Otra pareja ideal
Todos los d¨ªas, a las ocho y media de la ma?ana, se encontraban en la misma barra del mismo bar de la misma estaci¨®n de metro
Ella nunca se hab¨ªa sentido guapa, pero tuvo una edad luminosa que se prolong¨® en el tiempo, y buen tipo, un cuerpo donde las formas c¨®ncavas y las convexas se acoplaban en una dichosa armon¨ªa. Ten¨ªa adem¨¢s un pelo espectacular, una melena casta?a, larga y rizada que llamaba la atenci¨®n, rest¨¢ndola de los rasgos de un rostro vulgar de ojos peque?os, mand¨ªbula cuadrada y labios que, de tan finos, eran casi inexistentes. El tiempo se hab¨ªa cebado en el espesor de sus cabellos y en la estrechez de su cintura, anul¨¢ndolos por igual para dejarla a solas con su cara y un sobrepeso a¨²n m¨¢s vulgar. Hac¨ªa a?os que no la miraba nadie. La primera vez que ¨¦l lo hizo, se repas¨® a s¨ª misma discretamente para comprobar que no hab¨ªa pisado una caca de perro, ni hab¨ªa reventado las costuras de los pantalones, ni hab¨ªa salido de casa con la parte de arriba del pijama. Despu¨¦s pens¨® que ser¨ªa una casualidad.
?l nunca hab¨ªa sido guapo, pero en su juventud menos que nunca. La edad hab¨ªa secado los granos de su cara, hab¨ªa eliminado el exceso de grasa que convirti¨® durante d¨¦cadas su nariz en un bulto informe, y hab¨ªa sustituido las ondas espesas, apelmazadas, de su flequillo por una calvicie que le amargaba aunque le favoreciera, o viceversa. El alcohol hab¨ªa hecho el resto. Siempre hab¨ªa querido estar delgado y a fuerza de beber hab¨ªa conseguido estar esquel¨¦tico. A cambio, parec¨ªa un piel roja, rojiza su cara en general y en particular sus p¨®mulos, repletos de venillas que se ramificaban cada d¨ªa un poco m¨¢s para ir conquistando poco a poco la base de su nariz.
Todos los d¨ªas, a las ocho y media de la ma?ana, se encontraban en la misma barra del mismo bar de la misma estaci¨®n de metro. Ella iba a trabajar, a limpiar casas por horas. ?l ya no trabajaba, pero pon¨ªa el despertador todas las noches, igual que antes, porque en su derrota no pod¨ªa permitirse la humillaci¨®n suprema de quedarse en la cama. Adem¨¢s, al despertar siempre ten¨ªa sed, pero, sobre todo, soledad, tanta y tan variada que no pod¨ªa con ella. Por eso iba al bar, para estar rodeado de gente, para que el due?o le saludara por su nombre, para encontrarse con Seraf¨ªn, un parado de larga duraci¨®n, tan semejante a ¨¦l como su dependencia de una m¨¢quina tragaperras a la necesidad de las dos copas de co?ac que apenas mitigaban su amargura de cada d¨ªa.
?l ley¨® todo eso en su rostro, y record¨® aquel refr¨¢n que sol¨ªa decir su madre, siempre hay un roto para un descosido. El roto, sin duda, era ¨¦l
Ella tambi¨¦n estaba sola. Tambi¨¦n hab¨ªa estado casada, tampoco hab¨ªa tenido hijos, tambi¨¦n la hab¨ªa abandonado su pareja, tampoco hab¨ªa encontrado otra, tambi¨¦n hab¨ªa vivido mejor, tampoco hab¨ªa vivido nunca peor que ahora. ?l ley¨® todo eso en su rostro como en un libro abierto, y record¨® aquel refr¨¢n que sol¨ªa decir su madre, siempre hay un roto para un descosido. El roto, sin duda, era ¨¦l, pero si pudiera contar con alguien, si pudiera descansar en alguien, si pudiera compartir su miseria con alguien, a¨²n encontrar¨ªa fuerzas para recomponer alguno de sus pedazos. El descosido ser¨ªa una mujer, ni muy joven, ni muy guapa, ni lo suficientemente atractiva como para no estar desesperada de su propia soledad. Porque s¨®lo una mujer rotunda, abrumadora, definitivamente desesperada, estar¨ªa dispuesta a aferrarse a un clavo al rojo vivo, tan ardiente y doloroso. Por eso se fij¨® en aquella mujer, porque aunque le parec¨ªa mucho para ¨¦l, tambi¨¦n le parec¨ªa trist¨ªsima de puro sola.
Ella tard¨® muchos d¨ªas en darse cuenta. Durante muchos d¨ªas, fue descartando motivos para las miradas de aquel hombre, hasta que acept¨® que probablemente nadie les hab¨ªa presentado jam¨¢s, que no le recordaba a ninguna desconocida ni exist¨ªan razones ajenas a s¨ª misma en la insistencia de sus ojos. Entonces se sinti¨® tan perpleja que estuvo a punto de cambiar de bar, y no porque ¨¦l la desagradara, sino porque no sab¨ªa c¨®mo gestionar esa situaci¨®n despu¨¦s de todos los a?os que hab¨ªa vivido siendo invisible para los hombres. Su admirador beb¨ªa m¨¢s de la cuenta, sin duda. Deb¨ªa de estar parado, porque se tomaba la segunda copa de co?ac muy despacio, como si no tuviera prisa por llegar a ninguna parte. Era calvo, flaco y m¨¢s bien feo, pero estaba impregnado por cierta aura rom¨¢ntica. Ten¨ªa el atractivo de los perdedores contumaces y, si se acercaba a ella, se dijo, no le importar¨ªa conocerle.
As¨ª llevan casi un a?o. Cada vez que ¨¦l se promete a s¨ª mismo que se levantar¨¢ para darle los buenos d¨ªas, ella deja unas monedas sobre el mostrador y se marcha a toda prisa. Cada vez que ella se propone sonre¨ªrle, ¨¦l vuelve la cabeza un instante antes de contemplar la curva de sus labios.
Ojal¨¢ se encuentren alg¨²n d¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.