Gomorra, la maldici¨®n de N¨¢poles
El barrio de Scampia es el s¨ªmbolo de una sociedad, la napolitana, asfixiada por el crimen organizado y el negocio de la droga. 'El Pa¨ªs Semanal¡¯ entra en el escenario impenetrable de la obra de Roberto Saviano, visita sus casas y contempla el azote de la delincuencia mafiosa. Hablan los peque?os h¨¦roes diarios que luchan para que este barrio de pel¨ªcula pueda un d¨ªa escapar a su destino.
La ciudad de Italia con peor reputaci¨®n es N¨¢poles. El barrio de N¨¢poles con un estigma m¨¢s profundo se llama Scampia. Los bloques m¨¢s temidos de Scampia son Las Velas. Al llegar aqu¨ª, el zoom de la mala fama sigue adentr¨¢ndose a trav¨¦s de cristales rotos, monta?as de desperdicios, ascensores que hace a?os dejaron de funcionar, escaleras pintarrajeadas con palabras de amor o de venganza y restos de las fortalezas de hierro construidas por las feroces familias de la Camorra hasta detenerse en unas sombras que se mueven por el s¨®tano con una jeringuilla clavada en el brazo. Esto, m¨¢s decenas de tiroteos y de muertos, es lo que todo el mundo ha conocido a trav¨¦s de Gomorra, primero el libro, despu¨¦s la pel¨ªcula y ahora la serie de televisi¨®n inspirada en la investigaci¨®n del periodista Roberto Saviano sobre la Mafia napolitana.
Pero cuando, en medio de este paisaje de la desesperanza todo parece predestinado a la derrota continua, se oyen unos pasos subiendo y a alguien que canturrea en napolitano, esa bella versi¨®n del italiano que lleva dentro, como una caja negra de la historia, el recuerdo de griegos, normandos, espa?oles y hasta de los yanquis que desembarcaron en la II Guerra Mundial y todav¨ªa no se han marchado. Es Vincenzo, un joven expresidiario que como cada d¨ªa viene a venderle el pan a Carmela Imparato, madre de dos hijas peque?as, separada de un marido que no le pasa la pensi¨®n y limpiadora ocasional de casas ajenas. El ¨²nico trabajo fijo que, un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, le ofrecen a Carmela algunos de sus vecinos es el de cajera de las ganancias de la droga. ¡°Me dar¨ªan 50 euros al d¨ªa si guardase el dinero en mi casa, y mucho m¨¢s si escondiese alg¨²n alijo de vez en cuando¡±. Pero Carmela, aunque m¨¢s de una noche tenga que mandar a sus hijas a la cama sin cenar, siempre dice que no. Y de su negativa, de su no rotundo y de sus razones tan sencillas como el agua limpia, arranca un nuevo zoom que, partiendo de las sombras del s¨®tano y atravesando la memoria atroz de varias d¨¦cadas de guerras de Mafia, intenta superar trabajosamente la maldici¨®n de la mala fama.
No es f¨¢cil. El barrio de Scampia est¨¢ ligado al destino de N¨¢poles, y esta ciudad ¨Cla m¨¢s poblada del sur de Italia, la que registra las mayores tasas de desempleo de todo el pa¨ªs¨C tambi¨¦n es ¡°la capital mundial del estereotipo, hasta el punto de que cuando el equipo de f¨²tbol va a jugar a cualquier otra ciudad de Italia, la afici¨®n rival no se mete con los jugadores, sino con los napolitanos¡±. La reflexi¨®n, pronunciada a modo de ir¨®nica bienvenida, pertenece al profesor de Filosof¨ªa Moral Giuseppe Ferraro. Nadie como ¨¦l, cuya vocaci¨®n es encender la mecha de la curiosidad tanto en las aulas como en las prisiones, para explicar por qu¨¦ el barrio de Scampia, adem¨¢s de por las guerras de la Mafia y por los efectos medi¨¢ticos de la obra de Saviano, se ha ido convirtiendo con el paso de los a?os en el prototipo de la degradaci¨®n. La conversaci¨®n se desarrolla durante un paseo por las callejuelas del Barrio Espa?ol, un lugar donde el peligro y la belleza llevan siglos felizmente casados.
Para ser sincero, cuando falto de esta ciudad lo que m¨¢s echo de menos es el mar¡ y el l¨ªo¡±
Giuseppe Ferraro, profesor de Filosof¨ªa moral
¡°Lo primero que hay que tener en cuenta¡±, explica Ferraro, ¡°es que los edificios llamados Las Velas por su semejanza con el perfil de un velero fueron construidos a principios de la d¨¦cada de los setenta para descongestionar otros barrios de la ciudad. Se pretend¨ªa que el interior de los bloques fuese una reproducci¨®n moderna del casco hist¨®rico, con sus callejones y sus plazoletas, pero desde el principio se convirti¨® en un barrio de deportaci¨®n. Los vecinos que fueron enviados all¨ª o que ocuparon las casas a ra¨ªz del terremoto de 1980 sufrieron enseguida el desarraigo, la p¨¦rdida de identidad. Y esto fue especialmente grave en una ciudad donde, por poner un ejemplo, en cada barrio se habla el napolitano con un acento distinto. La diversidad de acentos te ayuda a situar a las personas dentro de una ciudad que es el reino de la estratificaci¨®n. Si nos metemos en esa iglesia ver¨¢s que debajo existe una ciudad id¨¦ntica, con las mismas callejuelas que en la superficie, herencia viva de los griegos, de los espa?oles¡ La misma mezcla y el mismo l¨ªo de arriba perviven tambi¨¦n abajo. Yo, si quiere que le sea sincero, cuando falto de la ciudad lo que m¨¢s echo de menos es el mar¡ y el l¨ªo¡±.
Las calles del Barrio Espa?ol van marc¨¢ndole el comp¨¢s a las palabras del profesor Ferraro. Magn¨ªficos palacios del siglo XVII divididos en pisos de renta antigua o inexistente, habitados por vecinos que jam¨¢s han sentido la necesidad de salir del barrio y que se pasean por la calle en pijama, entre el estruendo de los ciclomotores sin tubos de escape ni matr¨ªcula, cabalgados por muchachos sin casco que se santiguan delante de una hornacina de la Virgen adornada con flores de pl¨¢stico. ¡°Esta ciudad¡±, dice el profesor para explicar esa rebeld¨ªa que se hace patente en cada esquina, ¡°nunca se ha gobernado a s¨ª misma. Desde su historia griega o romana o espa?ola o incluso en los tiempos modernos, jam¨¢s tuvo un Gobierno presidido por alguien de aqu¨ª. Y esto ha resultado c¨®modo porque as¨ª cada napolitano ha interiorizado que las instituciones est¨¢n siempre en contra, que son el adversario, que hay que combatirlas¡±. Giusep?pe Ferraro trae a colaci¨®n que, a su paso por la ciudad, el escritor estadounidense Herman Melville se maravillase de que los ca?ones de Fernando II de las Dos Sicilias, el Rey Bomba, no estuviesen apuntando hacia el mar, sino hacia la ciudad: ¡°Era la prueba de que el enemigo estaba dentro¡±. La cultura de la Camorra viene de una estructura antiqu¨ªsima de clanes ya existentes en el tiempo de los Borbones, donde cada zona ten¨ªa un capo y donde exist¨ªa la alta y la baja Camorra, la aristocr¨¢tica y la popular, con la misma mentalidad aunque con intereses distintos. Es algo que, como otras muchas cosas en N¨¢poles, no ha cambiado a trav¨¦s de los siglos. Ya sea desde el borde de fuera de la ley o desde el borde de dentro, el napolitano siempre ve en la autoridad un sin¨®nimo de opresi¨®n, de ah¨ª su inclinaci¨®n ¨Cque acompa?a de un cierto placer¨C por circular a contramano de los sem¨¢foros y las reglas.
¨CAh, y otras dos cosas antes de que vaya a Scampia.
¨CD¨ªgame, profesor.
¨CLa primera es que debe tener en cuenta que en esta ciudad solo existe el presente. El pasado es presente e incluso la muerte est¨¢ incluida en el presente. Cuando el N¨¢poles venci¨® el segundo scudetto [el campeonato de liga 1989-1990, con Maradona de capit¨¢n], los muchachos fueron al cementerio y colgaron una pancarta: ¡°Queridos abuelos, no sab¨¦is lo que os hab¨¦is perdido¡±. Al d¨ªa siguiente, apareci¨® otra pancarta en el mismo lugar que respond¨ªa: ¡°?Qui¨¦n os lo ha dicho¡?¡±. No lo olvide, esta ciudad est¨¢ siempre al l¨ªmite de su propia locura.
¨C?Y la segunda cosa que no debo olvidar?
Mi mensaje al capo era claro: si tu quieres vender droga esc¨®ndete. No lo puedes hacer como un negocio m¨¢s¡±
Michele Spina, comisario de polic¨ªa de N¨¢poles
¨CEl hecho terrible de que N¨¢poles es una ciudad bella. Demasiado bella. Y ya dijo Rilke en una de sus eleg¨ªas que ¡°la belleza no es si no el principio de lo terrible¡±. La belleza genera violencia.
De camino a Scampia, N¨¢poles va despoj¨¢ndose de la belleza y aun de la picaresca cotidiana ¨Cel taxista pacta un precio para apagar el tax¨ªmetro y no tener que pagarle al patr¨®n, un muchacho pide a la salida del metro los billetes usados para revenderlos a otros viajeros¨C para zambullirse en la fealdad de los barrios de aluvi¨®n y de los delitos con may¨²sculas. Dice Michele Spina que Scampia ya no es lo que era cuando ¨¦l lleg¨® en 2007 para ponerse al frente de la comisar¨ªa de Polic¨ªa y que, incluso ya entonces, hab¨ªa dejado de ser el mayor supermercado europeo de la droga. La terrible faida ¨Cguerra interna¨C que enfrent¨® en 2004 y 2005 al poderoso clan de Paolo Di Lauro con un grupo de disidentes dirigidos por Raffaele Amato y llamados los ¡°Scissionisti¡± o ¡°los espa?oles¡± ¨Cporque Amato hab¨ªa permanecido un tiempo refugiado en Espa?a¨C dejaron m¨¢s de un centenar de muertos en las calles de Scampia y del vecino barrio de Secondigliano.
¡°Hay que tener en cuenta¡±, explica el comisario Spina a bordo de un coche patrulla camino de Scampia, ¡°que, por culpa del terremoto de 1980, un barrio que hab¨ªa sido proyectado para 80.000 habitantes se vio invadido de repente por m¨¢s de 100.000 personas, muchas de ellas sin trabajo y bastantes con antecedentes policiales. Y, sin embargo, hasta 1997 no se cre¨® la comisar¨ªa del barrio. El resultado era previsible: Scampia, y en especial Las Velas, se convirtieron en un gueto desde el primer momento. Durante aquellos 17 a?os sin ley, la Camorra se hizo con el control absoluto ante la impotencia de la gente de bien, mucho m¨¢s numerosa, pero incapaz de reaccionar ante la fuerza intimidatoria del grupo organizado y de las armas. El f¨¦rreo sistema de control del territorio a¨²n continuaba intacto cuando yo entr¨¦ en Las Velas por primera vez. Ahora se lo voy a explicar sobre el terreno¡±.
La fisonom¨ªa de Las Velas es inconfundible. Una parte se debe al proyecto en s¨ª del arquitecto Franz Di Salvo: siete edificios gigantescos ¨Cde los que ya fueron demolidos tres¨C pintados cada uno de un color, de forma triangular, de tal manera que por fuera se asemejaran al velamen de una embarcaci¨®n y por dentro recrearan los callejones de N¨¢poles, donde las voces de los vecinos y los olores de la comida reci¨¦n hecha se confunden hasta el punto de que barrios enteros se encierran sobre s¨ª mismos hasta convertirse en un solo patio de vecindad. Pero la raz¨®n de su incorporaci¨®n al imaginario colectivo ¨Csu aterrizaje definitivo en la mala fama¨C se lo debe a la televisi¨®n y al cine. Las Velas sirvieron de decorado para la pel¨ªcula Gomorra, dirigida en 2008 por Matteo Garrone, y para la actual serie televisiva, producida en Italia y vendida a m¨¢s de cincuenta pa¨ªses.
¡°Los grupos mafiosos¡±, explica el comisario Spina ya sobre los pasillos m¨ªticos de Gomorra, ¡°ocupaban las casas de forma militar, expulsaban a sus inquilinos y se met¨ªan dentro. A continuaci¨®n cambiaban la puerta original y la sustitu¨ªan por una blindada. Luego, practicaban un peque?o agujero, una especie de taquilla, de tal modo que desde el exterior no se pudiera identificar a quienes desde el interior iban vendiendo las bolsas de estupefacientes a la fila de drogadictos que esperaban en el pasillo. Dentro y fuera del edificio, en las azoteas, en los balcones, en las entradas, los centinelas permanec¨ªan alerta ante la eventual aparici¨®n de la Polic¨ªa o de los Carabinieri. Ante cualquier sospecha, daban la se?al de alarma con una palabra que en los ¨²ltimos tiempos era ¡°vattene¡±, un grito breve, sonoro, inmediato, ?vattene, vattene, vattene!¡±. La voz del comisario se multiplica por unos edificios que, aun devorados por la suciedad y el abandono, siguen alojando todav¨ªa a unas cuatrocientas familias, los ¨²ltimos n¨¢ufragos ¨Cy alg¨²n que otro pirata¨C de unas naves que jam¨¢s llegaron a flotar.
¡°A la voz de alarma¡±, contin¨²a el comisario Spina, ¡°el que estaba vendiendo la droga escapaba y hac¨ªa desaparecer la mercanc¨ªa, a veces por los sistemas ¨Cas¨ª les siguen llamando, ¡°sistemas¡±¡ª m¨¢s sofisticados o m¨¢s burdos, desde un falso escal¨®n en la escalera que se activaba con un mando a distancia a un desag¨¹e falso colocado en una casa libre de sospecha. El problema era que, cuando daban la voz de alarma y cerraban los portones de hierro con los que hab¨ªan blindado el edificio, nosotros nos qued¨¢bamos fuera, pero tambi¨¦n el resto de los vecinos. Solo ellos ten¨ªan la llave. Para eso eran los due?os. No se me olvidar¨¢ una vez que, durante una operaci¨®n, con ellos encerrados dentro y nosotros esper¨¢ndoles fuera, lleg¨® una se?ora mayor, con las bolsas de la compra en la mano. Hac¨ªa fr¨ªo. El telefonillo no funcionaba porque ellos lo hab¨ªan quemado del mismo modo que estropearon los ascensores para que no pudi¨¦ramos subir. Su marido, anciano, no la o¨ªa y no pod¨ªa bajar a ayudarla¡±. La situaci¨®n estaba bloqueada como en una partida de ajedrez en la que cualquier movimiento implicaba la p¨¦rdida de una pieza, pero la se?ora segu¨ªa all¨ª, de pie, pasando fr¨ªo. El comisario Spina ¨Cuno de esos italianos capaces de convertir el relato de la guerra en algo m¨¢s interesante que la guerra misma¨C decidi¨® levantar el operativo para que la se?ora pudiese subir, pero se jurament¨® regresar. Ten¨ªa que hacer lo que fuese para quebrar aquella escena grotesca, el Estado y la ciudadan¨ªa impotentes, pasmados, ante el poder de la Camorra.
¨CVamos, ragazzi¡
El comisario Spina, todo un personaje en N¨¢poles, es ahora el inventor y responsable de un proyecto llamado Aracne ¨C¡°por el mito griego de Aracne, aquella brava muchacha a la que la diosa Minerva convirti¨® en ara?a por tejer mejor que ella¡±¨C para combatir, y sobre todo prevenir, la delincuencia en toda la ciudad de N¨¢poles. Spina comanda ¡°las gacelas¡± ¨Clos coches patrulla¨C y ¡°los halcones¡± ¨Clas parejas de polic¨ªa de paisano, sin casco, sobre potentes motocicletas¨C que han logrado rebajar las estad¨ªsticas de tirones, atracos, butrones a bancos y joyer¨ªas. Desde la jefatura, las patrullas reciben el apoyo de un sistema de c¨¢maras que incluye el subsuelo de la ciudad. Pero esta ma?ana de s¨¢bado el dottore Spina ¨Cas¨ª lo conocen todos, a un lado y otro de la ley¨C ha regresado a la comisar¨ªa de Scampia para acompa?ar a sus viejos compa?eros en una inspecci¨®n de los puntos de venta de droga. Un helic¨®ptero sobrevuela la zona. La situaci¨®n parece tranquila. ¡°Cuando yo llegu¨¦ aqu¨ª¡±, recuerda el comisario, ¡°las filas de drogodependientes rodeaban el edificio. La gente que llevaba a sus hijos al colegio ten¨ªa que pasar sobre ellos porque muchos se pinchaban aqu¨ª mismo. No es que el problema haya desa?parecido [las jeringuillas usadas que vamos pisando dan fe de ello], pero la situaci¨®n ha mejorado radicalmente¡±.
Despu¨¦s de aquella tarde en que la se?ora y el comisario se quedaron plantados en la puerta de una de las velas, la forma de combatir a los grupos de la Camorra que controlaban la zona ¨Cy que en aquel entonces dirig¨ªa el clan Abbinante¨C sufri¨® un giro, digamos, poco ortodoxo. ¡°Me di cuenta¡±, recuerda el jefe policial, ¡°de que por muchas operaciones que hici¨¦ramos, nada pon¨ªa en peligro las plazas de venta. El ejemplo lo tiene en la Operaci¨®n Morena, por el pez. Fue una gran operaci¨®n. Hicimos una irrupci¨®n muy ruidosa en uno de los edificios, practicamos registros sin resultado, y luego nos fuimos haciendo m¨¢s ruido del que hab¨ªamos provocado al entrar. En cuanto ellos volvieron a sentirse seguros, gritaron la palabra habitual, ?taposto!, que quer¨ªa decir tutto a posto [todo en orden], pero hab¨ªamos dejado a algunos de los nuestros dentro ¨Csubidos al techo de los ascensores¨C y varias c¨¢maras colocadas. Vimos en directo c¨®mo vend¨ªan la droga y la cantidad de dinero ¨C80.000 euros al d¨ªa en un solo punto de venta¨C que lograban manejar. El caso es que logramos filmarlos y grabar sus llamadas telef¨®nicas. Una ma?ana, antes del amanecer, ca¨ªmos sobre ellos y detuvimos a 33¡±. Antes de marcharse del barrio, un agente de la brigada de Spina escribi¨® en una pared un mensaje desafiante a los clanes: ¡°-33¡±. El otro d¨ªa, aquella pintada a¨²n segu¨ªa all¨ª, pero alguien la hab¨ªa retocado hasta convertirla en un mensaje de vuelta: ¡°+88¡±. El juego continua.
¡°Por eso hice lo que hice¡±, concluye el relato el comisario Michele Spina, ¡°no era una cosa muy ortodoxa, no se trataba siquiera de una acci¨®n propia de la Polic¨ªa. Me dediqu¨¦ a romper los puntos de venta. Mientras mis hombres segu¨ªan haciendo las investigaciones y las operaciones de rigor, yo me presentaba con los bomberos en los edificios que les serv¨ªan de puntos de venta y destru¨ªa las barricadas de acero que los clanes hab¨ªan levantado. Tir¨¢bamos las puertas blindadas, serr¨¢bamos las rejas, secuestr¨¢bamos los perros de vigilancia que ten¨ªan sueltos por los patios¡ El mensaje era claro: si t¨² quieres vender droga, esc¨®ndete. No lo puedes hacer de modo patente, como si fuese un negocio m¨¢s y aquel fuese tu edificio. Mi mensaje al jefe del clan quedaba claro: no estoy dispuesto a tolerar que aquella se?ora, u otras como ella, tengan que esperar con las bolsas, bajo el fr¨ªo, a que t¨² quieras abrir la puerta¡±.
El aspecto de Las Velas sigue siendo un muestrario del infierno. Los cuatro edificios que siguen en pie y que sirvieron de plat¨® a Gomorra siguen acumulando basura, ca?er¨ªas rotas por las que cae el agua constantemente, pasarelas podridas que amenazan con desplomarse. Los apartamentos m¨¢s altos ¨Cvac¨ªos porque no hay quien suba all¨ª sin ascensores y con las escaleras cada vez m¨¢s melladas¨C son un triste monumento a lo que pudo haber sido y no fue. Los pisos de m¨¢s de cien metros cuadrados con chimenea en el sal¨®n y grandes terrazas enfocadas al Vesubio ya solo sirven de contenedores de colchones viejos, ropa inservible y escombros. En los pisos m¨¢s bajos s¨ª contin¨²an viviendo los vecinos que no lograron levantar el vuelo. Rosaria y su hija Annalisa, que tiene 27 a?os y naci¨® aqu¨ª y creci¨® aqu¨ª y se enamor¨® aqu¨ª y, despu¨¦s de un noviazgo largo como los de antes, dentro de dos meses dar¨¢ a luz a su primer hijo. Ellas no salieron en Gomorra. Ni en la pel¨ªcula ni en la serie. ¡°Nosotros somos gente corriente¡±, casi se disculpa Rosaria en medio de su piso limpio y ordenado, ¡°como la mayor¨ªa de nuestros vecinos. Vivimos aqu¨ª porque no podemos vivir en otro lado. No pagamos la luz ni el agua porque no tenemos con qu¨¦ pagarla. Cuando mi madre, que en paz descanse, pudo hacerlo, la pag¨®. Durante a?os, durante toda una vida, hemos o¨ªdo los disparos, las redadas de la Polic¨ªa, las peleas de los yonquis en la escalera¡±. Cuentan Rosaria y Annalisa ¨C¡°?quieren un caf¨¦, un vaso de agua?¡±¨C que juntas desde su sof¨¢ vieron la pel¨ªcula y la serie, sorprendidas, con los ojos muy abiertos, casi de la misma forma con que el comisario Spina ve¨ªa por primera vez en directo a trav¨¦s de sus microc¨¢maras la venta de droga. La violenta, lujosa, trepidante vida de los otros a los que ellos ni fueron invitados ni quisieron sumarse, honrados extras sin sueldo ni guion. ¡°Lo que la pel¨ªcula cuenta es verdad¡±, se atreve a decir Rosaria, ¡°pero no toda la verdad¡±.
La otra verdad es menos fotog¨¦nica, pero no menos importante. De un tiempo a esta parte, personajes tan dispares como el profesor Ferraro, el comisario Spina, Ivo Poggiani, el l¨ªder de un colectivo anti-Camorra llamado (R)esistenza que trabaja los terrenos confiscados a la Mafia, o Vittorio Passeggio, el portavoz del Comit¨¦ de Las Velas de Scampia ¨Ccuyo local tiene un dibujo de Hugo Ch¨¢vez en la puerta¨C, est¨¢n empe?ados en que Vincenzo, el panadero, no vuelva a caer en los delitos que lo llevaron a prisi¨®n, y que los chavales que cada tarde juegan al f¨²tbol al pie de los bloques, Luigi, Massimo, Salvatore y Angelo, no caigan en las redes de los clanes, o que Rosaria y Annalisa puedan seguir el ejemplo de Carmela Imparato, la madre de dos hijas peque?as que una vez y otra le da con la puerta en las narices a los due?os de la droga: ¡°Te damos 50 euros al d¨ªa por guardarnos el dinero. Mucho m¨¢s por los alijos¡±. Carmela apenas habla en italiano, pero con el napolitano se basta y sobra para explicar sus razones: ¡°Es una cuesti¨®n de principios. Yo nac¨ª aqu¨ª y de aqu¨ª no he logrado salir, pero me educaron en la dignidad y eso es lo que yo quiero para mis hijas. Me ofrecen el dinero por mi buena fama, porque saben que la Polic¨ªa ¨Cque tambi¨¦n sabe que soy una persona honesta¨C nunca buscar¨ªa ni dinero ni droga en mi casa¡± .
La importancia est¨¢ en la fama, en la buena o en la mala. Y de ah¨ª que todos los entrevistados tengan una espina clavada con Gomorra, el libro, y luego la pel¨ªcula, y m¨¢s tarde la serie¡ Luigi de Magistris, un exmagistrado que desde 2011 es alcalde de N¨¢poles, les da la raz¨®n: ¡°Todo el mundo reconoce el m¨¦rito de Roberto Saviano al denunciar a la Camorra, e incluso yo, cuando algunos se opusieron a que diera el permiso para rodar la pel¨ªcula, me negu¨¦ a cualquier tipo de censura. Pero es verdad que hay un cierto pecado de omisi¨®n cuando se cuenta una y otra vez lo que hacen los mafiosos y nunca la rebeli¨®n continua, cada vez m¨¢s potente, de la gente corriente por salir adelante. La verdad es que no logramos quitarnos de encima el peso de la mala fama¡±. El comisario Spina, de regreso en el coche patrulla, con el puro apagado en la boca, se queda mirando las siluetas imponentes de Las Velas: ¡°Me recuerdan al cuento de Monterroso: ¡®Cuando despert¨®, el dinosaurio todav¨ªa estaba all¨ª¡±. El peso de la mala reputaci¨®n. La maldici¨®n de N¨¢poles.
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