La literatura ha derribado su ¨²ltimo gran tab¨²
Esta temporada, las apuestas de j¨®venes promesas intentan en ver una pr¨¢ctica sexual desde una perspectiva madura y poli¨¦drica
Una vez en 2010, el peri¨®dico The Guardian declar¨® que a la literatura le quedaba un ¨²ltimo gran tab¨². Uno que era imposible reflejar en la p¨¢gina porque la literatura le sobraba. Un acto en el cual uno se convert¨ªa en autor, p¨²blico y cr¨ªtico, de tal forma que tal forma que no aporta ni el inter¨¦s ¨¦pico de una relaci¨®n entre dos personas. Era lo que Shakespeare llam¨® traffic with thyself alone en uno de sus sonetos. La masturbaci¨®n.
Entre septiembre parece que las cosas han cambiado. En dos de las grandes apuestas m¨¢s j¨®venes de la temporada incluyen respectivas reflexiones originales y m¨¢s directas del onanismo. En uno de ellos, How to build a girl, de la periodista musical Caitlin Moran, la protagonista es una onanista en serie, como el Portnoy de Philip Roth. En la sexta frase del libro ya confiesa que est¨¢ entregada al acto. (M¨¢s tarde desarrolla la idea sobre elementos como un cepillo para el pelo que usa toda la familia y al cual describe como ¡°un pony para fornicar¡±. Ese cepillo en realidad era un poco como Bruce Wayne y Batman, prosigue, en tanto que desarrolla dos vidas totalmente separadas: por un lado, ordenar el pelo de un mont¨®n de miembros de la familia y por el otro darle placer a ella). El otro, 10:04, de Ben Lerner, apoya su trama en una brillante escena central donde el protagonista tiene que entregar esperma en una cl¨ªnica de fertilidad. En ella, se mezclan contrastse. Comedia con drama, con referencias a la alta literatura y al porno m¨¢s zafio, al ego¨ªsmo que supone, en cierta medida, la masturbaci¨®n, con la sensaci¨®n del deber cumplido que da obedecer las ¨®rdenes del m¨¦dico.
Dos muestras, en definitiva, de una perspectiva madurada, poli¨¦drica, del asunto. Sin la culpa cat¨®lica, sin la comedia de quien se dedica a algo que no debe. El acto, despojado de sus connotaciones culturales, y visto solo por lo que simboliza de sus personajes. Y algunos m¨¢s ejemplos recientes y de pr¨®xima publicaci¨®n en Espa?a van a atacar el tema del autoplacer con nuevas cimas c¨®micas y l¨ªricas y, si era preciso, normaliz¨¢ndolo a¨²n m¨¢s en el terreno femenino. Todo esto podr¨ªa preconizar la conquista de un en¨¦simo tab¨² en el arte. O, cuanto menos, un trato mejor que el que ha recibido la masturbaci¨®n a lo largo de la historia. Al acto se ha referido con licencias po¨¦ticas (James Joyce us¨® bengalas), con ¨¦pica patibularia (seg¨²n Sartre, ¡°la ¨¦pica de la masturbaci¨®n¡±), con desespero prohibido (el Portnoy de Roth, de nuevo), o con cripticismo insondable (especialmente en la novela realista femenina decimon¨®nica).
La evoluci¨®n de los pasajes onanistas, a partir del siglo XX
Por el camino de Swann, de Marcel Proust (1913)
Ulises, de James Joyce (1922)
Mientras agonizo, de William Faulkner (1930)
Lolita, de Vladimir Nabokov (1959)
El lamento de Portnoy, de Philip Roth (1969)
Los detectives salvajes, de Roberto Bola?o (1998)
Cosas que hacen Bum, de Kiko Amat (2007)
Dinero gratis, de Carlo Padial (2010)
Tampa, de Allisa Nutting (2013)
10:04, de Ben Lerner (2014)
How to build a girl, de Caitlin Moran (2014)
El t¨ªtulo de todas las entregas de la novela de Proust, En busca del tiempo perdido, resume de forma escalofriantemente precisa lo que piensa cualquier adolescente cuando descubre el autoplacer y se emplea para repetir la sensaci¨®n. En este caso, incluso buscando inspiraci¨®n en un edificio f¨¢lico¡
¡°Me hab¨ªa parecido ver su torre, enmarcada en el cuadrado de la ventana medio abierta, mientras, con los heroicos escr¨²pulos de un viajero prepar¨¢ndose para climas desconocidos, o de un miserable desesperado dudando en el borde de la autodestrucci¨®n, desmayado con emoci¨®n, exploro, a trav¨¦s de las fronteras de mi propia experiencia, un camino in¨¦dito que, cre¨ªa, podr¨ªa llevarme a la muerte, incluso -hasta que la pasi¨®n se consumi¨® y me dej¨® estremeci¨¦ndome entre los rayos de uva floreciente¡¡±
El legendario Leopold Bloom observa a la adolescente Gerty MacDowell, con la que flirtea¡
¡°Y entonces subi¨® un cohete y pam un estallido cegador y ?Ah! luego estall¨® la bengala y hubo como un suspiro de ?Ah! y todo el mundo grit¨® ?Ah! ?Ah! en arrebatos y se desbord¨® de ella un torrente de cabellos de oro en lluvia y se dispersaron y ?Ah! eran todos como estrellas de roc¨ªo verdoso cayendo con doradas. ?Ah, qu¨¦ bonito! ?Ah qu¨¦ tierno, dulce, tierno!"
Nunca un t¨ªtulo tan descriptivo para esa situaci¨®n. He aqu¨ª una masturbaci¨®n asistida por la brisa.
¡°Entonces esperar¨ªa hasta que se fueran adormir para poder estirarme con mis faldones subidos, escuch¨¢ndolos dormir, sinti¨¦ndome sin tocarme, sintiendo el fr¨ªo silencio soplando hacia mis partes¡¡±.
Quiz¨¢ la omisi¨®n m¨¢s importante de esta novela sea el momento en el que Dolores Haze elude mencionar la felaci¨®n abiertamente, pero esto no le quita importa al acto privado. La luz de su vida y el fuego de sus entra?as deb¨ªa encontrar alguna fuga. Humbert Humbert busca el peor momento: con ella presente, con Dolores en su regazo. Quiere aliviarse, pero debe distraerla para que no se percate.
¡°Recit¨¦ la letra de una canci¨®n muy tonta que entonces era popular: 'Oh, mi Carmen, mi peque?a Carmen, algo, algo, algunas noches, y las estrellas, y los coches, y los bares, y los camareros¡' Segu¨ª repitiendo esta cantinela y sosteni¨¦ndola bajo su especial hechizo¡±.
Este cl¨¢sico de la literatura tragic¨®mica jud¨ªa es el Moby Dick del onanismo. La histeria por la ultraprotecci¨®n y el miedo canalizados mediante el toqueteo ¨ªntimo pre?ado de culpa. Contiene infinidad y gran variedad de ejemplos. Como este: la madre del protagonista lo incordia porque sospecha que est¨¢ comiendo hamburguesas a sus espaldas (comida no kosher) y se lo recrimina con histrionismo de actriz antigua ("dice hamburguesas con rencor, como si estuviera diciendo Hitler").
¡°Y salgo corriendo de la cocina. ?A d¨®nde voy tan deprisa? A cualquier otro sitio que no sea ¨¦ste.
Me arranco los pantalones, ruidosamente, y me agarro a la aporreada porra de mi libertad, mi polla de adolescente, mientras oigo los gritos que da mi madre al otro lado de la puerta:
¨C?Esta vez no tires de la cadena! ?Me est¨¢s oyendo, Alex? ?Tengo que ver lo que hay en el v¨¢ter!
?Comprende usted con qu¨¦ me enfrentaba, doctor? La minga eres lo ¨²nico que pod¨ªa considerar m¨ªo en este mundo¡±.
Algunos, sin embargo, saben conciliar su pasi¨®n por la literatura con su pasi¨®n a secas. Incluso son capaces de masturbarse con un poema (y algo de imaginaci¨®n).
¡°Tus pupilas ca¨®ticas y hura?as
destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando las entra?as,
y mientras yo agonizo, t¨² sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi sangre ardiente se sustenta.
La primera vez que lo le¨ª (hace unas horas) no pude evitar encerrarme con llave en mi cuarto y proceder a masturbarme mientras lo recitaba una, dos, tres, hasta diez o quince veces, imaginando a Rosario, la camarera, a cuatro patas encima de m¨ª, pidi¨¦ndome que le escribiera un poema para ese ser querido y a?orado o rog¨¢ndome que la clavara sobre la cama con mi verga ardiente.
Ya aliviado, he tenido ocasi¨®n de reflexionar sobre el poema.
El raudal crespo y sombr¨ªo no ofrece, creo, ninguna duda de interpretaci¨®n".
No s¨®lo la muerte nos iguala. Tambi¨¦n lo hace la masturbaci¨®n adolescente. Este personaje obsesionado con los ismos de las vanguardias art¨ªsticas de repente se ve arrebatado por uno solo: el onanismo. Ni surrealismo ni dada¨ªsmo ni situacionismo.
¡°Hubo un hormigueo en la columna vertebral, un calor en las mejillas, como si alguien las estuviera preparando a la brasa.
Mi nuevo secreto de urraca, dej¨¦ atr¨¢s el futurismo, el dada¨ªsmo y el surrealismo para dedicarme a ¨¦l, voluntarioso. No era un movimiento cultural rebelde de principios de siglo, eso es cierto, pero era muy agradable¡±.
Hasta que, despu¨¦s de estudiar toda la carrera de solfeo de la zambomba, de explorar t¨¦cnicas cada vez m¨¢s raras, quien lo descubre es su t¨ªa abuela:
Una tarde se me olvid¨® cerrar el pestillo del lavabo mientras practicaba el octavo grado, y mi t¨ªa abuela me descubri¨® sentado en el w¨¢ter con una pir¨¢mide de papel en el pene. Lo que vio se parec¨ªa a un piloto de helic¨®pteros con los ojos semicerrados, firmemente agarrado a una seta triangular.
En el momento en el que uno empieza, nada puede detenerlo. ?Nada? El escritor y monologuista Carlo Padial plantea una disyuntiva crucial en la forja de la personalidad.
¡°Un segundo avi¨®n impacta contra la otra torre. Parece claro que se trata de un ataque terrorista.
Su erecci¨®n pierde fuerza, como avergonzada. Sigue un rato as¨ª, concentrado en las im¨¢genes que se suceden en el televisor. Humo y boquetes, y el avi¨®n estrell¨¢ndose una y otra vez contra la torre. Lo repetitivo de las im¨¢genes comienza a adormecerlo y, aun consciente de su falta de sensibilidad, se descubre evocando de nuevo a Britney y tratando de resucitar su erecci¨®n. Sabe que lo correcto ser¨ªa subirse los pantalones, dejar de tocar la zambomba y prestar atenci¨®n a los detalles que siguen llegando desde Nueva York, pero pronto tiene una erecci¨®n (como un piano) que le sobrepasa el ombligo. Es una cuesti¨®n de prioridades. ?Qu¨¦ es m¨¢s importante? ?Su erecci¨®n o la m¨¢s que posible muerte de miles de inocentes? Se trata de una tragedia, s¨ª, pero ?Qu¨¦ puede hacer ¨¦l por ayudarlos?¡±.
No siempre la masturbaci¨®n femenina se aborda con el tono ultrac¨®mico de Caitlin Moran. El de esta especie de respuesta femenina a Lolita, novela sobre Celeste, una profesora de ingl¨¦s con un Corvette rojo que se deja seducir por los chicos de 14 a?os, es bien diferente. M¨¢s l¨ªrico y arrebatado, por as¨ª decirlo.
¡°Pronto me sent¨ª tan mareada que tuve que arrodillarme en el suelo de la ba?era; extraje torpemente la alcachofa de la ducha y lo gui¨¦ entre mis piernas, del mismo modo que alguien se pondr¨ªa la m¨¢scara de ox¨ªgeno que cae del techo del avi¨®n debido a un espeluznante cambio en la presi¨®n de la cabina, sintiendo solo una esperanza asustada de supervivencia¡±.
Un subg¨¦nero en s¨ª mismo: el personaje se presenta en una cl¨ªnica de fertilidad, en ese no-lugar er¨®tico en el que parad¨®jicamente la gran misi¨®n es eyacular, con el fin de donar semen para su mejor amigo. Porno a la carta ordenado alfab¨¦ticamente (s¨ª), kleenex (s¨ª), verg¨¹enza (tambi¨¦n). Se le ha advertido que no debe contaminar la muestra, as¨ª que acude con m¨¢s miedo al gatillazo que en la primera cita de su vida: se mete en harina pero se da cuenta de que ha tocado el mando a distancia, as¨ª que vuelve al lavabo a lavarse; regresa y se baja los pantalones (sospecha que est¨¢n mucho m¨¢s socios, as¨ª que regresa al lavabo, esta vez con los pantalones por los bolsillos), ahora, con los pantalones bajados y la televisi¨®n sintonizada en una escena asi¨¢tica de amor a tergo, se pone los cascos para escuchar mejor y¡. Claro, tambi¨¦n podr¨ªan estar contaminados. As¨ª que¡
"Pens¨¦ en poner un final a este drama beckettiano e intentar simplemente continuar, pero entonces me imagin¨¦ recibiendo la llamada de que mi muestra no era v¨¢lida, as¨ª que volv¨ª arrastrarme (ahora con los cascos puestos, escuchando los gemidos y chillidos de los aventureros) hacia el ba?o a lavarme las manos una vez m¨¢s. Gracias a dios, el lavabo no ten¨ªa espejo".
Una rese?ista de The Observer observ¨® que "Moran corre el peligro de representar para la masturbaci¨®n femenina lo que Keats para los ruise?ores". As¨ª, en un pasaje cuenta c¨®mo, a los 14 a?os, su alter-ego Johanna, descubre en el lavabo de casa un desodorante femenino, en tonos rosa,
¡°Con su tap¨®n abovedado de color rosa y la botella cuidadosamente contorneada, la idea detr¨¢s del desodorante m¨¢s popular para las adolescentes brit¨¢nicas de finales de los ochenta era una verdad escondida a primera vista: Proctor and Gamble estaba vendiendo a chicas adolescentes Consoladores para Principiantes por 79 peniques. ?Lo sab¨ªan? Pues claro que lo sab¨ªan. En el envase pone Mam¨¢¡. Era su forma de jodernos la cabeza, juegos de la mente. El verdadero test para saber hasta qu¨¦ punto estabas cachonda. ?Est¨¢s lo suficientemente desesperada como para tener sexo con tu Mam¨¢? A lo que mi respuesta, simple, era -echando el pestillo de la habitaci¨®n y estir¨¢ndome en el suelo- s¨ª¡±.
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