Los que miran a la muerte de cara
La ciudad de Kobane, en el norte de Siria, protagoniza una resistencia ag¨®nica frente al Estado Isl¨¢mico. Los kurdos son la ¨²nica esperanza de Occidente para detener el avance del radicalismo en la regi¨®n.
Estos d¨ªas en que Kobane est¨¢ de actualidad, sencillamente porque la est¨¢n destruyendo, he recordado c¨®mo en una ocasi¨®n, hace algunos a?os, la ciudad de Kobane entr¨® en cierto modo en mi vida. Fue durante un viaje a las ruinas bizantinas abandonadas del norte de Siria. Fuimos acompa?ados por un taxista de Alepo. ?l nos gui¨® entre los restos de aquellas urbes, cuyo abandono, por parte de sus habitantes, sigue siendo un misterio. El momento culminante de la visita nos condujo a las espl¨¦ndidas piedras blancas que contemplaron, siglos atr¨¢s, la asc¨¦tica terquedad de Sim¨®n el Estilita. No era dif¨ªcil imaginarse al viejo Sim¨®n encaramado a su columna despreciando los bienes mundanos bajo el cielo azul turquesa del atardecer.
Como el territorio recorrido era amplio y el viaje duraba varias horas hubo ocasi¨®n de escuchar las explicaciones del taxista. Trabajaba en Alepo pero era de Kobane, una peque?a ciudad perteneciente al propio distrito de Alepo. As¨ª se incorpor¨®, por as¨ª decirlo, Kobane a mi vida. El taxista amaba su ciudad natal y siempre que pod¨ªa viajaba hasta ella para permanecer unos d¨ªas con su familia. Nos explic¨® que en un inicio era s¨®lo un poblado y que deb¨ªa su nombre a la compa?¨ªa alemana que constru¨ªa la l¨ªnea de ferrocarril que ten¨ªa que llegar a Bagdad. Pese a ese inicio modesto Kobane ten¨ªa un pr¨®spero bazar, una docena de mezquitas y tres iglesias armenias. Por lo que cont¨®, los armenios se hab¨ªan instalado all¨ª escapando del genocidio causado por los turcos. Sin embargo, el taxista era kurdo, como la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n de Kobane.
Esto, naturalmente, acentu¨® mi inter¨¦s por aquel personaje de poblado mostacho y maneras delicadas. En alguna que otra ocasi¨®n he relatado mi simpat¨ªa por los kurdos, pese a haber conocido a pocos de ellos y no haber estado nunca en el Kurdist¨¢n propiamente dicho. De hecho, como acostumbra a ocurrir con este tipo de simpat¨ªas, su neblinoso origen est¨¢ anclado en impresiones ocurridas en la infancia o en la adolescencia, a menudo vinculadas a libros o pel¨ªculas. En mi caso esta impresi¨®n se desencaden¨® al asociar un titular de peri¨®dico con la secuencia de una pel¨ªcula. En ambos casos se trataba del desigual enfrentamiento entre Ej¨¦rcitos. El titular se refer¨ªa a una carga de la caballer¨ªa dirigida por Mustaf¨¢ Barzani, legendario l¨ªder kurdo, contra los tanques turcos, y la secuencia de la pel¨ªcula Lawrence de Arabia mostraba al rey Faisal ¡ªel actor Alec Guinness¡ª encabezando a un grupo de jinetes a caballo que trataban de combatir desesperadamente contra los aviones enviados por el Imperio Otomano. En mi memoria ambas acciones quedaron asociadas. Con posterioridad, de modo casual, le¨ª la necrol¨®gica de Barzani en un diario de Estados Unidos, pa¨ªs en el que acababa de morir, y se increment¨® mi curiosidad por el personaje. El fiero caudillo, que en una fotograf¨ªa aparec¨ªa armado hasta los dientes, se hab¨ªa confesado amante de los poetas rom¨¢nticos ingleses, a los que hab¨ªa estudiado en la Universidad de Mosc¨², en su ¨¦poca de estudiante exiliado, con una preferencia especial por John Keats, de quien, a juzgar por lo que refer¨ªa la necrol¨®gica, recitaba de memoria varios poemas, singularmente Oda a un ruise?or.
El taxista de Kobane conoc¨ªa a la perfecci¨®n los prodigios militares de Mustaf¨¢ Barzani, al que equiparaba con el gran Saladino, tambi¨¦n kurdo al parecer. Sin embargo, reservaba su mayor admiraci¨®n para los combatientes guerrilleros y por ¨¦l supe el significado de la expresi¨®n peshmerga con la que se los denominaba en la prensa: los que miran a la muerte de cara. Aquella tarde, entre las ruinas de las ciudades bizantinas y bajo la advocaci¨®n de Sim¨®n el Estilita, recib¨ª un curso acelerado de historia kurda.
Los?¡®peshmergas¡¯ se enfrentan con armas anticuadas a los modernos arsenales yihadistas
Cuando uno se adentra en ese escenario, al fondo siempre reaparece el arbitrario trazado de fronteras establecido en la Primera Guerra Mundial tras el desmoronamiento del Imperio Otomano. Este estigma de nacimiento, impuesto por las potencias coloniales, ha marcado el destino de Irak, Siria, Jordania, L¨ªbano o Palestina. Tambi¨¦n, naturalmente, el de los kurdos, la principal etnia sin Estado propio de la zona, con alrededor de 40 millones de personas. Los acuerdos m¨¢s o menos secretos de 1916 entre los diplom¨¢ticos Mark Sykes y Fran?ois Georges-Picot, en representaci¨®n de Gran Breta?a y Francia respectivamente, ilustran ahora a la perfecci¨®n, casi cien a?os despu¨¦s, la magnitud del desastre que se avecinaba. Algo de esto quiz¨¢ pudo intuir el coronel Lawrence cuando se opuso a esos tratados por creerlos perjudiciales para la causa ¨¢rabe. Lo cierto es que despu¨¦s del acuerdo Sykes-Picot Lawrence de Arabia abandon¨® Oriente Pr¨®ximo para sumirse en su ostracismo final.
Como ha venido sucediendo desde hace d¨¦cadas c¨ªclicamente los kurdos han vuelto a asomarse en las p¨¢ginas de los peri¨®dicos y en las pantallas de los informativos. La raz¨®n es que los peshmerga son los encargados de detener a las fan¨¢ticas milicias del Estado Isl¨¢mico. Las noticias que nos llegan al respecto, alrededor de la batalla de Kobane, son descorazonadoras aunque, al mismo tiempo, sugieren una repetici¨®n del dram¨¢tico hado que rodea la historia kurda. Los peshmerga, con su valor habitual, se enfrentan con armas anticuadas a los arsenales de los milicianos yihadistas, saturados de armamento moderno, como si se volviera a los tiempos de Mustaf¨¢ Barzani y sus heroicas cargas de caballer¨ªa. La composici¨®n de lugar es tragic¨®mica: los norteamericanos, escarmentados de sus guerras en tierra, lanzan armas y provisiones desde el aire con el prop¨®sito de abastecer a los kurdos aunque abasteciendo, en realidad, al bando contrario; mientras tanto, los dirigentes europeos hacen grandes declaraciones de intenciones que caen en el vac¨ªo; de otro lado Turqu¨ªa, miembro de la OTAN, que simpatiza mucho m¨¢s con la causa yihadista que con la kurda, procura acorralar a los peshmerga para que ¨¦stos queden encajonados entre el acoso de las milicias yihadistas y los tanques que ha alineado a lo largo de la frontera propia. En medio del cerco es improbable que Kobane resista. Su exterminio est¨¢ casi asegurado.
Combaten en una lucha en la que, tal vez, est¨¦ comprometido nuestro entero futuro
La pregunta, una vez m¨¢s, es: ?c¨®mo ha podido producirse este decorado? Europeos y norteamericanos, por lo general amn¨¦sicos con respecto a los kurdos, ahora parecen fiarlo todo a la valent¨ªa de los peshmerga frente a un enemigo abruptamente surgido de la tiniebla como el Estado Isl¨¢mico. Pero es esa irrupci¨®n espectral la que es sospechosa, adem¨¢s de sorprendente. ?C¨®mo puede aceptarse que en la ¨¦poca de la informaci¨®n total, cuando nuestras tecnolog¨ªas nos abruman con datos a cada instante, pudiese pasar inadvertida la r¨¢pida maduraci¨®n del huevo de la serpiente?
He seguido con mucha atenci¨®n a lo largo de estos ¨²ltimos tres a?os las noticias acerca de la contienda de Siria, pa¨ªs que siempre despert¨® mi fascinaci¨®n y al que he viajado varias veces. Pese a ese detenimiento no tuve conocimiento del profundo enraizamiento yihadista hasta las fechas recientes en que el califato se ha dado a conocer sangrientamente en aquel pa¨ªs y en Irak. Durante mucho tiempo nuestros medios de comunicaci¨®n ¨²nicamente informaban, de forma gen¨¦rica, de los ¡°rebeldes sirios¡±. De pronto, una buena parte de estos ¡°rebeldes¡±, no s¨®lo en Siria sino tambi¨¦n en Irak, resultaron crueles yihadistas que decapitaban a los ciudadanos de los pa¨ªses que hab¨ªan contribuido a armarlos. La ceremonia de la confusi¨®n aumenta cuando Occidente anuncia una cruzada contra el califato terrorista con una movilizaci¨®n fantasmal de fuerzas. Entre tanto error y tanto simulacro lo ¨²nico que parece real, al seguir las noticias del conflicto, es la determinaci¨®n de los peshmerga, realzados una vez m¨¢s para ser relegados, probablemente, con posterioridad.
Al contemplar estos d¨ªas las im¨¢genes de la devastaci¨®n de Kobane me he acordado con frecuencia del taxista sirio. Si vive debe hacer mucho tiempo que no puede acompa?ar a forasteros hasta las hermosas ciudades bizantinas abandonadas. Dada la situaci¨®n en Alepo es posible que no haya visitado desde hace tiempo su ciudad natal. O quiz¨¢ est¨¦ en ella, combatiendo como tantos voluntarios. En cualquier caso, si vive, puede estar orgulloso del comportamiento de sus hermanos. Ellos combaten en una lucha en la que, tal vez, est¨¦ comprometido nuestro entero futuro. Si la modesta Kobane cae, y es devuelta al anonimato de los espacios aniquilado, se confirmar¨¢ el triunfo de la hipocres¨ªa y tendremos un nuevo motivo para la verg¨¹enza.
Rafael Argullol es escritor.
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