Alma de jazz
Diana Krall descubri¨® la m¨²sica a trav¨¦s de las veladas al piano que organizaba su abuelo. Ha vendido 12 millones de discos. Ha ganado cinco ¡®grammys¡¯. Un encuentro ¨ªntimo en Nueva York con una de las voces m¨¢s poderosas del g¨¦nero.
En sus sue?os, Diana Krall regresa al mar y a las monta?as de su Vancouver natal. Desde el Nueva York que hoy habita, Canad¨¢ se ve como una buhardilla; un lugar que todo el mundo sabe que est¨¢ ah¨ª arriba, pero al que muy pocos se acercan a ver qu¨¦ trastos contiene. Pero ella conoce el secreto. De hecho, lo m¨¢s parecido a la felicidad que ha experimentado fueron las tardes en que sus padres la llevaban al mercado de Isla Granville a comprar camarones reci¨¦n pescados. ¡°Una vez que has probado el salm¨®n de Haida Gwaii¡±, dice, ¡°ya ning¨²n otro te sabe igual¡±. En su pueblito natal, al norte de Victoria, capital de la Columbia Brit¨¢nica, aprendi¨® a respetar el producto local y de temporada. La grandeza de comerte tu propio paisaje. ¡°No me gustan las cadenas de restaurantes que te sirven ingredientes que no sabes ni de d¨®nde vienen. Disfruto visitando al carnicero, al pescadero y al due?o de la bodega¡±. No es extra?o, por tanto, que cuando llego a SIR, el estudio de grabaci¨®n de Chelsea donde ensaya su nueva gira, la conversaci¨®n se inicie en torno a la gastronom¨ªa. ¡°En Espa?a llen¨¦ una maleta con botellas de vinagre de Jerez. Pens¨¦ que me iban a detener en la aduana de Estados Unidos por contrabando. Pero no me la miraron. Se entretuvieron con una bolsa de frutos secos. Menos mal. Con ese vinagre, cualquier ensalada sabe cien mil veces mejor¡±.
Tose y me intereso por su salud. Tiene 50 a?os. Una neumon¨ªa la apart¨® hace unos meses de los escenarios. ¡°Ya estoy mejor. No bien del todo, pero mejor. Gracias¡±. Lo de ahora es un simple catarro e invita a sentarnos extra?amente alejados para no contagi¨¢rmelo. No importa. La intimidad no conoce distancias y me propongo conectar con el coraz¨®n de esta chica con aspecto de rockera en la que se intuye una fragilidad similar al t¨ªtulo de la canci¨®n de Dylan que da nombre al nuevo disco: Wallflower. ?C¨®mo explicamos el significado de esa palabra a los que no hablan ingl¨¦s? ¡°Tiene que ver con las emociones. Alguien que se siente un wallflower prefiere quedarse con su vaso apoyado en la pared, en lugar de saltar a la pista. La letra dice: ¡®Wallflower, yo estoy solo y triste tambi¨¦n, ?no quieres bailar conmigo?¡¯. Todos llevamos un wallflower dentro, pero yo personalmente¡¡±. Hace una pausa. Est¨¢ cansada. El precio de haber vendido m¨¢s de 15 millones de discos y tener en la repisa de casa cinco grammys es que tienes que contarle de vez en cuando tu vida a un desconocido. Yo sonr¨ªo y espero, no puedo hacer otra cosa. Ella toma aire y se inclina hacia delante. Noto que las paredes negras del estudio se estrechan. ¡°Yo me siento un wallflower en el escenario. Una vez que estoy encima disfruto, pero la idea de tener que subirme¡ Parece una iron¨ªa, pero solo puedo salir si la sala est¨¢ oscura. No soy el tipo de artista que quiere que den las luces del p¨²blico para ver las caras. Me espanta. Me intimida. En la oscuridad, sin embargo, las estrellas del universo confluyen. Como en una pel¨ªcula de Capra, donde puedo utilizar mi imaginaci¨®n para transportarme a cualquier lugar. Lo de aparecer en escena con un vestido de lentejuelas en plan diva est¨¢ olvidado. No puedo hacerlo. Lo he intentado, pero a m¨ª no me funciona¡±.
Disfruto en el escenario, pero la idea de tener que subirme¡ Parece una iron¨ªa, pero solo puedo salir si la sala est¨¢ oscura¡±
La idea de no ver al p¨²blico nos lleva a hablar de la radio. Le entusiasma. Lleva desde peque?a enganchada a las historias del Lago Wobegon creadas por el maestro de las ondas Garrison Keillor. ¡°Es sin duda mi mayor influencia profesional. Un gran t¨ªmido que cuenta historias maravillosas a millones de seguidores¡±. Adora el medio ¡°porque te permite apreciar emociones que no se transcriben al papel¡± y, cada ma?ana, lo primero que hace al saltar de la cama es sintonizar WBGO. Emisora en la que no se pierde el programa Jazz 88 de Michael Bourne, un locutor de toda la vida al que recientemente le preguntaron si se pensaba jubilar y respondi¨®: ¡°?Para qu¨¦? ?Pero si me pagan por poner m¨²sica e ir a conciertos!¡±. Ah, y la radio tambi¨¦n le procura compa?¨ªa cuando le toca, ¡°como a cualquier persona normal¡±, ordenar armarios una tarde de domingo. ¡°En cuclillas y con toda la ropa esparcida por el suelo, descubr¨ª a Ren¨¦e Fleming interpretando La viuda alegre¡±. Qued¨® tan conmovida que, en tiempo real, reserv¨® entradas para la siguiente funci¨®n de la soprano en el Metropolitan.
Wallflower gira en torno a las canciones que escuch¨® en Top 40 de adolescente y le emocionaron. Y no se trata necesariamente de un homenaje a los vinilos originales. ¡°California Dreamin, por ejemplo, no est¨¢ por culpa de sus autores, The Mamas and the Papas, sino por la versi¨®n que ella memoriz¨® de Jos¨¦ Feliciano. Desperado tampoco est¨¢ por Eagles, sino por la desgarradora interpretaci¨®n que de ella hiciera Linda Ronstadt¡±. Ofrece m¨¢s nombres de intermediarios, como el de Karen Carpenter, pero tambi¨¦n hay temas que est¨¢n por derecho propio como Sorry Seems to Be the Hardest Thing to Say. ¡°Elton John ten¨ªa que estar. Es mi h¨¦roe y mi pianista preferido. Tengo una foto con mis padres junto al ¨¢rbol de Navidad con el ¨¢lbum Blue Moves en la mano. Era el regalo que m¨¢s quer¨ªa y signific¨® mucho para m¨ª. Adem¨¢s, Elton dio un paso de gigante con ese disco. Luego se convirti¨® en mi amigo y result¨® ser todav¨ªa m¨¢s maravilloso de lo que hab¨ªa imaginado. Soy como su hermanita peque?a. Me mima hasta la saciedad. Estos meses que lo he pasado tan mal, que incluso he llegado a pensar que se terminaba mi carrera, ¨¦l ha estado siempre a mi lado¡±. Se emociona.
La presencia de esta canci¨®n en el disco se debe tambi¨¦n a un gui?o privado. Elvis Costello organiz¨® un concierto ben¨¦fico en Londres para salvar un viejo teatro e invit¨® a Diana Krall a acompa?arle al piano en una versi¨®n de Sorry Seems to Be the Hardest Thing to Say. ¡°Elvis estrenaba unos zapatos puntiagudos y estrechos, ese tipo de calzado r¨ªgido que necesita un tiempo para que la piel se acomode, y acababan de encerar el escenario. Total, que estamos grabando para televisi¨®n, llega el momento ¨¢lgido de la canci¨®n, cuando le toca dar a Elvis la nota alta, con el foco centrado en ¨¦l y¡ ?bum! Oigo un batacazo. Levanto la mirada del teclado y me llevo la mano a la boca: ?pero si este t¨ªo ha desaparecido! No veas el cachondeo¡±. Se r¨ªe. Le ha cambiado la expresi¨®n. De golpe se olvida de la melancol¨ªa que la tiene atrapada musicalmente y se monda de risa. ¡°Al terminar¡±, contin¨²a el relato, ¡°nos cruzamos con Sting en bastidores y el muy gracioso me suelta: ¡®I think Elvis is falling for you¡±. Literalmente, creo que Elvis se est¨¢ cayendo por ti; porque en ingl¨¦s, cuando te enamoras, te caes por alguien. Je, je.
Hoy Elvis Costello y esta chica de ojos de miel, a la que sus padres pusieron Diana y a la que sus amigos llaman por el apellido, ?Krall, como en el colegio, est¨¢n casados y tienen dos gemelos de ocho a?os. Viven en el West Village neoyorquino rodeados de las tres pasiones de Diana: arte nativo canadiense, muebles de dise?o de Maloof y Nakashima, y un piano. Krall creci¨® amando ese instrumento. Su abuelo, emigrante del este de Europa, trabajaba en el carb¨®n. Un minero sin dinero, pero con piano, que tra¨ªa invitados a casa todas las noches y se sentaba al teclado a amenizar las veladas. ¡°Mi padre tocaba el piano en pijama en esas fiestas. Mi t¨ªo tocaba el piano. En el ¨¢lbum familiar hay fotos de todo el mundo tocando ese piano. Y eso es lo que hago yo. Despu¨¦s de las cenas con amigos me siento a tocarlo y cantamos juntos. No ocurre solo en el escenario. Forma parte de mi vida¡±. Los gemelos tambi¨¦n comienzan a aficionarse. ¡°Est¨¢n en edad de averiguar lo que les gusta; playing en el sentido literal de jugar con la m¨²sica. De momento, a uno le tira m¨¢s la bater¨ªa y al otro la conga. Cuando encuentren su camino, ya llegar¨¢ el momento de ponerse serios¡±.
Elton John me mima hasta la saciedad. Soy como su hermanita peque?a. Estos meses que lo he pasado tan mal siempre ha estado a mi lado¡±
Tan serio como el Steinway de cola que preside el estudio, junto a nosotros, y saldr¨¢ pronto de tour por Estados Unidos. Negro lacado. Impecable. Como dir¨ªa ella: superfinicky. Un cambio radical con el piano desvencijado de su ¨²ltima aventura. ¡°Quer¨ªa un instrumento que necesitase un poco de cari?o. Estaba hecho una porquer¨ªa, pero emanaba inspiraci¨®n y era perfecto para interpretar las melod¨ªas de Tom Waits. Luego con¡ Bueno¡±, se disculpa, ¡°no quiero que parezca que dejo caer nombres de famosos, pero tuve la suerte de estar con Neil Young dos semanas de gira y Neil ten¨ªa un piano todav¨ªa m¨¢s cascado. Un piano blanco que alquila desde hace muchos a?os, con un sonido que es una maravilla. Tienes que elegir el instrumento adecuado para cada tipo de m¨²sica. Con Wallflower vuelvo al Steinway y el afinador va a respirar aliviado¡±.
Palabra de pianista. De pianista de jazz, para ser m¨¢s precisos, porque donde Diana Krall se siente m¨¢s segura es improvisando en el teclado. Ah¨ª es la reina. Puede que comience un puente sin saber a d¨®nde le va a llevar, pero siempre consigue aterrizar con elegancia en la otra orilla. Lleva dando prueba de ello 20 a?os. En este ¨¢lbum, sin embargo, ha cedido voluntariamente gran parte de los teclados para poder cantar pop. ¡°Normalmente canto al piano en notas que me resultan c¨®modas, pero en Wallflower el productor ha llevado mi voz a notas m¨¢s oscuras para exprimir mi tonalidad al m¨¢ximo. Me parece extraordinario. Es el reto que yo quer¨ªa¡ pero en ese registro no puedo concentrarme en cantar y tocar al mismo tiempo. Har¨ªa el rid¨ªculo¡±.
No lo hace. El resultado es una maravilla con las voces de Graham Nash, Stephen Stills y Timothy B. Schmit, el bajista y vocalista de Eagles, haciendo coros. Armon¨ªas que la transportan a su infancia musical, cuando miraba al mar desde la isla de Vancouver. Se le escapa una l¨¢grima. ?Qu¨¦ pasa? ¡°Mi padre¡±, me confiesa entre sollozos. ¡°Ha muerto hace un mes de un modo inesperado¡±. As¨ª de sopet¨®n me entero de que ya no tiene a su lado al hombre que la llevaba al mercado a por camarones y al que dedic¨® el ¨¢lbum Glad Rag Doll con los temas que ¨¦l pinchaba en discos de 78 rpm en la gramola de casa. Intento consolarla. Tienes a tus hijos, le digo. P¨¢sales a ellos la energ¨ªa de tu padre. En eso consiste la vida. ¡°S¨ª, es muy duro, pero hay que seguir¡±, dice. ¡°Soy una persona muy emotiva, de sentimientos muy profundos, y si no tengo la m¨²sica para focalizarlos, ?d¨®nde voy a meter toda esa energ¨ªa?¡±. La gira puede hacerte bien. ¡°No lo pensaba, pero la otra noche, a las tres de la madrugada, en la oscuridad, me puse los auriculares y volv¨ª a escuchar el disco. Me gust¨® a¨²n m¨¢s que cuando lo grab¨¦. Es un disco muy bello. Estoy orgullosa de ¨¦l¡±.
Le deseo suerte, de verdad, y me despido. ¡°?No vas a pedirme que vaya a Espa?a?¡±. No entiendo bien la pregunta. Se da cuenta y lo aclara. ¡°Me encanta Espa?a. Y a Elvis tambi¨¦n. Hemos estado con los ni?os un par de veces en la playa de la Concha, viendo las esculturas de Richard Serra en el Guggenheim, en Vitoria¡ El concierto m¨¢s emocionante de mi vida fue un verano en Cambrils, al aire libre con el cuarteto de jazz. Lo que all¨ª se produjo fue m¨¢gico. Me encantar¨ªa poder ?repetirlo. Saltar del avi¨®n y buscar un plato de jam¨®n ib¨¦rico. Si me invitan a tocar en ?Espa?a¡ lo dejo todo¡±.
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