Alpargatas s¨ª
La empresa Toms, que fabrica calzado, dice que se puede beneficiar a los pobres sin dejar de ser ricos y tan 'cool'
La escena deb¨ªa ser graciosa: Piper Chapman, la protagonista de una de las series de moda, Orange is the new black, llega a su nueva residencia, una c¨¢rcel en el Estado de Nueva York. Piper es excesivamente blanca, rubia, clase media, sapo muy de otro pozo ¨Ccosa que se confirma cuando le dice a una guardiana que las zapatillas de su uniforme de presa se parecen a Toms.
¨C?Qui¨¦n es Tom?
Le pregunta la guardiana, tan ajena.
¨CToms son unos zapatos. Cuando compras un par, la empresa le da otro a un ni?o necesitado. Son buen¨ªsimos, vienen en muchos colores y¡
Quiz¨¢ Toms pag¨® esa menci¨®n consagratoria; quiz¨¢ fue solo un gui?o. En cualquier caso, poco m¨¢s se puede desear en este mundo pop: la gloria de definir una identidad social ¨Cy que lo digan por la tele. Blake Mycoskie ha triunfado en la vida.
Le cost¨®. Mycoskie naci¨® en un suburbio de Dallas en 1976 y no quer¨ªa quedarse. Cuando una lesi¨®n trunc¨® sus sue?os de tenista intent¨® dos o tres empresas ¨Cuna lavander¨ªa estudiantil, una carteler¨ªa urbana¨C antes de lanzarse, por fin, a la versi¨®n actual de la aventura: The Amazing Race, un reality show que lo llev¨® en 2002 a la Argentina, donde vio, entre otros exotismos, polistas con alpargatas y chiquitos descalzos. De vuelta en Los ?ngeles consigui¨® plata para fundar un canal de cable dedicado a los reality; lo fundi¨® a los dos a?os. Fue entonces cuando record¨® su satori olvidado: aquellos chicos, aquellas zapatillas.
En 2006 Mycoskie fund¨® Toms: vender¨ªa alpargatas con la banderita argentina como marca y por cada par vendido le regalar¨ªa uno a un ni?o pobre, de esos que andan descalzos. En este mundo levemente culposo parec¨ªa una idea rendidora, pero era necesario difundirla: el negocio languidec¨ªa hasta aquel fin de semana en que Los Angeles Times lo cont¨® en sus p¨¢ginas. El mecanismo llam¨® la atenci¨®n ¨Cy la caridad o la mala conciencia o el morbo¨C de los lectores y, desde entonces, las ventas se dispararon: a veces, lo mejor de dar es que te hace recibir bastante. El a?o pasado Toms celebr¨® que ya hab¨ªa donado diez millones de pares de alpargatas; si su publicidad es verdadera, eso significa que ha vendido otros diez.
Mycoskie debe estar feliz: gracias a su marketing de la caridad consigue colocar por 50 o 60 euros las alpargatas que en cualquier negocio de Buenos Aires se ofrecen por tres o cuatro ¨Cy que pueden costarle, como mucho, uno o dos en sus f¨¢bricas de Argentina, China y Etiop¨ªa.
Su cargo en la empresa es fundador y jefe de donaciones de zapatos; sigue siendo un muchacho bronceado y atractivo, tan se?aladamente californio, que pasa buena parte de su tiempo en un velero atracado en Marina del Rey, juega al golf, pesca con mosca, maneja su empresa y da charlas donde explica, por ejemplo, que ¡°si cuando usted compra un par de Toms no se siente parte de una comunidad, es que fallamos¡±.
A m¨ª me impresiona la banderita celeste y blanca en cada zapatilla. Las alpargatas ¨Csuela de goma y empeine de tela, mi calzado habitual¨C son, en efecto, un s¨ªmbolo argentino. Hace 70 a?os el populismo peronista supuso que deb¨ªa de oponer la pobreza honesta a la deshonestidad de las letras y acu?¨® un lema que hizo historia: ¡°alpargatas s¨ª, libros no¡±. Ahora Toms dice que alpargatas s¨ª, dinero s¨ª, buena conciencia incluso. O, dicho de otro modo: que se puede beneficiar a los pobres sin dejar de ser ricos y tan cool. Las damas de la parroquia lo sab¨ªan, pero nunca consiguieron hacerlo tan rentable.
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