Buenismo de derechas
Las libertades tienen sus l¨ªmites. Pero si hay una fundamental es la de expresi¨®n. Sin ella, las dem¨¢s son inertes
Sin libertad para ofender no hay libertad de expresi¨®n, porque siempre habr¨¢ alg¨²n poder que se arrogar¨¢ el derecho a decidir qu¨¦ es ofensa y qu¨¦ no lo es. En medio de la conmoci¨®n por el accidente del vuelo Barcelona-D¨¹sseldorf, algunos descerebrados han dejado rienda a suelta a su catalanofobia en Internet, celebrando la muerte de ¡°catalanes, que no personas¡±, seg¨²n dec¨ªa uno de ellos. La execrable frase da perfecta cuenta de la ralea de sus autores. El ministro del Interior ha ordenado a las fuerzas de seguridad que investiguen los mensajes y los Mossos d¡¯Esquadra los han puesto en conocimiento de la fiscal¨ªa. Un disparate: primero, porque se da p¨¢bulo a voces que s¨®lo merecen extraviarse pronto en la inmensidad digital; segundo, porque cuando se recorta la libertad de expresi¨®n se sabe d¨®nde se empieza, pero nunca d¨®nde se termina, que siempre es un lugar peor que el sitio de partida.
Defiendo la libertad de estos energ¨²menos para insultarme en tanto que catal¨¢n, por una raz¨®n fundamentalmente ego¨ªsta. Hoy ellos pueden despreciarme y yo llamarles descerebrados. Y prefiero que sea as¨ª a que me obliguen a callarme tambi¨¦n a m¨ª. Como Jaume Perich, solo pretendo que ¡°se me respete el derecho a no respetar nada¡±. Y eso me obliga a pedir el mismo derecho para los que no me respetan a m¨ª, por muy repugnantes que sean sus palabras. Defender a Charlie Hebdo cuando los ofendidos son otros y apelar al c¨®digo penal cuando los ofendidos somos nosotros tiene mucho de hipocres¨ªa.
Aparentemente se pretende tipificar estos mensajes como delitos de odio. ?Se pueden penalizar los sentimientos? ?Se puede impedir que alguien odie y que, en el narcisismo de las redes, hagan exhibici¨®n de sus bajas pasiones sin pudor? A la derecha se le ha despertado un buenismo sospechoso. Aprovechando el impacto de los ¨²ltimos atentados yihadistas, al Gobierno espa?ol le ha entrado una pulsi¨®n limpiadora. Pretende, incluso, que en los campos de f¨²tbol no se insulte a los jugadores. ?No hab¨ªamos quedado en que el estadio era el vomitorio que permit¨ªa la sublimaci¨®n de violencias sociales latentes? ?C¨®mo escupir¨¢n los sapos los aficionados si se les cierra la boca?
Tambi¨¦n las libertades tienen sus l¨ªmites. Pero si hay una fundamental es la de expresi¨®n. Sin ella, las dem¨¢s son inertes. El celo del Gobierno contra los excesos verbales de la Red va de la mano con la ley mordaza: se trata de ampliar los espacios del silencio. La batalla del respeto hay que ganarla por la v¨ªa cultural y educativa, es in¨²til imponerla por la v¨ªa penal. Somos un ser que vive en la palabra y hay que estar atento cuando se la quitan a otros porque pronto nos tocara a nosotros. Y callados no somos nada. El problema no es que te insulten, es que tengas que aguantar sin rechistar, que es lo que ocurr¨ªa en el franquismo, sin ir m¨¢s lejos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.