Los ni?os del carb¨®n
El Gobierno filipino ha destruido los hornos y las casas donde cientos de menores trabajaban y viv¨ªan con sus familias
Para llegar a Smokey Mountain hay que atravesar el mercado de Divisoria, que separa los barrios de Binondo y Tondo, el distrito geogr¨¢fico m¨¢s poblado de Manila. El tr¨¢fico en este punto es a¨²n m¨¢s ca¨®tico que en el resto de la ciudad. A un lado de la carretera, los muelles de carga del Puerto de Manila son una continua entrada y salida de enormes camiones. Al otro lado, peque?as casas y decenas de personas caminando entre los coches y los arcenes, y cada cien metros, cuando el muro que divide ambos sentidos se rompe, un cami¨®n, un coche, una peque?a motocicleta, aprovechan para cambiar el sentido, provocando un caos a¨²n mayor.
Fuera ya de la autopista, en las calles, poco a poco el fango est¨¢ m¨¢s presente y la sensaci¨®n de falta de ox¨ªgeno tambi¨¦n. Cuando se entra en Smokey Mountain, el aire se va enrareciendo, y todo se ve rodeado por una densa y h¨²meda neblina. Llegado un punto, ning¨²n veh¨ªculo contin¨²a, las calles se vuelven especialmente estrechas y es necesario seguir a pie. En Smokey Mountain no entran coches, peque?as tablas de madera gu¨ªan los pasos sobre canales de aguas densas y estancadas donde continuamente cae una pelota de baloncesto, el deporte nacional en Filipinas si exceptuamos las peleas de gallos. El humo ya atraviesa los pulmones y provoca tos de manera irremediable mientras se camina entre viviendas construidas a partir de fr¨¢giles planchas de metal que se amontonan unas sobre otras. Todos los caminos serpentean hacia el coraz¨®n de Smokey Mountain, 200 hornos en los que hasta hace un par de meses se procesaban diariamente toneladas de madera, transform¨¢ndola en carb¨®n.
En 1998, Thomas Tham ¡ªfundador de Empowering Lives Asia (ELA)¡ª visit¨® por primera vez Smokey Mountain. "No fue hasta 2008 cuando decid¨ª quedarme, tras el desalojo de la comunidad de Old Smokey Mountain, al otro lado de la bah¨ªa. Entonces el Gobierno prometi¨® casas que nunca llegaron y, finalmente, se quedaron en los terrenos que hoy conforman New Smokey Mountain, parcelas abandonadas en el gran vertedero junto al que viv¨ªan".
El pasado julio, el Ejecutivo filipino decidi¨® demoler tambi¨¦n New Smokey Mountain y avis¨® a sus habitantes con tan s¨®lo dos semanas de antelaci¨®n, por lo que a la mayor¨ªa la decisi¨®n les cogi¨® por sorpresa. Seg¨²n Thomas Tham, muchos de ellos ni siquiera sab¨ªan d¨®nde ir, puesto que el Gobierno, s¨®lo en los casos en los que la familia era propietaria de una casa, les ofreci¨® una vivienda alternativa en otra provincia, lejos de Tondo. ¡°En el caso de que rechazaran la casa como compensaci¨®n, la Administraci¨®n ofreci¨® una peque?a ayuda econ¨®mica, tan peque?a que ni siquiera sirve para pagar la mitad de una nueva, y mucho menos para iniciar un negocio¡±.
La asociaci¨®n Empowering Lives Asia lucha por buscar un futuro para los ni?os
En el a?o 2011 Thomas cre¨® Young Warriors, un grupo de ni?os de Smokey Mountain apadrinados gracias a las donaciones privadas que llegan de diferentes personas en el mundo. ¡°Basado en dos principios fundamentales, educaci¨®n y medios de vida alternativos, ELA ha logrado en estos a?os poder patrocinar los estudios de unos 200 ni?os y dotar a muchas de sus familias de medios de vida alternativos a la producci¨®n del carb¨®n, como la creaci¨®n de peque?os negocios que se extienden entre la comunidad gracias a un sistema de microcr¨¦ditos que las familias devuelven poco a poco¡±.
Ante esta realidad, uno de los retos de Thomas era inculcar a sus guerreros valores como orgullo y dignidad, y mantener su autoestima que en ocasiones ve¨ªan amenazada, ¡°como cuando acud¨ªan al colegio y sus compa?eros de clase se re¨ªan de ellos por el olor a humo que desprend¨ªan¡±. Thomas ha luchado por que el grupo fortalezca a la comunidad, y por eso al menos una vez por semana, los j¨®venes Young Warriors se vest¨ªan con los uniformes de boy scout, y realizaban diferentes tareas en beneficio de la misma, creando de esta manera un sentimiento de grupo, y animando a otras familias a unirse al proyecto. ¡°La finalidad no era otra que alejar a los ni?os del trabajo en los hornos. Las jornadas pod¨ªan llegar a durar 16 horas, pero si iban a la escuela, esa jornada se reduc¨ªa a m¨¢s de la mitad. Pero no eran pocas las ocasiones en que faltan a clase, ya que la familia necesita de su trabajo para poder llegar a tiempo con la venta del carb¨®n¡±, relata.
Los hornos de carb¨®n funcionaban las 24 horas del d¨ªa y junto a ellos viv¨ªan alrededor de 2.000 familias
Cuando visitamos Smokey Mountain estaba a¨²n en pleno funcionamiento; hab¨ªa aproximadamente 200 hornos operando. Se repart¨ªan entre las familias de la comunidad, que ten¨ªan que pagar 200 d¨®lares para lograr la licencia que les permit¨ªa explotarlos. Estaban activos las 24 horas del d¨ªa y en torno a ellos viv¨ªan alrededor de 2.000 familias, aunque el n¨²mero es dif¨ªcil de concretar, porque constantemente llegaban nuevas que se instalaban en busca de trabajo. La mayor¨ªa contaba con modestas viviendas, algunas oficiales y otras no, pero cada noche, alrededor de una vieja televisi¨®n, decenas de ni?os se amontonaban para mirar su serie favorita. Algunos de ellos dorm¨ªan en casa de alg¨²n amigo y otros muchos lo hac¨ªan alrededor de los hornos en los que al d¨ªa siguiente trabajar¨ªan para dejarlo preparado, y que de esta manera pudiera comenzar el proceso para la obtenci¨®n del carb¨®n.
Una vez preparado el horno, las familias sol¨ªan recurrir a la mano de obra extra y barata que les supon¨ªan los ni?os de Smokey Mountain. El trabajo en la cadena de producci¨®n del carb¨®n depend¨ªa de la edad de cada uno. Los m¨¢s peque?os, que no sol¨ªan tener m¨¢s de ocho o nueve a?os, no se empleaban a¨²n en tareas mayores, y se dedicaban a ir de horno en horno, cargados con peque?os sacos que iban llenando de los clavos que encontraban entre las cenizas. Son mucho m¨¢s f¨¢ciles de arrancar que directamente de la madera, pero tambi¨¦n hab¨ªa bisagras, tornillos, peque?as piezas de metal que despu¨¦s revend¨ªan, consiguiendo sacar algo menos de un d¨®lar por saco. Algunos, algo m¨¢s mayores, se adentraban en el vertedero que hay junto a Smokey Mountain y all¨ª recog¨ªan botellas de pl¨¢stico que tambi¨¦n revend¨ªan.
A medida que los ni?os crecen, sus trabajos se endurecen. Comienzan a limpiar los hornos y las tareas de limpieza exigen? continuos viajes al mar cargados con cubos de agua que usan para enfriar el suelo de los hornos. Una vez enfriados, comienzan las labores de limpieza, con palas que manejan con la destreza de un adulto. Mientras tanto, dos o tres de los ni?os transportan la madera que la familia ha comprado para quemar. Poco a poco la van lanzando para apilarla junto al horno, donde se coloca dejando respiraderos para el humo, de modo que el proceso de quema se acelera, y tardan en obtener el carb¨®n unos cuatro o cinco d¨ªas, en lugar de los 11 que tarda el proceso habitualmente.
La rapidez era algo fundamental para lograr mantener el ritmo de producci¨®n y todas las manos eran bienvenidas, sobre todo teniendo en cuenta que en muchos de los casos alg¨²n miembro de la familia estar¨¢ enfermo, d¨¦bil, cansado. La tuberculosis, la hepatitis A, las enfermedades respiratorias y los problemas en la piel son afecciones comunes en la vida en los hornos, y reducen la esperanza de vida del lugar a los 40 a?os. El humo que proviene de la madera ardiendo es especialmente t¨®xico al final de cada quema, cuando su color marr¨®n indica que el proceso ha terminado y el carb¨®n est¨¢ listo para recogerse. Pero no s¨®lo el humo. El agua es otra de las principales causas de enfermedad, ya que comprar una garrafa de agua potable suponer un precio de unos 20 pesos (35 c¨¦ntimos), que muchos de las familias no pueden pagar, por lo que compran el agua sin tratar. Adem¨¢s, los accidentes debidos a caminar descalzos entre la madera por culpa de los clavos que sobresalen amenazantes, provocan m¨²ltiples heridas con infecciones muy complicadas de curar en la mayor¨ªa de los casos.
Una vez recogido el carb¨®n en sacos, las familias los vend¨ªan a un precio aproximado de 400 pesos (siete euros). Esto puede suponer para una familia un total de unos 8.000 pesos semanales seg¨²n los c¨¢lculos de ELA. A ese dinero, hab¨ªa que descontar el precio por la compra de la madera y el pago de la mano de obra contratada para los diferentes trabajos que hab¨ªa que realizar. Uno de ellos, quiz¨¢s el m¨¢s importante, es el transporte del carb¨®n para su entrega. Los camiones que recogen el carb¨®n s¨®lo esperan unos minutos en la autopista, fuera de Smokey Mountain, por lo que los sacos han de transportarse r¨¢pidamente. Si no, la venta se perder¨¢, y la familia no podr¨¢ pagar la siguiente remesa de madera, lo que provocar¨¢ menos beneficios y obligar¨¢ a realizar trabajos extraordinarios a sus miembros.
En un principio, el objetivo de Thomas, a trav¨¦s de ELA, era ayudar a los ni?os que trabajaban en los hornos y que pudieran alejarse poco a poco de ellos a trav¨¦s de programas educativos, as¨ª como intentar procurarles el acceso a la sanidad b¨¢sica, debido al gran n¨²mero de enfermedades respiratorias e infecciosas que sufre la poblaci¨®n all¨ª y poner en marcha programas de nutrici¨®n para los m¨¢s peque?os. Pero desde que Smokey Mountain fue barrido por el Gobierno, la labor de ELA ahora se centra en 30 familias divididas entre Tondo y la provincia de Bulacan, donde est¨¢ construyendo un centro para facilitar que los ni?os contin¨²en sus estudios y facilitar a sus familias el acceso a nuevos negocios.
No obstante, la decisi¨®n tomada por el Gobierno ha provocado unas consecuencias grav¨ªsimas. Ha privado a una comunidad de su principal medio de vida. Y en la gran mayor¨ªa de los casos, sin ning¨²n tipo de compensaci¨®n a cambio. Seg¨²n Thomas Tham, ¡°a d¨ªa de hoy, esas 30 familias siguen esperando en el vertedero que el Gobierno les entregue su casa. Pero la peor parte del conflicto sin duda es para los ni?os, aquellos Young Warriors que, sin familia, viv¨ªan en Smokey Mountain". ELA est¨¢ intentando encontrar a familiares de estos peque?os y, en algunos casos, poder apadrinarlos, pero los recursos no son los suficientes. Muchos de ellos siguen acudiendo a diario al vertedero y, entre monta?as de basura humeante, buscan pl¨¢stico con el que llenar sacos que vender despu¨¦s y lograr as¨ª el d¨®lar diario que necesitan para poder comer.
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