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Eritreos, cr¨®nica de una di¨¢spora salvaje

Desde el endurecimiento de la dictadura de Eritrea en 2008, unos 50.000 j¨®venes han huido del pa¨ªs rumbo a Europa o a Israel. Alrededor de 10.000 han desaparecido por el camino. Una brutal red de tr¨¢fico de personas rapta a los refugiados en la pen¨ªnsula del Sina¨ª, donde son encerrados y torturados. Grupos beduinos exigen rescates astron¨®micos a las familias.

Unos 50.000 eritreos han huido de la dictadura desde 2008. Muchos caen en las redes de tr¨¢fico de personas de la frontera con Sud¨¢n y el Sina¨ª.
Unos 50.000 eritreos han huido de la dictadura desde 2008. Muchos caen en las redes de tr¨¢fico de personas de la frontera con Sud¨¢n y el Sina¨ª.Ana Juan

"Abrieron la puerta. Pude ver a 10 personas encadenadas, de pie, mirando a la pared. En el suelo hab¨ªa un chico que apenas pod¨ªa levantarse. Ten¨ªa la espalda en carne viva. Recuerdo aquel olor a sangre, a excrementos¡­ Aquel olor a muerte¡±. Fue en marzo de 2013 cuando encerraron a Germay Berhane en un centro de torturas al norte del desierto del Sina¨ª. Durante tres meses estuvo en manos de Abu Omar, uno de los tres verdugos m¨¢s temidos de la pen¨ªnsula. Martirizado cada d¨ªa, sin cesar.

Germay Berhane es un joven delgado y risue?o. Ahora se oculta en El Cairo, en el barrio de Fesal. Hace falta mucho valor para contar su historia. Muy pocos refugiados eritreos en la capital egipcia aceptan hablar. Las heridas est¨¢n demasiado recientes. El miedo pervive. ¡°Nada ha cambiado desde que me fui¡±, susurra. Se refiere al ¨¦xodo masivo de eritreos, a la angustiosa huida por el desierto, al secuestro, al encierro en centros de tortura y al chantaje a los padres de las v¨ªctimas, a los que se exige rescates exorbitantes.

Germay naci¨® hace 23 a?os en un suburbio en la periferia de Asmara, la capital de Eritrea, uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres y represivos del mundo. Desde su independencia en 1993, el presidente, Issayas Afeworki, ha convertido el pa¨ªs en una c¨¢rcel a cielo abierto, sin otra obsesi¨®n que reclutar tropas para iniciar una nueva guerra contra Etiop¨ªa. Ha impuesto el servicio militar indefinido, que en realidad es lo m¨¢s parecido a un campo de trabajos forzados. As¨ª que, con su t¨ªtulo de bachillerato a cuestas, Germay se alist¨® en la Marina y aprendi¨® a obedecer sin discutir. Un d¨ªa de enero de 2013 desaparecieron unos documentos administrativos en el cuartel. La sospecha recay¨® sobre su unidad. Y se temi¨® lo peor. ¡°Cog¨ª mi fusil AK y me dirig¨ª directamente a la frontera¡±.

Recuerdo aquel olor a sangre, aquel olor a muerte¡±

Germay Berhane.?Preso en un centro de torturas al norte del desierto del Sina¨ª.

Un aut¨¦ntico ¨¦xodo. Al igual que Germay, entre 3.000 y 4.000 personas huyen cada mes de Eritrea en direcci¨®n a Sud¨¢n. J¨®venes, en su mayor¨ªa. ¡°Es un aut¨¦ntico ¨¦xodo. El pa¨ªs se est¨¢ quedando sin poblaci¨®n¡±, asegura Sheila B. Keetharuth, relatora especial de Naciones Unidas para Eritrea. Los eritreos representan un tercio de los inmigrantes clandestinos que llegan a Italia. Sin embargo, entre el n¨²mero de los que salen de Eritrea y los que llegan a Europa, a Etiop¨ªa, a Sud¨¢n, a Yibuti, a Libia o a Egipto hay una diferencia inexplicada durante mucho tiempo. Ahora se sabe que es el resultado de un monstruoso tr¨¢fico de personas. Un estudio publicado en B¨¦lgica (The Human Trafficking Cycle, Sinai and Beyond, de Mirjam van Reisen, Meron Estefanos y Conny Rijken; editorial Wolf Publishers, 2013) revela que 50.000 eritreos han cruzado el Sina¨ª a lo largo de los ¨²ltimos cinco a?os. De ellos, m¨¢s de 10.000 permanecen desaparecidos. Entre la frontera eritrea y la primera ciudad sudanesa, Kasala, un tercio de los refugiados son secuestrados por traficantes que los trasladan, a cambio de dinero, al desierto del Sina¨ª, donde los esperan los torturadores.

A principios de 2013, Germay se encuentra en el campo de refugiados de Kasala. Planea llegar hasta Jartum, la capital, donde vive uno de sus primos. Pero los tratantes merodean a las afueras del campo. Dos agentes de polic¨ªa sudaneses, c¨®mplices de la red, lo secuestran y lo venden a la tribu de beduinos rashaida, n¨®madas del Nilo que viven desde siempre del contrabando. Lo que sigue es un sistema perfectamente organizado. Traslado a un punto de encuentro en el desierto, donde esperan otros 10 cautivos, descalzos y encadenados. Entre ellos, Halefom, de 17 a?os, y su hermana Wahid, de 16. A continuaci¨®n, traves¨ªa del mar Rojo en la sentina de un barco, sin agua ni alimentos. El tratante que tira a alguno por la borda, para divertirse. Y luego el Sina¨ª, el inicio del viaje a la barbarie.

En la c¨¢rcel de Abu Omar hab¨ªa sangre por todas partes, desde el suelo hasta el techo. Las paredes estaban infestadas de moscas y cucarachas. Los gusanos se arrastraban por el suelo de tierra entre restos de carne¡±. A Germay le encadenan de cara a la pared y le proh¨ªben moverse y hablar. Abu Omar aparece enseguida, acompa?ado de tres hombres. ¡°Vuestras vidas valen 50.000 d¨®lares a partir de este momento. Y s¨¦ muy bien c¨®mo cobrarlos¡±. Llueven los golpes con barras de hierro. La piel se desgarra. Algunos se desmayan. ¡°Nos despertaban d¨¢ndonos patadas en la cabeza¡±. Quemaduras con hierro candente o f¨®sforo que extraen de las balas; pl¨¢stico fundido vertido sobre la espalda o en el ano; golpes constantes en los genitales. ¡°Lo que m¨¢s les gustaba era colgarnos por los brazos como a los corderos y quemarnos con un soplete¡±. Un d¨ªa, uno de los guardianes desata a Wahid y la arrastra hasta un rinc¨®n de la mazmorra donde seis hombres la violan mientras su hermano Halefom solloza contra la pared. Un veterano cautivo les da a entender que el silencio es la mejor defensa. Mirar al suelo. No gritar. No irritar a los verdugos.

Dos presos eritreos el d¨ªa de su liberaci¨®n.
Dos presos eritreos el d¨ªa de su liberaci¨®n.D. Deloget / C. Allegra

¡°Pap¨¢, estoy en el Sina¨ª¡±. Las sesiones de tortura discurren con un tel¨¦fono m¨®vil encendido. Al otro lado de la l¨ªnea, el padre, la madre o una hermana escuchan rotos de dolor. ¡°Yo grit¨¦: ¡®?Pap¨¢, estoy en el Sina¨ª!¡¯. Mi padre se desmay¨®. A¨²n sigue hospitalizado. Su coraz¨®n no pudo resistirlo¡­¡±. Germay ya no sonr¨ªe. Llora.

¡°Lo peor era lo que nos obligaban a hacer¡±. Cuando los verdugos se cansan de pegar a los prisioneros, les ordenan que se torturen entre s¨ª, que se maten unos a otros. ¡°Un d¨ªa me pidieron que degollara a Wahid. Me negu¨¦. Entonces me rompieron los dedos de las dos manos, uno por uno¡±. Los rehenes que no pueden pagar son rematados con barras de hierro y arrojados a fosas comunes atestadas de esqueletos. Germay interrumpe un instante su relato y enciende un cigarrillo. ¡°Rezaba a Dios para que me permitiera morir cuanto antes¡±.

Devuelta por Israel a Egipto en 1975, despu¨¦s de la guerra de Yom Kipur, la pen¨ªnsula del Sina¨ª, una zona tamp¨®n oficialmente desmilitarizada, nunca se ha desarrollado. Los beduinos, ciudadanos de segunda clase, no tienen derecho a un carn¨¦ de identidad. La mayor¨ªa nunca ha salido de este tri¨¢ngulo ardiente, pero han hecho del desierto su reino. Un reino en guerra. Desde julio de 2013, el Ej¨¦rcito egipcio intenta erradicar a los grupos yihadistas, sublevados despu¨¦s de la destituci¨®n del presidente islamista Mohamed Morsi. Los militares egipcios aseguran haber ¡°estabilizado la zona¡± a base de bombardeos, pero los contraataques terroristas son mort¨ªferos. M¨¢s de 500 soldados y polic¨ªas han muerto en el Sina¨ª desde que comenzaron las operaciones, que dificultan el trabajo de los traficantes de seres humanos y los torturadores: algunos se encuentran en ¡°paro t¨¦cnico¡±.

Centros de tortura en Libia y Yemen

Uno de ellos accede a hablar. Vive en un modesto piso en el barrio de Al Arish, al norte del Sina¨ª. Se hace llamar Abu Abdul¨¢. ¡°Perd¨ª mi empleo en el turismo despu¨¦s de los atentados de 2005 y entonces me puse a trabajar en esto¡±, se justifica el hombre, cuyo turbante blanco bien calado apenas deja ver sus ojos. ¡°Al principio, los africanos pagaban solo mil d¨®lares y yo los trasladaba a Israel sin problemas¡±. A partir de 2008, con el endurecimiento de la represi¨®n en Eritrea, el n¨²mero de refugiados se multiplica por diez. Cerca de 80.000 se asientan en Israel, que acab¨® por construir en 2012 un muro a lo largo de toda su frontera sur. A partir de ese momento, las redes de trata de personas conducen a los inmigrantes hasta Libia o Yemen, donde se han descubierto recientemente centros de detenci¨®n y tortura. ¡°Los eritreos empezaron a llegar en 2008. Sab¨ªamos que estaban desesperados. As¨ª empez¨® el trabajo¡±.

Una peque?a aclaraci¨®n sobre el vocabulario. Aqu¨ª la tortura y el secuestro se llaman ¡°trabajo¡±. La prisi¨®n es mazkhan, una casita de campo. Los emigrantes son ¡°los africanos¡±, pese a que son casi todos eritreos. La abundancia de v¨ªctimas y el deterioro de las condiciones de vida en el Sina¨ª parecen haber desencadenado el tr¨¢fico de seres humanos.

Se trata de un aut¨¦ntico ¨¦xodo. El pa¨ªs se est¨¢ quedando sin poblaci¨®n¡±

Sheila B. Keetharuth.?Informadora especial de la ONU para Eritrea.

Nadie reconoce, sin embargo, haber torturado personalmente. ¡°Yo solo les dec¨ªa a mis hombres que los asustaran¡±, asegura el hombre del turbante blanco. ?C¨®mo? ¡°Les daban palizas, los quemaban y les aplicaban descargas el¨¦ctricas¡±. Pero ?por qu¨¦ tanta brutalidad? ?Porque son negros? ?Porque son cristianos? ?O tal vez porque quieren pasar a Israel, el enemigo ancestral? ¡°Si torturas a uno delante de los dem¨¢s, pagan antes. Yo lo ¨²nico que quiero es recuperar mi dinero¡±.

¨C?De cu¨¢nto estamos hablando?

¨CDe 700.000 d¨®lares en seis a?os de trabajo. Yo sacaba una media de 5.000 d¨®lares por africano. Pero como gan¨¦ ese dinero haciendo maldades, se ha evaporado. Est¨¢ escrito en el Cor¨¢n. ?Pero, sabe, aqu¨ª no hay nada para nosotros, no hay trabajo, no hay infraestructuras, nada!

Lo que m¨¢s les gustaba era colgarnos del techo como a corderos y quemarnos con un soplete¡±

En la habitaci¨®n de al lado, un primo suyo, con la pierna destrozada en un bombardeo egipcio, gime de dolor. Se respira un ambiente extra?o en Al Arish. Algunos dan las ¨®rdenes, otros las cumplen. Todos saben lo que pasa. Suena el toque de queda. Hora de marcharse.

En Eritrea, los familiares de Germay se han movilizado. En el verano de 2013 env¨ªan 25.000 d¨®lares, la mitad del rescate exigido. Sus secuestradores se ponen nerviosos. ¡°Es demasiado poco. El tiempo se ha acabado¡±. Germay se desmaya. Al despertar, el milagro. ¡°Cuando abr¨ª los ojos estaba dentro de un barrac¨®n, tumbado sobre una manta. En la pared hab¨ªa un letrero en lengua tigri?a que dec¨ªa: ¡®Hermanos, vuestro calvario ha terminado¡±. Germay acababa de ser liberado por el jeque Mohamed, uno de los pocos beduinos del Sina¨ª que se oponen al tr¨¢fico de emigrantes.

Es casi medianoche en la peque?a localidad de Al Mahdia, al noreste del Sina¨ª. Bajo un cobertizo apenas iluminado, 13 hombres armados con flamantes subfusiles Uzi beben t¨¦ a sorbitos. Protegen a su jefe. El jeque Mohamed Hassan Awwad, de unos 30 a?os, luce una barba copiosa, al estilo de los religiosos isl¨¢micos, y ofrece t¨¦ en una sala anexa, cubierta de alfombras. En el Sina¨ª, el jeque es toda una celebridad. Cada viernes, durante la oraci¨®n, agita el Cor¨¢n y exclama: ¡°?El islam est¨¢ en contra de la tortura! ?Dejad de secuestrar a los africanos!¡±.

El jeque ha rescatado a m¨¢s de 500 emigrantes. Muestra el barrac¨®n de hormig¨®n donde cobija a los liberados. Sobre el suelo pedregoso hay mantas y cajas de galletas vac¨ªas. ¡°Soy religioso. Mi deber es ayudarlos¡±, explica el jeque, mostrando cierto cansancio de su papel de salvador y de la crueldad de los torturadores. Estos act¨²an en un per¨ªmetro de 12 kil¨®metros alrededor de la ciudad de Al Mahdia. ?Los conoce? El jeque sonr¨ªe y suspira. Un beduino nunca delata a sus vecinos. ¡°Los que torturan han perdido su fe en Dios¡±. A lo lejos se oye el estruendo de un bombardeo.

En ese preciso instante, Alganesh Fessaha aterriza en El Cairo. De voz grave y mirada severa, esta italiana de origen eritreo preside la ONG Gandhi. Una furgoneta la espera en el aeropuerto. Suena su m¨®vil. ¡°No, jeque, a¨²n no me han llamado¡±, contesta en ¨¢rabe.

Germay Berhane (arriba, a la izquierda) ha sobrevivido al salvaje secuestro y a las torturas por una red de extorsionadores que captura a los eritreos en la huida de su pa¨ªs. Hoy se oculta en un barrio de El Cairo.
Germay Berhane (arriba, a la izquierda) ha sobrevivido al salvaje secuestro y a las torturas por una red de extorsionadores que captura a los eritreos en la huida de su pa¨ªs. Hoy se oculta en un barrio de El Cairo.D. Deloget / C. Allegra

El jeque beduino salafista y la activista obstinada. Desde hace seis a?os, este curioso d¨²o se re¨²ne regularmente para organizar la liberaci¨®n de emigrantes secuestrados. Esta vez Alganesh est¨¢ especialmente preocupada. ¡°Entre los rehenes hay un ni?o, Merih, de apenas 13 a?os. Su familia es muy pobre y no tiene dinero para el rescate. Los torturadores le est¨¢n dejando morir de hambre¡±. El chico, poniendo en peligro su vida, ha conseguido un m¨®vil y ha llamado a Alganesh. ¡°En la prisi¨®n solo hay dos vigilantes y al lado hay una mezquita. Tiene que estar necesariamente cerca de Al Mahdia¡±.

¡°Voy a buscarlos¡±

Tres de la madrugada. Alganesh cruza los retenes del Ej¨¦rcito egipcio entre el canal de Suez y Al Arish, pero a¨²n est¨¢ lejos de Al Mahdia, feudo del jeque Mohamed, apenas a tres kil¨®metros de la frontera con Gaza. Al otro lado del tel¨¦fono, el jeque se impacienta. ¡°Mala suerte, Alga, pero yo ya me voy a buscarlos¡±. Sus pick-ups se dirigen hacia las dunas. Tres mazkhan, tres prisiones, se perfilan en el desierto, a la luz de la luna. El jeque y sus hombres se aproximan a una de ellas, derriban la puerta y salen con 16 cautivos, esqueletos tambaleantes, a¨²n encadenados unos a otros. Los conducen hasta un escondite en medio de un olivar, a cien metros de la casa del jeque Mohamed. Est¨¢n demacrados, con la mirada p¨¦rdida, p¨¢lidos de horror. ¡°Tranquilos, mis ni?os, todo ha terminado¡±, les susurra Alganesh, que acaba de reunirse con ellos.

Un d¨ªa me pidieron que degollara a Wahid. Me negu¨¦ y me rompieron los huesos de la mano, uno a uno¡±

Germay Berhane.?Preso en un centro de torturas al norte del desierto del Sina¨ª.

De repente, el jeque entra en el barrac¨®n llevando del brazo a los vigilantes y torturadores, dos beduinos de 19 y 20 a?os. ¡°Son todo vuestros, ?castigadlos!¡±. Los 16 rescatados se esconden bajo las mantas. A pesar de sus 28 kilos, solo Merih se levanta y replica: ¡°Jeque, los hemos perdonado¡±. Despu¨¦s se vuelve hacia Alganesh con una sonrisa. ¡°?Ves mis huesos? Un d¨ªa los m¨²sculos los cubrir¨¢n y te defender¨¦ toda mi vida¡±. Alganesh, la activista curtida, se emociona.

Durante dos d¨ªas presta auxilio a los j¨®venes. No hay heridas leves. Hombros dislocados, manos deshechas, heridas abiertas en el pecho; ni un cent¨ªmetro de piel que no haya sido cortado, quemado, arrancado. ¡°?C¨®mo puede permitirse esta salvajada en pleno siglo XXI?¡±, se pregunta. Alganesh fotograf¨ªa rostros y heridas. Ya ha informado a la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y ha pedido 16 salvoconductos, indispensables ¡°s¨¦samos¡± para franquear los controles en la ruta hacia El Cairo. Sin ellos, podr¨ªan ser detenidos por entrada ilegal en Egipto. La activista anota en un cuaderno cada nombre, cada historia. ¡°Un d¨ªa, exigiremos justicia por este crimen de lesa humanidad¡±.

Alganesh Fessaha quiere demostrar al mundo que este tr¨¢fico deleznable existe y que se est¨¢ extendiendo por todo el Cuerno de ?frica. Hasta ahora, ella y el jeque Mohamed han liberado a 750 emigrantes de los centros de tortura. Y para otros 3.400, encerrados en las c¨¢rceles egipcias, Alganesh ha hecho una buena jugada: les ha conseguido papeles en la Embajada de Etiop¨ªa en El Cairo. De ese modo, y con la ayuda econ¨®mica de varias instituciones italianas, los eritreos-et¨ªopes han podido regresar a Adis Abeba y los campos de acogida.

El mecanismo de la trata

El jeque Mohamed Hassan Awad, uno de los pocos beduinos del Sina¨ª que se oponen al tr¨¢fico de emigrantes y que lucha por liberarlos de las mafias.
El jeque Mohamed Hassan Awad, uno de los pocos beduinos del Sina¨ª que se oponen al tr¨¢fico de emigrantes y que lucha por liberarlos de las mafias.D. Deloget / C. Allegra

¡°Nada hac¨ªa imaginar que el tr¨¢fico de seres humanos pudiera acabar en una matanza¡±, afirma Alganesh mientras recoge sus trenzas en un pa?uelo. Todo ha cambiado desde que empez¨® a recorrer, hace 10 a?os, el delta del Nilo. Hasta 2008, el tr¨¢fico de personas hacia Israel era regular ¨C500 inmigrantes al mes¨C y las tarifas bajas, entre 600 y 1.000 d¨®lares (unos 525 y 875 euros) por trayecto. Sin torturas. En esa ¨¦poca, somal¨ªes, afganos e incluso chinos segu¨ªan la misma ruta. Alganesh sit¨²a el origen de los secuestros en las carreteras fronterizas entre Eritrea y Sud¨¢n, e incluso a las puertas de los grandes campos de refugiados de ??ACNUR de Kasala y Al Shagarab, en Sud¨¢n. Con la complicidad de la polic¨ªa sudanesa, los refugiados son revendidos en cada etapa del viaje, como si fueran ganado, y su valor va aumentando en funci¨®n de los sobornos que se pagan. Un polic¨ªa sudan¨¦s cobra 100 d¨®lares y un guarda fronterizo egipcio puede llegar a pedir hasta 300 d¨®lares. ¡°Cuando un refugiado eritreo llega al Sina¨ª, ya vale 10.000 d¨®lares¡±, calcula Alganesh.

A finales de 2010 surgi¨® una nueva red de trata de personas en Etiop¨ªa, el ¨²nico pa¨ªs que acog¨ªa a los eritreos hasta entonces. ¡°En el mismo campo de refugiados de May Ayni, muy cerca de la frontera eritrea, a los ni?os de 13 y 14 a?os les promet¨ªan un trabajo en Sud¨¢n. Los recog¨ªan en un autob¨²s y veinticuatro horas despu¨¦s ya estaban en manos de los traficantes sudaneses. ?Pero eran eritreos los que organizaban el traslado!¡±, se lamenta Alganesh.

En 2011 la sospecha se confirma. El cerebro del tr¨¢fico ilegal no es otro que el general Teklai Kifle Manjus, jefe de la zona militar del oeste de Eritrea y hombre de confianza del dictador Issayas Afeworki. En un duro informe, el Consejo de Seguridad de la ONU se?ala a Manjus como responsable y concluye que ¡°el ¨¦xodo masivo de solicitantes de asilo que cruzan la frontera oeste de Eritrea no se ha podido realizar en ning¨²n caso sin la ayuda de las autoridades gubernamentales¡±. Alganesh est¨¢ convencida de que ¡°todas las redes clandestinas, desde el Sina¨ª hasta Libia, est¨¢n dirigidas por eritreos¡±. Este tr¨¢fico de personas financia una dictadura acorralada.

Siguiendo la pista del rescate

Cada ma?ana, Meron Estefanos conecta el micr¨®fono sobre la mesa de la cocina, en su peque?o apartamento de Estocolmo. Esta eritrea nacionalizada sueca, madre de dos hijos, tiene desde hace seis a?os un espacio en Radio Erena Libre. Un referente para la di¨¢spora eritrea.

Un d¨ªa de diciembre de 2009, recibe por primera vez una llamada de socorro de un deportado en el Sina¨ª. ¡°Sus captores hab¨ªan dejado el tel¨¦fono conectado y le estaban torturando en directo¡±, recuerda Meron. Desde entonces, las llamadas se suceden d¨ªa y noche. Ella consuela a los rehenes e intenta en vano frenar a los verdugos. ¡°Pero es dif¨ªcil negociar con un beduino torturador¡±, afirma Meron con una sonrisa amarga.

¡°En Eritrea, ninguna familia puede pagar el rescate, que suele sobrepasar los 23.000 euros¡±, prosigue. Tienen que vender la casa, el ganado, las joyas, si las hay. Se quedan en la calle. Pedir ayuda a los exiliados es indispensable. ¡°Cuando se re¨²ne el dinero, la familia lo env¨ªa a trav¨¦s de Western Union a Israel, donde los c¨®mplices de los secuestradores lo recogen. Adem¨¢s han surgido intermediarios en Europa que se quedan con una parte del importe que despu¨¦s env¨ªan al Sina¨ª¡±.

A Filmon se le necrosaron las manos despu¨¦s de ser torturado.
A Filmon se le necrosaron las manos despu¨¦s de ser torturado.D. Deloget / C. Allegra

Sistema bien rodado

Meron se enfrenta a un dilema cruel: ?el pago de rescates fomenta los secuestros? Muy a su pesar, Meron ha optado por recolectar fondos para salvar a la mayor cantidad posible de rehenes. Durante dos a?os, graba llamadas y testimonios. Junto a dos holandesas, expertas en Derecho Migratorio, confecciona una lista con los nombres de antiguos rehenes y acude a varias instituciones internacionales. En 2011, Frontex, la agencia encargada de vigilar las fronteras europeas, hace sonar la alarma: ese a?o la Uni¨®n Europea ha recibido 64.291 inmigrantes, frente a los 4.406 de 2010. Entre ellos, un n¨²mero creciente de eritreos. Y eso a pesar de que la UE env¨ªa cada a?o a Eritrea entre 100 y 150 millones de euros para ayuda al desarrollo, un gesto que los opositores al r¨¦gimen de Issayas Afeworki califican de ¡°cheque en blanco¡± a la dictadura. A finales de 2011, la UE decreta el fin de las ayudas y pide un informe sobre ese tr¨¢fico desconocido. Pero en los dos grandes campos de refugiados de Sud¨¢n, Al Shagarab y Kassala, donde viven m¨¢s de 80.000 eritreos, las desapariciones se multiplican.

Para las investigadoras de la UE, de las que Meron ya forma parte, la misi¨®n es tremendamente delicada. Hay que reunir pruebas de la magnitud de este fen¨®meno sin que Sud¨¢n, Egipto o Israel se ofendan. El a?o 2012 ser¨¢ clave. El tr¨¢fico de personas hacia el Sina¨ª est¨¢ en pleno auge y las torturas alcanzan niveles de barbarie. Los eritreos llegan en masa a Israel.

A veces, al cruzar la frontera, algunos de los supervivientes son arrestados y recluidos en centros de detenci¨®n. El mayor de ellos es Saharonim, el ¡°Guant¨¢namo israel¨ª¡±. Situado a tres kil¨®metros de la frontera egipcia, en el desierto del N¨¦guev, acoge a inmigrantes eritreos que permanecen all¨ª desde unos pocos meses hasta tres a?os. Ninguno ha sido reconocido como refugiado.

Meron viaja seis veces al a?o a Tel Aviv, donde sobreviven los refugiados que hab¨ªan conseguido evitar al Tsahal, el Ej¨¦rcito de Israel. All¨ª busca a quienes solo ha conocido gritando de dolor al otro lado del tel¨¦fono. Un d¨ªa, despu¨¦s de una reuni¨®n en el barrio de Petektiva, un chico se le acerca. ¡°?Meron, soy yo, Filmon!¡±. Al ver los manguitos que ocultan sus manos, Meron se acuerda. Los torturadores de Filmon le colgaron durante tanto tiempo del techo que las manos se le necrosaron. Solo le quedan dos dedos en forma de pinza, reconstruidos de la mejor manera posible por los cirujanos israel¨ªes. Filmon se desenvuelve con la ayuda de Daniel, un compa?ero de exilio que se ha convertido en su alma gemela.

De vuelta a Suecia, Meron consigue algo incre¨ªble. A finales de 2012, en la en¨¦sima llamada desde el Sina¨ª, un torturador le da el nombre de un intermediario establecido en Estocolmo, encargado de recibir el dinero. ¡°Era la oportunidad que estaba esperando¡±, cuenta. Env¨ªa la informaci¨®n a dos diarios suecos y a la polic¨ªa, que pone a Meron bajo escucha. En la primera llamada que recibe, advierte a su interlocutor de que el dinero que le va a entregar financia el tr¨¢fico de seres humanos. ¡°Colg¨® enseguida¡±. El segundo contacto reacciona de la misma forma. El tercero, un joven palestino, le suelta: ¡°?Me importan un r¨¢bano esos miserables eritreos!¡±. Meses despu¨¦s, ese hombre y uno de sus c¨®mplices son detenidos en Suecia cuando recogen el dinero.

Un superviviente del cautiverio en la pen¨ªnsula del Sina¨ª muestra las secuelas en su cuerpo.
Un superviviente del cautiverio en la pen¨ªnsula del Sina¨ª muestra las secuelas en su cuerpo.D. Deloget / C. Allegra

¡°Se cre¨ªan por encima de la ley¡±

Durante el juicio, que se celebra en Estocolmo en junio de 2013, los dos acusados muestran la misma arrogancia. ¡°Me llamaron perra, zorra, de todo. Se cre¨ªan por encima de la ley¡±. Los dos intermediarios se declaran no culpables. ¡°Dijeron que no sab¨ªan a qu¨¦ se destinaba el dinero, y como no hab¨ªa pruebas suficientes, solo los condenaron a cuatro meses de c¨¢rcel¡±, se lamenta Meron. Pero, por primera vez, Europol pudo abrir una investigaci¨®n sobre la financiaci¨®n de las redes de tr¨¢fico de personas en el Sina¨ª. Para entonces, los centros de tortura se hab¨ªan extendido a Libia, Sud¨¢n y Yemen.

Cada vez m¨¢s eritreos llegados a las costas italianas cuentan que han sobrevivido al Sina¨ª. El 3 de octubre de 2013, 366 inmigrantes murieron en un naufragio en Lampedusa. Tras las autopsias y los interrogatorios a los supervivientes, la polic¨ªa de Palermo descubre que 130 eritreos que iban a bordo de la barcaza hab¨ªan sido secuestrados y torturados en Libia y Sud¨¢n. Lampedusa revela al mundo el horror del ¡°m¨¦todo Sina¨ª¡± y su expansi¨®n a otros pa¨ªses. Peor a¨²n. Algunos torturadores consiguen colarse entre los refugiados acogidos por las democracias occidentales. Con ayuda de los rescatados, Meron ha decidido buscarlos por todos los rincones de Europa.

Nuestra shoah

En su peque?a cocina, Meron recibe a Robel Kelete, que acaba de entrar clandestinamente en Suecia. Robel tiene 24 a?os y lleva cinco en el exilio. Despu¨¦s de ocho meses de torturas en el Sina¨ª, sus captores lo dejaron por muerto en una fosa repleta de cad¨¢veres. Despert¨® en el hospital de la c¨¢rcel egipcia de Al Arish y le deportaron a Etiop¨ªa. Entonces toma una decisi¨®n asombrosa: intentar de nuevo llegar a Europa, con sus cicatrices como talism¨¢n. ¡°Se las ense?aba al traficante y le dec¨ªa: ¡®Lo siento, t¨ªo, ya he pagado¡±, cuenta con el aplomo de quien ¡°ya muri¨® una vez¡±. Robel atraviesa Sud¨¢n y Libia, se embarca en una patera y sobrevive de milagro a un naufragio en la costa siciliana. Cruza Europa y llega a Suecia, el ¨²nico pa¨ªs de Europa que da prioridad a los refugiados eritreos. Y all¨ª, en pleno Estocolmo, sucede algo incre¨ªble. ¡°Iba a visitar a una amiga. Y de pronto le vi. Caminaba tranquilamente por la calle. Era¡­, era el hombre que me hab¨ªa vendido¡±. Meron est¨¢ ahora recopilando todas las pruebas para acusarle. ¡°El tr¨¢fico de personas es la shoah de los eritreos¡±, dice Meron. ¡°Un d¨ªa los verdugos tendr¨¢n que responder ante el Tribunal Penal de La Haya¡±.

Noviembre de 2013. Meron ha conseguido por fin una invitaci¨®n para que Daniel y Filmon declaren en el Parlamento Europeo. Ante un hemiciclo abarrotado, ella explica con detalle el tr¨¢fico de seres humanos en el Cuerno de ?frica. Expone los m¨¦todos de tortura. Y subraya que los traficantes han obtenido por lo menos 600 millones de d¨®lares en rescates. Los eurodiputados est¨¢n horrorizados. A continuaci¨®n, Daniel sube al estrado e interviene a cara descubierta. Filmon escucha en silencio, oculto por una cortina de la que solo asoman sus manos destrozadas. Al final, toma la palabra. ¡°Nos han perseguido en nuestro propio pa¨ªs. Nos han violado y torturado en el Sina¨ª. Nos han detenido en Israel. Algunos de nuestros compatriotas han muerto en Lampedusa. ?Qu¨¦ pecado hemos cometido para merecer esto? ?Miren mis manos! Lo ¨²nico que queremos es que se nos oiga para que el desierto y el mar dejen de ser nuestra tumba¡±.

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