Mira lo que hago
Mucha gente quiere ser cada vez m¨¢s como la gente de ficci¨®n (y cretina) de la mayor¨ªa de los anuncios televisivos, y ¨¦stos han popularizado dos 'slogans' particularmente nefastos: ¡°Yo estuve all¨ª¡±
No por sabida la situaci¨®n, impresionaba menos la fotograf¨ªa que ilustraba el reportaje de Guillermo Altares del 1 de octubre en este diario: una patulea de sujetos ante La Gioconda, en el Museo del Louvre. El batiburrillo es tal que cuesta individualizarlos y contarlos, pero creo que son unos treinta (m¨¢s no captaba el objetivo, pero seguro que m¨¢s hab¨ªa), de los cuales s¨®lo tres se puede asegurar que est¨¦n mirando ¨Cintentando mirar, mejor dicho¨C el peque?o cuadro. Mir¨¢ndolo de veras. El resto est¨¢ dedicado a hacerle est¨²pidas fotos con sus est¨²pidos m¨®viles. A¨²n habr¨ªa sido posible una imagen m¨¢s escalofriante o deprimente, por lo que relataba el reportaje: la de una patulea equivalente d¨¢ndole la espalda al famoso retrato (no muy atractivo, seg¨²n mi criterio) para hacerse un selfie en el que se viera a cada visitante con la pintura al fondo, como adorno. Las ¨²ltimas veces que estuve en esa sala, hace ya a?os, el panorama era desolador, pero no tanto. La gente se agolpaba ante La Gioconda ¨Cno recuerdo si se permit¨ªa fotografiarla entonces¨C, mientras desde?aba uno o dos cuadros m¨¢s de Leonardo da Vinci que se hallaban all¨ª mismo, no digamos las maravillas de otros maestros repartidas por el museo. Pero al menos la marabunta no daba la espalda al objeto de veneraci¨®n superficial, es decir, la ¡°obra maestra¡± no hab¨ªa pasado a ser un mero escenario, un mero decorado de lo verdaderamente importante: uno mismo.
Es innegable que una de las causas de la imbecilizaci¨®n del mundo es la publicidad; que la humanidad lleve d¨¦cadas sometida a ella ¨Ca un perpetuo bombardeo de ella¨C ha tra¨ªdo sus consecuencias. Mucha gente quiere ser cada vez m¨¢s como la gente de ficci¨®n (y cretina) de la mayor¨ªa de los anuncios televisivos, y ¨¦stos han popularizado dos slogans particularmente nefastos: ¡°Yo estuve all¨ª¡± y ¡°Este es un acontecimiento hist¨®rico e irrepetible¡±. Se considera ¡°acontecimiento hist¨®rico¡± cualquier chorrada; desde la entrada de una tonadillera en la c¨¢rcel hasta la primera vez que Messi sale al campo disfrazado de senyera. Y s¨ª, claro, todo es ¡°hist¨®rico e irrepetible¡±, tambi¨¦n este trivial momento en que yo escribo este art¨ªculo, pero a qui¨¦n diablos le importa tama?a insignificancia. A cada individuo que presuma de ¡°haber estado all¨ª¡±, sea ¡°all¨ª¡± el Camp Nou con Messi vestido de bandera o la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn en su d¨ªa, habr¨ªa que contestarle con crueldad merecida: ¡°?Y? ?Tuvo usted alguna influencia? ?Habr¨ªa dejado de suceder la cosa si se hubiera ausentado? ?Es usted mejor por haber formado parte de una masa? ?No sabe que por televisi¨®n millones han visto lo mismo y podr¨ªan afirmar haber estado tambi¨¦n all¨ª, aunque no fuera cierto, y contarlo probablemente con m¨¢s detalle?¡± Supongo que para combatir esta ¨²ltima pregunta est¨¢n los selfies: ¡°He aqu¨ª la prueba, v¨¦anme con La Gioconda como ornamento, o con el Ad¨¢n de Miguel ?ngel y su dedo¡±. Pero claro, resulta que la Capilla Sixtina recibe actualmente 22.000 turistas diarios, y nunca hay menos de 2.000 personas all¨ª congregadas, una permanente muchedumbre. ?Qu¨¦ m¨¢s da que est¨¦ usted ah¨ª, sin mirar los frescos, si su supuesta ¡°unicidad¡± la comparten millares a diario?
Todo es raro y contradictorio hoy en d¨ªa. Demasiada gente ingenua se ha convencido de que cosa que cuelga en las redes (Facebook, Twitter o lo que sea), la va a contemplar el universo mundo, cuando lo m¨¢s seguro es que pase tan inadvertida como las sesiones de diapositivas a que anta?o se somet¨ªa a cuatro amistades cuando nuestros padres volv¨ªan de un viaje, o como los comentarios que se hac¨ªan en el caf¨¦ ante los compinches habituales. La gente est¨¢ demasiado ocupada colgando sus fotos y lanzando sus tuits para molestarse en ver o leer los de los dem¨¢s. El lema de nuestro tiempo deber¨ªa ser: ¡°Cada loco con su tema¡±, y el ¨²nico tema ¨Cy de todos¨C es uno mismo. ¡°Mira lo que me voy a comer¡±, y env¨ªan foto de un plato. ¡°Mira d¨®nde estoy¡±, y env¨ªan la de un vertedero o una puerta o la espantosa estatua gigante de una rana en el Paseo de Recoletos (ya habl¨¦ de esa afrenta). ¡°Mira con qui¨¦n estoy¡±, y arrojan la de un locutor o caricato con los que se han topado en la calle. ¡°Mira lo que estoy viendo¡±, y ah¨ª van sus selfies ante La Gioconda, proclamando que pueden estar vi¨¦ndola, pero desde luego no mir¨¢ndola.
Todo esto recuerda a los ni?os peque?os que precisan la constante atenci¨®n de la madre o el padre: ¡°Mam¨¢, mira lo que hago¡±; ¡°Mira, pap¨¢, ahora sin manos¡±. El ni?o necesita testigos para asegurarse de que efectivamente est¨¢ en el mundo y existe (todav¨ªa se est¨¢ acostumbrando a la novedad, y requiere confirmaci¨®n incesante: ?verdad que no soy una figuraci¨®n, pues hago cosas y las veis?). Esa inseguridad inicial sol¨ªa pasarse, y bastante pronto. Ahora da la impresi¨®n de que no se pasa nunca, de que las personas exigen contar con espectadores y espejos de todas sus actividades, hasta de las m¨¢s vulgares. Un s¨ªntoma m¨¢s de la creciente e inacabable puerilizaci¨®n del mundo. Uno se pregunta a veces si quedan muchos individuos capaces de disfrutar de algo sin ser contemplados en su disfrute. De un paseo, de un paisaje, de una obra maestra pict¨®rica que no sea banalmente c¨¦lebre, de un edificio o rinc¨®n en el que uno fije la vista por su cuenta, sin que se los hayan se?alado una p¨¢gina web o una gu¨ªa. Si queda algo aut¨®nomo y que se aprecie en s¨ª mismo, y no como decorado de nuestro insaciable narcisismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.