El verdadero nombre de Drisse (I)
Drisse no es su verdadero nombre. Tampoco es de Chad, aunque eso diga en su orden de expulsi¨®n. Y durante muchos meses no quiso decir de d¨®nde es ni c¨®mo se llama porque no quer¨ªa ser deportado a su pa¨ªs. Ahora, ya no importa.
Se le ve¨ªa muy espa?ol tan solo 15 d¨ªas despu¨¦s de haber llegado a Madrid. Me dio dos besos, uno en cada mejilla, cuando nos encontramos en la plaza de Lavapies. No ten¨ªamos ni un duro as¨ª que, en vez de irnos a tomar un caf¨¦, nos sentamos en los asientos libres de la marquesina de autob¨²s. Pero no pareci¨® importarle, le vi contento. "?Est¨¢s contento, Drisse?". "?S¨ª, estoy muy bien, no debes preocuparte", me respondi¨® con una sonrisa que revel¨® unos dientes blanqu¨ªsimos. Eso y los ojos es lo ¨²nico que tiene de color claro. Todo ¨¦l es negro como la noche. Y es grande. Tan alto que me saca una cabeza y media, y yo no soy una mujer bajita. Adem¨¢s no est¨¢ flaco, precisamente, ni gordo. Es un t¨ªo grande. En todos los sentidos.
El mismo d¨ªa que lleg¨® a Madrid, busc¨® amigos de su pa¨ªs. En Lavapies tiene muchos compatriotas, as¨ª que all¨ª es donde le hice ir. Previamente le hab¨ªa recogido en la estaci¨®n de autobuses de M¨¦ndez ?lvaro, a donde lleg¨® tras un viaje que dur¨® toda la noche. Tra¨ªa la bolsa del kit de n¨¢ufrago que dan los de Salvamento Mar¨ªtimo de Algeciras y 25 euros que recibi¨® en la casa de acogida de la Cruz Roja de la misma localidad donde estuvo viviendo 10 d¨ªas hasta que decidi¨® venir a Madrid. Nunca olvidar¨¦ sus pintas. Los vaqueros no llamaban la atenci¨®n, pero s¨ª el jersey de rombos marr¨®n y granate que le quedaba min¨²sculo, y bajo el cual asomaba una camiseta de baloncesto que ten¨ªa pinta de ser enorme. Colgando del cuello en pico del jersey, unas gafas tipo Warfarer con la montura de color azul clarito. Y de calzado, unas zapatillas Victoria de color gris.
De esa guisa lleg¨® Drisse a Madrid, y as¨ª nos fuimos a desayunar un vaso de leche y un cruas¨¢n, que por cierto, me cont¨® que en su vida los hab¨ªa visto y mucho menos probado. Era el 28 de agosto de 2013, el primer d¨ªa de Drisse en Madrid y el d¨ªa 42 en Espa?a, en Europa, la tierra que ha so?ado con alcanzar durante los ¨²ltimos tres a?os. La tierra prometida por la que ha vivido toda clase de calamidades.
La historia de Drisse se parece a la de tantos otros migrantes de pa¨ªses africanos que salen de sus casas con el objetivo de llegar a Europa y tener una vida mejor. Drisse dej¨® a su madre, su padre, dos hermanos y dos hermanas hace tres a?os. Parti¨® rumbo a Marruecos, a donde lleg¨® tras un a?o de camino. All¨ª las cosas no le fueron del todo bien. Vivi¨® con otros chicos como ¨¦l, llegados de todas partes de ?frica, esquivando a la polic¨ªa marroqu¨ª y sus palizas. ?l no habla mucho de su etapa en Marruecos, pero s¨ª cuenta que intent¨® hasta tres veces llegar a Espa?a en patera. Las dos primeras, su embarcaci¨®n fue "rescatada" por las autoridades marroqu¨ªes, si por rescate se entiende que te detengan, te metan un furg¨®n de cualquier manera y te dejen tirado en la frontera con Argelia o con Mauritania.
La tercera vez, fue la vencida. Se embarc¨® un 16 de julio de 2013 en una balsa hinchable precaria, de esas que usan los ni?os para jugar en la orilla del mar. Pero en la suya iban 10 hombres que no sab¨ªan nadar y que pretend¨ªan llegar a Espa?a. Pas¨® muchas horas en el mar, con un pie dentro del agua porque, de otra manera, no cab¨ªan. Remando y achicando agua al mismo tiempo. Pasando fr¨ªo y viendo a sus compa?eros vomitar dentro del bote. "Si lo hac¨ªan fuera, pod¨ªamos volcar", justifica ¨¦l. Al d¨ªa siguiente fueron encontrados por una patrulla de rescate de Salvamento Mar¨ªtimo de Algeciras (C¨¢diz). Estaba salvado.
Las penurias de Drisse en Espa?a no tienen punto de comparaci¨®n con las que pas¨® en ?frica. Pod¨ªa haber muerto en el agua, pero se embarc¨® igualmente. "?No ten¨ªas miedo a morirte ahogado, Drisse?". "S¨ª, pero el mismo miedo me daba que la polic¨ªa marroqu¨ª me matara cualquier d¨ªa", responde muy tranquilo. En Espa?a, todo lo que le pas¨® por haber entrado ilegalmente fue un mero tr¨¢mite para ¨¦l. Primero fue conducido a las dependencias de la Cruz Roja, donde recibi¨® una primera atenci¨®n sanitaria. Sano estaba, as¨ª que le llevaron a la comisar¨ªa de Algeciras. All¨ª le tomaron sus datos (los falsos) y esper¨® hasta ser puesto a disposici¨®n judicial. El juez orden¨® su ingreso en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Tarifa hasta que la polic¨ªa hiciese las pesquisas necesarias para poder deportarle. Estuvo 20 d¨ªas y le soltaron con una orden de expulsi¨®n. Y se fue al centro de acogida de la Cruz Roja, donde le conoc¨ª cuando andaba buscando testimonios como el suyo para escribir un reportaje para El Pa¨ªs.
Drisse me cont¨® su historia, igual que otros compa?eros. Hicimos amistad y les dej¨¦ mi tel¨¦fono antes de despedirme de ellos. Unos d¨ªas m¨¢s tarde, ya en Madrid, me llam¨®. Me dijo que ven¨ªa a la ciudad a buscar a un amigo y a vivir. Y unos d¨ªas m¨¢s tarde le ten¨ªa en la estaci¨®n de M¨¦ndez ?lvaro, con lo puesto y los 25 euros que alg¨²n voluntario de la casa de acogida le dio.
Drisse mont¨® en metro por primera vez en su vida en Madrid, y no le gust¨® un pelo. De hecho, pregunt¨® si era posible utilizar un autob¨²s como el que le hab¨ªa llevado de Algeciras a Madrid para moverse por la ciudad. "Drisse, est¨¢s en una ciudad de casi cinco millones de habitantes con m¨¢s de 300 l¨ªneas de autob¨²s", le dije. Y decidi¨® que aprender¨ªa a montar en metro. Otra nueva experiencia para ¨¦l fue ir a cenar a un restaurante ¨¢rabe. Le invit¨¦ porque me chiv¨® uno de sus amigos que no hab¨ªa comido en todo el d¨ªa. Pero ¨¦l se lo hab¨ªa callado. Nunca pide nada, para ¨¦l siempre est¨¢ todo bien. Le llev¨¦ y hab¨ªa una chica bailando una danza oriental. No daba cr¨¦dito a lo que ve¨ªa. La muchacha, vestida con un traje semi transparente, lleno de velos y moneditas que hac¨ªa sonar con el movimiento de sus caderas, le dej¨® boquiabierto. Le ofrec¨ª salir a bailar con ella y casi le da un infarto. "?No, por favor, no quiero, no digas nada!", me dec¨ªa entre risas.
Juntos fuimos al centro de atenci¨®n a migrantes subsaharianos Karib¨², que tiene una fama muy merecida por su labor de ayuda e integraci¨®n de estas personas. Pero estaba cerrado hasta el 3 de septiembre, y nos vimos en una situaci¨®n complicada porque no sab¨ªa d¨®nde cobijar a mi nuevo amigo.
Hasta aqu¨ª, la primera parte de la aventura de Drisse en Europa. El pr¨®ximo mi¨¦rcoles 1 de octubre publicaremos la siguiente entrega con el desenlace de la historia.
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