La serena certeza del deber cumplido
¡°Estoy a la espera, preparado para despedirme en cualquier momento¡±. Hans K¨¹ng, el te¨®logo de las muchas batallas, se acerca al final sin dejar de hacerse preguntas y rodeado del respeto de los que fueron sus alumnos
Hac¨ªa bastante tiempo que no sub¨ªa la empinada cuesta que, en la hermosa ciudad universitaria de Tubinga, conduce a la casa de Hans K¨¹ng. Hace unas semanas pude volver a hacerlo, reconozco que con bastante emoci¨®n. Se me acumulaban los recuerdos. Hab¨ªa conocido al maestro en todo su esplendor, all¨¢ por 1970. En mi retina siguen grabadas sus magn¨ªficas clases, sus seminarios, su cercan¨ªa humana, su apertura ecum¨¦nica, su acendrada fe, su pasi¨®n por una Iglesia humilde, dialogante, ecum¨¦nica, fiel al mensaje de Jes¨²s, atenta a las necesidades del mundo y siempre dispuesta a reformarse. A sus alumnos nos impactaba, sobre todo, su apasionante recreaci¨®n de la figura de Jes¨²s de Nazaret; probablemente es uno de los te¨®logos del siglo?XX que mejor ha hablado de ¨¦l. Su libro Ser Cristiano, de 1974, consagrado casi en su integridad a la persona de Jes¨²s, se ha hecho acreedor a un prolongado agradecimiento. Una y otra vez ha vuelto K¨¹ng a hablar bien de Jes¨²s, la ¨²ltima en su libro Jes¨²s(Trotta 2014).
Ahora, mientras enfilaba aquella cuesta, esta vez en la grata compa?¨ªa de su editor espa?ol, Alejandro Sierra, y de su mujer, Christiane ¡ªle iban a hacer entrega de los primeros ejemplares del tercer volumen de sus memorias, Humanidad vivida¡ª, pensaba en el t¨ªtulo del libro de Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisi¨®n. Yo recordaba al K¨¹ng resistente, al te¨®logo joven y vigoroso, viajero incansable, lleno de energ¨ªas y proyectos; pero era consciente de que unos minutos despu¨¦s me iba a encontrar ante un K¨¹ng familiarizado ya con la sumisi¨®n a la que obligan las enfermedades y los a?os. Tiene 86. Hab¨ªa le¨ªdo el impresionante cap¨ªtulo XII de la Humanidad vivida, titulado En el atardecer de la vida, un conmovedor relato de sus males de ahora y de sus esperanzas de siempre; un relato que emocionar¨¢ a todo el que se entregue a su lectura. Adem¨¢s, estaba informado de que, a finales del mes de junio, su avanzado p¨¢rkinson le mostr¨® su cara m¨¢s siniestra: a punto estuvo de forzar el final, de provocar la ¨²ltima sumisi¨®n. Pero el p¨¢rkinson tal vez no hab¨ªa contado con la fuerza y las energ¨ªas acumuladas de este empedernido deportista, atleta, senderista, nadador y esquiador; en definitiva, no hab¨ªa contado con el K¨¹ng resistente.
Fue un encuentro de los que nunca se olvidan. Ante nosotros ten¨ªamos al K¨¹ng de siempre: sonriente, cordial, ameno. Las huellas de la enfermedad eran perceptibles, pero continuaba siendo el ¡°hombre erguido¡± que evocaba E. Bloch. Le encant¨® la edici¨®n espa?ola de sus Memorias. Y, con notable satisfacci¨®n, nos comunic¨® que la editorial Herder est¨¢ publicando sus Obras Completas en 24 vol¨²menes. Con sonrisa p¨ªcara a?adi¨®: ¡°Esto es efecto del papa Francisco¡±. Se refer¨ªa al hecho ins¨®lito de que una editorial cat¨®lica publique sus obras. Y, con gran satisfacci¨®n, despleg¨® sobre la mesa dos cartas del Papa, cuidadosamente archivadas, una de las cuales incluye en este volumen de sus memorias. Es notable su entusiasmo por la figura del actual papa. Le encuentra grandes semejanzas con su admirado Juan?XXIII; reconoce que est¨¢ llevando a cabo reformas necesarias, largamente esperadas y tenazmente defendidas por ¨¦l y por otros muchos te¨®logos.
Es notable su entusiasmo por el actual papa. Le encuentra grandes semejanzas con Juan XXIII
Calladamente yo me preguntaba si esas reformas incluir¨¢n su rehabilitaci¨®n. Es sabido que, hace m¨¢s de 30 a?os, Juan Pablo?II le priv¨® de su condici¨®n de te¨®logo cat¨®lico. ?Coger¨¢ el papa Francisco un d¨ªa el tel¨¦fono ¡ªest¨¢ demostrando que sabe hacerlo¡ª y llamar¨¢ a K¨¹ng para decirle que queda rehabilitado, que la Iglesia no puede permitir que muera como te¨®logo no cat¨®lico uno de los te¨®logos de la segunda mitad del siglo?XX y comienzos del XXI que m¨¢s han contribuido a la difusi¨®n y profundizaci¨®n del catolicismo en el ancho mundo? Pensaba en esta posibilidad al contemplar una y otra vez aquella interminable estanter¨ªa que contiene sus m¨¢s de 60 libros, algunos de ellos muy voluminosos, traducidos a m¨²ltiples idiomas. Una estanter¨ªa que ha proyectado mucha luz sobre los grandes temas de la vida humana: Dios, Jes¨²s, la Iglesia, las religiones del mundo, el sentido de la vida, la ¨¦tica, el m¨¢s all¨¢, el origen de la realidad, la deseada paz, la pol¨ªtica y la econom¨ªa, la m¨²sica, y un abultado etc¨¦tera. Me ven¨ªan a la mente los elogios que otro grande de la teolog¨ªa, K. Barth, le dedic¨® cuando solo era una joven promesa: ¡°Le tengo a usted por un israelita en quien no hay enga?o¡±; y terminaba deseando al joven doctor que viniera sobre ¨¦l el Esp¨ªritu. Se tiene la impresi¨®n de que el Esp¨ªritu no se ha portado nada mal con K¨¹ng. Tambi¨¦n me qued¨¦ con una frase, muy breve, de una de las cartas del papa Francisco: ¡°Quedo a su disposici¨®n¡±. K¨¹ng no le va a pedir nada para ¨¦l, pero los dem¨¢s podemos, desde el respeto y la admiraci¨®n que sentimos por el papa Francisco, rogarle que no eche en saco roto el caso K¨¹ng, que le haga un hueco en su agenda de reformas. Sabemos que no es un asunto f¨¢cil, pero Francisco se est¨¢ especializando en temas arduos.
Digamos, finalmente, que, a estas alturas de la pel¨ªcula, a K¨¹ng no le obsesiona su rehabilitaci¨®n eclesi¨¢stica; esa beneficiar¨¢ m¨¢s a la Iglesia cat¨®lica que a ¨¦l. Est¨¢ mucho m¨¢s pendiente de la otra rehabilitaci¨®n, de la que acontece cuando cae el tel¨®n de esta vida. En el citado cap¨ªtulo 12 de la Humanidad vivida ofrece un vivo recuento de los numerosos ¡°achaques¡± que hacen dif¨ªcil su d¨ªa a d¨ªa. La muerte no es ya una amenaza lejana, sino un visitante que ya no se har¨¢ esperar demasiado: ¡°Estoy a la espera¡±, preparado para ¡°despedirme en cualquier momento¡±. De hecho, nos encontramos en el despacho en el que le gustar¨ªa morir, en el que ha trabajado desde que en 1960 lleg¨® a Tubinga. Y en Tubinga desea ser enterrado. Ya ha comprado la que ser¨¢ su tumba. Reposar¨¢ junto a sus entra?ables amigos Walter Jens y su esposa Inge. Ser¨¢ su ¨²ltimo homenaje a la amistad, su postrer intento de cercan¨ªa.
Rechaza el suicidio. No quisiera devolver su vida al Creador con ira y desesperaci¨®n
Su epitafio ser¨¢ sencillo y breve: ¡°Profesor Hans K¨¹ng¡±. Desea ser recordado por su ¡°oficio¡±: profesor. ¡°No he sido un profeta, sino un profesor¡±. Un profesor que, en aquella tarde fr¨ªa y lluviosa de Tubinga, transmit¨ªa paz, sosiego, serenidad. El te¨®logo de las muchas batallas se acerca al final con la serena certeza del trabajo bien hecho, del deber cumplido. ¡°Mi obra est¨¢ concluida¡±. Ha escrito muchos libros, pero, como nuestro Unamuno, no se conforma con la inmortalidad que otorga la obra realizada, desea seguir viviendo ¨¦l y no solo sus libros. Su fe cristiana le permite esperar un nuevo comienzo, otra vida m¨¢s all¨¢ de la muerte. No desea el final, pero lo acepta con la confianza del viajero que sabe que no peregrina hacia ninguna parte. No es ¡°la nada¡± nuestra ¨²ltima morada, escribe una y otra vez, sino el Misterio, al que algunas religiones, entre ellas el cristianismo, llaman Dios.
Eso s¨ª: K¨¹ng desear¨ªa un final benigno, una buena muerte. Le gustar¨ªa morir como ha vivido: digna y humanamente. No querr¨ªa sufrir la terrible y lenta agon¨ªa que en 1954 sufri¨® su joven hermano Georg, v¨ªctima de un tumor cerebral; tampoco desear¨ªa verse sumido en la demencia padecida por su amigo Walter Jens durante 10 a?os; y no le encuentra ning¨²n sentido a una vida puramente vegetativa como la sufrida durante demasiados a?os por Ariel Sharon. Como creyente cristiano sabe que la vida es un don de Dios. En su ¨²ltimo libro, Gl¨¹cklich sterben (Una muerte feliz), al que seguir¨¢ otro sobre los siete papas que ha conocido, rechaza expresamente el suicidio. No quisiera devolver su vida al Creador con ira y desesperaci¨®n. Pero pide ayuda para un buen morir. Rechaza la alimentaci¨®n artificial y la respiraci¨®n asistida como formas de prolongar la vida. Y se pregunta si el acto de desconectar esas m¨¢quinas, lo que llamamos eutanasia pasiva, no es ¡°tan activo¡± como el de suministrar una elevada dosis de morfina que causa igualmente la muerte, es decir, la eutanasia activa. Preguntas y m¨¢s preguntas. K¨¹ng se ha pasado la vida practicando la teolog¨ªa de la pregunta.
Ca¨ªa ya la tarde cuando me desped¨ª, con m¨¢s emoci¨®n que nunca, del maestro y del amigo. ?Nos volveremos a ver? En Tubinga segu¨ªa lloviendo, como casi siempre por estas fechas.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico em¨¦rito de Filosof¨ªa de la UNED.
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