La lectura secuestrada
El sentido profundo de las humanidades se ha sustituido por tecnolog¨ªas vac¨ªas
Aunque uno quisiera, hoy es pr¨¢cticamente imposible aislarse del mundo, incluso huyendo a los lugares m¨¢s remotos donde todav¨ªa no llega Internet. Me di cuenta cuando, recorriendo varios monasterios de clausura, los religiosos me hablaban de sus trabajos, a trav¨¦s de las nuevas tecnolog¨ªas, y me descubr¨ªan conocimientos insospechados. ?Tambi¨¦n se puede llegar a Dios a trav¨¦s de Google? Por eso, a pesar de que no soy un habitual consumidor de blogs ni redes sociales, la amplia red de amistades inevitablemente me hace llegar informaciones sobre asuntos que creen de mi inter¨¦s.
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Desde hace tiempo hay blogs y cuentas dedicados a combatir el sentido de la cultura, tal cual a¨²n hoy la concebimos. Espacios que atacan a la lectura, a la escritura, al papel y a todos aquellos medios educativos que no se basen en el uso fundamentalista de las a¨²n llamadas nuevas tecnolog¨ªas. Por supuesto, soy defensor de la libertad de expresi¨®n, pero me preocupa, me descorazona que varios de estos profetas que claman contra el ¡°pasado¡± y no ocultan su deseo de destruirlo sean profesores.
Un gran maestro y fil¨®sofo, Emilio Lled¨®, afirma que los seres humanos somos esencialmente palabra, comunicaci¨®n, lenguaje. La vieja definici¨®n de que el hombre es un animal que habla, que tiene logos, sigue siendo irrefutable. Porque nuestra inteligencia es ling¨¹¨ªstica. Pensamos con palabras. Con palabras nos comunicamos. Y ellas organizan nuestras propias acciones. S¨®lo pienso en la medida que soy capaz de expresarlo en palabras: interiormente o hacia los dem¨¢s. Pretender sustituir la palabra por aparentes equivalencias no es sino una forma falaz y taimada de empobrecer nuestra inteligencia. Y cada acto que atente contra sus manifestaciones fundacionales ¡ªla escritura, la lectura, la oratoria¡¡ª es un atentado contra nuestra riqueza civilizatoria.
Roland Barthes, de quien se cumple este a?o el centenario de su nacimiento, en ?Por d¨®nde empezar?, escribe lo siguiente: ¡°Frente al profesor, que est¨¢ del lado de la palabra, llamemos escritor a todo operador del lenguaje que est¨¢ del lado de la escritura; entre ambos, el intelectual, aquel que imprime y publica su palabra. No existe apenas incompatibilidad alguna entre el lenguaje del profesor y el del intelectual¡±. Y yo me pregunto: ?profesores antiintelectuales? ?Pueden realmente ser docentes quienes no hagan del logos el eje de su labor educadora, independientemente de su campo de especialidad? A veces pienso si no estaremos abocados a un colonialismo digital. Si, tras la dura y esforzada lucha que nos llev¨® a una sociedad m¨¢s igualitaria, no estaremos creando artificialmente nuevas clases sociales: la de los proscritos, rango este ¨²ltimo al que pertenecen no pocos de los pretendidos educadores a los que ya me he referido.
Los colonos digitales act¨²an como la infanter¨ªa del colonialismo digital. Su ataque se basa en combatir las evidencias de la ¡°vieja cultura¡±: los anteriores sistemas cognitivos del saber, los derechos leg¨ªtimos de los autores, el m¨¦rito basado en el estudio, el conocimiento y la experiencia; en suma, el sentido profundo de las humanidades, de la ciencia, a manos de una t¨¦cnica vac¨ªa, puramente consumista, cuando no movida por intereses especulativos o comerciales¡ Y, como expresi¨®n de todo ello, cantan himnos de promesas democr¨¢ticas.
Necesitamos apelar al silencio, a la intimidad, a la concentraci¨®n
Pregonan una mutaci¨®n antropol¨®gica con tintes de radicalidad. O conmigo o contra m¨ª. Y cualquiera que no se pliegue a sus consignas, inmediatamente es arrumbado al ostracismo, calificado como retr¨®grado, cuando no como representante de los m¨¢s oscuros intereses. Siempre, culpable de pensar. Los proscritos gutenberguianos y los inmigrantes digitales pedimos una tregua, un tr¨¢nsito, una cooperaci¨®n. Un tiempo que nos permita encajar el antes y el ahora, como siempre fue: el mundo del pasado con el del futuro, pues ning¨²n futuro se construye en el vac¨ªo y desde el vac¨ªo.
Uno de los mantras que esos colonos digitales repiten hasta la saciedad es el de que las nuevas generaciones son ya nativos digitales, en uso del t¨¦rmino que invent¨® Marc Prensky. Esta idea de los nativos digitales, extendida por Ferri, es otra gran falsedad. No conozco a ning¨²n nativo digital, simplemente porque no existen. Todo es tan reciente que hay escas¨ªsimo fundamento para construir esas ¡°nuevas verdades reveladas¡±. Y jam¨¢s ¡ªo ese es mi m¨¢s ¨ªntimo deseo¡ª m¨¢quina alguna podr¨¢ sustituir o superar la labor humana, cercana, c¨®mplice, estimuladora que un buen profesor tendr¨¢ siempre en sus alumnos. Los humanos aprendemos de los humanos. A trav¨¦s fundamentalmente de la experiencia. De las m¨¢quinas aprenden las m¨¢quinas.
La escuela, la Universidad s¨®lo tienen sentido en la medida que formen individuos cultos y libres, no meros consumidores o integrantes de masas informes. La escuela, la Universidad, con el uso sensato de los nuevos instrumentos de construcci¨®n y trasmisi¨®n de la informaci¨®n, han de seguir siendo agentes del pensamiento creativo, reflexivo, cr¨ªtico, solidario y en permanente deseo de aprender. Bienvenidos los aparatos, los instrumentos que auxilien dicha labor si, sobre todo, enfatizan el valor fundamental del factor humano.
Si para caminar en la vida necesitamos la pausa, la reflexi¨®n, el lento asimilar de cada concepto, pongamos en cuarentena todos aquellos instrumentos que apelan exactamente a lo contrario. La instantaneidad, la concurrencia efervescente de llamadas que diluyen nuestra atenci¨®n, que tornan la contemplaci¨®n en hiperactividad; que nos hacen ir de un lugar a otro, en un rumbo cada vez m¨¢s err¨¢tico, lo que tan poco tiene que ver con el inevitable sereno ritmo de saber. Madurar requiere de un tiempo.
Hoy m¨¢s que nunca, y precisamente como compensaci¨®n a la ¡°velocidad de los tiempos¡±, necesitamos apelar al silencio, a la intimidad, a la concentraci¨®n, a la imprescindible construcci¨®n de referencias culturales, y a la capacidad de interpretaci¨®n e integraci¨®n del texto, de la obra. La mente no puede ser educada en la dispersi¨®n. En el continuo ajetreo. Somos caminantes, no velocistas. De ah¨ª que, una vez m¨¢s, reclame la pr¨¢ctica reposada de la conversaci¨®n, del di¨¢logo, de la comunicaci¨®n, de la lectura.
Cada vez importa m¨¢s la pr¨¢ctica de la conversaci¨®n, de la lectura
El libro de papel, desde su debilidad ante los ej¨¦rcitos a los que se enfrenta, solo se ofrece a s¨ª mismo, forma parte de un ecosistema y su funci¨®n no es tan f¨¢cilmente sustituible por otros soportes. La biblioteca es una identidad individual, el archivo de Internet es una memoria masiva, una posibilidad nueva que se da a quienes siempre la tuvieron y tampoco antes la utilizaron. Los nuevos formatos todav¨ªa no han abierto suficientemente nuevos horizontes de lectura ni, al menos por ahora, han tra¨ªdo al territorio de la palabra le¨ªda las ingentes cohortes que anunciaban. Me atrevo a decir que la mayor parte de tales dispositivos, siendo as¨ª que incluyen la posibilidad de la lectura de libros, son usados para otras muchas tareas o distracciones, como, por otra parte, ya ha ocurrido con otros tantos inventos tecnol¨®gicos. La muerte del pensamiento ¡ªseg¨²n escribe Bataille en El no-saber¡ª ¡°es la voluptuosa org¨ªa que prepara la muerte, la fiesta que la muerte da en su casa¡±. El propio pensador franc¨¦s, a mediados del siglo pasado, ya habl¨® de la ¡°teolog¨ªa del ocio¡±.
Proteger la lectura, proteger el arte de decir y de escuchar, proteger la escritura. ¡°La desaparici¨®n del lector en profundidad lleva a la regresi¨®n de la creaci¨®n intelectual¡±, escribe Roberto Casati en Elogio del papel (Ariel). Y a?ade el escritor y director del CNRS (Centre National de Recherche Scientifique) ¡°la escuela debe, en cierta medida, resistirse a las tecnolog¨ªas distrayentes, el verdadero cambio es el desarrollo moral e intelectual de los individuos¡±.
Demos a cada cual el justo lugar que le pertenece. A la tecnolog¨ªa el que tan eficazmente le corresponde. A la humanidad, a la ciencia humanista, el lugar que nunca debe ceder. Adorno, en La cr¨ªtica de la cultura y la sociedad, hablaba del progreso y la deshumanizaci¨®n, de la dif¨ªcil convivencia entre ambos. Hoy tambi¨¦n vivimos id¨¦ntica encrucijada. De cada uno de nosotros depende la direcci¨®n que elijamos. Mi opci¨®n est¨¢ tomada, pero no dejo de preguntarme: ? habr¨¢ escogido ya la humanidad otro camino distinto a aquel por el que llegamos hasta aqu¨ª?
C¨¦sar Antonio Molina es director de la Casa del Lector de Madrid.
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