Por ser ni?as
Sabido es que los derechos son menores para ellas en todo el mundo. Pero elegimos un pa¨ªs pobre, Etiop¨ªa, para observar su situaci¨®n. ?Conclusi¨®n? Urge erradicar los matrimonios forzosos o la ablaci¨®n y garantizar su educaci¨®n
Por ser ni?a no ir¨¢s a la escuela. Te quedar¨¢s en casa para ayudar con las tareas del hogar y cuidar a los hijos que nazcan despu¨¦s de ti. Por ser ni?a cargar¨¢s 25 litros de agua sobre tu espalda a diario durante horas desde que tengas siete a?os o menos. O tanta le?a que quien te mire por detr¨¢s solo podr¨¢ distinguir tus delgadas piernas aguantando, milagrosamente, todo ese peso. Por ser ni?a har¨¢s todo esto descalza porque los chicos tendr¨¢n prioridad a la hora de obtener unos zapatos. Por ser ni?a, tu padre elegir¨¢ un marido para ti antes de que sepas el significado del matrimonio y, mucho menos, de la maternidad. Por ser ni?a te mutilar¨¢n los genitales y durante toda tu vida sufrir¨¢s dolores e infecciones. Por ser ni?a, parir¨¢s todos los hijos que tu marido decida y ser¨¢s responsable de alimentarlos y salvar sus vidas si enferman. Por ser ni?a trabajar¨¢s en el campo de sol a sol, tambi¨¦n cuando est¨¦s embarazada. As¨ª ser¨¢ tu vida hasta el d¨ªa de tu muerte, que posiblemente llegar¨¢ antes de que cumplas los 58 o los 65 a?os, seg¨²n el informe que se mire, porque esa es la esperanza media de vida en tu pa¨ªs.
Esta descripci¨®n pesimista corresponde al peor marco posible en Etiop¨ªa, un pa¨ªs de contrastes: es el d¨¦cimo cuarto m¨¢s pobre seg¨²n el ?ndice de Desarrollo Humano, pero tambi¨¦n el Estado africano no petrolero que m¨¢s ha crecido en la ¨²ltima d¨¦cada, con ritmos superiores al 10% de su PIB. Etiop¨ªa ha avanzado un buen trecho en materia de igualdad de g¨¦nero, pero a¨²n tiene otro tanto por andar. "Antes, ser mujer era ser una sirvienta. No piensas en que tu hija vaya a la escuela, solo sirve para ser vendida a su futuro marido y todo, siempre, es su responsabilidad: hogar, hijos, trabajo en el campo...", enumera Endale Geleta, trabajador social cuya familia proviene del ¨¢mbito rural.
El Gobierno et¨ªope se empez¨® a preocupar por la situaci¨®n de sus mujeres tras la revoluci¨®n de 1974 que derroc¨® al emperador Haile Selassie e instaur¨® en el poder un Gobierno comunista. Desde entonces, ha dado pasos significativos, como prohibir la ablaci¨®n o los matrimonios con menores de 18 a?os. La Constituci¨®n reconoce sus derechos y la Pol¨ªtica Nacional para las Mujeres de Etiop¨ªa de 1993 establece como prioridades alcanzar la equidad, facilitar el acceso a servicios b¨¢sicos en el entorno rural y eliminar los prejuicios contra ellas. "Hasta hace unos a?os no pod¨ªan ni hablar delante de la gente ni entrar en casa si hab¨ªa hu¨¦spedes; com¨ªan las ¨²ltimas, siempre despu¨¦s de los hombres", relata Mar¨ªa Sol¨ªs, misionera comboniana que lleva 25 a?os en el pa¨ªs trabajando en pro de los derechos de las mujeres.
Un 93% de las ni?as et¨ªopes
realizan la educaci¨®n primaria
pero m¨¢s de la mitad por encima
de los 15 a?os son analfabetas
Las cifras demuestran que nacer ni?a en Etiop¨ªa hoy no es un plato de buen gusto: un 16% fueron casadas antes de los 15 a?os, y un 41% antes de los 18. La mutilaci¨®n genital, castigada con 10 a?os de prisi¨®n, es otra lacra que disminuye, pero persiste: el 74% de mujeres entre 15 y 49 a?os la han sufrido y otro 39% tiene al menos una hija a quien se le ha practicado, seg¨²n el informe El Estado mundial de la infancia 2013 de Unicef. "Las ni?as van al colegio y las mujeres van entrando en el mercado laboral pero, cuando sales al campo, sigues viendo que todas estas pr¨¢cticas no est¨¢n erradicadas", asegura Geleta. "Lo bueno es que ya hay muchas j¨®venes que salen de sus aldeas a estudiar a otros sitios y ven que es posible vivir de otra manera. Cuando regresan a casa hacen algo de sensibilizaci¨®n", completa la hermana Sol¨ªs.
La mujer en la ciudad
En ciudades como Aksum, en el norte del pa¨ªs, o en Addis Abeba, la vida de las ni?as es mucho m¨¢s parecida a la que se acostumbra a ver en pa¨ªses europeos. Durante un paseo por las calles de la capital el peat¨®n se cruza con mujeres polic¨ªa, militares, empresarias, modelos, ingenieras, farmac¨¦uticas, m¨¦dicos, profesoras¡ El 78% de las mayores de 15 a?os se ha incorporado al mercado laboral y cada vez se cuentan m¨¢s mujeres en el poder como la pol¨ªtica Sinkinesh Ejigu, empresarias de ¨¦xito como Mulu Solomon, atletas ol¨ªmpicas como Tirunesh Dibaba y defensoras de los derechos humanos como Meaza Ashenafi. Pero aunque la mitad de los 94 millones de habitantes de Etiop¨ªa son mujeres, solo 153 de los 547 asientos del parlamento (un 28%) est¨¢n ocupados por ellas. En las ciudades las ni?as por lo general no trabajan, visten con ropa en buen estado y van al colegio con regularidad. El mayor riesgo al que se enfrentan las j¨®venes de menos recursos en estos n¨²cleos urbanos es caer en las garras de la prostituci¨®n. "Huyen de sus aldeas porque suelen pertenecer a familias de hasta 12 miembros y son muy pobres", relata la misionera Mar¨ªa Sol¨ªs. "All¨ª encuentran gente que les ofrece trabajos como limpiar una casa o servir en un bar, y ellas no imaginan lo que hay detr¨¢s hasta que ya est¨¢n dentro. Luego, muchas quedan embarazadas y ya no tienen demasiadas opciones porque con un ni?o no pueden regresar a la aldea, es una verg¨¹enza tener un hijo sin estar casada", asevera.
Para saber qu¨¦ les espera a muchas ni?as en este rinc¨®n del Cuerno de ?frica no hace falta acudir a informes; basta con patear los polvorientos caminos que surcan el pa¨ªs para encontrar mujeres de todas las edades recorriendo enormes distancias, descalzas o con zapatos de pl¨¢stico de p¨¦sima calidad, y cargadas con pesados bidones de agua, fardos de le?a o productos para vender en los mercados. En el de Getema, una localidad de 15.000 habitantes al oeste del pa¨ªs, es f¨¢cil conocer ni?as con vidas de adulto. Una es Diditu Bulki, cuyo cuerpo y mirada de 15 a?os chocan con unas manos encallecidas propias de un labriego de 40. Dej¨® la escuela a los 10 y se gana la vida fabricando unas toscas jarritas de barro para servir el caf¨¦ que luego vende por cinco birr ¨Cunos 20 c¨¦ntimos de euro¨C. Le gustar¨ªa retomar los estudios, pero con bastante resignaci¨®n reconoce que no conf¨ªa en poder cambiar de nuevo la arcilla por los cuadernos.
El 93% de las ni?as terminan la educaci¨®n primaria pero, como Diditu, un 65% no completa la secundaria, seg¨²n datos de 2012 del Ministerio de Educaci¨®n et¨ªope. Informes como el realizado por la organizaci¨®n Plan Internacional denuncian que todav¨ªa un 53% de las j¨®venes entre 15 y 24 a?os son analfabetas. La formaci¨®n de las ni?as no es un asunto balad¨ª: un a?o extra de educaci¨®n secundaria de una chica aumenta entre un 10 y un 15% los ingresos de esta cuando sea mujer, sostiene la organizaci¨®n. Otro estudio auspiciado por la organizaci¨®n brit¨¢nica Girl Hub Ethiopia concluy¨® que si todas las ni?as que dejaron la escuela hubieran podido finalizarla, habr¨ªan aportado a la econom¨ªa de su pa¨ªs unos 4.000 millones de d¨®lares.
En el ¨¢mbito rural, las dos realidades se hacen patentes. El colegio salesiano de Zway, una localidad de 45.000 vecinos a dos horas al sur de Addis Abeba, est¨¢ repleto de peque?as que entran y salen, inconfundibles gracias a sus faldas azules del uniforme. Tan solo dos manzanas m¨¢s lejos, Burtuget, Laila y Burtu, de nueve, 10 y ocho a?os, realizan labores muy diferentes. Acuden a diario con sus madres y hermanos menores a uno de los centros de la ciudad que desarrolla programas contra la malnutrici¨®n infantil, la causa de fallecimiento de un tercio de los ni?os menores de cinco a?os que mueren en este pa¨ªs.
Un 68% de las mujeres et¨ªopes justifica los malos tratos f¨ªsicos del esposo frente a un 44% de hombres
"Vienen para ayudar a sus madres", afirma Bettie Asnake, trabajadora social del programa. "Aqu¨ª les damos la opci¨®n de quedarnos a los ni?os para que ellas vayan a la escuela, pero no quieren y sus madres no las obligan". Las ni?as en edad escolar reciben algo de formaci¨®n pero es, a todas luces, insuficiente. Laila, que a sus 10 a?os no habla una palabra de ingl¨¦s, apenas puede prestar atenci¨®n a su cuadernillo de caligraf¨ªa. La peque?a fija sus profundos ojos en la tarea, aprieta el l¨¢piz contra el papel y garabatea una letra que parece una efe. Pero cada vez que su hermanita de tres a?os llora, se hace pis en el suelo, corretea hacia la calle o quiere comer, debe dejar lo que est¨¢ haciendo y atenderla. No puede contar con la ayuda de su madre porque est¨¢ en la habitaci¨®n contigua alimentando a otras dos criaturas de pocos meses de edad.
Los secuestros para lograr una boda por la fuerza cuando no hay dinero para pagar la dote es otro de los grandes riesgos que corre, a¨²n hoy, una ni?a en Etiop¨ªa. La ONU estima que el 69% de los matrimonios empezaron as¨ª. Braane Negara fue raptada por un desconocido cuando sal¨ªa del mercado de su pueblo. Ten¨ªa 16 a?os. Se cas¨® contra su voluntad y dio seis hijos a su secuestrador. Ahora, con 28, dice con una leve sonrisa que ya se lleva bien con su marido, que ha aprendido a quererle. Braane no es la ¨²nica que acaba por comprender e, incluso, apoyar pr¨¢cticas contraproducentes para su persona; de hecho, existe un dato muy llamativo que da una idea sobre el arraigo de la creencia de que ellas no valen nada: un 68% de mujeres frente a un 44% de hombres justifica el maltrato f¨ªsico hacia la esposa.
La semilla del cambio
Aunque la Etiop¨ªa rural es el escenario m¨¢s complicado para una ni?a, en las aldeas m¨¢s aisladas del pa¨ªs tambi¨¦n es posible hallar la semilla del cambio. Badessa es un olvidado pueblecito a dos horas de distancia en todoterreno del n¨²cleo urbano m¨¢s pr¨®ximo. All¨ª habitan los gumuz, una de las etnias m¨¢s desconocidas del pa¨ªs. Considerados esclavos durante d¨¦cadas, no han vivido tranquilos hasta que el presente Gobierno reconoci¨® sus derechos. En Badessa acaba de arrancar el programa de igualdad de g¨¦nero que la hermana Sol¨ªs desarrolla con la ayuda de Manos Unidas y el Gobierno de Arag¨®n. Durante los ¨²ltimos cuatro a?os se han beneficiado 3.500 vecinas del vicariado de Nekemte, un extenso territorio de 98.000 kil¨®metros cuadrados entre la capital, Addis Abeba, y la frontera con Sud¨¢n. En un par de meses, las mujeres que se han apuntado han aprendido a firmar, algo de lo que se sienten orgullosas porque hasta hace muy poco solo eran capaces de imprimir su huella dactilar en los documentos. Durante el siguiente a?o aprender¨¢n tambi¨¦n a leer, a escribir, a manejar la econom¨ªa de su hogar, a cultivar la tierra, a llevar un negocio y, lo m¨¢s importante: les explicar¨¢n que ellas y sus maridos tienen los mismos derechos.
El camino de Tigist
Las hay que han pasado as¨ª toda una vida, como Tigist, que aparenta 90 a?os a juzgar por su pelo cano, su piel arrugad¨ªsima y curtida por el sol, sus manos ¨¢speras como la lija y unos pies que la elefantiasis ha dejado como la corteza de un ¨¢rbol. Se r¨ªe Tigist, que en realidad acaba de pasar el medio siglo, ante el estupor que causa cuando cuenta que ella sola ha caminado cinco horas desde su aldea con tres gruesos platos de arcilla del tama?o de una rueda cargados a la espalda con la ¨²nica ayuda de unas cuerdecitas. En esas condiciones ha llegado al mercado de Getema, una localidad rural de unos 15.000 habitantes en el oeste del pa¨ªs, donde los vender¨¢ por unos cuatro euros como m¨¢ximo.
Shumate y su esposo Adisuturu fueron de los primeros en apuntarse al programa, una decisi¨®n que tomaron de mutuo acuerdo. "Lo m¨¢s complicado para ellas es conseguir el permiso del hombre", explica la misionera Sol¨ªs. Shumate, de 24 a?os, acaba de dar a luz a su cuarto reto?o, una ni?a llamada Maryam que duerme pac¨ªficamente en los brazos de su abuela, dentro de la choza familiar. De una ¨²nica estancia, no contiene nada m¨¢s que una amplia cama, una mosquitera y dos taburetes. La ¨²nica luz es la que se filtra entre las ramas y el adobe de las paredes. Al abrigo de esta humilde casita, Shumate explica que dej¨® el colegio a los ocho a?os para ayudar a su familia, pero que ahora Adisuturu y ella trabajan codo con codo para obtener m¨¢s ingresos que servir¨¢n para construir un hogar m¨¢s c¨®modo y dar una educaci¨®n a su prole, pues est¨¢ convencida de que sus hijas llevar¨¢n una vida distinta a la que ella tuvo. De hecho, su primog¨¦nita, de siete a?os, ha empezado a ir a la escuela de un pueblo vecino, y seguir¨¢ haci¨¦ndolo hasta que acabe la secundaria. "Luego decidir¨¢ ella si quiere casarse, ir a la universidad o ambas cosas", explica su madre.
La gran diferencia entre una chica occidental y yo es la educaci¨®n que hemos recibido Braane Negara, vecina de Jimate, Etiop¨ªa
Tanto Shumate como Braane van al curso de igualdad con sus maridos, algo que enorgullece a la hermana Sol¨ªs. "En el programa, los hombres tienen que ayudar a sus esposas con el negocio, tienen que cuidar de la casa si ellas salen al mercado¡", describe la misionera. "No es solo aprender ingl¨¦s o matem¨¢ticas, sino que entiendan y se crean que las mujeres tienen unos derechos que deben respetar; esto es un proceso lento", enfatiza. "Al principio, los otros hombres les atacan con el tema de la masculinidad, pero cuando la moral est¨¢ alta, cuando el esposo ve que es por el bien de sus hijos y cuando econ¨®micamente est¨¢n mejor, les da igual lo que digan los otros".
Braane lo sabe bien porque fue su marido, el mismo que la secuestr¨®, quien decidi¨® acompa?arla a los talleres de igualdad para aprender juntos, adquirir una mejor calidad de vida basada en el respeto mutuo y una formaci¨®n. "La gran diferencia entre una chica occidental y yo es la educaci¨®n que hemos recibido", afirma la joven. "Sin ella, no tienes nada. Somos granjeras, personas pobres, tenemos que cuidar de nosotras mismas. Si hubiera acabado los estudios podr¨ªa tener un trabajo mejor y vestir como t¨²", dice a la periodista.
Si nosotros no nos ponemos de su lado, las mujeres nunca conseguir¨¢n avanzar Endale Geleta, trabajador social
Como trabajador social y como hombre concienciado con la causa, Endale ya hace muchos a?os que sirve el caf¨¦ y cocina pese a las cr¨ªticas de sus padres porque estas son, tradicionalmente, tareas reservadas a las mujeres. Pero lejos de avergonzarse, ¨¦l tiene fe en que cada vez m¨¢s hombres arrimen el hombro. "Hay esperanza en el futuro, pero es muy importante que nosotros entendamos y contribuyamos al cambio porque, por mucho que las mujeres luchen, si los hombres no nos ponemos de su lado, no las dejaremos avanzar".
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