Pablo Albor¨¢n, entre la tempestad y la calma
A punto de comenzar una gira de conciertos por Am¨¦rica y Espa?a, descubrimos todas las claves del ¡®fen¨®meno Albor¨¢n¡¯ en un viaje a su lado desde Argentina hasta M¨¢laga
Pablo Albor¨¢n contesta los whatsapps con mensajes de voz. Situando el m¨®vil a un cent¨ªmetro de su boca, como el micr¨®fono de un patrullero, desgrana un mon¨®logo bien hilado, c¨¢lido y untuoso, que rubrica con un ¡°besote¡± o un ¡°abrazote¡± dependiendo del destinatario. Es el artista m¨¢s atento del firmamento musical. Un tipo de inusual cortes¨ªa en un negocio plagado de cuchilladas. Nada de gestos agrios, palabras ¨¢speras ni preguntas delicadas vedadas a los periodistas. Tampoco un m¨¢nager inquietante cubri¨¦ndole la espalda. Solo Esperanza, su discret¨ªsima sombra, su agente: la albacea de su pasaporte, agenda, tarjetas y analg¨¦sicos mientras giran por el planeta; su compa?era de pel¨ªculas y solitarios espaguetis. ¡°Mi mami¡±, dir¨¢ Albor¨¢n, ante el gesto ligeramente enfurru?ado de ella.
Albor¨¢n es la ant¨ªtesis de un chico malo del show business. Lo consigue con naturalidad. Su candidez no parece forzada. Su personaje tiene m¨¢s que ver con Rafa Nadal, incluso en su modestia, devoci¨®n filial, pectorales de remero y cutis aterciopelado, que con Justin Bieber o Pete Doherty: ¡°No soy un yonqui; no me emborracho y destrozo las habitaciones de los hoteles; soy normal; no voy de estrella porque no me siento una estrella; s¨ª, soy una marca, pero detr¨¢s hay una persona, no un personaje de ficci¨®n. Y canto, pero tengo una vida. Paso de vivir acampado en la alfombra roja; esta profesi¨®n es un agobio y se monta un circo en cada aeropuerto, y no ves a tu familia, y tienes una responsabilidad enorme, y explotar¨ªas; ante esa presi¨®n, cada cual reacciona a su manera. Unos, con antidepresivos. Yo, con calma. Es mi clave. Esa palabra est¨¢ en la letra de todas mis canciones desde que ten¨ªa 12 a?os. Antes de un concierto, de una televisi¨®n, entre dos entrevistas, leo, medito, hago yoga. Estiro, respiro, me evado. Y en cuanto puedo, toco tierra y vuelvo a casa. A oler la sal del mar y contemplar la luz de M¨¢laga. A estar con los viejos amigos de hoguera, guitarra y caj¨®n en las noches de playa. A componer en el mismo peque?o estudio de la casa de mis padres, que forr¨¦ con cajas de huevos de cart¨®n para insonorizarlo, donde empec¨¦. (Aunque mi hermana y yo le hemos lavado la cara y retapizado el famoso sof¨¢ blanco de mis primeros v¨ªdeos en YouTube). Sigo siendo un enfermo de la composici¨®n. Todo el tiempo estoy imaginando canciones. Eso me salva. Si no, me volver¨ªa loco. Y tambi¨¦n salgo a flote pensando lo que me queda por hacer. Tengo 25 a?os, y a esta edad, si tienes ¨¦xito, puedes creer que te lo sabes todo; pero tengo mucho que aprender y un largo camino por delante. Una carrera que quiero decidir ad¨®nde va. Tengo que madurar y evolucionar; probar nuevos registros; descubrir sentimientos dentro de m¨ª. Ese horizonte es lo que me mueve¡±.
¨C?Sabe cu¨¢nto gana?
¨CPerfectamente. En esto ganas pasta, pero trabajas much¨ªsimo. No paras. Tengo a mi lado gente de mi familia que cuida de mi estabilidad y futuro. Pero el dinero no es el fin. No tengo cochazos, ni mansiones, ni un barco. Ni quiero. Un ¨¢tico en el norte de Madrid de cien metros (que se inunda cuando llueve), y en Benalm¨¢dena, la casa de mis padres, que es mi hogar. En mi familia nunca hemos tenido un duro. Mis hermanos heredaban la ropa y viv¨ªamos en un pisito frente a la Malagueta. El a?o que yo nac¨ª, el 89, las cosas empezaron a ir mejor. Cuando muri¨® mi abuelo materno nos fuimos a su casa en Benalm¨¢dena, y all¨ª seguimos. Somos una especie de comuna con mis hermanos y mis sobrinos. Mi padre tiene 68 a?os y va a trabajar cada d¨ªa a su estudio de arquitecto y es un bohemio. De ricos, nada.
¨C?Qu¨¦ no har¨ªa por dinero?
¨CPublicidad de marcas que fueran en contra de mis valores; tampoco me quitar¨ªa la camiseta en un escenario, porque soy un cantante, no un culturista; no har¨ªa un espect¨¢culo hortera con bailarinas; no vender¨ªa mi vida: no har¨ªa p¨²blico cu¨¢ndo voy a cantarles a ni?os que est¨¢n con quimioterapia; no sacar¨ªa mi casa en el Hola. Mi vida es m¨ªa.
¨C?Liga mucho?
¨CSi no tuviera sexo, me pegar¨ªa un tiro.
Disciplinado y con hambre de ¨¦xito. Contenido. Cerebral. Con un f¨ªsico dividido en dos mitades: la superior, hinchada a base de gimnasio, y la inferior, de aquel ni?o delicado y tirillas al que su madre puso a nadar para que ensanchase. Albor¨¢n, el artista que (de lejos) m¨¢s discos ha vendido en Espa?a en los ¨²ltimos cuatro ejercicios (brincando sobre una end¨¦mica crisis del sector), con decenas de discos de platino, 160.000 ejemplares colocados en el mercado en solo dos meses de su ¨²ltimo trabajo, Terral; que ya dio 120 conciertos con su primer trabajo (Pablo Albor¨¢n, 2011) y tiene m¨¢s de 70 firmados para esta temporada (m¨¢s de 40 en Espa?a a partir de mayo), avanza por el sofisticado barrio bonaerense de La Recoleta (que juega a ser el distrito VIII de Par¨ªs) oculto tras los cristales tintados de una furgoneta de estrella del rock con asientos de cuero, wifi, provisiones de agua mineral y climatizaci¨®n ¨¢rtica. Otra furgoneta. Otros cristales tintados. Otro hotel cool. Otra ciudad intuida. Ni turismo, ni restaurantes coronados por Michelin, ni madrugadas locas, ni fans brotando bajo las s¨¢banas de lujoso algod¨®n tiesas como un sudario. Al final de la jornada, el premio es una Whopper con queso. Agua mineral. Un mete¨®rico espidifen. E intentar pegar ojo porque a las ocho de la ma?ana, con el cerebro acorchado, se inicia otra infinita retah¨ªla de entrevistas. Siempre las mismas preguntas: desde sus influencias musicales hasta su amistad con Ricky Martin y su bisabuelo marqu¨¦s. Si est¨¢ despabilado, hace malabares con las respuestas. Es un conversador brillante. Hasta la verborrea. En caso contrario, si ha surcado la noche en vigilia, se escapa con las contestaciones de rigor y una sobredosis de cafe¨ªna. ¡°Pi?¨®n fijo¡±, bromea. Estar a su lado durante unos d¨ªas supone llegar a saberse de memoria todas las preguntas y todas las respuestas.
Llega de Chile. Despega hacia M¨¦xico y Estados Unidos. Durante la primavera actuar¨¢ en toda Am¨¦rica con el objetivo de ir m¨¢s lejos, de convertirse en un artista global. M¨¢s joven que Alejandro Sanz, menos latino que Enrique Iglesias, m¨¢s cerca (seg¨²n ¨¦l) de Jorge Drexler. Con un estilo propio, org¨¢nico, aut¨¦ntico, cada vez m¨¢s desnudo e intimista y menos relamido y artificioso, y el plus de ser un m¨²sico que compone y habla idiomas: capaz de batirse con un fado o un pedacito de bossa nova, la nouvelle chanson o Paraules d¡¯amor en catal¨¢n junto a su idolatrado maestro Serrat; de rasguear la guitarra y acariciar el piano desde los siete a?os.
Se patea el continente como un comercial con su disco bajo el brazo cumpliendo la letra peque?a m¨¢s ingrata de su oficio: la promoci¨®n. Darse a conocer. Enganchar a los consumidores. Vender discos, descargas, entradas. Y dar empleo a las docenas de personas de la multinacional Warner Music (el tercer emporio mundial del entretenimiento) que trabajan en la producci¨®n de su disco y sus v¨ªdeos, en su promoci¨®n y venta, en sus actuaciones en directo (la ¨²ltima mina de oro de un artista y de las discogr¨¢ficas en la era negra de la pirater¨ªa), en la bien calculada comercializaci¨®n de su imagen a trav¨¦s de la publicidad, merchandising, eventos y patrocinios. Ah¨ª est¨¢ el gran dinero. El cofre del tesoro que su compa?¨ªa capta y gestiona a trav¨¦s de una sociedad participada, Get In, de la que Warner tom¨® una participaci¨®n mayoritaria en 2008 (cuando se top¨® con la realidad de que ya nunca m¨¢s vender¨ªa millones de discos), que se encarga de gestionar su gira de conciertos y rentabilizar cada cent¨ªmetro de la marca Albor¨¢n. Es lo que en la industria denominan contratos de 360 grados. Mediante esos acuerdos, la compa?¨ªa se compromete a apoyar, promocionar e invertir en un artista, y a cambio participa en cada c¨¦ntimo que este ingrese. No solo por sus discos (como suced¨ªa hist¨®ricamente cuando el artista solo se llevaba entre el 10% y el 15% de las ventas), sino por todo lo dem¨¢s. Por la marca. Vivimos una etapa del negocio de la m¨²sica que el financiero Edgar Bronfman, Jr., expresidente de Warner, resumi¨® con esta frase: ¡°La industria musical est¨¢ creciendo; la industria discogr¨¢fica, no¡±.
Si Albor¨¢n cumple con el guion; si contesta atinadamente a decenas de periodistas ocultando el mazazo del jet lag y sorteando el campo de minas de las cuestiones personales mientras ofrece sol¨ªcito caf¨¦ y cruasanes; si besa con el mismo arrobo a las fans y a sus mam¨¢s; si conquista al presentador de televisi¨®n de turno; si se hace m¨¢s selfies con sus seguidoras que Bisbal o Bustamante; si mantiene bullendo las redes sociales, satisfaciendo a sus dos millones y medio de amigos virtuales, y adem¨¢s convence en el escenario demostrando su (para muchos a¨²n in¨¦dita) faceta de showman, seguir¨¢ ocupando el n¨²mero uno. Lograr¨¢ que sus incondicionales compren su disco para tener un pedazo de ¨¦l. Har¨¢ ganar dinero. Pero ya nunca podr¨¢ bajar la guardia.
La furgona bordea el turbulento r¨ªo de la Plata del tono de un caf¨¦ americano en direcci¨®n a media docena de eventos con sus fans. Muy j¨®venes, muy entregadas y de clases populares. Pablo Albor¨¢n recibe en tiempo real las cifras que le proporciona su compa?¨ªa sobre las ventas de discos, la producci¨®n de su nuevo v¨ªdeo y el calendario de conciertos. Es un enfermo de los datos. Como las grandes estrellas. Quiere saberlo todo. Odia que se le hurte informaci¨®n. Su antena siempre est¨¢ conectada aunque parezca melanc¨®licamente ausente. El tr¨¢fico en Buenos Aires es desesperante. Albor¨¢n hace un amago de arrancarse con un flamenquito. Juega a la percusi¨®n tamborileando con los dedos la luna del veh¨ªculo. Dormita. Se abstrae. Se mensajea con su padre, un ilustrado antifranquista hijo de franquista ilustrado que le inyecta la ¨®pera en vena. Va vestido de Pablo Albor¨¢n: camiseta blanca, vaqueros an¨®nimos y botas de currante: el uniforme minimalista de un individuo que considera que, en cualquier faceta de la vida, ¡°menos es m¨¢s¡±. As¨ª se plantea su existencia: perfil bajo fuera del escenario.
Incoloro hasta en pol¨ªtica. Nunca se define. Y rara vez mete la pata. Cae bien. Lo curioso es que solo han pasado cinco a?os desde que colg¨® sus primeros v¨ªdeos en la Red. Estaba desesperado porque su primer trabajo no terminaba de ver la luz. Y se lo jug¨® a una carta. Consigui¨® 70 millones de visitas y se convirti¨® en un fen¨®meno viral. ¡°Internet fue para m¨ª como tocar en una calle Mayor global; como el m¨²sico que baja a cantar al metro y un cazatalentos le descubre por casualidad¡±. En 2011 lleg¨® el disco. Por fin. Ten¨ªa 20 a?os. Y un par de incursiones bald¨ªas en la universidad. Firm¨® un contrato con Parlophone, una distinguida filial de la multinacional EMI, la misma de Coldplay, Blur o Pet Shop Boys, y que en su momento cobij¨® a los Beatles. ¡°No sab¨ªa nada de este negocio, y los directivos no ten¨ªan claro que yo fuera a funcionar; me apretaron, dej¨¦ que me manejaran, me tra¨ªan y llevaban, no abr¨ªa la boca; estuve tres a?os sin vacaciones. Mis discos estaban sobreproducidos, llegaron a ser barrocos y sobrecargados. No sonaban como mis maquetas, no sonaban como yo toco en directo, no sonaban como soy yo; incluso met¨ªan elementos electr¨®nicos para que pareciera m¨¢s moderno¡±. Tras la autocr¨ªtica, la realidad: en pocos meses se convirti¨® en superventas. Ya no descender¨ªa de ese sitial. Todo rodado. Aunque a ratos disintiera de esa imagen edulcorada para consumo de trecea?eras. Pero pensaba que era el precio del ¨¦xito.
¡°Y de pronto, en 2012, Universal Music compr¨® EMI, la discogr¨¢fica en la que yo estaba. Y todo se vino abajo¡±. En el juego de poder entre los gigantes del sector, que en poco tiempo hab¨ªan pasado a ser tres (Universal, Sony y Warner), dejando a dos firmas m¨ªticas (BMG y EMI) en la cuneta de la historia, Albor¨¢n se ve¨ªa atrapado. El negocio discogr¨¢fico menguaba y se ve¨ªa obligado a concentrarse y fusionarse para sobrevivir. La industria pasaba de vender discos a vender artistas. ¡°Pero la cosa no acab¨® ah¨ª, porque la parte espa?ola de EMI no iba a terminar en manos de Universal, sino de otra multinacional, de Warner, por exigencias de la UE, que intentaba que Universal no se constituyera en un monopolio. Y yo entraba en ese paquete que se transfer¨ªa de una discogr¨¢fica a otra y luego a una tercera. Me agobi¨¦. No sab¨ªa qu¨¦ iba a ser de mi reci¨¦n estrenada brillante carrera. Mi equipo era nuevo. Perd¨ª amigos. Algunos se fueron al paro. Y se muri¨® Simone Bos¨¦, que era mi maestro desde mis primeros pasos. Vi el precipicio. Aprend¨ª a quererme para no sucumbir. Aprend¨ª a querer a Pablo Albor¨¢n¡±.
La palabra crisis se escribe en chino con dos caracteres: peligro y oportunidad. Hoy, Albor¨¢n reconoce que el trasvase obligado de compa?¨ªa le ha permitido hacerse mayor de golpe. Abandonar las tutelas. Dejar atr¨¢s los miedos. Y tomar decisiones. ¡°Todo ha sido bueno porque Warner me ha permitido coger las riendas, y me planteo una andadura larga, meditada y controlada por m¨ª. Para empezar, este disco, Terral, es m¨ªo. Y esta gira con un centenar de conciertos es m¨ªa. Y si un d¨ªa fallo, no pasa nada. De toda esta aventura he aprendido algo importante: no pertenezco a nadie¡±
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