El burro y el salvaje
La broma cruel y el maltrato a los indefensos adornan algunas de nuestras fiestas m¨¢s arraigadas
Hab¨ªa que celebrar el centenario de la publicaci¨®n de Platero y yo y, qu¨¦ caramba, lo hemos hecho por todo lo alto. En principio, lo previsto en el programa es que los actos de celebraci¨®n se centraran en Moguer, el pueblo al que el poeta Juan Ram¨®n dedicara tantos y tan sentidos poemas, pero ya se sabe el tir¨®n que tiene la literatura en nuestros d¨ªas, y hubo alguien en Lucena (C¨®rdoba) que se quiso adelantar y dar el campanazo. Lo dicho, en este pa¨ªs no podemos parar de crear. El cuento resultante de la efem¨¦ride no ha podido ser m¨¢s navide?o, pero no en la onda edulcorada de los anuncios de la ONCE o del turr¨®n, en absoluto, este es un cuento como extra¨ªdo de la antolog¨ªa de esas narraciones ancestrales en las que jam¨¢s se evitaban ni la crueldad ni la muerte.
El argumento arranca con que el Ayuntamiento de Lucena instal¨® la semana pasada, como todos los a?os, un bel¨¦n en la plaza del pueblo. Hasta aqu¨ª usted y yo somos muy partidarios de tal manifestaci¨®n cultural. Los belenes encantan a los ni?os, al fin y al cabo, se trata de una historia que narra c¨®mo una pareja, pobre de solemnidad, huye hacia un lugar seguro para que ella, la joven embarazada, d¨¦ a luz a su hijo. Es un cuento con final feliz, o que se detiene en ¨¦l, porque a los ni?os no se les cuenta, ni falta que hace, lo que le ha de ocurrir a ese cr¨ªo en el futuro, 33 a?os despu¨¦s del m¨¢gico momento en que las estrellas alumbran los campos para que pastores y reyes vayan a adorar a una criatura reci¨¦n nacida en un establo. Para qu¨¦ adelantar a los inocentes el fin de la vida si ser¨¢n ellos solos los que a los seis o los siete a?os comiencen a hacerse preguntas y a exigir, entre llantos, respuestas consoladoras acerca de la muerte de sus propios padres.
Hay una resistencia rocosa a dejar atr¨¢s tradiciones incompatibles con la sociedad moderna
En el bel¨¦n de Lucena pusieron animalitos de verdad para que calentaran con su aliento al ni?o, que era, gracias a Dios, de escayola, porque har¨¢ cosa de dos a?os alguien arrebat¨® la figurilla del pesebre y lo encontraron luego donde Cristo dio las tres voces (por seguir con el cuento). En Espa?a hay una resistencia rocosa a dejar atr¨¢s tradiciones que ya no se sostienen, o que son incompatibles con una sociedad moderna: animales de verdad de adorno, como si los ni?os necesitaran que alg¨²n personaje fuera de carne y hueso para creerse el cuento. Animales apretujados en un sitio m¨ªnimo durante d¨ªas, sufriendo el estr¨¦s de la escasez del espacio y de una celebraci¨®n de la que no entienden nada, ni las luces ni la m¨²sica ni los petardos, que a buen seguro los hay. Es posible que haya palabras de ternura para los burros y una voluntad de que los ni?os la sientan por ellos, no lo dudo, pero no es com¨²n el pensamiento de que los animales sienten y padecen, de que no son juguetes, ni peluches, ni figuras vivientes, ni actores a nuestro servicio, ni su vida es de menor categor¨ªa que la nuestra.
Entre los que quisieron disfrutar del bel¨¦n hab¨ªa un bruto entrado en kilos, un salvaje, no s¨¦ si ir¨ªa borracho o no, pero la burricie y el alcohol conviven en gran sinton¨ªa en estas entra?ables fechas y el tipo quiso, como digo, aportar su humilde dosis de creatividad al cuento del ni?o Jes¨²s salt¨¢ndose la valla que proteg¨ªa el misterio y arre¨¢ndole patadas a un burrito tierno para apartarlo y montarse en el otro. Descacharrante. El burrito cachorro, ya lo han le¨ªdo, pag¨® con su vida su participaci¨®n en el bel¨¦n viviente, no sin antes sufrir dos d¨ªas de tremenda agon¨ªa. El salvaje ha sido detenido, no porque le pararan los pies en el momento, que no hubo ninguna autoridad ni ning¨²n ciudadano que se atreviera a actuar cuando estaba ocurriendo, sino porque su foto ha traspasado las fronteras del pueblo y la indignaci¨®n externa ha obligado a castigar a semejante tipejo.
Hay costumbres espa?olas que delatan algo muy feo de lo que no conseguimos desprendernos. La broma cruel y el maltrato a los indefensos adornan algunas de nuestras fiestas m¨¢s arraigadas y no hay manera de que acabemos con ellas de una vez por todas, porque no ha habido ni hay voluntad y audacia pol¨ªticas para corregir la burricie. Mucho se habla de cultura pero qu¨¦ poco de educaci¨®n. Con unos cuantos padres educados que hubieran sacado sin miramientos del portal a un individuo que estaba dando un ejemplo execrable se hubiera evitado la muerte de un ser inocente y este desenlace vergonzoso. Con que una serie de paisanos cayeran en la cuenta de que no se puede disponer de los animales para que act¨²en en nuestras ficciones; con que se castigara duramente a los tipos irrecuperables para que supieran a qu¨¦ atenerse; con que en casa se educara a los ni?os en el convencimiento de que no son el centro del mundo y en el colegio se les acercara m¨¢s a la idea de que formamos parte de un universo que hay que respetar y cuidar; con que fu¨¦ramos conscientes de que hay que educar en la consideraci¨®n y en la bondad, estas brutalidades ocurrir¨ªan menos. El maltrato a los animales es revelador y en Espa?a sigue siendo algo tan habitual que revela un elemento brutal de nuestro comportamiento colectivo. Los alcaldes deber¨ªan esforzarse porque sus pueblos no aparecieran en la prensa por sucesos tan penosos como este. Si quieren tanto a sus ni?os que hagan lo posible por ofrecerles un final feliz.
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