El desencanto que viene
Las fuerzas pol¨ªticas alientan entre los ciudadanos un compromiso con los candidatos y no con los proyectos. Este v¨ªnculo d¨¦bil es una invitaci¨®n a que los votantes caigan en la frustraci¨®n a la menor contrariedad
No es verdad que no haya nada nuevo bajo el sol (el sol mismo hubo un instante en que fue nuevo). Como tampoco lo es que seamos por completo inaugurales, cual Ad¨¢n en el para¨ªso. En el primer caso no habr¨ªa nada que hacer; en el segundo no sabr¨ªamos qu¨¦ hacer. En realidad, incluso la m¨¢s rabiosa novedad contiene siempre alguna proporci¨®n de mezcla entre lo in¨¦dito, lo absolutamente original, y lo conocido, lo d¨¦j¨¤ vu.Este principio general, presente a lo largo de toda la historia, se conjuga con una relativa facilidad en las diferentes situaciones particulares. Afirmar que actualmente en Espa?a estamos a punto de volver a vivir una segunda Transici¨®n, y reservarse los papeles que hace casi cuarenta a?os representaron los viejos actores sale gratis, en el fondo porque no es m¨¢s que un deseo (aceptemos, con benevolencia, que tal vez incluso piadoso) cuya verosimilitud todav¨ªa no se ha puesto a prueba. As¨ª, en la comunidad aut¨®noma en la que vivo hay uno que se cree Su¨¢rez y, fascinado por la leyenda de maestro del regate corto que se le suele atribuir al primer presidente de la democracia espa?ola, se dedica a todo tipo de trapacer¨ªas, argucias y enga?os (incluso a su propio electorado), en el convencimiento de que de esta forma pasar¨¢ ¨¦l tambi¨¦n, al igual que el de ?vila, a la historia, como si la determinaci¨®n de semejante destino le correspondiera al propio interesado.
A escala espa?ola parece estarse llevando a cabo un reparto que, en ocasiones, m¨¢s parece de disfraces que de papeles. Hay quien se pide el de Felipe Gonz¨¢lez, como los hay que desear¨ªan que hubiera quien se hiciera cargo del de Fraga, y as¨ª sucesivamente. El reparto incluso podr¨ªa alcanzar a los actores secundarios, y no faltar¨¢ el malvado que se?ale que a ??igo Errej¨®n le ha correspondido en (mala) suerte el papel de Pilar Mir¨®, ¨²nicamente cambiando en el guion bolsos por becas, y a Juan Carlos Monedero, el de Alfonso Guerra (o el de su hermano, no sabr¨ªa decirlo).
Por supuesto que a los obsesionados en fantasear repeticiones les convendr¨ªa no olvidar el c¨¦lebre destino que, seg¨²n Marx, aguarda a los que se empe?an en que la historia regrese tal cual (como es sabido, terminar haci¨¦ndolo, en efecto, pero en forma de farsa). De poco sirve el recordatorio si no se se?ala a continuaci¨®n su raz¨®n de ser. Porque lo que realmente impide que se materialice la fantas¨ªa de la repetici¨®n no es ninguna ley o fatalidad de signo opuesto (una presunta ley de la caricatura en este caso), sino precisamente la contingencia misma de la historia. Con otras palabras: el hecho de que, en general, no se puede olvidar lo que alguna vez se supo y, en particular, el de que cuando muchos ciudadanos experimentan la sensaci¨®n de que toda una serie de actitudes, gestos, iniciativas y discursos ya no les vienen de nuevas (como s¨ª ocurri¨® cuando se dieron por vez primera) no reaccionan de la misma forma que lo hicieron en el pasado.
A este car¨¢cter resabiado de la ciudadan¨ªa habr¨ªa que a?adir otro elemento, relacionado con las espec¨ªficas caracter¨ªsticas que viene adoptando de un tiempo a esta parte la pol¨ªtica en nuestra sociedad. La creciente tendencia a plantear las relaciones sociales en t¨¦rminos psicol¨®gicos o, por enunciarlo con los t¨¦rminos del Richard Sennett de El declive del hombre p¨²blico, la saturaci¨®n completa de la vida p¨²blica con elementos procedentes de la vida privada, como sentimientos o motivaciones personales, ha terminado por exasperar algo que siempre estuvo en germen, aunque bajo un relativo control.
La decepci¨®n no afectar¨¢ esta vez a la democracia, sino a la confianza en regenerarla
En efecto, la espectacularizaci¨®n de la vida p¨²blica ha consagrado el desplazamiento de la atenci¨®n de la ciudadan¨ªa desde las pol¨ªticas a los pol¨ªticos. Se ha convertido en completamente habitual que los ciudadanos hayan dejado de justificar sus preferencias electorales en t¨¦rminos propiamente program¨¢ticos, esto es, manifestando su acuerdo con una determinada propuesta de medidas o con el modelo de sociedad que consideran deseable, para pasar a hacerlo en t¨¦rminos casi exclusivamente personales, tales como ¡°X me inspira confianza¡±, ¡°Y parece honrado¡±, ¡°Z transmite ilusi¨®n¡± y similares.
Semejante desplazamiento, lejos de constituir un signo de nuestro tiempo irrelevante, banal o exento de conclusiones, merece ser considerado como una aut¨¦ntica bomba de efectos retardados. Hacer descansar el peso de la propia opci¨®n pol¨ªtica en una dimensi¨®n subjetiva, convirtiendo la participaci¨®n en lo colectivo en mero consumo de los valores personales que expresan los pol¨ªticos, implica consagrar una idea del compromiso de los ciudadanos con la cosa p¨²blica extremadamente fr¨¢gil y vulnerable. Si comparamos este tipo de v¨ªnculo con el que era m¨¢s habitual hasta hace no tanto, se comprender¨¢ mejor lo que estoy intentando se?alar.
Al elector que en el pasado confiaba su voto a un determinado partido por los ideales globales que postulaba y por las pol¨ªticas concretas que propon¨ªa, la hipot¨¦tica frustraci¨®n ante el comportamiento de un determinado candidato al que hab¨ªa apoyado no le llevaba a alterar sus convencimientos de fondo. La consideraba una mera decepci¨®n por un incumplimiento program¨¢tico que, como mucho, le mov¨ªa a exigir la sustituci¨®n de quien hubiera faltado a sus promesas por alguien que s¨ª estuviera dispuesto a cumplirlas.
Pero cuando las cosas se plantean en t¨¦rminos personales (subsumiendo, como dije, la pol¨ªtica en los pol¨ªticos) y, por a?adidura, se descalifica a todos ellos en sumarios t¨¦rminos moralistas (por su condici¨®n de casta, por ejemplo), se corre el serio riesgo de que tales argumentos acaben volvi¨¦ndose, como un bumer¨¢n,contra quienes tan a la ligera los lanzaron. El eco obtenido en las ¨²ltimas semanas por el goteo de noticias que daban cuenta de determinadas contradicciones personales de algunos de estos pol¨ªticos emergentes constituye, al margen de la evidente intencionalidad pol¨ªtica de las presuntas denuncias, un serio aviso del tipo de efectos a que acaba dando lugar una determinada l¨®gica discursiva.
Quienes se apoyan en el personalismo corren el peligro de ser sus primeras v¨ªctimas
Porque en el instante en el que esta otra decepci¨®n personalizada se produzca, de manera necesaria habr¨¢ de adoptar un car¨¢cter muy diferente al abiertamente politizado que acabamos de comentar, y se presentar¨¢ en unos t¨¦rminos que a algunos habr¨¢n de resultarles lejanamente familiares, esto es, en t¨¦rminos de desencanto. Esta espec¨ªfica forma de desafecci¨®n respecto a lo pol¨ªtico siempre fue un recurso c¨®modo para ciudadanos poco dispuestos a un compromiso pol¨ªtico fuerte y, por tanto, necesitados de una justificaci¨®n de apariencia convincente que legitimara la r¨¢pida desvinculaci¨®n de su apoyo anterior a un determinado proyecto (el t¨¦rmino se puso de moda a partir del estreno ?en 1976! de la pel¨ªcula de Jaime Ch¨¢varri del mismo nombre, cuando tan poco hab¨ªa de lo que estar desencantado).
Por a?adidura, la apelaci¨®n al desencanto parece orlar a quien la plantea de una dimensi¨®n ¨¦tica, de una expectativa ilusionada de honradez, de cuya frustraci¨®n el pol¨ªtico presuntamente nuevo ser¨ªa por definici¨®n el absoluto responsable. La argumentaci¨®n es, sin duda, falaz y constituye un obsceno ejercicio de ventajismo moral por parte de quienes se acogen a ella. Pero tal vez m¨¢s importante que denunciar tales razonamientos sea dejar constancia de la responsabilidad de las fuerzas pol¨ªticas que en el fondo los est¨¢n alentando con sus actitudes y sus discursos.
El desencanto que viene no ser¨¢, como el original (el de la Transici¨®n), respecto a la democracia misma, sino respecto a las promesas de regenerarla empezando desde cero y, sobre todo, respecto a quienes se presentan hoy como los ¨²nicos en condiciones de cumplir tan virginal promesa. Porque los mismos que han planteado su proyecto en t¨¦rminos fuertemente personalistas y vaporosamente pol¨ªticos corren el peligro de acabar siendo v¨ªctimas del tipo de v¨ªnculo que, con tales actitudes, habr¨¢n establecido con los ciudadanos. Un v¨ªnculo d¨¦bil y vol¨¢til en extremo, basado en la sinton¨ªa emocional y carente de contenidos te¨®rico-pol¨ªticos definidos (a fin de cuentas, afirmar, como gustan de hacer algunos en los ¨²ltimos tiempos, que lo importante no son las etiquetas ideol¨®gicas ¡ª¡°recurso de trileros¡±, acabamos de saber¡ª sino resolver los problemas de la gente, est¨¢ asombrosamente cerca del tan denostado en su momento ¡°gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones¡±). Un v¨ªnculo incapaz de soportar la menor contrariedad de lo real. En suma, toda una invitaci¨®n a sus propios votantes para que, a las primeras de cambio, abandonen el barco de la presunta ilusi¨®n por la escotilla de emergencia del desencanto.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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