Rajoy en China
La ambici¨®n desbocada es mala consejera y conduce a quien la padece a cometer tremendas torpezas
El martes pasado se abrieron los cielos, se movi¨® la tierra bajo nuestros pies, hab¨ªa en el aire un olor a fin de los tiempos. As¨ª las cosas, quien esto escribe se asom¨® a la terraza de la Cadena Ser para ver si Dios le gui?aba el c¨¦lebre ojo. No puedo decir que lo viera, pero les aseguro que lo present¨ª. Saqu¨¦ unas fotos al buen tunt¨²n de los tejados de Madrid y cuando las vi por la noche a la luz de mi ordenador me pareci¨® que ni John Ford pod¨ªa haber colocado las nubes de manera tan po¨¦tica. El martes, amigos, Espa?a tembl¨®. Y no digo nada cuando entr¨¦ en los estudios de la radio. Cuando entr¨¦ en los estudios aquello ya fue el acabose. Del periodista talludo a la atribulada becaria no hab¨ªa quien no sintiera el coraz¨®n acelerado. Y era esta una escena que se repet¨ªa, con igual intensidad, en cada uno de los estudios de cada una de las emisoras a todo lo largo y ancho del mapa auton¨®mico. Yo me sent¨ª como en medio, como molestando, como ese burro que en mitad de la batalla est¨¢ que no sabe para d¨®nde tirar. Siempre me pasa, cuando me hallo en el epicentro de una emoci¨®n colectiva siento que no estoy a la altura de tanta algarab¨ªa.
Hab¨ªa dimitido un ministro.
Hab¨ªa dimitido un ministro y se comprende que, ante la falta de costumbre, el pueblo se altera. Y m¨¢s los periodistas, que resignados como est¨¢n a roer interminablemente el hueso de asuntos que no alcanzan nunca un desenlace, cuando se encuentran ante la evidencia de que ha pasado algo, un rey ha abdicado o un ministro dimitido, se ponen como el perro al que, por fin, se le da algo de chicha.
Me atrever¨ªa a decir, no sin tristeza, que lo habitual ha acabado siendo anunciar cada semana un nuevo caso de corrupci¨®n o un error pol¨ªtico garrafal y lo excepcional que alguien pague o dimita por ello. Pero el caso es que ha habido un tipo que dimiti¨® y hemos pasado la semana analizando tan singular suceso. Lo hemos exprimido ante el p¨²blico, en debates y art¨ªculos, y tambi¨¦n en esos sanedrines en los que cuchichea gente que sabe y no cuenta. ?Mi conclusi¨®n considerando lo o¨ªdo aqu¨ª y all¨¢? Pues lamento decirles que para m¨ª Gallard¨®n es un enigma, y quien diga que entiende a este hombre peculiar miente. Miente con toda su boca, miente con todos sus dientes, como rezaban los versos. Existe la explicaci¨®n ideol¨®gica de aquellos que afirman que el ministro actu¨® seg¨²n sus convicciones ultraconservadoras. Desde luego, no ser¨¦ yo quien diga que no posee el hombre esas convicciones, de hecho, las ha estado defendiendo con pasi¨®n desde que se hizo cargo de su cartera, pero hace ya tiempo que pienso que la ideolog¨ªa no es una explicaci¨®n absoluta del comportamiento humano. Hay veces en que s¨®lo es la consecuencia de pulsiones internas. No hay ideolog¨ªa que nos prive a los seres humanos de las pasiones shakesperianas. La ambici¨®n y el poder son motores m¨¢s fuertes que el sesgo pol¨ªtico. En mi opini¨®n, este ministro que dimiti¨® en el pa¨ªs en el que nadie dimite se ha venido caracterizando en su err¨¢tica y con exceso pasional carrera por no saber manejar una ambici¨®n, sin duda sobresaliente, con inteligencia. Nunca dio la impresi¨®n de estar en el lugar que cre¨ªa a su altura, ni siendo alcalde ni siendo presidente de una comunidad.
Lo habitual es anunciar un nuevo caso de corrupci¨®n y lo excepcional que alguien pague o dimita por ello
Cuando ostentaba esos cargos a?oraba otros de mayor altura y desahogaba su insatisfacci¨®n con personas poco cercanas a ¨¦l ¡°ideol¨®gicamente¡±, las mismas que pensaron (ingenuamente) durante unos a?os que Gallard¨®n ser¨ªa quien encarnara una derecha a la europea. Su vida pol¨ªtica ha sido una queja continua, un amago de dimisi¨®n, una aspiraci¨®n frustrada. Cuando lleg¨® al Gobierno quiso prosperar haci¨¦ndose querer por el sector m¨¢s integrista, no ya del partido, sino de la sociedad. Y result¨® que era menor de lo que Gallard¨®n pensaba. ?Lo hizo por pura convicci¨®n o por un mal c¨¢lculo? Hay cosas que nunca sabremos, pero la ambici¨®n desbocada es mala consejera y conduce a quien la padece a cometer tremendas torpezas. Tampoco podremos saber cu¨¢nto se le anim¨® en los despachos a enfangarse en la reforma del aborto: es habitual que cuando en los partidos algo huele a fracaso se provoque una desbandada que busca aislar a quien debe asumirlo en su totalidad. Cuando el exministro hizo p¨²blica su pretensi¨®n de reforma de la ley del aborto, escrib¨ª un art¨ªculo que se llamaba ¡°?Por qu¨¦, Gallard¨®n?¡±. No entend¨ªa su empe?o en ir contra la l¨®gica de los tiempos. Hoy, podr¨ªa titular de igual manera esta columna. Su proceder durante estos a?os se me escapa. S¨®lo un car¨¢cter empecinado, tan soberbio como para no olerse el error, pudo implicarse en semejante proceso. Esa ley del aborto no cuadraba con las espa?olas de hoy y hab¨ªa que ser muy ciego o muy ignorante para no darse cuenta.
No sabremos qui¨¦n lo apoy¨®, qui¨¦n le jale¨® en secreto, qui¨¦n le prometi¨® qu¨¦, qui¨¦n negoci¨® en la sombra con la libertad de las mujeres, a cambi¨® de qu¨¦ se le anim¨® a esta reforma para cortarle luego la cabeza. Por mucho que escuchen teor¨ªas de insignes expertos, h¨¢ganme caso, tanto el personaje como su entorno son un enigma. Y, desde luego, si hay alguien de quien no se puede esperar una explicaci¨®n racional de esta crisis es del presidente Rajoy, que como suele ocurrir cuando algo tiembla, estaba en China.?
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