El refugio de la risa
J¨®venes sirios entre 14 y 25 a?os aprenden ejercicios acrob¨¢ticos en el campamento de refugiados de Zaatari. Un intento por recuperar su autoestima
"Bienvenidos a la escuela de circo de Zaatari", anuncia Anwar, el monitor sirio, mientras abre la puerta de un enorme hangar de chapa gris con la altura de un edificio de tres plantas. "A partir de aqu¨ª, ten¨¦is que descalzaros y cumplir algunas normas: vestir ropa de ch¨¢ndal, no re¨ªros de vuestros compa?eros y sobre todo, ?pasarlo bien!". En el campamento de refugiados de Zaatari, a 13 kil¨®metros de la frontera con Siria, las reglas parecen embutidas con calzador. Con aproximadamente 80.000 habitantes, y en un lugar por donde han pasado m¨¢s de 400.000 personas, pedir calma no parece f¨¢cil.
Anwar remarca que las normas son b¨¢sicas para conseguir el objetivo del circo: "Transformar la energ¨ªa negativa de los chicos en positiva". Por eso, los chavales y j¨®venes de entre 14 y 25 a?os no se abalanzan sobre las colchonetas o los malabares. Si no que sonr¨ªen desde el umbral, aguardando el instante, mientras se descalzan de las sandalias llenas de barro. Fuera ha dejado la lluvia y los charcos. Dentro, el suelo del hangar est¨¢ cubierto de una tarima blanda, de color rojo y azul.
Despu¨¦s de m¨¢s de dos a?os desde su apertura, el campo de refugiados de Zaatari se est¨¢ moldeando como una ciudad. Hay calles comerciales asfaltadas con fruter¨ªas, carnicer¨ªas, tiendas de ropa, etc¨¦tera. La poblaci¨®n se ha estabilizado en unos 80.000 habitantes. El asentamiento es un lugar seguro que ofrece educaci¨®n a los ni?os y asistencia garantizada. Mientras afuera, en las ciudades, los exiliados sufrieron la suspensi¨®n de las ayudas del Programa Mundial de Alimentos en diciembre, en Zaatari la comida est¨¢ asegurada. Por eso muchos sirios han vuelto al campo.
Y ahora tienen, por cada barrio, dep¨®sitos de agua, cocinas y ba?os comunes. La mayor¨ªa de los refugiados han cambiado las tiendas de campa?a por barracones de chapa con electricidad, aunque todav¨ªa se ven entre las callejuelas lonas serigrafiadas con las siglas en ingl¨¦s del Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). En los ¨²ltimos cuatro meses, el n¨²mero de sirios que han cruzado la frontera con Jordania ha disminuido. Los reci¨¦n llegados son alojados en Azraq, un nuevo asentamiento al noreste de Am¨¢n con 10.000 habitantes.
Reconocerse como vecinos
Despu¨¦s de dos a?os en Zaatari, sus habitantes se reconocen como vecinos. Y saben que en la siguiente manzana hay una escuela de teatro, que a dos calles se ense?a ingl¨¦s y que enfrente de su casa hay un circo.
El circo es una v¨ªa de escape, un juego que sirve para que los refugiados puedan reconstruir su dignidad
Poco a poco, los chicos entran en el hangar y se forma una monta?a de zapatillas enfangadas en la sede de la ONG Finn Church Aid (Asistencia de la Iglesia Finlandesa), situada en el centro del campo. El entrenador del conjunto masculino, el citado Anwar, de 25 a?os, comienza con el calentamiento. Corren, hacen abdominales. El cuerpo necesita desperezarse del fr¨ªo ¨Cunos 10 grados¨C que aletarga los m¨²sculos. Dentro del recinto hay di¨¢bolos, discos, malabares, monociclos y zancos al alcance de los ni?os. Algunos no resisten la tentaci¨®n de cogerlos antes de que Anwar finalice los ejercicios previos.
"Al principio se sienten desorientados, ya que hay pocas actividades como esta enfocadas en los adolescentes", explica el instructor. En el campo hay decenas de organizaciones dedicadas al abastecimiento, la log¨ªstica o la acogida; pero la educaci¨®n informal, fuera de las aulas, es todav¨ªa escasa. "Aun as¨ª desde el primer d¨ªa empiezan a recuperar la confianza en s¨ª mismos", contin¨²a Anwar. La iniciativa fue apadrinada por el colectivo circense Sirkus Magenta, un grupo de j¨®venes finlandeses que han exportado la risa al lugar donde m¨¢s lo necesitan. Sus recursos financieros manan del Gobierno de Finlandia y la Uni¨®n Europea, pero otros proyectos son sufragados con dinero recaudado en eventos o actuaciones privadas.
Compuesto por unos 20 voluntarios, llegaron en marzo de 2013 al campo. Para ellos, el circo es una v¨ªa de escape con la que los refugiados pueden reconstruir su amor propio, su dignidad, adem¨¢s de sacar a la luz sus habilidades ocultas.
¡°Cirkus Magenta me hizo olvidar la guerra, la situaci¨®n en Siria. Me han transformado en otra persona¡±, declara Anwar
Anwar empez¨® como traductor de ingl¨¦s con los finlandeses y seg¨²n comenta durante el primer descanso: "Nunca imagin¨¦ que acabar¨ªa ense?ando cabriolas a los peque?os". ?l nunca hab¨ªa practicado con malabares ni monociclos. Pero Sirkus Magenta le entren¨® para que se convirtiera en el profesor de circo de Zaatari. No quer¨ªan que la iniciativa muriera si no estaban ellos all¨ª. "Me hicieron olvidar la guerra y la situaci¨®n en Siria. Me han transformado en otra persona. Y ahora puedo ense?ar a los dem¨¢s". Despu¨¦s de duros meses de ejercicio, Anwar es ahora la referencia de los j¨®venes. Enfrente de ellos, erguido, dirige y ordena. Es alto y delgado y transmite seriedad. Pero despu¨¦s sonr¨ªe y abre mucho la boca, las l¨ªneas de su cara se comprimen detr¨¢s de una barba poblada, y le aconseja a un ni?o: "La pr¨®xima vez, levanta m¨¢s la pierna".
Los jueves se preparan para la demostraci¨®n de pericia. Los 130 alumnos del circo de Zaatari entrenan tres horas y media cuatro d¨ªas a la semana para ense?ar las destrezas reci¨¦n adquiridas al resto de los compa?eros.
Ghassan Al-Subihy, de 17 a?os y originario de la ciudad siria de Deraa, se pone sus guantes de licra azul para ejecutar lo que m¨¢s le gusta: las acrobacias. Anwar pone la m¨²sica a todo volumen mientras el alumno coge carrerilla. El primer salto es una voltereta en el aire que acaba de pie, clavado. Los presentes le ovacionan. Al segundo brinco se hace da?o en la rodilla. Anwar le recomienda que descanse unos minutos.
"Tengo miedo de que se lesionen. Hace tres meses estaba ensayando solo y me ca¨ª encima de la mano izquierda. Me tuvieron que hacer una cirug¨ªa", comenta el profesor ense?ando su reciente cicatriz. "Desde entonces soy muy estricto con esta norma. Un monitor siempre tiene que estar presente durante los ejercicios". Anwar recita las normas como si fueran un manual. "Las reglas son b¨¢sicas. Les decimos que no pueden hacer circo si no van a la escuela y tambi¨¦n intentamos que respeten cierta autoridad".
Alrededor del mediod¨ªa, un estruendo de voces irrumpe la sala. "Por razones culturales hemos dividido en dos el escenario, pero para las grandes ocasiones descorremos la cortina", comenta una de las organizadoras jordanas. Partido en dos por una gran lona de rayas azules y blancas, al otro lado del hangar el equipo femenino se hace presente.
"Para que algunas chicas tengan permiso para venir a entrenar, tenemos que ir a hablar con sus familias. Les explicamos lo que hacemos y que nosotras nos hacemos responsables", reconoce Muna, natural de la provincia de Deraa, la ciudad m¨¢s cerca de la frontera jordana, que lleva tres a?os de monitora en la ONG. Las chicas est¨¢n nerviosas porque es d¨ªa de exhibici¨®n. Muna y su compa?era F¨¢tima se organizan para poner orden. Tras el calentamiento, las alumnas se sientan en c¨ªrculo por parejas y observan con expectaci¨®n los trucos de las dem¨¢s. Algunas solo se distraen por el golpe constante de una gotera sobre la tarima.
¡°Para que algunas chicas tenga permiso para venir a entrenar, tenemos que ir a hablar con sus familias¡±, reconoce Muna
Empieza la m¨²sica. Suena la canci¨®n?Wannabe, de las Spices Girls. Las primeras chicas hacen el saludo de cortes¨ªa y se lanzan a construir puentes humanos imposibles de hasta tres figurantes. Un estruendo de aplausos motiva las siguientes volteretas y carambolas. Las dem¨¢s intentan llamar la atenci¨®n de F¨¢tima. "Ahora me toca a m¨ª, profe". Esperan inquietas. Alguna se levanta y hace el pino en la pared. F¨¢tima le hace la primera advertencia. Vuelve a su posici¨®n inicial. Otra sale corriendo antes de tiempo. "Respetad el turno de cada una, ahora te tocar¨¢ a ti", le dice F¨¢tima con tono autoritario.
Se hace una segunda ronda con los hula hops, los di¨¢bolos y los monociclos. Una peque?a mueve con esmero su cintura para que el aro no caiga al suelo. Las alumnas contienen el aliento cuando aparece el primer monociclo, una de las actividades m¨¢s complicadas. Cuando una consigue atravesar pedaleando un zigzag de di¨¢bolos colocados en l¨ªnea y a un metro de distancia cada uno, las dem¨¢s aplauden como si hubiesen cruzado todas juntas. Durante unas horas es como si hibieran regresado al patio del colegio.
La funci¨®n ha terminado. Las chicas remolonean todo lo que pueden con los di¨¢bolos, que van enrollando sobre s¨ª mismos y colocando en su sitio. Hay ni?os que esperan en la puerta. Son posibles candidatos que preguntan a la supervisora la edad necesaria para formar parte del circo. Algunos mienten sobre sus a?os para inscribirse. ¡°"Vosotros sois peque?os todav¨ªa, pero preguntad a los profesores", responde para no desilusionarles. Anwar termina de colocar la colchoneta para el pr¨®ximo grupo de chavales, que empiezan a las 14.30.
Otro monitor sirio le sustituye tras el calentamiento. ?l sale por la puerta del hangar para buscar entre la mara?a de peque?as sandalias sus zapatillas. Fuera ha escampado y ¨¦l desaparece entre los barracones con su caracter¨ªstico pantal¨®n naranja; un regalo de Sirkus Magenta al que le cosi¨® un remache azul de lona de circo. Es su particular forma de hilar su pasado en Siria con ese futuro que es ya hoy su vida.
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