No puede pasar aqu¨ª
Venezuela era un pa¨ªs pac¨ªfico, democr¨¢tico, plural, laico y solidario donde el petr¨®leo obraba como gran amortiguador de las inequidades. Nadie intuy¨® que Hugo Ch¨¢vez lo convertir¨ªa en una distop¨ªa militarizada
Qu¨¦ hay, verdaderamente, de Hugo Ch¨¢vez en Podemos? ?Es posible concebir a Pablo Iglesias como un ¡°topo¡± a sueldo, regido desde ultratumba por Hugo Ch¨¢vez a trav¨¦s de Nicol¨¢s Maduro, su cada d¨ªa m¨¢s pat¨¦tico e impecune vicario en la tierra? De ese amasijo doctrinal hecho de teolog¨ªa bolivariana, m¨¢ximas redistributivas, de un marxismo que Eric Hobsbawm despachar¨ªa como ¡°vulgar¡±, de soeces fulminaciones contra sus adversarios, de ditirambos a Fidel Castro y exhortaciones a la unidad latinoamericana que Ch¨¢vez predic¨® durante m¨¢s de tres lustros mientras deliberadamente llevaba a la ruina a un pa¨ªs petrolero y conculcaba todas sus libertades, ?qu¨¦ reclama Podemos como pr¨¦stamo ¡ª o legado¡ª que resulte viable en la Espa?a de hoy?
No puedo saberlo. Por eso este art¨ªculo discurrir¨¢ solo sobre parte del pasado que Podemos invoca como inspiraci¨®n: el pasado reciente de Venezuela. Y esto con la relativa autoridad que me otorga ser venezolano, uno m¨¢s de los millones que padecen una cruenta y tir¨¢nica disfuncionalidad llamada socialismo del siglo XXI. Inquieto, tambi¨¦n, por la certidumbre con que en Espa?a escucho decir muy seguido: ¡°Esto es Europa, capullo; no somos Costaguana¡±, ¡°tenemos instituciones¡±, ¡°existe Bruselas¡±, etc¨¦tera; todo ofrecido, por cierto, con una europea condescendencia hacia nuestras violentas excentricidades latinoamericanas.
Hace casi 20 a?os, imaginar una Venezuela sin el bipartidismo inaugurado por Acci¨®n Democr¨¢tica (AD, socialdem¨®crata) y COPEI (democracia cristiana), que se hab¨ªa alternado en el poder durante cuatro d¨¦cadas a ra¨ªz de la ca¨ªda del dictador Marcos P¨¦rez Jim¨¦nez en 1958, resultaba para la mayor¨ªa de los venezolanos sencillamente imposible. A principios de 1998, apenas comenzaba la carrera hacia las elecciones de diciembre de aquel a?o, en las que Hugo Ch¨¢vez sacaba ya muchos cuerpos de distancia a los partidos de la casta criolla, publiqu¨¦ en El Universal de Caracas un art¨ªculo titulado ?Por qu¨¦ no me asusta Ch¨¢vez?, menos por mortificar las alarmas y aprensiones de los lectores m¨¢s conservadores de ese matutino que por encarecer la candorosa idea que por entonces me hac¨ªa yo de la inmutabilidad del sistema pol¨ªtico venezolano que nos hab¨ªa regido durante 40 a?os.
Hallaba esa idea, en verdad, muy tranquilizadora, y por eso la saqu¨¦ a dar una vuelta para sosegar a las buenas personas que consideraban abismalmente aterradora la sola perspectiva de una Venezuela donde no gobernasen ni AD ni COPEI. Mi idea se formulaba, en esp¨ªritu, as¨ª:
¡°Tranquil¨ªcense. No importa cu¨¢n extempor¨¢neas y retr¨®gradas luzcan ahora las posturas de Ch¨¢vez, ni cu¨¢n fundadas sus cr¨ªticas al sistema pol¨ªtico ni cu¨¢n radicales sus consignas en materia social, ni mucho menos cu¨¢n arrolladora fuese la simpat¨ªa del comandante que reflejan los sondeos. Tengan en cuenta que la lidia con las masivas e imponentes realidades de un pa¨ªs tan complejo como el nuestro, pero, al cabo, un pa¨ªs hecho a los usos democr¨¢ticos y, todo hay que decirlo, hecho tambi¨¦n a las artima?as moderadoras del munificente petroestado, habr¨¢ de apaciguar al exgolpista trocado en gobernante.
?Qu¨¦ reclama Podemos de la revoluci¨®n bolivariana que resulte viable en la Espa?a de hoy?
?No hay en esto mismo, en el solo hecho de que, derrotado Ch¨¢vez en toda la l¨ªnea como conspirador jefe de una logia militar golpista, no haya tenido m¨¢s remedio que entrar por el aro del juego democr¨¢tico, al grado de lanzarse como candidato a la presidencia, una demostraci¨®n de la salud y la supremac¨ªa moral de nuestra democracia? Cr¨¦anme: Ch¨¢vez no pasar¨¢ de ser el pintoresco y dicaz mandatario de un populista, clientelar y corrupto pa¨ªs caribe?o. Ch¨¢vez ganar¨¢ las elecciones, qui¨¦n lo duda, y el chavismo, sea lo que fuere, habr¨¢ llegado para quedarse y muy posiblemente mutar¨¢ en endemia, como el peronismo. Ser¨¢ algo traum¨¢tico y quiz¨¢ bochornoso de ver, pero nunca tan catastr¨®fico como se piensa. Fracasar¨¢, amigos; por descontado habr¨¢ de fracasar. Entonces volver¨¢ el desencanto cual torna la cig¨¹e?a al campanario: en un par de quinquenios el electorado dar¨¢ una segunda oportunidad a los partidos de anta?o que, con seguridad, habr¨¢n aprendido la lecci¨®n.
Dejen la alharaca, se?ores, y s¨ªrvanse otro whisky. Alternancia es el nombre del juego. Todav¨ªa tenemos petr¨®leo en el subsuelo. Volver¨¢n lluvias suaves. ?Comp¨®rtense! Esto no es ninguna tragedia¡±.
Me apresuro a decir que no era yo el ¨²nico en pensar que, de llegar Ch¨¢vez a la presidencia, la agreste realidad completar¨ªa la educaci¨®n requerida por un inquieto oficial de paracaidistas, pobre, provinciano, ignorant¨®n, bienintencionado pero de mostrenca formaci¨®n pol¨ªtica, para convertir al ep¨ªgono venezolano de Fidel Castro en un insuficiente mandatario en guayabera. Poca gente tal vez, pero la suficiente, pensaba igual que yo.
Los ricos de Caracas tambi¨¦n pensaban as¨ª. Los barones de la prensa y el arrogante mundo de los altos ejecutivos de la petrolera estatal, convencidos estos ¨²ltimos de su imprescindibilidad, solo ve¨ªan en Ch¨¢vez un accidente de fin de siglo, un poquit¨ªn retr¨®grado, pero acccidente al fin.
Solo algunos de los proverbiales poderes f¨¢cticos gesticulaban alarmados, pero, llegado el momento, ninguna de las Venezuelas sauditas dejar¨ªa de ofrecer desayunos en la sala de redacci¨®n, ni de costear viajes, de allegar compa?¨ªa femenina y oportunidades para buenos negocios, tratando de despertar a Ch¨¢vez de su ext¨¢tico sue?o de torcer el rumbo de la historia planetaria desde un peque?o pa¨ªs sudamericano y apaciguar, as¨ª, su fogosidad antisistema.
La pachorra con que el paquid¨¦rmico funcionariado de uno de los petroestados m¨¢s antiguos y burocr¨¢ticos del planeta cumplir¨ªa sus ¨®rdenes, asintiendo con una risita, arrastrando los pies y acatando sin obedecer, acabar¨ªa por amansar los arrestos revolucionarios de Hugo Ch¨¢vez. Nada costaba ser ecu¨¢nimes: el bipartidismo corrupto y clept¨®mano se hab¨ªa ganado a pulso la anunciada derrota electoral con su indignante descaro y su criminal insolidaridad hacia los pobres. Se merec¨ªa una tonificante derrota electoral que habr¨ªa de concretarse cuando el 56% del universo votante posible vot¨® por Ch¨¢vez en 1998.
El bipartidismo corrupto y clept¨®mano se gan¨® la derrota electoral con su criminal insolidaridad
En cuanto a lo que vendr¨ªa luego, mi art¨ªculo declaraba fe en una opi¨¢cea supercher¨ªa que he vuelto a escuchar en Madrid por estos d¨ªas. En¨¦rgicamente difundida por polit¨®logos e historiadores de mucho predicamento en Venezuela, la superstici¨®n intelectual de que hablo rend¨ªa culto a una presunta singularidad venezolana.
¡°Somos ¨²nicos ¡ªrezaba la versi¨®n m¨¢s legible¡ª; no somos violentos como los colombianos ni adoradores perpetuos de Eva Per¨®n; nuestro apenas imperfecto bipartidismo es, sin duda, alternativo y no se parece en nada a la dictadura perfecta del PRI; somos la democracia m¨¢s antigua y s¨®lida de la regi¨®n¡±. La ¨²ltima batalla de nuestras guerras civiles se hab¨ªa librado en 1903; el pa¨ªs era pac¨ªfico, democr¨¢tico, antimilitarista, plural y solidario. Laico hasta lo profano, mamador de gallo, aficionado al b¨¦isbol y a los concursos de belleza. ?Ah!, y el petr¨®leo, ?c¨®mo olvidarlo!, obraba como gran amortiguador de las inequidades.
El corolario de aquella tranquilizadora martingala sobre la singularidad venezolana era este: lo que se nos ven¨ªa encima no era m¨¢s que un cambio de elenco ¡ªas¨ª lo llam¨¢bamos¡ª, ruidoso, cierto; zafio y cuartelario, c¨®mo negarlo. Pero fatalmente destinado a fundirse con la ¨¦lite social hasta entonces dominante. Nadie pudo ni quiso siquiera contemplar la posibilidad de dejar de ser un petroestado insolidario ¡ªpolvo de estos lodos¡ª y convertirnos en la an¨®mica y sangrienta distop¨ªa militarizada, para colmo sat¨¦lite de Cuba, que hoy es Venezuela.
Tranquilizaba pensar que, de tiempo en tiempo, sol¨ªan venir estos radicales relevos, cabal¨ªsticamente en a?os terminados en ocho: la guerra federal en 1858, el fin del llamado liberalismo amarillo en 1898, la irrupci¨®n de la generaci¨®n del 28, el derrocamiento de R¨®mulo Gallegos en 1948, la ca¨ªda del dictador P¨¦rez Jim¨¦nez en 1958. Otro elenco, el de Ch¨¢vez, estaba llamado a hacerse presente en 1998, pero la sangre no llegar¨ªa al r¨ªo porque ¨¦ramos, como llevo dicho, democr¨¢ticos, pac¨ªficos, antimilitaristas, igualitarios viajeros frecuentes a Miami.
Nuestra religi¨®n laica era el populismo redistributivo y la democracia representativa; nuestro santo y se?a: la movilidad social que deparaba el petr¨®leo. ?Otro cambio de elenco? ?Bienvenido! Las ¨¦lites se encargar¨ªan de cooptarlo. ?Una dictadura narcomilitar de extrema izquierda? Dif¨ªcil de creer. A la Venezuela de hace 15 a?os le ven¨ªa como un guante el t¨ªtulo de una novela de Sinclair Lewis: Eso no puede pasar aqu¨ª.
Ibsen Mart¨ªnez es escritor.
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