¡°Al Asad odia a los m¨¦dicos porque ayudamos a la gente¡±
En una cl¨ªnica psicol¨®gica de Am¨¢n, el doctor intenta sanar los traumas de los ni?os sirios Su objetivo es que entierren en la memoria el dolor causado por el r¨¦gimen
El doctor Shafik Amer lee la letra de una canci¨®n: "Vuelan los p¨¢jaros sobre los tejados de nuestras casas, volvieron los d¨ªas de la primavera". Est¨¢ escrita en la pared de su centro de psicolog¨ªa infantil de Am¨¢n, Jordania. La vivienda est¨¢ ahora en silencio y el jard¨ªn, vac¨ªo, porque los ni?os se han ido al colegio.
Hasta hace un momento, en el sal¨®n hab¨ªa un corro de refugiados sirios de entre seis y 11 a?os. En el centro, una chica compon¨ªa con dificultad un puzle con nueve cubos de madera. "Hacemos este juego para mejorar la concentraci¨®n cuando tienen estr¨¦s postraum¨¢tico", explica Amer. "La mayor¨ªa sufre de depresi¨®n, pesadillas, agorafobia y otras patolog¨ªas mentales", a?ade.
Los ni?os del centro Malki-Salaam del doctor Shafik Amer han sentido los bombardeos con barriles explosivos del r¨¦gimen de Bashar al Asad, han dormido con la incertidumbre de un asalto en mitad de la noche de las fuerzas de seguridad y han visto, quiz¨¢ por ¨²ltima vez, los cimientos de sus casas derruidas. Por esta vivienda de Am¨¢n pasan semanalmente unos 60 chavales que reciben ayuda psicol¨®gica de la asociaci¨®n Salaam Cultural Museum para volver a ser ni?os.
En el sal¨®n de la cl¨ªnica, durante la sesi¨®n, todos eran sirios en un pa¨ªs extranjero. Tambi¨¦n el doctor Amer tuvo que exiliarse cuando empez¨® la guerra hace casi cuatro a?os, un conflicto que ya ha dejado m¨¢s de 200.000 muertos y ha obligado a cerca de tres millones de personas a huir a otros pa¨ªses, seg¨²n la Agencia de la ONU para refugiados. Amer viv¨ªa en Damasco con su mujer y sus dos hijos. Trabajaba en el hospital. "All¨ª vi a los heridos de los primeros d¨ªas de la revoluci¨®n. Y denunci¨¦ las barbaridades de la represi¨®n mandando fotos a los medios de comunicaci¨®n", narra. "El r¨¦gimen iba a venir a por m¨ª as¨ª que sal¨ª al L¨ªbano. Bashar al Asad odia a los m¨¦dicos porque nosotros ayudamos a la gente. Ha matado a m¨¢s de 2.500", explica.
En el pa¨ªs vecino se escondi¨® en un apartamento donde viv¨ªa de manera discreta, con las luces apagadas y casi en silencio porque sospechaba que Hezbol¨¢, la milicia chii del L¨ªbano, le buscaba para entregarle al Gobierno sirio. Despu¨¦s salt¨® de Turqu¨ªa a Egipto antes de instalarse en Am¨¢n hace 12 meses.
Amer ha vivido en cuatro pa¨ªses en cuatro a?os y no puede volver al suyo; aun as¨ª, sonr¨ªe y juega con los peque?os como si fuera no hubiese nada m¨¢s. Como si no existiese nadie capaz de da?ar a un ni?o, nadie que amenace la burbuja de ternura que hay en este centro psicol¨®gico.
El doctor Amer ayuda a los ni?os refugiados sirios desde su propia experiencia: huy¨® del pa¨ªs por miedo a ser detenido
El doctor, de 43 a?os, enfrenta en su despacho en Jordania el horror de Siria. En ¨¦l recibe a los ni?os y escucha sus historias a trav¨¦s del testimonio de sus padres. "Muchos tienen p¨¢nico a los desconocidos y no quieren hablar de su dolor en p¨²blico", argumenta. En muchos casos, los progenitores tambi¨¦n salen de esa sala con una cita con Amer por la tarde. La guerra ocupa todos los espacios de las familias: est¨¢ en sus casas, que ahora es Am¨¢n, y en el recuerdo de las que dejaron atr¨¢s y que no saben si acaso existen; est¨¢ en los familiares que todav¨ªa viven en Siria y en los que han muerto.
Amer escribe a diario las reflexiones de sus pacientes. El tratamiento a partir de ese momento durar¨¢ tres meses, cuatro horas al d¨ªa. Si todo ha ido bien, Amer revisar¨¢ las notas del primer d¨ªa y sabr¨¢ si sus heridas han sanado.
Entre los casos m¨¢s dif¨ªciles que enfrenta est¨¢ el de Sidra, una ni?a de nueve a?os. Apenas duerme porque tiene pesadillas todas las noches. Ve a su padre. La ¨²ltima vez que estuvo con ¨¦l fue hace dos a?os, cuando viv¨ªa con su familia en Homs. Ese d¨ªa, la polic¨ªa entr¨® en su casa. Sidra recuerda la paliza que recibieron su madre y ella misma hasta que el progenitor intervino para defenderlas. Un golpe seco de culata lo tir¨® al suelo. La ni?a observ¨® c¨®mo lo arrastraban a la calle. Se asom¨® por la ventana y lo sigui¨® con la mirada mientras la polic¨ªa le alineaba contra la pared junto a decenas de hombres.
Sidra vio c¨®mo fusilaban a su padre. El cuerpo cay¨® al suelo y la sangre brot¨® desde el costado. Tras esto, su familia huy¨® y estuvo dos semanas en el campo de refugiados jordano de Zaatari hasta que alquilaron un apartamento en Am¨¢n. En sus pesadillas, Sidra se encuentra con su padre vivo.
Tratamiento contra el horror
Los primeros d¨ªas en el centro, los ni?os solo juegan y dibujan. Cogen los peluches y los mu?ecos que quieren y pintan sin ninguna directriz. El doctor quiere ver c¨®mo se relacionan en un ambiente extra?o, alejado de la seguridad de sus familias. ?l contempla y toma notas. La escena del corro en el sal¨®n, con la ni?a concentrada en el puzle de nueve piezas, llega en el segundo mes.
Amer enciende m¨²sica relajante y observa. La ni?a de dentro del c¨ªrculo descifra la imagen: un perro marr¨®n con un collar rojo. "Con estos ejercicios les exigimos que despejen sus mentes de los recuerdos negativos y aprendan a concentrarse", detalla el doctor. Finalmente est¨¢n en el tercer mes y Amer revisa en su libro de notas la evoluci¨®n de sus pacientes. Los ni?os han hecho teatro, yoga, han dibujado, cantado y han jugado para enfrentarse a sus traumas. "Generalmente, dejan de tener accesos de im¨¢genes dolorosas y pesadillas", argumenta Amer. El pasado se mitiga. Pero tiene "casos muy graves que necesitar¨¢n mucho m¨¢s tiempo: hay un ni?o que sigue viniendo cada semana porque ha intentado suicidarse tres veces", explica.
Sidra, una ni?a de nueve a?os, sue?a casi cada noche con su padre. En sus pesadillas ¨¦l est¨¢ vivo, pero fue fusilado delante de ella en Homs
Las paredes de la habitaci¨®n son lisas y de color crema. El suelo est¨¢ cubierto de alfombras para que los ni?os caminen descalzos. En la terraza hay una caja de arena para jugar. Todo el espacio es inofensivo. Solo un dibujo interrumpe la uniformidad crom¨¢tica. Son las siluetas de antiguos pacientes. En el mural, sus manos est¨¢n unidas y el ¨²ltimo de la fila sujeta una bandera verde, blanca y negra de la revoluci¨®n siria.
La madre de Sidra, su paciente de nueve a?os, se quiere marchar a Siria. Ella no puede pagar el alquiler y el casero les va a echar de la vivienda. Est¨¢ sola. Su marido fue asesinado y tiene un hermano enrolado en la resistencia. "Van a morir. Les pido por favor que no se vayan de Jordania", explica el doctor. Pero con la incertidumbre sobre las ayudas del Programa Mundial de Alimentos, muchos sirios no ven otra opci¨®n. "Prefieren que les caiga una bomba en Siria que morir de hambre aqu¨ª", argumenta Amer. "Tengo una lista de 20 pacientes a los que llamo para que vengan, y ya se han marchado", concluye.
"Espero que vuelvan pronto los d¨ªas de la primavera y podamos irnos todos a casa", suspira Amer, y recuerda la canci¨®n infantil que est¨¢ escrita en la sala de m¨²sica de la cl¨ªnica.
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