Cambiar ¡®hombres de negro¡¯ por historiadores
Lo importante no es calcular la deuda, sino las fuerzas que se desencadenan sin nadie pretenderlo
Fil¨®sofos e historiadores aconsejan vivamente abandonar la idea de que hay algo liberador en las experiencias extremas, la creencia de que esas situaciones permiten ver la aut¨¦ntica realidad o verdad. Olv¨ªdense, advierte, preocupado, Slavoj Zizek: esa idea lo que suele llevar dentro es el terror.
As¨ª que hagamos caso a fil¨®sofos e historiadores y pensemos c¨®mo alejar a Europa de situaciones extremas, c¨®mo impedir que nuestros t¨¦cnicos, expertos y economistas vuelvan a calcular mal y a lanzarnos alegremente a esas aut¨¦nticas verdades que tanto les satisfacen. No es posible renegociar deudas, no entra en nuestros c¨¢lculos. Quiz¨¢s, pero lo realmente importante no es eso, sino si esos expertos son capaces de calcular bien lo que son las din¨¢micas pol¨ªticas o si est¨¢n en las nubes num¨¦ricas y no saben nada de c¨®mo se complica la historia, de c¨®mo los movimientos producen fuerzas, de la facilidad con la que se malinterpreta lo que el otro piensa y el conjunto de fuerzas que se desencadena sin que nadie lo espere. De lo f¨¢cil, y lo est¨²pido, que es malinterpretar la din¨¢mica griega y pensar que basta con asustarles un poco. De lo torpe y peligroso que puede resultar hacer caso a los presuntuosos t¨¦cnicos que creen que no pasar¨ªa nada si Grecia saliera del euro, porque ahora s¨ª que es perfectamente posible evitar el contagio a otros pa¨ªses.
Un estudio publicado este a?o en Estados Unidos demuestra que hasta fines de los setenta las menciones a historiadores y a economistas en los medios de comunicaci¨®n americanos estaban m¨¢s o menos empatadas. Incluso se sacaban a relucir citas de psic¨®logos, soci¨®logos, antrop¨®logos y dem¨®grafos. Pero en los a?os ochenta del siglo pasado las cosas empezaron a torcerse y para 2011 las diferencias eran ya abismales. Los economistas barr¨ªan y los pobres historiadores casi desaparec¨ªan.
Afortunadamente, en los ¨²ltimos tiempos parece que algunos economistas empiezan a fijarse en los historiadores. Lo hace Thomas Piketty, pero tambi¨¦n Kenneth Rogoff, que es catedr¨¢tico de Econom¨ªa y de Pol¨ªticas P¨²blicas en la Universidad de Harvard. Rogoff est¨¢ empe?ado en pedir un plan B para Grecia, una idea que parece sacada de los libros de historia de entreguerras. Rogoff, en un art¨ªculo publicado en Project Syndicate, insiste en que no se puede ignorar el significado de la victoria de Syriza y mucho menos olvidar que Estados Unidos crey¨® que no pasaba nada por dejar que cayera Bear Stearns y pocos meses despu¨¦s ten¨ªa entre manos la segunda Gran Depresi¨®n.
Mejor que sean pol¨ªticos versados en historia quienes negocien tanto en Grecia como en la Uni¨®n Europea. Tiene raz¨®n Alexis Tsipras en negarse a negociar con la troika y en pedir hablar directamente con los jefes de Gobierno (algo que, por lo que parece, iba a suceder de todas formas porque el FMI ya no tiene tantas ganas de protagonismo europeo). La troika (t¨¦cnicos del FMI, BCE y Comisi¨®n Europea), con sus hombres de negro, ha actuado, escribe Der Spiegel, como una especie de barrera entre las decisiones de la Uni¨®n Europea y los efectos, demoledores, de esas pol¨ªticas. Mejor que hablen directamente personas que valoren la importancia de no colocar a nadie ante experiencias extremas y que sepan a qu¨¦ se refiere Yanis Varufakis, el ministro griego de Finanzas, cuando recuerda que cuando regresa a su casa, tras las rondas de fracasadas negociaciones, se encuentra con un partido nazi que es la tercera fuerza pol¨ªtica en su pa¨ªs.
Rogoff comprende que tambi¨¦n hay que saber calcular la fuerza de las razones y de la intransigencia de los alemanes, pero, tomando en cuenta todo, le parece m¨¢s sensato preparar un plan B que incluya concesiones para la parte m¨¢s d¨¦bil. Y los m¨¢s d¨¦biles, como es evidente, son los griegos. Lamentablemente, no parecen vislumbrarse, por el momento, las alternativas. M¨¢s bien centellea en el aire el l¨¢tigo del Banco Central Europeo, con un Mario Draghi que, a la hora de la verdad, parece dispuesto a demostrar a Alemania, en la espalda de Atenas, que su decisi¨®n de comprar bonos soberanos no es un s¨ªmbolo de ablandamiento. ?Y qu¨¦ mejor demostraci¨®n que golpear duro a los atenienses?
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