Sexo, guerras y la CIA
David Petraeus, el militar al que se compar¨® con los mayores generales de la historia de EE UU, acordaba el martes declararse culpable de cargos menores en el caso abierto por filtrar informaci¨®n a Paula Broadwell, su bi¨®grafa y con la que tuvo una relaci¨®n
Era material presidencial. El militar excepcional, el general de cuatro estrellas que consigui¨® darle la vuelta a la guerra de Irak en su ¨²ltima etapa y lograr que EE UU saliera con cierta dignidad ¡ªya que no victorioso¡ª de un error geoestrat¨¦gico de proporciones hist¨®ricas. David Petraeus, superviviente de un c¨¢ncer de pr¨®stata, pas¨® a la vida civil para aceptar la direcci¨®n de la CIA, donde un a?o y dos meses despu¨¦s de asumir el cargo sal¨ªa por la puerta trasera de la agencia en 2012, tres d¨ªas despu¨¦s de que Barack Obama renovase mandato.
?La raz¨®n? Est¨¢ en las grandes y peque?as novelas, en la buena y la mala literatura: lo que vulgarmente se conoce como un l¨ªo de faldas, una amante celosa, una aventura sexual fuera del matrimonio. Esta semana, David Petraeus, movi¨¦ndose bajo el radar durante los ¨²ltimos dos a?os, habiendo pasado el primer golpe de tiempo tras el esc¨¢ndalo en virtual aislamiento hogare?o en su casa virginiana, comenzaba el camino hacia la redenci¨®n p¨²blica.
El militar al que se compar¨® con los mayores generales de la historia de EE?UU, como George Marshall o Dwight Eisenhower, acordaba el martes declararse culpable de cargos menores en el caso abierto en su contra por filtrar informaci¨®n a Paula Broadwell, su bi¨®grafa, con la que mantuvo una relaci¨®n sentimental, mientras ¨¦sta documentaba las haza?as del macho alpha de pecho repleto de medallas ganadas en combates para escribir All In (Todo dentro).
Petraeus ha aplicado la misma inteligencia y sagacidad que us¨® para redise?ar la estrategia en Irak a su caso y ha llegado a un acuerdo con la fiscal¨ªa para evitar la c¨¢rcel y un largo proceso judicial plagado de c¨¢maras y comentarios t¨®xicos en Twitter. A cambio de no enfrentarse a la posibilidad de un a?o de prisi¨®n, el pacto asegura al general de cuatro estrellas una multa de 40.000 d¨®lares (36.500 euros) y dos a?os de libertad provisional por haber dado a Broadwell ocho libretas negras que conten¨ªan desde las identidades secretas de agentes hasta su agenda clasificada o conversaciones con el presidente Barack Obama.
Con su admisi¨®n de culpabilidad, el ave f¨¦nix inicia su resurgir. Porque no hay norteamericano que no adore una buena historia de hundimiento y resucitaci¨®n. Una narraci¨®n en la que el hombre pecador vuelve a casa a los brazos de una esposa paciente ¡ªhija, nieta y hermana de militares¡ª que perdona su infidelidad y asume la humillaci¨®n de haber sido f¨ªsicamente comparada de forma cruel con su rival, quien no ha sucumbido ni a los kilos ni al paso del tiempo.
El tri¨¢ngulo amoroso David-Paula-Holly ¡ªas¨ª se llama la esposa santa¡ª lleg¨® a convertirse en pent¨¢gono e incluso hex¨¢gono, con la adicci¨®n de otro militar que junto con Petraeus sumaron ocho estrellas al esc¨¢ndalo. El general Allen, marine lleno de condecoraciones fruto de varias guerras a sus espaldas, flirte¨® ¡ªplat¨®nicamente, seg¨²n ¨¦l¡ª con Jill Kelley, belleza sure?a a lo Kardashian que a su vez coqueteaba con Petraeus, coqueteo que ceg¨® de celos a Paula Broadwell, que decidi¨® amenazar a Kelley a trav¨¦s de belicosos correos electr¨®nicos en los que le indicaba que dejara en paz a su general.
Ante las amenazas, Kelley recurri¨® entonces a un amigo agente del FBI ¡ªsolo amigo, aunque este le enviase fotos de su torso desnudo a trav¨¦s del m¨®vil¡ª, que puso el asunto en manos de la agencia federal y descubri¨® al comenzar a tirar del hilo a trav¨¦s del ordenador de la aspirante a Kardashian un fil¨®n de chismes sexuales, revelaci¨®n de secretos altamente clasificados y encuentros del m¨¢s alto nivel que acabaron con la carrera de Petraeus ¡ªy de Allen, que nunca fue nombrado jefe militar de la OTAN, aunque este adujo la enfermedad de su mujer para retirarse de escena¡ª.
Hoy, el general Petraeus es ya m¨¢s que nunca el ciudadano Petraeus, en manos de la ley seglar ante la que debe rendir cuentas y presentarse a evaluaci¨®n cada cierto tiempo. Celebrado en su d¨ªa como el mejor general de su generaci¨®n, a pesar de haber ca¨ªdo en las desgracias que suelen provocar los adulterios mezclados con el poder, Petraeus no ha sido en estos m¨¢s de dos a?os un extra?o para la Casa Blanca, desde donde se le ha consultado a trav¨¦s del Consejo de Seguridad Nacional en varias ocasiones sobre c¨®mo luchar contra el autodenominado Estado isl¨¢mico.
Considerado un ¡°gran hacedor¡±, el hombre que abre todas las puertas debido a sus conexiones, el militar que podr¨ªa aspirar en un futuro no muy lejano a ser secretario de Estado o de Defensa ¡ªsi el pr¨®ximo presidente o presidenta lo reclama a su lado¡ª es socio en la actualidad de una firma de Nueva York que lo mismo requiere de sus servicios en Kazajast¨¢n para recabar inversiones como que le lleva a un encuentro con el primer ministro de Jap¨®n o que con solo la menci¨®n de su nombre convence a Bill Clinton para filmar un anuncio en apoyo de los veteranos.
¡°Puede que haya otro acto para David Petraeus¡±, apuntaba Jon Lee Anderson en The New Yorker hace dos a?os. Con las heridas lamidas, el piadoso rezo en p¨²blico en la iglesia local, la permanencia redentora en el lecho y hogar conyugal y la aceptaci¨®n de su culpa ante un juez de este mundo, Am¨¦rica parece dispuesta a perdonar a David Petraeus. Si Holly lo hizo, puede hacerlo el com¨²n contribuyente.
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