Javier Gom¨¢: ¡°Nuestra ¨¦poca es la mejor de la historia universal¡±
La pasi¨®n por Grecia del director de la Fundaci¨®n Juan March le llev¨® a plasmar sus ideas en una tetralog¨ªa. Sus reflexiones sobre la ejemplaridad y transparencia, ahora m¨¢s de actualidad que nunca, suenan familiares para una ciudadan¨ªa que ha madurado y que pide cambios. Buen conocedor de la historia, se considera un realista a la hora de echar la vista atr¨¢s y valorar el punto en el que nos encontramos.
De joven qued¨® atrapado por los griegos. Tuvo una visi¨®n iluminadora que le ha llevado 30 a?os plasmar en una celebrada tetralog¨ªa sobre la ejemplaridad p¨²blica. Un concepto que todo el mundo adopta ahora ¨Cde reyes a l¨ªderes antisistema¨C sobre el que este autor escurre a conciencia el bulto y se resiste, dice, ¡°a dar certificados¡±. Javier Gom¨¢ practica una filosof¨ªa de la vida cotidiana con preguntas que le revolotean sobre su cabeza de antiguo adonis rubio al frente de una fundaci¨®n de prestigio como la Juan March. Perspicaz y provocador, reivindica la vulgaridad, d¨¢ndole la vuelta y apuntando con ella como una lanza contra el elitismo. Este ensayista ya maduro y bien armado de argumentos rezuma independencia de juicio, calidad y hondura de criterio junto al entusiasmo que le llev¨® a completar en cuatro vol¨²menes ¨CImitaci¨®n y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad p¨²blica y Necesario pero imposible, todos en Taurus¨C una especie de epifan¨ªa adolescente a la que ha dedicado toda una vida.
Si aplicamos a la ejemplaridad un recorrido hist¨®rico, ?en qu¨¦ medida ser¨ªamos los contempor¨¢neos ejemplares para los hombres del pasado? Tengo cierta resistencia a personificar o encarnar el concepto de ejemplaridad. Me piden expedir certificados a todo tipo de personas, pa¨ªses, situaciones. No me gusta ejercer el papel de m¨ªster ejemplaridad. Desde el punto de vista filos¨®fico distingo entre ese ideal y la realidad de nuestra experiencia, donde este concepto es utop¨ªa irreal. Como horizonte, nunca lo llegas a tocar, nunca quedas a merendar con ¨¦l, en cambio s¨ª pueden darse personas ejemplares. Me resisto, repito, a expedirla. Adem¨¢s, quien pretenda encarnarla me lleva a la desconfianza, porque me parece que puede tener tendencias totalitarias.
?Y entonces? Si lo reformulamos y nos preguntamos si existe o no el progreso, ah¨ª dir¨¦ que durante un tiempo la historia mir¨® al pasado. La idea de lo nuevo se ve¨ªa como algo negativo, lo bueno hab¨ªa ocurrido antes y lo que hab¨ªa que hacer era imitarlo, reiterarlo¡
La r¨¦mora de los nost¨¢lgicos. La nostalgia de una edad de oro donde lo humano hab¨ªa sido definido como algo completo, y lo nuevo, no anticipado, como desconocido, ten¨ªa que ser malo: sospechoso, monstruoso. Ya en el Renacimiento y sobre todo en el siglo XVIII, lo nuevo representa una superaci¨®n de la beater¨ªa del pasado. Y una confianza en el propio tiempo que hace concebir a pensadores de la ¨¦poca como Condorcet o Hegel la idea del progreso. Un movimiento necesario, que obedece a una ley, a una din¨¢mica que explica el curso de la historia y nos va a llevar a un ideal en el futuro. Yo no me muevo ni en lo primero ni en lo segundo. Ni pretendo ser optimista, me califico como un realista al echar la vista atr¨¢s y observar emp¨ªricamente qu¨¦ ha ocurrido.
?Qu¨¦ nos ha pasado? Es incuestionable que nuestra ¨¦poca, no medida al corto plazo, es la mejor de la historia universal. Tanto por progreso material, si nos fijamos en Occidente, como desde el punto de vista moral. Si nos preguntamos honestamente en qu¨¦ otra ¨¦poca nos hubiera gustado vivir si fu¨¦ramos pobres, estuvi¨¦ramos enfermos, sufri¨¦ramos un handicap, tanto nosotros como nuestros hijos, si fu¨¦ramos mujeres, homosexuales, extranjeros, si nos encontr¨¢ramos presos o nos mostr¨¢ramos disidentes, todas estas respuestas ser¨ªan una: ahora, ahora y ahora. Esto quiere decir que, no sin retrocesos, no sin rodeos, Occidente ha experimentado un progreso moral extraordinario. Y cuanto m¨¢s, por medio de la persuasi¨®n de la excelencia, muestra Occidente ese progreso, m¨¢s lo quieren incorporar en otras partes del mundo.
Con sus excepciones, o si no vaya usted a predicar eso a quienes reclutan fieles para el Estado Isl¨¢mico. El mundo isl¨¢mico es hoy m¨¢s occidental que hace siglos.
Sent¨ª una fascinaci¨®n sin l¨ªmites por la Grecia arcaica¡±
Con sus contradicciones llamativas como las que muestran los voluntarios al decir: ¡°Voy a luchar por Al¨¢, pagan bien y nos dan ropa de marca¡±. All¨ª y aqu¨ª existen contradicciones. ?Quiere decir esto que hemos logrado un progreso incuestionable? ?Aseguramos as¨ª que el futuro suponga una misma escala de avances en las siguientes d¨¦cadas? No, si algo hemos aprendido es que todo lo humano es precario, es reversible, puede desvanecerse.
?Como bien nos ense?a Stefan Zweig en sus memorias, El mundo de ayer, que todo se diluye? Exactamente, que no podemos los ciudadanos pensar que, hagas lo que hagas, las sociedades van a progresar, porque no. No hay conquista que no sea reversible. Si miramos al pasado, hay razones para la confianza y cierta esperanza, pero no hay nada garantizado.
Usted se muestra muy seguro de que esas conquistas de la ciudadan¨ªa a lo largo de dos siglos, las conquistas del humanismo, puedan sostenerse con la misma fuerza de principios asentados en la trascendencia o la fe. ?No es precisamente al contrario? Los dos grandes descubrimientos del hombre en t¨¦rminos morales dentro de nuestra ¨¦poca son la igualdad y la finitud. Por finitud podemos entender la secularizaci¨®n de la sociedad, la desacralizaci¨®n. Es de los grandes progresos de la humanidad en el siglo XX. El fundamento de la convivencia debe residir en acuerdos entre iguales. Son verdades relativas, he defendido el relativismo como algo bello. Solamente si lo consideramos as¨ª es susceptible de ser discutible por nosotros. Ser¨ªan las verdades pen¨²ltimas, las verdades ¨²ltimas se asientan en el coraz¨®n, en la esfera ¨ªntima de cada ciudadano.
Hablemos de revelaciones, pues. Cuenta usted que una tarde, hace m¨¢s o menos 30 a?os, tuvo una especie de iluminaci¨®n que le llevar¨ªa a escribir durante tres d¨¦cadas su tetralog¨ªa de la ejemplaridad. ?C¨®mo fue? Digamos que la vida se nos presenta como un puzle de 50 piezas de las cuales t¨² dispones de 10 y con el resto no sabes qu¨¦ hacer, no entiendes nada. La filosof¨ªa, sostengo, es una vocaci¨®n literaria. Imagina que de pronto sabes c¨®mo colocar esas 40 piezas descontroladas y obtienes la visi¨®n de todo el cuadro. Lo ves: un retrato, un castillo, un r¨ªo. Cuando tienes la visi¨®n, viene la ansiedad. El miedo de que si no le das un soporte, esa visi¨®n se va a desvanecer, como todo lo humano, en el r¨ªo de la vida y no pasar¨¢ de un flujo psicol¨®gico. Necesitas un soporte que le d¨¦ orden. Si es un lienzo, eres un pintor; si es una partitura, m¨²sico. Si es un texto, eres escritor. Cuando yo tuve esa visi¨®n quise reivindicarla dentro de la literatura porque creo que la filosof¨ªa es literatura. Y que esas obras deben sobrevivir y hacerse v¨¢lidas con sucesivos consensos de lectores.
?Verificarse as¨ª? Son visiones del mundo, fecundas, iluminadoras, que te ayudan a vivir mejor. A m¨ª me ocurri¨® eso, pero no fue una tarde, lo he convertido en materia literaria. Fue un proceso.
Pero un proceso temprano. ?Qu¨¦ a?os ten¨ªa? Quince o 16 a?os. Me ocurri¨® cuando tuve una fascinaci¨®n sin l¨ªmites por la Grecia arcaica. Mi vocaci¨®n consist¨ªa en eso. Solo en eso y no sabes muy bien por qu¨¦ se activan tus facultades en una sola direcci¨®n. Objetivamente es un empobrecimiento de la vida. La vida nos ofrece cien posibilidades y, de todas, yo eleg¨ª una. A cambio experiment¨¦ una gran concentraci¨®n de energ¨ªas. Era una anomal¨ªa. A m¨ª me ocurri¨® y lo vi representado en la Grecia arcaica: un modelo de ejemplaridad, imitaci¨®n, ideal, en la epopeya hom¨¦rica, en Her¨®doto, en las cer¨¢micas, en las estatuas. Dentro del universo de aquella cultura cl¨¢sica lat¨ªa una ejemplaridad: normativa, educativa, a trav¨¦s del mito, de la ¨¦pica, de las narraciones en las que propon¨ªan ejemplos que personificaban de lo bueno, lo ¨²til, lo bello. Esa intuici¨®n luego me di cuenta que trascend¨ªa ese periodo hist¨®rico.
Pero usted ?qu¨¦ quer¨ªa ser? Yo no lo sab¨ªa.
Luego acab¨® como letrado del Estado. Una cosa es un proyecto basado en la vocaci¨®n de un tipo que andaba en el monte como vaca sin cencerro, o sea, yo, a, de pronto, en tres a?os, conseguir la respetabilidad. Del t¨² qu¨¦ estudias y llevarme 20 minutos la explicaci¨®n ante una chica que me respond¨ªa ¡°a m¨ª tambi¨¦n me gustan los mitos¡±, a no tener que a?adir nada si dec¨ªas que estudiabas Derecho en Icade y ya. Pero antes hice Filolog¨ªa Cl¨¢sica, me pas¨¦ seis a?os de carrera con notas mediocres y uno perdido, preso de una idea que no sab¨ªa c¨®mo administrar tras haber experimentado una vocaci¨®n muy rara, temprana, violenta, rapi?adora que pude madurar tard¨ªamente despu¨¦s. Desde la revelaci¨®n a esa maduraci¨®n, la ¨²nica palabra que encuentro para definir mi vida es ansiedad. Ansiedad por la b¨²squeda del soporte, la forma que atravesaba todas las disciplinas como un material indomable y que no sab¨ªa c¨®mo abordar. Le¨ªa en todas las direcciones, siempre he sido muy mal lector.
Lo dudo. S¨ª, he le¨ªdo much¨ªsimo, pero no por placer, que es la gu¨ªa de cualquier buen lector.
O no, la sed de respuestas puede valer como motivaci¨®n. Bueno, es lo que me dec¨ªa mi padre: ¡°T¨² eres muy mal lector¡±. Yo me sent¨ªa un tanto violador de libros. Cog¨ªa a un autor, lo exprim¨ªa entero y me quedaba solo con lo que a m¨ª me interesaba.
?Y qui¨¦n no? Para eso est¨¢n. ?S¨ª? Pero yo lo hac¨ªa de una manera muy descarada, desenvuelta. E instrumentalizando la lectura para ponerla al servicio de mi propia visi¨®n.
Cualquier padre que vea a su hijo devorar p¨¢ginas como lo hac¨ªa usted no creo que le tachara de mal lector. Mi padre era notario, ahora jubilado, y su biblioteca ha sido mi maestra. ?Sabes lo que es terminar un libro a las tres de la madrugada lleno de ansiedad, un libro que te ha abierto la puerta hacia otros tres y encontrarlos tambi¨¦n en la misma biblioteca? Eso es muy importante, esa urgencia, ese apremio satisfecho en el momento es muy importante. Fue el vivero. La biblioteca sigue ah¨ª, bueno, sin alg¨²n libro que me he llevado. Yo estuve despu¨¦s de la carrera metido de lleno en el estado est¨¦tico, con un embarazo de 157 semanas que no sab¨ªa c¨®mo romper, un estado acentuado por una vocaci¨®n literaria que es una anomal¨ªa adicional.
?Una rareza andante? Lo compensaba con que siempre he sido una persona autoir¨®nica, con muchos amigos y hermanos muy ir¨®nicos tambi¨¦n. Conviv¨ªa entre una tendencia a la seriedad de lo que ten¨ªa entre manos y una desacralizaci¨®n de m¨ª mismo.
La biblioteca de mi padre ha sido mi maestra. Fue el vivero¡±
Eso es san¨ªsimo. Por eso no ha acabado usted de los nervios. Exactamente, el sentido del humor para m¨ª ha sido terap¨¦utico. Y el placer de ciertos caprichos terrenales.
?De ah¨ª su redefinici¨®n de conceptos como la vulgaridad, que usted reivindica? ?Un respeto para la vulgaridad! Hemos vivido a lo largo de la historia presos de una cultura jer¨¢rquica, aristocr¨¢tica y patriarcal hasta el siglo XX. La realizaci¨®n hist¨®rica de la igualdad est¨¢ desmantelando como un tsunami un tinglado que ha permanecido vigente desde que el hombre es hombre. En nuestra ¨¦poca hemos fundado una civilizaci¨®n democr¨¢tica a base de acuerdos cambiantes y relativos que desmantela el elitismo aristocr¨¢tico, una de cuyas expresiones se encuentra en Ortega, que sostiene en La rebeli¨®n de las masas que lo ¨²nico que espera de ellas es docilidad. Obediencia, servidumbre. ?l piensa que est¨¢ proponiendo una idea nueva y no est¨¢ m¨¢s que certificando el pasado, una estructura antigua. Sin la visi¨®n de que esa masa iba a convertirse en ciudadan¨ªa. Cada uno de ellos lleva una c¨¦lula de ejemplaridad en s¨ª misma.
?Una masa de individualidades, podr¨ªamos decir? No existen masas, existen muchos ciudadanos, es distinto. ?Qu¨¦ pasa con la vulgaridad? Es la hija absolutamente innovadora de la libertad individual y la igualdad. Cuando se juntan, su primera manifestaci¨®n a¨²n no refinada, ni sometida a tratamiento, es la vulgaridad, pero en vez de despreciarla, hay que ver en ella una profunda verdad, una profunda belleza, una justicia que no debemos hacer de menos, sino tratar como materia prima para reformar en direcci¨®n hacia la ejemplaridad. Es el hijo feo de dos padres hermosos. Pero no podemos impugnarla, sino reconducirla hacia un ideal.
Por un momento me parec¨ªa que estuviera hablando de ¡°la casta¡±. Yo, ni casta, ni casto.
Ese discurso, ?no se lo comprar¨ªan en Podemos ya? No creo que me compren el hecho de que sostenga que vivimos el mejor momento de la historia universal.
Pero s¨ª que exista un caldo de cultivo mediante el cual pudi¨¦ramos llegar a ello.
Pues bienvenidas sean las coincidencias.
Javier Gom¨¢ Lanz¨®n
Bilbao, 1965. Gom¨¢ es fil¨®sofo, ensayista y desde 2003 dirige la Fundaci¨®n Juan March. Ganador del Premio Nacional de Ensayo por Imitaci¨®n y experiencia, su primera obra y el comienzo de su tetralog¨ªa sobre ejemplaridad p¨²blica publicada por Taurus. Estudi¨® Filolog¨ªa Cl¨¢sica, se doctor¨® en Filosof¨ªa y curs¨® Derecho. Sac¨® plaza a letrado del Cuerpo General del Estado con el n¨²mero uno. Ha sido elegido por Foreign Policy como uno de los 50 personajes m¨¢s influyentes en el mundo iberoamericano. Contribuye a la divulgaci¨®n filos¨®fica a trav¨¦s de diversos medios de comunicaci¨®n y ha publicado art¨ªculos y conferencias en vol¨²menes como Raz¨®n porter¨ªa o Todo a mil (Galaxia Gutenberg).
?Y est¨¢ contento con el hecho de que en los discursos del anterior rey se utilizara su teor¨ªa de la ejemplaridad? Lo vivo con atenci¨®n. El rey Juan Carlos utiliz¨® eso para establecer distancias con su yerno. Unos meses despu¨¦s mata un elefante en una cacer¨ªa. El concepto de ejemplaridad se vuelve contra ¨¦l como un bumer¨¢n en su propio cogote. ?Qu¨¦ nos muestra aquello? No hab¨ªa cometido ninguna ilegalidad y correspond¨ªa a su esfera privada; sin embargo, la ciudadan¨ªa se levanta con una opini¨®n uniforme en contra de esa actitud de una manera tan fuerte que acaba pidiendo disculpas. ?Por qu¨¦? Porque exist¨ªa una demanda tan fuerte que le recordaba que su comportamiento afectaba a la sociedad ya que la monarqu¨ªa es fuente de moralizaci¨®n colectiva. No admite su vida esa divisi¨®n en esfera p¨²blica y privada. Existen cosas que se sienten como verdaderas sin que se puedan codificar: lo recto, lo justo, lo decente, aunque no sepamos definirlo en una ley, s¨ª sabemos reconocerlo perfectamente cuando se da ante nuestros ojos.?
Defiende usted que en el caso de la monarqu¨ªa, la ejemplaridad es un fin en s¨ª mismo. Si no se da, en nuestra ¨¦poca, ?carece totalmente de sentido esa instituci¨®n? As¨ª es y as¨ª lo defiendo en el libro. Su ¨²nico valor es simb¨®lico. Si no, su banalidad vac¨ªa el trono. Lo defiendo de manera muy rotunda.
?No le extra?a un poco que a figuras con tan poca vocaci¨®n para la ejemplaridad se les llene la boca con ella? Su libro provoc¨® una especie de epidemia que afectaba desde a Rajoy, previamente al caso B¨¢rcenas, hasta a los sindicatos. Tiene su peligro. Me he tirado tres d¨¦cadas tratando de plasmar aquella visi¨®n. No he tenido m¨¢s fidelidad que esa, ni he pertenecido a grupo pol¨ªtico alguno, ni social, aunque he tenido permanentes ofertas. Defiendo mi derecho a escurrir el bulto permanentemente sin otra fidelidad que la de mi vocaci¨®n literaria, que tambi¨¦n es c¨ªvica. Saco el comod¨ªn y lo esgrimo, salvo en los libros, donde est¨¢ todo, sin acudir a la actualidad. Establezco principios generales, quien los quiera aplicar a la actualidad, que no a la realidad, que lo haga.
?Qu¨¦ diferencia hay? La actualidad se rige por la ley del amigo-enemigo. Esta se explica por una fidelidad al grupo, a los partidarios, sus clanes, y odio al resto. Yo reh¨²yo eso porque normalmente no me piden mi opini¨®n, sino mi posici¨®n y militancia en seg¨²n qu¨¦ barricada. He pretendido escribir cuatro libros transversales que trasciendan eso. No aspiro a ocupar ning¨²n poder ni que mis ideas se instrumentalicen para ello. Ojal¨¢ mis planteamientos duren a?os y lleguen a la posteridad. Por otra parte, me satisface ver que todo el mundo utiliza el concepto de ejemplaridad: los sistema, los antisistema, nacionalistas, centralistas, la Casa Real, los sindicatos¡ He colaborado a eso, precisamente escurriendo el bulto.
En las figuras de Aquiles o el galileo usted no escurre el bulto. Pero en el caso del segundo, Jes¨²s de Nazaret, el super?ejemplo como dice usted, ?podemos fiarnos plenamente de que sus acciones milagrosas no sean m¨¢s que mera ficci¨®n literaria? Todo lo que queda como dogma de fe, dice el cardenal Newman, a quien usted cita en Necesario pero imposible, pertenece al secreto. ?Ser¨¢ una treta para enmascarar la ficci¨®n? Antes del romanticismo, la literatura ten¨ªa su propia verdad. En las epopeyas de Homero encontramos una ¨¦tica, una est¨¦tica, una pol¨ªtica.
La Il¨ªada puede servir como una Biblia laica para cualquiera de nosotros. Eso es. A trav¨¦s de ejemplos. Un cosmos con narraciones ejemplares que existieron, que tuvieron base real. Los Evangelios tienen una base legendaria, obvio. Lo que no me interesa es c¨®mo las instituciones lo instrumentalizan.
?Para preservar su poder? Eso ya es sociolog¨ªa de la religi¨®n, que no me interesa; efectivamente existe una manera de dominaci¨®n a trav¨¦s de ello. Es un temazo, pero no el m¨ªo. Mi ¨®ptica es existencial. El patriotismo y la religi¨®n ya no funcionan en las sociedades secularizadas. Me preocupa que nos armemos de costumbres democr¨¢ticas efectivas. No podemos utilizar como elemento unificador solo la ley y una adhesi¨®n t¨¢cita al sistema. No hemos sido capaces a¨²n de armar esas costumbres democr¨¢ticas. Elegir lo bueno y lo c¨ªvico sin que sea necesario que la ley castigue. Por estilo, por decencia, por respeto.
?Y la rabia? ?No ser¨ªa tambi¨¦n un motor para demandar esa ejemplaridad p¨²blica? ?Est¨¢ ocurriendo eso? Tambi¨¦n. Lo que sucede es que somos un pueblo que ha accedido a la modernidad muy tarde. La Guerra Civil ocurre, entre otras cosas, por no existir una clase media. Dice Locke: ¡°Primero propiedad y despu¨¦s libertad¡±. Tuvimos un seiscientos y despu¨¦s lleg¨® la transici¨®n pol¨ªtica.
Le o¨ª decir a Jos¨¦ Guirao que pasamos directamente a la posmodernidad sin haber transitado por la modernidad. ?Lo corrobora? Algo as¨ª nos ha pasado. La Transici¨®n nos constituye por primera vez en un Estado contempor¨¢neo. La dictadura era un sistema de corrupci¨®n institucionalizada y estructural, absolutamente elitista, olig¨¢rquica. En el tiempo presente ocurre algo muy importante: la demanda de ?transparencia, vivimos en una sociedad mucho m¨¢s abierta, m¨¢s madura. Eso unido a la esencia igualitaria y a la libertad, combinadas las tres cosas, encontramos explicaci¨®n a una demanda hegem¨®nica de la sociedad espa?ola. Una demanda de ejemplaridad: quien no lo vea as¨ª, tiene un problema. Y gordo.
?Por qu¨¦ una demanda tan natural genera tantas resistencias en quienes tienen por ahora el poder? Esta sociedad es mucho m¨¢s abierta. Ya no se puede implantar ninguna acci¨®n con el paternalismo de anta?o. Eso es un signo m¨¢s de progreso moral, aunque rechine todo el maderamen del barco. Es salud democr¨¢tica, calidad democr¨¢tica. El principio de autoridad adem¨¢s ha sido sustituido por el de aceptaci¨®n y consenso, vales lo que generan tus ideas, no lo que simb¨®licamente te atribuyes por tu posici¨®n de representante de una instituci¨®n.
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