El cient¨ªfico que burl¨® a la Stasi
El bioqu¨ªmico de la RDA Gunter Fischer relata c¨®mo public¨® en la revista 'Nature' su descubrimiento sobre el plegamiento de prote¨ªnas a escondidas de la prohibici¨®n vigente entonces en su pa¨ªs
Que un cient¨ªfico domine el ingl¨¦s es hoy de obligado cumplimiento. Y que un alem¨¢n hable este idioma parece lo m¨¢s natural. Pero cuando se trata de un cient¨ªfico de la RDA que ha vivido la mayor parte de su vida al otro lado del Tel¨®n de Acero, se adivina que ¨¦l, como otros colegas suyos de la Europa del este, tuvo que a?adir un reto extra al esfuerzo investigador: el de aprender una lengua que, en su tiempo y en su pa¨ªs, era el idioma del enemigo, pero tambi¨¦n el de la ciencia mundial.
Es quiz¨¢ por eso que el bioqu¨ªmico G¨¹nter Fischer (Altenburgo, Turingia, 1943) rebusca tranquilo sus palabras desde el otro lado de la l¨ªnea telef¨®nica en su despacho de la Unidad de Enzimolog¨ªa de Plegamiento de Prote¨ªnas del Max Planck, que ha dirigido hasta su jubilaci¨®n en 2011. Ahora su retiro, m¨¢s te¨®rico que real, le permite un cierto sosiego. ¡°Sigo trabajando; por suerte, en el Max Planck te dejan hacerlo m¨¢s all¨¢ de los 65 a?os, pero m¨¢s relajado¡±, confiesa el investigador, que en la d¨¦cada de 1980 descubri¨® las primeras enzimas implicadas en el plegamiento de las prote¨ªnas.
La reunificaci¨®n alemana fue muy exitosa para la ciencia¡±, reflexiona el bioqu¨ªmico
Nacido en plena guerra mundial, antes de la ca¨ªda del nazismo, a Fischer le toc¨® vivir de totalitarismo en totalitarismo, de la esv¨¢stica al comp¨¢s, el martillo y el anillo de espigas. ¡°Despu¨¦s de la guerra, los primeros 15 a?os fueron muy duros, con restricciones en la distribuci¨®n de alimentos¡±, recuerda. El joven Fischer se traslad¨® a Halle, a unos 90 kil¨®metros de Altenburgo, para estudiar qu¨ªmica en la Universidad Mart¨ªn Lutero de Halle-Wittenberg, una de las m¨¢s veteranas de Alemania. Esta ciudad de Sajonia-Anhalt acoge adem¨¢s una instituci¨®n que presume de ser la sociedad cient¨ªfica m¨¢s antigua del mundo: la Leopoldina, hoy Academia Nacional de Ciencias de Alemania.
Una isla de tolerancia
La Leopoldina ser¨ªa crucial en la carrera cient¨ªfica de Fischer desde que era un joven universitario, en la d¨¦cada de 1960. En una ocasi¨®n, cinco premios Nobel visitaron la academia y solicitaron un almuerzo con un grupo de j¨®venes estudiantes. Fischer logr¨® ser uno de ellos. ¡°Comimos en un restaurante de Halle, cinco premios Nobel y unos diez estudiantes, y aquello fue genial; fue determinante para mi vida cient¨ªfica¡±, relata.
Pero la Leopoldina era una extra?a isla de tolerancia que gozaba de un privilegio especial. Esta academia, de la que el r¨¦gimen de Adolf Hitler hab¨ªa expulsado a los cient¨ªficos jud¨ªos ¡ªincluido un tal Albert Einstein¡ª, qued¨® en Alemania Oriental despu¨¦s de la guerra, pero se mantuvo como una instituci¨®n libre y resisti¨® a las presiones de nacionalizaci¨®n del gobierno. ¡°Era la ¨²ltima organizaci¨®n com¨²n del este y el oeste¡±, resume Fischer. ¡°El presidente estaba en Halle, el vicepresidente en Gotinga (Alemania Occidental) y sus miembros eran de todo el mundo, as¨ª que ten¨ªan el privilegio ¨²nico de invitar a cient¨ªficos occidentales a dar conferencias, lo que me dio la oportunidad de conocerlos y hablar con ellos¡±.
Un 30% de los cient¨ªficos contratados eran informadores de la Stasi, seg¨²n Fischer
La situaci¨®n era muy diferente en la Universidad donde Fischer trataba de conseguir un doctorado, y donde encontr¨® un obst¨¢culo en el camino que no ten¨ªa nada que ver con sus aptitudes como cient¨ªfico. ¡°Era muy dif¨ªcil hacer un doctorado si no eras miembro del Partido Comunista. Trataron de alistarme, pero me negu¨¦¡±. Por suerte, el joven cont¨® con la ayuda de un catedr¨¢tico de bioqu¨ªmica que le abri¨® las puertas. En 1971, ya con su doctorado y un puesto de ayudante en el Instituto de Bioqu¨ªmica de la Universidad, Fischer trataba de investigar, pero la presi¨®n pol¨ªtica no era el ¨²nico impedimento. ¡°En los setenta la situaci¨®n no era tan mala, pero en los ochenta empeor¨® por la falta de fondos. No pod¨ªamos conseguir materiales de los pa¨ªses occidentales ni pod¨ªamos reparar los equipos¡±. Con esta carencia de recursos, lo que un bioqu¨ªmico pod¨ªa hacer no era mucho, salvo una cosa: ¡°Pensar¡±. ¡°Nadie me preguntaba a qu¨¦ me dedicaba, as¨ª que ten¨ªa tiempo para pensar¡±.
Los pensamientos de Fischer se dirigieron hacia el campo del plegamiento de las prote¨ªnas, en el que por entonces reinaba el llamado Dogma de Anfinsen, establecido por el bioqu¨ªmico estadounidense y ganador del premio Nobel Christian B. Anfinsen. El dogma establec¨ªa que el plegamiento de una prote¨ªna en su conformaci¨®n espacial era algo exclusivamente determinado por la secuencia de amino¨¢cidos, y que por lo tanto era un proceso espont¨¢neo que no requer¨ªa de ninguna ayuda externa. Fischer lo puso en duda. ¡°Ide¨¦ experimentos muy simples con lo poco que ten¨ªa y los resultados suger¨ªan que pod¨ªa haber una biocat¨¢lisis¡±. Es decir, un factor celular que facilitaba y aceleraba el proceso de plegamiento: una enzima plegadora, o foldasa (del ingl¨¦s fold, plegar). ¡°Nadie lo hab¨ªa ensayado y en 1984 yo lo encontr¨¦¡±, apunta el investigador.
Colaboraci¨®n clandestina
Con su flamante descubrimiento, Fischer trat¨® de hacer lo que todos los cient¨ªficos, publicarlo en una revista internacional de primera fila. Pero aquello era la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana. ¡°Estaba prohibido publicar resultados en revistas internacionales como Nature o European Journal of Biochemistry, y a¨²n peor si eran revistas de Alemania Occidental¡±, recuerda. Por entonces, todo cient¨ªfico que pretendiera publicar deb¨ªa solicitar aprobaci¨®n a la Oficina de Relaciones Internacionales, propia de la Universidad y dependiente de la Stasi, el servicio de inteligencia. ¡°Ellos pod¨ªan concederte el permiso o no, pero no estaban obligados a darte ninguna raz¨®n de ello¡±. Esta oficina se encargaba adem¨¢s de filtrar la correspondencia. ¡°Si escrib¨ªas a un cient¨ªfico de Alemania Occidental, deb¨ªas darle la carta a ellos, que la enviaban o no, pero nunca te informaban. Si no recib¨ªas respuesta, era posible que la hubiera y que no te la hicieran llegar, o bien que nunca hubieran enviado tu carta¡±. La presi¨®n pol¨ªtica era intensa y adem¨¢s hab¨ªa profesores que actuaban como informadores o ¡°esp¨ªas internos¡±. Y era sabido que Fischer no simpatizaba con el r¨¦gimen.
En los setenta la situaci¨®n no era tan mala, pero en los ochenta empeor¨® por la falta de fondos. No pod¨ªamos conseguir materiales ni reparar los equipos¡±, lamenta
Naturalmente, rechazaron su petici¨®n para publicar en el extranjero, por lo que el cient¨ªfico debi¨® conformarse con divulgar sus importantes resultados en una revista de Alemania Oriental y en el idioma de su pa¨ªs. ¡°Nadie lo ley¨®, excepto gente de la Leopoldina¡±. Por suerte, entre ellos se contaba un investigador muy influyente en el campo del plegamiento de prote¨ªnas, Rainer Jaenicke, de Ratisbona (Alemania Occidental). Jaenicke le puso en contacto con un colaborador suyo, Franz Schmid, de Bayreuth, y aquel encuentro fue providencial. En 1985, Fischer logr¨® invitar a Schmid a su universidad y as¨ª arranc¨® una colaboraci¨®n clandestina que culminar¨ªa con el env¨ªo de un estudio a Nature, algo que Schmid pudo hacer desde Bayreuth. ¡°No ped¨ª permiso; asum¨ª un gran riesgo personal¡±, valora Fischer. Pero mereci¨® la pena: en 1987, la revista brit¨¢nica publicaba el trabajo de los investigadores.
Respecto a los motivos por los que la Oficina de Relaciones Internacionales de la Universidad de Halle no advirti¨® la publicaci¨®n, Fischer no puede sino especular: ¡°Probablemente en esa ¨¦poca ten¨ªan otros problemas, y de todos modos era impensable que alguien pudiera ser tan tozudo y asumir ese riesgo¡±. Tal vez, apunta el bioqu¨ªmico, ayud¨® a que su estudio pasara inadvertido el hecho de que en la fecha de publicaci¨®n ¨¦l se encontraba destinado en Berl¨ªn, en un proyecto de la industria farmac¨¦utica. En cuanto a su supervisor en Halle, el que le hab¨ªa abierto las puertas a la investigaci¨®n, Fischer r¨ªe al recordar su respuesta cuando le inform¨® de su intenci¨®n de publicar en Nature: ¡°Me dijo: 'Bien, t¨² me dices lo que vas a hacer, pero yo no he o¨ªdo nada¡±.
¡°?El muro ha ca¨ªdo!¡±
Fischer y Schmid repitieron publicaci¨®n en Nature dos a?os despu¨¦s, en 1989, y en esta ocasi¨®n el riesgo fue a¨²n mayor debido a un detalle sin ninguna importancia cient¨ªfica, pero s¨ª de mucho calado pol¨ªtico en la Alemania Oriental de entonces: ¡°La Uni¨®n Sovi¨¦tica trataba de hacer de Berl¨ªn una unidad pol¨ªtica separada; dec¨ªan que Berl¨ªn Occidental no pertenec¨ªa a la Rep¨²blica Federal de Alemania. As¨ª que nosotros enviamos la informaci¨®n sobre los autores a Nature detallando que una colaboradora, Brigitte Wiettmann-Liebold, trabajaba en Berl¨ªn Occidental. Pero en la redacci¨®n de Nature escribieron: Berl¨ªn, Rep¨²blica Federal de Alemania¡±. Aquello pod¨ªa ser interpretado por las autoridades germanoorientales como una provocaci¨®n. ¡°Era muy peligroso para m¨ª porque era contrario a la visi¨®n pol¨ªtica oficial¡±, expone Fischer.
Despu¨¦s de dar una conferencia, de repente alguien entr¨® y grit¨®: ?El muro ha ca¨ªdo!¡±, recuerda. No imagin¨® que llegara a suceder
Por fortuna, aquel mismo a?o ocurri¨® algo que el propio cient¨ªfico, reconoce, jam¨¢s imagin¨® que llegar¨ªa a suceder. Fischer lo narra as¨ª: ¡°En octubre de 1989 consegu¨ª un permiso para viajar con Schmid a Ulm, en Alemania Occidental, para dar una conferencia. Era el 9 de noviembre. Despu¨¦s del acto est¨¢bamos en un restaurante, cuando de repente alguien entr¨® y grit¨®: ?El muro ha ca¨ªdo!¡±.
¡°Nunca pens¨¦ en escapar de Alemania Oriental¡±, rememora Fischer. ¡°Ten¨ªa a mis padres, a mi mujer y a mis hijos. Era imposible planear una huida¡±. Pero desde aquel 9 de noviembre, todo comenz¨® a cambiar. ¡°La reunificaci¨®n alemana fue muy exitosa para la ciencia¡±, reflexiona el bioqu¨ªmico. ¡°En el campo cient¨ªfico no sufrimos los problemas que el proceso trajo para la industria y la sociedad. Los cient¨ªficos, tambi¨¦n los del este, pudieron trabajar, comprar materiales, equipos... Excepto, claro, los esp¨ªas de la Stasi, que fueron despedidos. Eran un 30% del total¡±. En 1992, Fischer se traslad¨® a la Sociedad Max Planck, el equivalente del CSIC en Alemania. Ahora, desde su retiro, recuerda con emoci¨®n los tiempos dif¨ªciles. ¡°Llegu¨¦ a aceptar que no podr¨ªa hacer carrera. Me hab¨ªan dicho directamente: puedes trabajar, trabajar y trabajar, pero si no eres miembro del partido, jam¨¢s te ascenderemos. Y pens¨¦ que siempre ser¨ªa as¨ª¡±. Luch¨® durante d¨¦cadas oponiendo la raz¨®n a la sinraz¨®n, pero ni siquiera presume de sus m¨¦ritos: ¡°A veces la vida te sorprende con grandes oportunidades de cambio que no esperas. Fui muy afortunado¡±.
Superior
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.