Nos cambiaron las preguntas
Resulta inquietante que no se hayan abordado los problemas institucionales que la llegada de Podemos ha sacado a la luz. No ha habido un debate serio sobre la renta b¨¢sica ni tampoco sobre la cr¨ªtica a la democracia
La irrupci¨®n de Podemos se ha asociado a una renovaci¨®n pol¨ªtica. En tanto remueve el gallinero, esa opini¨®n resulta trivialmente verdadera. Otra cosa es que Podemos haya puesto en circulaci¨®n propuestas institucionales que ofrezcan nuevos cauces a los ideales de la izquierda. En poco tiempo se ha desdicho de partes fundamentales de su programa, ha sostenido una cosa y la contraria y hasta ha invocado argumentos reaccionarios para defender privilegios como los fueros, ¡°derechos hist¨®ricos que Navarra debe conservar¡±. Incluso, cuando les dio por oxigenarse, optaron antes por la decoraci¨®n que por la sustancia, como mostr¨® el viaje de Iglesias a Nueva York para recabar ¡°aportaciones y discutir¡±, tan parecido a las reuniones rel¨¢mpago de Zapatero con acad¨¦micos (Stigliz, Lakoff, etc¨¦tera), sin apenas tiempo para probar el jam¨®n y hacerse la foto. Como si no existiera Internet.
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Pero si ha habido algo m¨¢s cl¨¢sico ¡ªpor no decir, rancio¡ª que Podemos, son ciertas reacciones contra Podemos. Parec¨ªan un calco de la estrategia tertuliana de Podemos, como sucede con las acusaciones de extender un supuesto ¡°modelo bolivariano¡± (?sin petr¨®leo ni polarizaci¨®n social?) o de corrupci¨®n, un totum revolutum en el que todo se confund¨ªa, lo menudo y lo serio.
Seguramente, las reacciones desproporcionadas son un tributo a los desquiciados cauces medi¨¢ticos de la pol¨ªtica. Nada irreparable si aplicamos al vocer¨ªo la debida tasa de descuento. M¨¢s inquietante me parece la incapacidad de acusar recibo de los problemas institucionales que la aparici¨®n de Podemos ilustra. Las justificadas dudas acerca de su lucidez para abordarlos no pueden conducirnos a ignorar su realidad.
Nada de eso ha sucedido. Se observ¨® al valorar la renta b¨¢sica, una propuesta con respetabilidad acad¨¦mica y que, desde luego, no queda despachada con objeciones a bote pronto ¡ªlas hay atendibles¡ª como que invita a gandulear. El debate se zanj¨® sin debatir, con la misma frivolidad con la que comenz¨®, entre otras razones porque, cubierta la campa?a europea, Podemos, los primeros fr¨ªvolos, se olvidaron de la idea y hasta levantaron doctrina de su frivolidad: ¡°A las europeas no vas con un programa para gobernar¡±, precis¨® Errej¨®n.
La tasaci¨®n de la renta b¨¢sica no es sencilla. Lo debido ante las ideas nuevas es evitar tanto el de qu¨¦ se habla que me apunto como el de qu¨¦ se habla que me opongo, aunque solo sea por lecciones aprendidas en la historia de nuestras democracias. Tambi¨¦n el sufragio universal o el voto de las mujeres fueron recibidos con sarcasmos catetos y descalificaciones urgentes. Y algo parecido sucedi¨® con sensatas propuestas de reforma del sistema financiero (como el plan Chicago en los a?os treinta) que, a pesar de sus avales cient¨ªficos, se ignoraron y as¨ª nos va. Por supuesto, ello no nos obliga a experimentar a ciegas, pero s¨ª a atender a esos experimentos sin sangre que son los modelos te¨®ricos de los investigadores.
Lo m¨¢s grave es acudir al argumento costumbrista: ¡°Los espa?oles somos as¨ª, un pueblo de cabreros¡±
Todav¨ªa me parece peor la autocomplacencia con la que se recibe cualquier cr¨ªtica a las instituciones democr¨¢ticas. Las dudas acerca de la solvencia de muchas propuestas, poco elaboradas y, en muchos casos, completamente despreocupadas de los estudios serios, no pueden llevarnos a ignorar lo que conocemos acerca de su mal funcionamiento. Un mal funcionamiento que no se conjura con descalificaciones de la (imposible) democracia directa ni citando por en¨¦sima vez a Churchill a cuenta del menos malo de los sistemas. Cerraz¨®n que se convierte en obscena cuando, al explicar las patolog¨ªas, se acude al argumento costumbrista, tabernario y tan del gusto de todos los nacionalismos: ¡°Los espa?oles somos as¨ª, un pueblo de cabreros¡±.
Para defender la democracia es mejor no fantasear. Su legitimidad de origen resulta complicada. Que la democracia expresa la ¡°voluntad popular¡± o el autogobierno es una met¨¢fora inexacta. Como mostr¨® Bernard Manin en Los principios del Gobierno representativo, pr¨¢cticamente todos los cl¨¢sicos compart¨ªan, con Montesquieu, la convicci¨®n de que ¡°el sufragio por sorteo est¨¢ en la ¨ªndole de la democracia; el sufragio por elecci¨®n es el de la aristocracia¡ (unas cuantas personas) hacen las leyes y las hacen ejecutar¡±. Las cr¨ªticas radicales resultan plenamente pertinentes. Los ciudadanos no deciden las leyes que les gobiernan sino que eligen a quienes deciden las leyes.
Si acaso, la legitimidad de las democracias ser¨ªa de resultados. Si no para autogobernarnos, servir¨ªan para identificar problemas y encarar su soluci¨®n o, en otras versiones, seleccionar a los mejores y penalizar a los malos.
Pero no parece. Resulta apabullante la evidencia de que ninguna de esas tareas se cumple. Se interpreten como se interpreten, populismos y Gobiernos tecnocr¨¢ticos en Europa ejemplifican el desajuste entre soluciones ¡°debidas¡± y resultados electorales. Hemos asumido que los problemas importantes (pensiones, pol¨ªticas monetarias), si se quieren abordar correctamente, se deben excluir de la competencia electoral. Las burbujas financieras nos han confirmado que quien quiere ganar elecciones debe escamotear los problemas: las malas noticias no rinden. La corrupci¨®n, en todas partes, no recibe penalizaciones electorales significativas y, en la vecindad, donde se traman las redes clientelares, hasta se premia. Todo ello se resume en algo que ha mostrado convincentemente la econom¨ªa de la informaci¨®n aplicada a la pol¨ªtica: cuando unos (votantes) no pueden evaluar lo que otros (pol¨ªticos) conocen, el mercado expulsa a los mejores.
Hemos asumido que las cuestiones importantes se deben excluir de la competencia electoral
Cuando los distintos partidos regeneracionistas critican a unas clases pol¨ªticas (castas, amiguetes) que, a su parecer, habr¨ªan secuestrado la pol¨ªtica, merodean un diagn¨®stico para estas patolog¨ªas. Otra cosa es la calidad de algunas recomendaciones, como la que reclama ¡°m¨¢s pol¨ªtica¡±, sea en la versi¨®n ¡°mayor participaci¨®n directa¡± de los ciudadanos, sea en la de ¡°mayor presencia de los partidos en las instancias de decisi¨®n¡±.
La participaci¨®n, sin m¨¢s, no mejora las decisiones. Al contrario, desprovista de cauces y dise?os institucionales, que, por definici¨®n, no proporciona la participaci¨®n, amplifica errores y sesgos cognitivos; acalla discrepancias y veta la voz de los menos estridentes (de las mujeres, en primer lugar); alienta la simplificaci¨®n y refuerza las propuestas tempranas (incluidos los optimismos irracionales); desprecia informaci¨®n relevante pero inc¨®moda mientras que sobredimensiona y exagera aquella favorable a las ideas compartidas. Sobre todo ello hay investigaciones.
Por su parte, la equiparaci¨®n entre democracia y competencia entre partidos, adem¨¢s de incorrecta hist¨®ricamente, descuida qu¨¦ parte de los problemas deriva de la omnipresencia de los partidos: tramas clientelares, sectarismo institucional, selecci¨®n adversa de pol¨ªticos, miop¨ªa ante los retos, encanallamiento de la vida civil. La b¨²squeda de rentas para los nuestros impiden la deliberaci¨®n, el af¨¢n de imparcialidad institucional, la disposici¨®n para el debate, la mirada desprejuiciada y el reconocimiento de la complejidad de los desaf¨ªos.
Con frecuencia, las consideraciones anteriores preceden a una defensa ¡°de los profesionales¡±, en la justicia o en la gesti¨®n pol¨ªtica, que acaba esterilizando a la democracia y, por diversos mecanismos, entregando el poder ¡ªesta vez s¨ª¡ª a genuinas castas sociales. Afortunadamente, admitir los problemas no exige la resignaci¨®n, al menos no sin antes explorar soluciones. Que existen. En un reciente libro (Getting Beyond Groupthink to Make Groups Smarter), Cass Sunstein, despu¨¦s de inventariar dificultades de la participaci¨®n, aborda dise?os institucionales para encararlos, sin excluir sistemas de incentivos. Otras reflexiones (Van Reybrouck, Contre les ¨¦lections) buscan en una combinaci¨®n de profesionalizaci¨®n, limitaci¨®n de mandatos y elecci¨®n por sorteo una v¨ªa para abordar patolog¨ªas derivadas del monopolio partidista de la vida p¨²blica: los cargos electos legislar¨ªan, pero, a partir de ah¨ª, la gesti¨®n y la ejecuci¨®n se asignar¨ªa por sorteo entre expertos previamente evaluados, en ciclos independientes de las elecciones.
Que los aires de renovaci¨®n, con frecuencia, nos retrotraigan a la Platajunta no hace bueno un discurso, tambi¨¦n nost¨¢lgico, que no contempla otro horizonte que los Pactos de la Moncloa. Arqueolog¨ªas. Estamos como resum¨ªa la popular sentencia de Benedetti: ¡°Cuando cre¨ªamos que ten¨ªamos las respuestas, de pronto, cambiaron las preguntas¡±. Tiempo de modestia y perplejidad.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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