El gusto por lo corto
Hoy: el estilo no est¨¢ en las preposiciones (tercera y ¨²ltima parte)
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/TOCCGDOYARJMZMHJ3ILH7C2OL4.jpg?auth=6b937462def1e1be6ae940afd1635b271e64cdc52acd65303aa93d926111c9df&width=414)
Hay una serie de preposiciones que, no sabemos por qu¨¦, aunque seguro que no es por el principio de econom¨ªa, solemos evitar en la lengua diaria, decant¨¢ndonos por locuciones de significado equivalente pero con mayor n¨²mero de s¨ªlabas. Normalmente, cuando hablamos, no decimos tras, bajo ni ante a no ser en usos fijos o espec¨ªficos, sino otras f¨®rmulas compuestas de tres o m¨¢s s¨ªlabas (detr¨¢s de; despu¨¦s de, al cabo de, dentro de; debajo de; delante de) que, no nos pregunten tampoco por qu¨¦, suelen incluir la preposici¨®n de, sin duda una de nuestras favoritas.
Cuando decimos lengua diaria no nos estamos refiriendo realmente a la lengua coloquial. ?ste es un nivel que establece oposici¨®n efectiva con el nivel formal, culto o literario: si coloquialmente decimos ¡°p¡¯alante¡±, o nos olvidamos el ¡°de¡± cuando ¡°nos damos cuenta que¡± o el ¡°en¡± cuando ¡°nos fijamos que¡±, o llamamos a nuestro interlocutor cada dos por tres ¡°t¨ªo¡± o ¡°t¨ªa¡±, o no terminamos las frases, o nos liamos ¡°mogoll¨®n¡±, del mismo modo evitamos este tipo de abandonos cuando nos ponemos a escribir o a hablar en p¨²blico o en situaciones formales. No es el caso de las locuciones preposicionales mencionadas en el p¨¢rrafo de arriba: no hay en ellas nada que nos reprima de utilizarlas en contextos no familiares. Podemos perfectamente decir debajo de y ni siquiera pensar que estamos salvando el honor. Y, sin embargo, algo se activa en nuestra conciencia y de pronto nos ponemos a decir bajo.
No nos referimos, evidentemente, a casos en los que no sea posible la variaci¨®n: ¡°bajo cero¡±, ¡°bajo seud¨®nimo¡±, ¡°bajo amenaza¡±, ¡°bajo el efecto¡± etc. son siempre bajo, y no debajo de, en casa o fuera de ella. La elecci¨®n se presenta cuando tenemos que referirnos literalmente a un espacio situado a nivel inferior que otro. Es entonces cuando nos acecha ominosamente ese bajo, m¨¢s corto y al mismo tiempo tan seductor. Por supuesto no es incorrecto utilizarlo, pero a veces parece que la correcci¨®n puede crear extra?as distorsiones estil¨ªsticas. El efecto es tanto m¨¢s acusado cuanto m¨¢s casera sea la realidad a la que nos referimos en el enunciado:
Con ¡®bajo¡¯, la elecci¨®n se presenta cuando tenemos que referirnos a un espacio situado a nivel inferior que otro
¡°¡ el periodista recogi¨® los documentos, mir¨® a su alrededor y, levant¨¢ndose con presteza, fue a meterlos bajo el sof¨¢¡± (Arturo P¨¦rez Reverte, El maestro de esgrima (1988), Alfaguara, Madrid, 1995, p. 200).
¡°Said ha depositado bajo la silla una palangana llena de carbones encendidos e incienso¡± (Alejandro Jodorowsky, La danza de la realidad, Siruela, Madrid, 2001, p. 330).
¡°Los fogones: No deben estar bajo la ventana ni cerca de los grifos¡± (Mariano Bueno, El libro pr¨¢ctico de la casa sana, RBA, Barcelona, 2004, p. 84).
¡°Tengo que poner las zapatillas bajo la cama, comprobar que las persianas cierran, que la ducha tiene un chorro decente¡± (Margaret Mazzantini, La palabra m¨¢s hermosa, Lumen, Barcelona, 2010, trad. de Roberto Falc¨® Miramontes, Google Libros).
En un peque?o universo de muebles y enseres dom¨¦sticos, ?qui¨¦n dice que pone una cosa bajo el sof¨¢, bajo la silla, bajo la ventana? ?Pone alguien las zapatillas bajo la cama? Nos tememos que no. Solemos poner todas esas cosas debajo de. El efecto suena incluso m¨¢s violento, independientemente ahora de la realidad designada, cuando la preposici¨®n se inscribe en un contexto (ahora s¨ª) claramente coloquial:
?Qui¨¦n dice que pone una cosa ¡®bajo el sof¨¢, bajo la silla, bajo la ventana¡¯? Solemos poner esas cosas ¡®debajo de¡¯
¡°Pues a ti te toca resolver la papela, que yo voy a esconderme bajo el piano¡± (Miguel Romero Esteo, El vodevil de la p¨¢lida, p¨¢lida, p¨¢lida, p¨¢lida rosa, Fundamentos, Madrid, 1979, p. 100).
¡°Despu¨¦s ya nada me importar¨¢ y si el casero me pone la maleta en la calle ir¨¦ a dormir bajo un puente, si llega el caso¡± (Francisco Miranda de Rojas, Amarillo lim¨®n, Huerga y Fierro, Madrid, 2002, p. 79).
¡°El Gobierno acusa al PP y a CiU de ¡®hacer manitas bajo la mesa¡¯¡± (titular, Diario de Mallorca, 21/IX/09).
O hablamos coloquialmente, o no lo hacemos. Estas mezcolanzas resultan algo sospechosas: ?por un lado resolvemos ¡°la papela¡± pero por otro nos escondemos ¡°bajo el piano¡±? ?Todo en la misma frase? Y¡ ?las manitas se hacen (por) debajo de la mesa!
Otra preposici¨®n, m¨¢s breve a¨²n, que es v¨ªctima del mismo proceso, es tras. Nuevamente debemos decir que no nos referimos a usos obligados como ¡°d¨ªa tras d¨ªa¡± o ¡°tras la pista¡±, sino a aquellos en los que se permite variaci¨®n, es decir, a aquellos en que podemos elegir despu¨¦s de o al cabo de cuando encabeza un complemento circunstancial de tiempo, o detr¨¢s de cuando el complemento es de lugar.
Otra preposici¨®n, que es v¨ªctima del mismo proceso, es ¡®tras¡¯.? Y no nos referimos a usos como ¡°d¨ªa ¡®tras¡¯ d¨ªa¡±
Tiempo:
?¡°Corta el calabac¨ªn en rodajas y, tras pasarlas por harina, fr¨ªelas en abundante aceite¡± (Karlos Argui?ano, 1069 recetas, Asegarce/Debate, Barcelona, 1996, p 221): despu¨¦s de.
¡°Ah¨ª se inmut¨® un poco, pero tras un segundo contest¨® con naturalidad¡± (Alicia Gim¨¦nez Barlett, Serpientes en el Para¨ªso, Planeta, Barcelona, 2002, p. 69): al cabo de.
¡°¡ me acost¨¦ tras escribir la ¨²ltima l¨ªnea y he dormido como ninguna de las noches pasadas¡± (Gregorio Salvador Caja, El eje del comp¨¢s, Planeta, Barcelona, 2002, p. 342): despu¨¦s de.
¡°Felic¨ªtate tras cada esfuerzo, tras cada logro importante, an¨ªmate a ti mismo¡± (Bernab¨¦ Tierno, Vivir en familia. El oficio de ser padres, San Pablo, Madrid, 2004, p. 128): despu¨¦s de.
¡°Espa?a es tras Jap¨®n el pa¨ªs m¨¢s ruidoso del mundo¡± (Mariano Bueno, El libro pr¨¢ctico de la casa sana, RBA, Barcelona, 2004, p. 126): ?despu¨¦s de, detr¨¢s de, por el amor de Dios!
Y ahora lugar (detr¨¢s de):
¡°¡ y tras la ropa apareci¨® el cuerpo de ella, desnudo y con mil heridas¡± (Ram¨®n Ayerra, La lucha in¨²til, Debate, Madrid, 1984, p. 81).
¡°Andamos por caminos de tierra y a los costados, tras las alambradas, los campos se suceden altos y bajos¡± (Yuyu Germ¨¢n, El pa¨ªs de las estancias, Emec¨¦, Buenos Aires, 1999, p. 135).
¡°Si bien la fachada no era del todo visible tras la vegetaci¨®n, las puertas y ventanas parec¨ªan estar siempre cerradas¡± (C¨¦sar Aira, Varamo, Anagrama, Barcelona, 2002, p. 84).
¡°Escondida tras unos helechos vio la silueta de la doctora en la tenue luz de la luna¡± (Isabel Allende, La Ciudad de las Bestias, Montena, Barcelona, 2002, p. 270).
Sorprende la cantidad de ¡®tras¡¯ que pueden aparecer en un escrito una vez le ha picado a uno el gusanillo
As¨ª, aisladamente, no parece que haya demasiado que reprochar a la mayor¨ªa de estos ejemplos literarios. Pero sorprende la cantidad de tras que pueden llegar a aparecer en el curso de un escrito una vez le ha picado a uno el gusanillo. Si ya no es frecuente decir tras en la lengua diaria, leerlo repetidamente a lo largo de un texto crea un efecto general de pretenciosa violencia, pues uno vuelve a preguntarse por qu¨¦ querr¨¢ marcar el autor las distancias ?es decir, marcar su estilo? sirvi¨¦ndose precisamente de una preposici¨®n.
Ya que estamos con tras, no queremos dejar pasar la oportunidad de invocar una de nuestras redundancias favoritas, que no puede faltar en ninguna novela que se precie:
¡°Julio cerr¨® la puerta tras de s¨ª y dej¨® sobre la mesa el original de Orlando Azc¨¢rate¡± (Juan Jos¨¦ Millas, El desorden de tu nombre (1988), Alfaguara, Madrid, 1994, p. 65).
¡°Cerr¨® la puerta tras de s¨ª y se qued¨® de pie con la luz apagada sin saber qu¨¦ hacer¡± (Rosa Reg¨¢s, Azul, 1994, Destino, Barcelona, p. 190).
¡°Hola, Cristina ?dice, y besa a su suegra en la mejilla, tras cerrar la puerta tras de s¨ª¡± (Jaime Bayly, La mujer de mi hermano, Planeta, Barcelona, 2002, p. 70).
Bueno, ya o¨ªmos la voz de los partidarios del ¡°matiz¡±. Es que es posible cerrar la puerta ante s¨ª, dir¨¢n. ?De veras? Bueno es saberlo.
Vamos finalmente con ¡®ante¡¯. Es ¨¦sta una preposici¨®n que se ha especializado en los usos menos literales
Vamos finalmente con ante. Es ¨¦sta, curiosamente, una preposici¨®n que creemos que se ha especializado en los usos menos literales, es decir, cuando no significa f¨ªsicamente delante de y no puede cambiarse por dicha locuci¨®n. Los ejemplos siguientes nos parecen completamente normales:
¡°¡ sus v¨ªctimas viven tan apegadas a su mal que no pueden prescindir de ¨¦l y, ante el peligro de sentir su carencia, lo acrecientan¡± (Anna Maria Moix, Vals negro, Lumen, Barcelona, 1994, p. 196).
¡°No retroceden ante nada, son valientes¡± (Isabel Allende, La Ciudad de las Bestias, ed. cit., p. 87).
¡°Espa?a dice que su posici¨®n ante la entrada de una Escocia independiente en la UE depender¨ªa de Londres¡± (titular, Europa Press, 16/XII/13).
En cambio, estos que vienen ahora suenan totalmente anormales:
¡°Nadie se detuvo ante la casa¡± (Juan Benet, Sa¨²l ante Samuel (1980), C¨¢tedra, Madrid, 1994, p. 243).
¡°Me esperaba ante una mesa del caf¨¦-terraza en compa?¨ªa de su ayudante¡± (Jos¨¦ Revueltas, Dios en la tierra, Era, M¨¦xico D. F., 1981, p. 20).
¡°Biralbo se puso ante ¨¦l y lo oblig¨® a detenerse¡± (Antonio Mu?oz Molina, El invierno en Lisboa (1987), Seix Barral, Barcelona, 1995, p. 146).
¡°¡ err¨® dando vueltas por la ciudad y hasta permaneci¨® bastante rato ante la puerta del cine¡± (Luis Melero, La desband¨¢, Roca, Barcelona, 2005, Google Libros).
¡°Rochelle estaba ante el ordenador¡± (John Grisham, Los litigantes, Plaza & Jan¨¦s, Barcelona, 2013, trad. de Fernando Gari Puig, Google Libros).
Uno de los comunes errores del estilista es crear oposiciones all¨ª donde no las hay
?Realmente alguien ¡°permanece¡± ante, y no delante de, la puerta del cine? (Bueno, la verdad es que si ¡°permanece¡±, podemos esperarnos cualquier cosa.) ?Se detiene ante, y no delante de, la casa? ?Est¨¢ ante, y no delante de, el ordenador? Frente a tambi¨¦n podr¨ªa haber valido en alguno de estos casos: los autores ten¨ªan realmente d¨®nde elegir. Pero una pulsi¨®n irresistible los ha arrastrado al ante.
?Es posible que en nuestra conciencia delante de, despu¨¦s de, debajo de, detr¨¢s de, que tanto se oyen en la vida diaria, se hayan ganado una infame reputaci¨®n de coloquialismos? Uno de los comunes errores del estilista es crear oposiciones all¨ª donde no las hay. Que una palabra sea de uso frecuente y ordinario no significa que sea un coloquialismo ni mucho menos una vulgaridad. Ni ¡°agua¡± ni ¡°dormir¡± ni ¡°bueno¡± ni ¡°ayer¡± son coloquialismos por mucho que formen parte del vocabulario de todos los d¨ªas; tampoco nos cortamos de decir esas palabras cuando la situaci¨®n exige formalidad¡ o literatura. Son neutras y polivalentes, nunca nos hacen quedar mal. Pero quiz¨¢ ese concepto de neutralidad sea el que m¨¢s les cueste entender a los estilistas: ellos siempre parecen preguntarse para qu¨¦ va uno a tener estilo si no se va a notar.
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