimas; en Grecia, Italia o Espa?a ser¨ªan de antes de ayer.
Londres inici¨® la relaci¨®n con los independentistas perdon¨¢ndoles la vida
Pero, bueno, ?cu¨¢l es entonces el im¨¢n? Cre¨ª identificar su naturaleza cuando escuch¨¦ a Irvine Welsh, el autor del mundialmente conocido libro Trainspotting, protestar contra el stablishment literario brit¨¢nico que, con instrumentos como el Booker Prize, favorec¨ªa descaradamente a los escritores que eran del gusto de la clase media-alta de Londres. Pens¨¦ en aquel momento que estaba nombrando algo importante, y que si su percepci¨®n de que la metr¨®poli trataba injustamente, abusivamente, a Escocia, era general, ah¨ª estaba la fuerza, el n¨²cleo del im¨¢n que pon¨ªa en movimiento a los independentistas. Mi creencia se fortaleci¨® cuando repas¨¦ el CD que repart¨ªan los militantes a favor del YES, ya que la mayor¨ªa de los documentos cinematogr¨¢ficos contenidos en ¨¦l denunciaban situaciones econ¨®mica y socialmente injustas. Entre ellas, la relacionada con el petr¨®leo, la m¨¢s sangrante. Los pol¨ªticos-t¨ªtere hab¨ªan dejado el negocio en manos de las grandes corporaciones, y los beneficios viajaban a Londres, Nueva York o Houston, dejando las sobras para Escocia; adem¨¢s, los empleados de las plataformas del Mar del Norte trabajaban en condiciones penosas, una prueba m¨¢s del modo de hacer las cosas de la metr¨®poli. Pens¨¦ que ten¨ªa raz¨®n Rubert de Vent¨®s al percibir un cambio en el contenido de los nacionalismos, que ya no ser¨ªan etnicistas, ni plantear¨ªan, en lo fundamental, cuestiones identitarias, sino pragm¨¢ticas, transaccionales, relacionadas con el reparto de la riqueza, con los intereses de cada cual, do ut des, te doy para que me des¡ y si no me das, me voy. Es evidente que el Gobierno de Londres, que inici¨® la relaci¨®n con los independentistas perdon¨¢ndoles la vida, y pas¨® luego ¡ªcomo un partenaire machista cogido en falta¡ª a las declaraciones de amor y, enseguida, a las amenazas, decidi¨® cubrir ese flanco prometiendo ceder competencias fiscales y otras palpables materias.
No se ha hecho hincapi¨¦ en las diferencias con el resto de los brit¨¢nicos, porque todo est¨¢ claro
Pero hay algo m¨¢s. Hay m¨¢s im¨¢n de lo que parece, porque el ser humano no es del todo economicus, un ser guiado ¨²nicamente por el inter¨¦s. Podr¨ªa decirse, citando una rondalla catalana, que en su coraz¨®n soplan al menos catorce vientos, de los que siete son buenos y siete dolents, malos. Pues bien: de todos ellos, el peor viento para la pol¨ªtica y el buen gobierno es el que se llama Humillaci¨®n. Recordemos, en ese sentido, lo que escribi¨® Isaiah Berlin al analizar el romanticismo alem¨¢n de los siglos XVII y XVIII. Alemania ¡ªvino a decir el fil¨®sofo en El fuste torcido de la humanidad¡ª se sent¨ªa en el rinc¨®n de Europa por no haber tenido Siglo de Oro, ni genios como Cervantes o Leonardo, y por ser consciente de la aplastante superioridad de la gran Francia de aquel tiempo. La sensaci¨®n de atraso relativo creo entonces ¡°una sensaci¨®n de humillaci¨®n colectiva, que se convertir¨ªa luego en indignaci¨®n y hostilidad. Este talante alcanz¨® un tono febril durante la resistencia nacional contra Napole¨®n, reaccionando como la rama doblada¡±. Reaccionando, a?ado, de forma exagerada, como la explosi¨®n que sigue a una larga acumulaci¨®n de gris¨².
Ese viento, Humillaci¨®n, que sopl¨® en Alemania en siglos pasados, ha soplado ahora en Escocia. Ha sido, tambi¨¦n, junto con las s¨®lidas reivindicaciones de los economicus, el componente gaseoso del im¨¢n, quiz¨¢s el que m¨¢s influy¨® en los primeros meses del proceso, cuando todos los grandes ¡ªgrandes bancos, grandes partidos, grandes peri¨®dicos y cadenas de televisi¨®n¡ª segu¨ªan haciendo chistecitos sobre las faldas, o similares. Deber¨ªa analizarse el caso escoc¨¦s tambi¨¦n desde este punto de vista. En un siglo en el que los poderosos hacen ostentaci¨®n de su riqueza y poder, y son implacables con los, antes as¨ª llamados, pobres de la tierra, Humillaci¨®n e Injusticia pueden alimentar un im¨¢n que ¡ªmetaf¨®rico empec¨¦, y metaf¨®rico acabo¡ª no solo mover¨¢ alfileres y chinchetas, sino clavos y barras de hierro, o, incluso, el propio eje del mundo.
Bernardo Atxaga es escritor
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