Serpico sale de su guarida
El m¨ªtico polic¨ªa que Al Pacino encarn¨® en la gran pel¨ªcula de Sidney Lumet vive aislado en el campo, con 78 a?os. Se encuentra lejos de Nueva York, pero est¨¢ atento e indignado por la actitud de sus excompa?eros tras las muertes de los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner. Los viejos problemas que denunci¨® en los a?os sesenta, a sus superiores primero y a 'The New York Times' despu¨¦s, siguen vigentes.
No es f¨¢cil dar con un fantasma. Frank Serpico, de 78 a?os, expolic¨ªa, h¨¦roe de pel¨ªcula, bohemio, seductor, hippy, sopl¨®n, poeta, m¨ªstico, actor y tantas otras cosas, pr¨¢cticamente lo ha sido durante los ¨²ltimos 40 a?os. Desde que en 1972 entreg¨® su placa y, un a?o despu¨¦s, Sidney Lumet decidi¨® inmortalizarle en Serpico, la aclamada pel¨ªcula, Paco, como le conocen sus amigos, apenas se ha dejado ver.
EL PA?S le busc¨® a finales del a?o pasado para conocer su opini¨®n sobre las muertes a manos de la polic¨ªa de los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner, sucesos que han abierto una crisis sin precedentes entre la polic¨ªa de Nueva York y el alcalde Bill de Blasio, agravada por el asesinato de dos agentes en Brooklyn en diciembre.
Sin embargo, el rastro de Serpico se perd¨ªa por las monta?as del norte del Estado de Nueva York, junto al r¨ªo Hudson, donde vive solo en una caba?a, sin conexi¨®n a Internet ni televisi¨®n. Como ¨²ltimo recurso quedaba dejar un n¨²mero de tel¨¦fono y una direcci¨®n de correo entre aquellos que hab¨ªan estado con ¨¦l en los ¨²ltimos a?os. Y esperar. El fantasma apareci¨® una cerrada y silenciosa noche de fr¨ªo polar y nevadas en toda Nueva Inglaterra.
¡°Viceeeenteeee¡±, atron¨® una voz cascada y surcada de interferencias al otro lado del tel¨¦fono en la segunda semana de enero. ¡°S¨ª, ?qui¨¦n es?¡±, respondi¨® este reportero. ¡°Soy Franceeescooo¡±, a?adi¨® la voz en espa?ol. All¨ª estaba, efectivamente, como es ¨¦l: c¨¢lido, bromista, ir¨®nico, capaz de chapurrear hasta cinco idiomas¡ ¡°T¨² no escribes para los gringos, ?verdad?¡±, pregunt¨®. ¡°No, trabajo en EL PA?S¡±. ¡°Bien¡±, resolvi¨®. La cita se concert¨® para unos d¨ªas despu¨¦s, en una granja del condado de Columbia, a dos horas al norte de Manhattan. ¡°Sin fot¨®grafos¡±, advirti¨®.
La Hawthorne Valley Farm es un complejo agr¨ªcola con tienda y cafeter¨ªa, rodeado de algunas casas y un colegio, al que acuden los lugare?os para hacer la compra, recoger a los ni?os de clase y charlar entre ellos con un sopa humeante en las manos. Paco llega en un 4¡Á4, sucio de nieve y barro, a la hora en punto. Su aspecto es el de una estrella de rock retirada. Gorro de lana, abrigo de lona hasta los pies, botas altas de piel, colmillos de marfil en forma de pendientes en ambas orejas, lente de aumento colgada del cuello, anillo de plata con una calavera en la mano izquierda y un cintur¨®n con motivos indios repleto de turquesas. Tras sus gafas oscuras, unos ojos vivos e inteligentes rastrean lo que sucede a su alrededor.
En su mejilla no se aprecia la cicatriz del balazo que recibi¨® en la cara durante una operaci¨®n antidroga en Williamsburg (Brooklyn) en 1971. Es la escena con la que arranca la pel¨ªcula. Serpico intenta acceder a una casa de traficantes, pero queda atrapado en la puerta sin poder utilizar su arma. Pide ayuda a gritos a sus compa?eros, pero estos ven una ocasi¨®n perfecta para librarse de ¨¦l y le abandonan a su suerte. Un narco dispara a quemarropa contra el rostro del polic¨ªa. Queda malherido. Un vecino hispano llama a una ambulancia y le salva la vida. Un a?o despu¨¦s deja el cuerpo.
Serpico todav¨ªa tiene pesadillas con ese momento. No puede olvidarlo, aunque quiera. La nariz le moquea permanentemente por culpa de los fragmentos de plomo que todav¨ªa siguen alojados bajo su cerebro, en el canal nasal.
¡°?Lo ves? Est¨¢n todos muertos¡±, comenta a voces nada m¨¢s tomar asiento en la cafeter¨ªa de la granja mientras se?ala un anuncio a toda p¨¢gina en el peri¨®dico local de la serie de televisi¨®n The Walking Dead. ¡°S¨ª, es una serie sobre zombis, muertos vivientes¡±, responde el periodista. ¡°No me refiero a eso. Digo que est¨¢n todos muertos, los que ven estas cosas, la gente¡ Solo quieren distracciones, consumir, ganar dinero. La gente habla de drogas sin saber que est¨¢ drogada. Drogada por productos como este. Es otro tipo de corrupci¨®n. El mundo ha puesto la inteligencia en cosas que no son necesarias¡±, aclara. El alegato anticonsumista forma parte de la vida en soledad de Serpico. ¡°Evito Nueva York. Aquello no es natural¡±, explica con un sonrisa burlona mientras devora unas sabrosas jud¨ªas con vegetales.
Serpico compr¨® en 1968 unos 50 acres (20 hect¨¢reas) de terreno perdidos cerca del Hudson y all¨ª construy¨® su caba?a. ¡°Me propuso comprar la tierra un compa?ero del cuerpo. En aquella ¨¦poca muchos polic¨ªas compraban tierras por el Estado. Eran los tiempos de la Gold Coast (Costa del Oro), que era como llam¨¢bamos a Harlem por el mucho dinero que los polic¨ªas consegu¨ªan all¨ª de sobornos¡±. Tras unos a?os por Europa, huyendo de las represalias de sus compa?eros por haber denunciado la corrupci¨®n en la polic¨ªa, Serpico volvi¨® a Estados Unidos y se instal¨® en el campo en los ochenta.
Sus d¨ªas transcurren aislados cerca del poblado de Stuyvesant. Corta su le?a, da de comer a las urracas, cr¨ªa gallinas y cabras, pasea, escribe sus memorias, rescata animales heridos, asiste a las universidades cercanas a dar charlas, recita sus poemas en alguna radio, se aplica medicina china, medita, practica la flauta japonesa y los tambores africanos, y baila tangos con su novia (¡°amiga¡±, matiza). A sus 78 a?os, sigue siendo coqueto y seductor.
Posee un ordenador port¨¢til, pero no tiene conexi¨®n a Internet ni televisi¨®n. Dos d¨ªas a la semana acude al cercano pueblo de Hudson o a la granja Hawthorne, donde repasa su correo, toma caf¨¦ y charla con los vecinos. Todos le conocen, sobre todo los ni?os, con los que no cesa de bromear. Goza de buena salud, aunque tiene da?ados los nervios de la pierna izquierda, lo que le produce un dolor intenso, y apenas oye de un o¨ªdo.
Vive de su pensi¨®n y de los derechos que le report¨® la biograf¨ªa que escribi¨® Peter Maas, de la que se vendieron tres millones de ejemplares. Conserva la placa de detective y su rev¨®lver. Le indignan las noticias del mundo. Entre las ¨²ltimas, todo lo sucedido con la polic¨ªa de Nueva York y las muertes por un excesivo uso de la fuerza. ¡°El problema de la polic¨ªa es de actitud. Yo soy la ley, dicen. No, yo soy el que defiende la ley. Yo no soy la ley. Representar la ley es un derecho, y hay que gan¨¢rselo¡±, clama. ¡°Si matas y maltratas, c¨®mo quieres que te quieran. Solo saben dar excusas, cobardes excusas. Estaba en riesgo mi vida, ten¨ªa miedo, dicen. Y las excusas son como el culo, cada uno tiene uno¡±, a?ade.
Serpico cree que la corrupci¨®n que anidaba en el cuerpo en sus a?os no es ya el principal problema, sino el uso excesivo de la fuerza. ¡°Los polic¨ªas de ahora se quejan como ni?os de que no quieren hacer sus deberes. Tienen miedo. Un polic¨ªa con miedo es un polic¨ªa mal preparado. No se puede ejercer este oficio con miedo¡±, argumenta. ¡°Un polic¨ªa te puede matar, porque la ley les permite usar la fuerza. Decir que lo hace por miedo es cobard¨ªa. Es leg¨ªtimo querer regresar sano y salvo a casa cada noche, pero no a costa de la vida de un inocente. Eric Garner era un tipo inocente que vend¨ªa cigarrillos en la calle. Los polic¨ªas de ahora son lobos con piel de cordero¡±, denuncia.
En 1994, el exagente mand¨® una carta al entonces presidente Bill Clinton en la que le advert¨ªa de que los ni?os ten¨ªan miedo de los polic¨ªas. ¡°Cuando yo era ni?o, mi madre me dec¨ªa siempre que, si ten¨ªa un problema, llamara a un polic¨ªa, que ¨¦l me ayudar¨ªa. Yo me hice polic¨ªa porque, de ni?o, quer¨ªa atrapar a los ladrones que, seg¨²n me cont¨® mi madre, hab¨ªan matado a mi abuelo para robarle. Ahora es distinto¡±, recuerda. En aquella carta, Serpico ped¨ªa a Clinton la creaci¨®n de una comisi¨®n que analizara c¨®mo se hab¨ªa corrompido la relaci¨®n entre la polic¨ªa y los ciudadanos. Solo recibi¨® una respuesta de agradecimiento.
La gente habla de drogas sin saber que est¨¢ drogada. Solo quieren distracciones¡±
En su opini¨®n, los sindicatos policiales de Nueva York tienen demasiada fuerza. ¡°Lo que hicieron con el alcalde, volverle la espalda durante los funerales, fue inaceptable. ?Pero qui¨¦n manda en la polic¨ªa, el jefe del departamento o el sindicato? Ten¨ªan que haberles sancionado¡±. Sobre el alcalde, destaca su complicada situaci¨®n: ¡°Est¨¢ en medio de los afroamericanos y de la polic¨ªa. Es complicado. Su mujer es negra, sus hijos tambi¨¦n¡¡±.
La relaci¨®n de Serpico con la polic¨ªa de Nueva York sigue siendo tormentosa. No en vano, suyos fueron los testimonios que llevaron al cuerpo a la peor crisis de su historia. Hijo de inmigrantes italianos de Brooklyn, el ni?o Francesco veneraba a los agentes de su barrio. En 1959 logr¨® su placa. Ocho a?os despu¨¦s, ya como detective, denunci¨® la corrupci¨®n de sus compa?eros ante sus superiores. Dio informaci¨®n detallada, pero no se hizo nada. Impotente, ¨¦l y su compa?ero David Durk acudieron a The New York Times.
En 1970, presionado por la opini¨®n p¨²blica, el alcalde John Lindsay abri¨® la comisi¨®n ?Knapp, ante la que testific¨® el polic¨ªa. Los resultados mostraron un cuerpo corro¨ªdo por los sobornos y la ley del silencio. El realizador Sidney Lumet hizo una pel¨ªcula sobre estos hechos en 1973. El protagonista fue Al Pacino, que bord¨® uno de sus mejores papeles. Seg¨²n el American Film Institute, Serpico es el n¨²mero 40 de la lista de h¨¦roes de cine m¨¢s queridos, por debajo del perro Lassie (el n¨²mero uno es Atticus Finch, el protagonista de Matar a un ruise?or, el filme basado en la novela de Harper Lee).
Serpico no disfrut¨® del filme que llevaba su nombre. Dej¨® EE UU y se instal¨® en Europa. Compr¨® una granja en Holanda, se cas¨® con una holandesa y recorri¨® el continente. Cuando su mujer muri¨®, vendi¨® la granja y regres¨® a Estados Unidos. Era la d¨¦cada de los ochenta. Durante un tiempo recorri¨® en caravana el pa¨ªs y Canad¨¢. Finalmente, se instal¨® al norte de Nueva York, lejos pero cerca de la ciudad que casi acaba con su vida. Las cosas, asegura, han cambiado, pero no mucho. ¡°No me sorprendi¨® que el polic¨ªa que mat¨® a Eric Garner no fuera procesado por un gran jurado. ?Cu¨¢ndo ha sido la ¨²ltima vez que un agente ha sido procesado? Los fiscales no procesan a los polic¨ªas y saben c¨®mo controlar al gran jurado. Tienen relaci¨®n con los polic¨ªas, se sirven de ellos para enviar gente a la c¨¢rcel, son sus amigos¡±, enfatiza.
Para Serpico, hay un problema de falta de respeto hacia la ciudadan¨ªa en general y hacia las minor¨ªas en particular. ¡°Se creen mejores que ellos. Es un problema de toda la sociedad, no solo de la polic¨ªa. No hay respeto por la gente, solo se piensa en ganar dinero, en ganar poder¡ El ciudadano no importa. Ser polic¨ªa es un honor, pero no un lugar en el que hacerse rico¡±. Mientras Paco habla, la gente acude a saludarle. A cambio de ser querido, reparte la bonhom¨ªa que tan bien retrat¨® Al Pacino en la pantalla. Las an¨¦cdotas brotan de su boca: ¡°?Sabes lo que es la escuela de las siete campanillas? La escuela colombiana de carteristas. Practican con un maniqu¨ª con traje y siete campanillas. Si suena una sola campanilla mientras intentan robar la cartera, no valen para el oficio¡±.
Serpico se refiere a los delincuentes hispanos que llegaban a Nueva York en su ¨¦poca de agente. ¡°Cog¨ªan la tarjeta plastificada con las instrucciones de seguridad del avi¨®n para abrir las habitaciones de los hoteles. La insertaban en la puerta y limpiaban la habitaci¨®n. Los deten¨ªamos en los pasillos. A m¨ª me usaban de int¨¦rprete. En un interrogatorio, el teniente me pidi¨® que preguntara a uno qu¨¦ hac¨ªa en el pasillo con aquel folio plastificado. El tipo respondi¨®, socarr¨®n, que esperaba la guagua. La verdad es que algunos ten¨ªan gracia¡±, recuerda entre risas.
Es media tarde y los car¨¢mbanos de hielo que cuelgan de las vigas exteriores de madera del caf¨¦ gotean pertinazmente. Es el momento de volver a Nueva York, la hora de que el fantasma vuelva a su guarida. Antes de la despedida, Serpico se levanta, acude a su coche en el aparcamiento y vuelve con unos papeles en una carpeta. El primero de ellos huele a viejo.
Se trata del C¨®digo ?tico de los Agentes de la Ley que estudi¨® en la academia de polic¨ªa a finales de los a?os cincuenta. Entre otras cosas, dice: ¡°Como representante de la ley, mi deber fundamental es servir a la humanidad, salvaguardar vidas y propiedades, proteger a los inocentes del enga?o, a los d¨¦biles de la opresi¨®n o la intimidaci¨®n, la paz de la violencia o el desorden, y respetar los derechos constitucionales de todos los hombres con libertad, igualdad y justicia. (¡) Mantendr¨¦ la calma y el coraje ante el peligro. (¡) Nunca emplear¨¦ una fuerza o violencia innecesarias¡±.
Tras mostrar la p¨¢gina como un tesoro, Serpico la vuelve a guardar con cuidado, sin dejar que nadie la toque, no sin antes hacer notar a su interlocutor que el texto se ha desdibujado con el paso del tiempo, que muchas palabras est¨¢n a punto de desaparecer, raz¨®n por la que las ha subrayado a l¨¢piz, como si quisiera salvaguardar su validez, su enorme significado, el sentido de vestir el uniforme de polic¨ªa a riesgo de la propia vida.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Frank Serpico
- Al Pacino
- The New York Times
- Nueva York
- Michael Brown
- Violencia racial
- Afroamericanos
- Afrodescendientes
- Estados Unidos
- Corrupci¨®n
- Violencia
- Polic¨ªa
- Norteam¨¦rica
- Racismo
- Prensa
- Poblaci¨®n negra
- Discriminaci¨®n
- Fuerzas seguridad
- Delitos odio
- Grupos sociales
- Sucesos
- Delitos
- Prejuicios
- Am¨¦rica
- Medios comunicaci¨®n