?Es posible que no se supiera?
En una organizaci¨®n que funciona con normalidad es improbable que se desconozcan las corruptelas e infracciones que se cometen en su seno
Broadchurch es una mini-serie de televisi¨®n que comienza con el hallazgo de un joven muerto. En una escena, la detective que lleva el caso desecha el testimonio de una testigo clave porque descubre que, a?os atr¨¢s, su marido hab¨ªa abusado sexualmente de una de sus hijas y en el juicio hab¨ªa declarado desconocer lo ocurrido. Aunque no fue condenada, perdi¨® la custodia de la menor que le quedaba. Motivo por el que la agente no la consider¨® apta para testificar, ya que no se cre¨ªa que ignorara lo que suced¨ªa en su propia casa. La sorpresa viene al final, cuando se descubre que el marido de la detective es el asesino del joven, con el que adem¨¢s manten¨ªa una relaci¨®n secreta, asunto del que ella tampoco se hab¨ªa enterado.
Historias como ¨¦sta nos pueden confundir si las extrapolamos a las muy publicitadas actividades supuestamente il¨ªcitas perpetradas en importantes instituciones: los ERE andaluces, el caso B¨¢rcenas, las visas black, los religiosos pederastas, el caso Palau o el de la familia Pujol. Repetidamente, observamos que todas las personas, relevantes y pr¨®ximas a los hechos, insisten en que "no sab¨ªan nada". Insistencia que puede dar p¨¢bulo a nuestra credulidad, especialmente, si recordamos casos de hijos que ocultan a sus padres el consumo de estupefacientes o c¨®nyuges que esconden su infidelidad. Sin embargo, aceptar como la explicaci¨®n m¨¢s plausible ¡ªpara los presuntos delitos vinculados a esas entidades¡ª que acontecen porque "nadie se entera de lo que sucede" ser¨ªa un error. Veamos por qu¨¦.
Empecemos analizando una familia. Solo en la que no funciona con normalidad, uno de los progenitores puede llevar a cabo una actividad il¨ªcita durante a?os sin que el otro la detecte. Por eso, una vez que se juzga y condena al responsable del delito, no es infrecuente que se le retire la custodia filial al que nunca se enter¨® de lo pasaba en su propia casa. Analicemos ahora una organizaci¨®n. Si un directivo es capaz de cometer ilegalidades durante a?os sin que sus colegas ni el m¨¢ximo responsable reparen en ello, es obvio que tampoco funciona con normalidad. Pero, a diferencia de una familia, una entidad p¨²blica o privada no solo tiene un fin social, sino la necesidad de producir bienes o servicios. Y si la direcci¨®n no se entera de que se cometen delitos en su seno es dif¨ªcil que est¨¦ lo suficientemente articulada como para mantener un nivel de actividad que asegure su continuidad a largo plazo. Razonando a la inversa, si la organizaci¨®n subsiste y genera resultados, ser¨¢, entre otros motivos, por el efecto de la coordinaci¨®n entre sus miembros y departamentos; lo que es tanto como decir que todos saben (o entrev¨¦n) lo que hacen los dem¨¢s.
El silencio sobre los desmanes s¨®lo se explica por una mal entendida protecci¨®n de la imagen, el miedo o la complicidad.
Ciertamente, hay excepciones. Tambi¨¦n la ficci¨®n nos ense?a c¨®mo, en determinadas circunstancias, los directivos de una entidad pueden realmente desconocer las actividades de sus colegas. El argumento de The Shadowline, otra mini-serie de televisi¨®n, gira entorno a las enormes dificultades para investigar un crimen cometido en una organizaci¨®n, en la que sus responsables en verdad ignoran lo que hacen sus colegas. De hecho, la polic¨ªa lo ve como algo normal, ya que est¨¢n investigando a una mafia, donde lo usual es que el capo de una famiglia compartimente su organizaci¨®n, de suerte que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. ?ste es su modus operandi. Pero reparemos en que aun en este obscuro entorno, como m¨ªnimo, siempre existir¨¢n dos personas conocedoras de una determinada actuaci¨®n: el capo y su lugarteniente. De otro modo, ser¨ªan devorados por el caos. Id¨¦ntica suerte correr¨ªa una instituci¨®n que, sin ser mafiosa, funcionase de forma compartimentada, algo poco usual pero no ilegal. ?ste es el caso de los servicios de inteligencia, donde tambi¨¦n es preciso que una cabeza coordine las partes para que funcione el todo. Por eso, como tantas veces nos ha mostrado el cine, las organizaciones compartimentadas suelen prescindir de aquellos miembros que act¨²an por su cuenta.
Pero el tipo de instituciones a las que nos referimos no suelen estar compartimentadas. Y, aunque lo estuviesen, como hemos visto, raro ser¨ªa que no existieran al menos dos conocedores de cada asunto. Por esta raz¨®n, en una organizaci¨®n no ca¨®tica, es muy improbable que solo haya un responsable de las irregularidades cometidas durante a?os. As¨ª, cuando ¨²nicamente hay un encausado, m¨¢s bien cabr¨ªa pensar que se trata de un cabeza de turco. Aunque, afortunadamente, en muchas democracias e instituciones (p¨²blicas y privadas), especialmente las m¨¢s empe?adas en seguir si¨¦ndolo, incluso el veredicto exculpatorio de sus directivos o del jefe del chivo expiatorio no suele constituir el punto final. Lo acostumbrado es que se retire la confianza al responsable de la entidad o que ¨¦ste renuncie al cargo, algo parecido a la p¨¦rdida de la custodia del hijo de la protagonista de Broadchurch (o lo que en la tradici¨®n romana se conoc¨ªa como culpa in vigilando).
Una vez argumentado por qu¨¦ es muy improbable que en una instituci¨®n todos desconozcan la existencia de delitos cometidos de forma reiterada, a¨²n queda dilucidar por qu¨¦, quienes lo saben, callan. Podemos se?alar tres posibles causas: una mal entendida protecci¨®n de la imagen de la organizaci¨®n, el miedo y la complicidad.
En las organizaciones religiosas, al igual que en las familias, solo ser¨ªa posible ocultar los desmanes durante largo tiempo, si se llevan a cabo fuera de su entorno natural. Pero esto no es nada f¨¢cil para un religioso pederasta, pues suele actuar precisamente en donde desempe?a su labor. Si los que conocen este tipo de abusos ¡ªque adem¨¢s suelen detestar¡ª no los delatan, puede que se deba a que pertenecen a una instituci¨®n con una misi¨®n salv¨ªfica, cuyo prestigio se sienten obligados a proteger de las escandalosas faltas de unos cuantos descarriados. Un proceder ruinoso como ha develado el transcurrir del tiempo.
Sin embargo, esta motivaci¨®n es dif¨ªcilmente trasladable a las entidades seculares existentes en un Estado de derecho, ya que sus miembros no constituyen una parte inherente y vitalicia de ellas; por ende, no se ven impelidos a defender su reputaci¨®n de forma tan obcecada. Lo que da pie a pensar que, en estos casos, el silencio es consecuencia del miedo o la mera complicidad.
El c¨®mplice obtiene unos beneficios claros, pero si cae tendr¨¢ que asumir los cargos que le puedan imputar
El miedo extremo que puede provocar un posible ajuste de cuentas, t¨ªpico de las pel¨ªculas de g¨¢nsteres hollywoodenses, no ha lugar en una organizaci¨®n relevante y conocida en un pa¨ªs como el nuestro. M¨¢s bien se trata de otro tipo de miedo, m¨¢s sutil, como puede colegirse, por ejemplo, de una observaci¨®n del informe preparado por el Frob sobre las visas black y que ha pasado casi desapercibida: "Se aprecia el hecho de que varios de los consejeros o directivos no hicieron uso de las mismas... lo que justifica que era posible advertir lo indebido de un uso personal o impropio". En otras palabras, algunos conoc¨ªan la presunta ilegalidad que se estaba cometiendo en su instituci¨®n y, aunque no participaron en ella, optaron por callar, tal vez, por miedo a perder su puesto.
Por ¨²ltimo, est¨¢ la complicidad, posiblemente la causa m¨¢s habitual del silencio y tambi¨¦n la que m¨¢s cohesiona al grupo. El c¨®mplice obtiene unos beneficios claros, pero si cae tendr¨¢ que asumir los cargos que le puedan imputar, ser fuerte y evitar la inculpaci¨®n de sus colegas. Algo semejante a lo que ocurr¨ªa en la legendaria serie de la CBS, Misi¨®n: Imposible, en cuyos episodios una grabaci¨®n recordaba que el gobierno nunca reconocer¨ªa la misi¨®n encomendada; luego, se autodestru¨ªa.
Todo lo explicado nos lleva a suponer que en cualquier entidad p¨²blica o privada que funcione como tal, es decir, que no viva en el caos, sus directivos, salvo que se trate de un hecho aislado, saben lo que sucede en su interior o, cuando menos, lo atisban. Y, justamente, es esa complicidad (por obra u omisi¨®n) la que retrasa, dificulta o, finalmente, imposibilita la demostraci¨®n legal de las transgresiones cometidas durante a?os. Algo que sorprende e irrita a la ciudadan¨ªa, al no comprender que, a veces, las pruebas reunidas resultan tan d¨¦biles ¡ªa la luz de la Ley¡ª que en realidad no hay caso.
Concluimos, pues, que en ocasiones, al igual que Galileo tuvo que conformarse simplemente diciendo: "y, sin embargo, se mueve", a los ciudadanos solo nos queda el consuelo de poder afirmar con cierta contundencia: "y, sin embargo, lo sab¨ªan".
Alonso Gil Salinas es ngeniero qu¨ªmico, MBA y consultor de empresa. Jos¨¦ Luis Puerta es? doctor en filosof¨ªa y m¨¦dico
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