Lectores y piratas
Al ser humano lo que le gusta es poseer, y se siente satisfecho con el hecho simpl¨®n de acumular sin pagar
¡°Del 58% de los espa?oles que dicen leer en formato digital, solo el 32% paga por las descargas. El restante 68% lo hace de manera ilegal¡±. Leo estos datos en un informe publicado esta semana sobre la crisis en el sector del libro y, en realidad, lo que responder¨ªa a mis impulsos ser¨ªa dejar este art¨ªculo donde acaban las comillas y que lo terminaran ustedes aportando opiniones. Porque a m¨ª, como les ocurre a muchos autores, esta realidad me descorazona. Quien haga una interpretaci¨®n mezquina de mi inquietud pensar¨¢ que si as¨ª me siento es porque me va algo en ello, que se me va la pasta. Y eso me descorazona doblemente. Se dir¨ªa que no hay ahora mismo en Espa?a posibilidad de expresar una opini¨®n sin que tu adversario interprete que lo haces por inter¨¦s. Si dices, por ejemplo, que lo que te preocupa es el nivel cultural de tu pa¨ªs, ?qu¨¦ quedas, como una idiota?
No es que no me importen mis derechos, es un logro que sac¨® a los escritores de pobres o de ser la voz de su amo, pero a estas alturas y habiendo conseguido vivir con desahogo de mi oficio puedo afirmar que m¨¢s all¨¢ de la ca¨ªda de los beneficios me inquieta que en nuestro pa¨ªs no se considere la lectura una actividad cultural por la que merece la pena pagar. Podr¨ªamos pensar que este desmedido pirateo ha tenido como feliz resultado que en nuestro pa¨ªs se haya elevado el nivel cultural, pero ?y si no fuera as¨ª? Presiento que la principal satisfacci¨®n del que se descarga 1.000 libros gratis, algo m¨¢s frecuente de lo que cre¨ªamos, es el acto en s¨ª mismo de poseer 1.000 copias virtuales de algo que casi seguro no leer¨¢ y que se perder¨¢ en el ciberespacio en cuanto el individuo pierda el artilugio en el que tan felizmente se los descarg¨® o se compre uno nuevo. Parec¨ªa que la compulsi¨®n del consumismo virtual no iba a ser tan feroz como la tradicional por aquello de que el producto no se materializa, pero se est¨¢ demostrando que al ser humano lo que le gusta es poseer, ni tan siquiera precisa tener en sus manos un objeto precioso, se siente satisfecho con el hecho simpl¨®n de acumular sin pagar.
Si los padres hacen sus tareas, a los maestros les resultar¨¢ m¨¢s f¨¢cil contagiar el entusiasmo por la literatura
Como mi empecinado optimismo no me permite transitar todo el tiempo por el lado sombr¨ªo de la calle, me esfuerzo en pensar que hemos mejorado, no en el nivel en s¨ª de pirater¨ªa (en eso seguimos siendo los mejores) sino en la posibilidad de expresar lo que pensamos de ella sin miedo a ser linchados en plaza p¨²blica como si fu¨¦ramos enemigos del pueblo. As¨ª sucedi¨® hace unos a?os, entre otras cosas, porque los dos partidos que se han turnado en el poder han evitado la impopularidad que supon¨ªa el ponerle puertas al campo, de tal manera que cuando los autores defend¨ªan en una columna los derechos de autor o un plan eficaz contra la pirater¨ªa se quedaban solos como perros, desprotegidos y al albur de que les dieran un buen repaso en las redes. No fueron muchos los autores que creyeron oportuno escribir abiertamente sobre un asunto que llamaba al insulto y a la descalificaci¨®n, pero a nadie se le puede exigir que salga solo al ruedo. Es ahora, al verse el sector editorial herido en sus ganancias, cuando todos entramos a analizar un problema grave que afecta a la primera industria cultural de Espa?a; ahora, cuando se eval¨²a el descenso de las ventas, se estudian los errores, esa burbuja editorial provocada por un exceso de publicaciones que nac¨ªan ya destino a su descatalogaci¨®n o el abuso de los libros basura; es ahora, cuando el autor, dise?ador, corrector, editor, librero, ilustrador, distribuidor y todos aquellos oficios que intervienen en el hecho de que usted tenga un libro entre sus manos, ahora, cuando los autores pueden sentirse respaldados por una industria que importa y que est¨¢ en crisis.
Luego est¨¢, claro, la lectura, que es lo que m¨¢s importa de todo este asunto, la lectura. Reconozcamos que nunca leyeron todos los ni?os, que los ni?os lectores siempre fuimos minor¨ªa, porque leer es una afici¨®n que se puede y se debe potenciar pero en la que act¨²a la libertad del individuo para sucumbir o no a sus encantos. Mi dedicaci¨®n a la literatura juvenil me ha llevado a visitar muchos colegios espa?oles y la conclusi¨®n que extraigo de esos encuentros es que hay que ayudar a leer a los ni?os. Ayudarlos, no en el sentido de darles la lectura mascada para que les entre sin sentir sino proporcion¨¢ndoles paz de esp¨ªritu, entrenarles en el dif¨ªcil ejercicio de la paciencia, transmitirles sosiego, ense?arles a que en la vida hay momentos de par¨®n y aburrimiento que uno ha de llenar sin dar la lata ni hacer ruido, educarlos para exigir menos a los dem¨¢s y exigirse m¨¢s a ellos mismos, ejercitar el m¨²sculo de la fantas¨ªa a fin de que pongan en una historia tanto como reciben. Esto es tarea de un padre y de una madre. Si los padres hacen sus tareas, a los maestros les resultar¨¢ m¨¢s f¨¢cil contagiar el entusiasmo por la literatura, y todos entenderemos de qu¨¦ manera un lector est¨¢ m¨¢s preparado para enfrentar el mundo que alguien que no lo es. Es un asunto complejo. Tanto, que cuando se me pide que anime a la lectura, pienso que deber¨ªan acompa?arme en el empe?o unos padres (no piratas) dispuestos a colaborar, una excelente profesora de literatura, un escritor y un psic¨®logo. S¨ª, han o¨ªdo bien: un psic¨®logo.
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