Feliz A?o Nuevo
No piquen en el anzuelo de la felicidad plastificada, de la alegr¨ªa que se basa en dar envidia a los vecinos
El 22 de diciembre hab¨ªa que ir a clase para nada, porque nos daban las vacaciones a las doce de la ma?ana. Lo s¨¦ porque, al volver a casa, siempre estaba cantando Raphael. El concierto ben¨¦fico que la mujer de Franco presid¨ªa cada a?o en el Teatro de la Zarzuela se retransmit¨ªa por tierra, mar y aire, empalmando con el sorteo de la Loter¨ªa de Navidad.
El 22 de diciembre, en mi casa, era un d¨ªa fren¨¦tico. Cuando volv¨ªamos del colegio, nada hab¨ªa empezado a¨²n. Pero entonces mi madre bajaba al s¨®tano, sub¨ªa un mont¨®n de cajas y antes de comer pon¨ªamos el ¨¢rbol, el bel¨¦n, un adorno horroroso con campanas de purpurina y acebo de pl¨¢stico en la puerta. ?ramos cuatro hermanos y trabaj¨¢bamos deprisa. ?ramos bastante chapuceros, pero el espumill¨®n ¨Crecuerdo kil¨®metros de espumill¨®n por todas partes¨C lo arreglaba todo.
A la hora de comer del 22 de diciembre empezaba oficialmente la Navidad en casa de los Grandes. Despu¨¦s, a media tarde, cog¨ªamos un autob¨²s y nos baj¨¢bamos en Callao para ver las luces de la Gran V¨ªa y de la Puerta del Sol, e ¨ªbamos a la Plaza Mayor a comprar alguna bola y un pastor nuevo. En alg¨²n momento, mi hermano Manuel se despistaba para comprar una bolsa de polvo blanco, ¨¢cido b¨®rico, sin que yo me enterara. Al d¨ªa siguiente, el bel¨¦n aparec¨ªa tan nevado como si Jes¨²s hubiera nacido en los fiordos noruegos. Entonces yo gritaba, lloriqueaba, iba a quejarme, mam¨¢, mam¨¢, Manuel ha vuelto a nevar el bel¨¦n¡ Y mi madre me dec¨ªa que ella hab¨ªa le¨ªdo en alguna parte que en Palestina tambi¨¦n nevaba en invierno, y que la dejara en paz por lo que m¨¢s quisiera.
Entonces yo gritaba, lloriqueaba, iba a quejarme, mam¨¢, mam¨¢, Manuel ha vuelto a nevar el bel¨¦n¡
En la ma?ana del d¨ªa 23, mi padre nos daba las participaciones de loter¨ªa que hab¨ªa comprado y nos sent¨¢bamos a mirar en el peri¨®dico si nos hab¨ªa tocado algo. El dinero nos daba igual. Lo que nos habr¨ªa hecho ilusi¨®n de verdad habr¨ªa sido ganar alg¨²n a?o la cesta del mercado, o la de la panader¨ªa, o la que fuera, pero nunca nos llevamos ninguna. Por eso, algunos a?os, para consolarnos, mi madre nos llevaba a alguna t¨®mbola ben¨¦fica. Recuerdo la que entonces se llamaba ¡°t¨®mbola de la vivienda¡±, porque estaba promovida por el Instituto Nacional de la Vivienda. Era un puesto enorme situado en un solar de la calle de Luchana ¨Cen los a?os sesenta, en la calle de Luchana hab¨ªa solares¨C, donde se compraban unos papelitos doblados de colores, muy baratos, que se abr¨ªan para tirarlos al suelo enseguida, si no hab¨ªa tocado nada, o para cambiarlos por una chorrada. En el fondo del puesto hab¨ªa lavadoras, neveras, televisores y fotos de pisos, pero yo nunca vi que le tocaran a nadie.
En Nochebuena, mi padre cantaba villancicos tradicionales con unas letras obscenas, muy golfas, tan divertidas como todo lo prohibido, que hab¨ªa aprendido de peque?o en la calle de Velarde. En Nochevieja, mi abuela Rosa me pelaba las uvas y me ense?aba a diferenciar los cuartos de las campanadas para comerlas perfectamente, porque era muy importante empezar bien el a?o. En Reyes, mi tata, que se llamaba Agripina y era de un pueblo de Cuenca, nos contaba que, cuando era peque?a, los Reyes le dejaban siempre una naranja, lo mismo que a sus hermanos.
Recuerdo muy bien las Navidades de mi infancia, y las recuerdo con alegr¨ªa, sin una pizca de amargura. Todo era muy peque?o, la decoraci¨®n, la publicidad, las cenas, los regalos, todo menos el n¨²mero de las personas que se sentaban a la mesa, que por aquel entonces, como suele suceder en los pa¨ªses pobres, era enorme.
Recuerdo aquellas Navidades en las que la estrella era el huevo hilado, y nadie se compraba un traje para salir en Nochevieja, y los Reyes s¨®lo tra¨ªan un regalo grande y sorpresas, ninguna tan codiciada como la del rosc¨®n, que era un tesoro. Y en la frontera de 2014, un a?o tan duro, con 2015, que volver¨¢ a ser dur¨ªsimo para muchos espa?oles, quiero invocar el esp¨ªritu de las Navidades de mi infancia, las fiestas de la sidra y el espumill¨®n, donde se cantaba y se bailaba y se com¨ªa turr¨®n, y eso bastaba.
No consientan que el iPhone 6 que no pueden regalar a sus hijos les amargue estos d¨ªas. No acudan a los nuevos usureros que se anuncian en la tele para endeudarse comprando regalos. No piquen en el anzuelo de la propaganda multicolor, de la felicidad plastificada, de la alegr¨ªa que se basa en dar envidia a los vecinos. Y si la maldita crisis les ha empobrecido, escarben en su memoria, recuerden aquellos tiempos en los que la pobreza no era un estigma humillante, ni una verg¨¹enza, ni una tragedia, sino la misma vida, la lucha constante de todas las ma?anas.
Ojal¨¢ en 2015 sean m¨¢s felices que en 2014.
www.almudenagrandes.com
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