?Qu¨¦ ser¨¢ del Serengueti?
La pel¨ªcula Sie lebt (Vive) homenajea a Bernhard Grzimek, ecologista pionero, un alem¨¢n que se propuso salvar la fauna africana. Para ¨¦l, el Serengueti era un jard¨ªn del ed¨¦n a cuya defensa dedic¨® su vida. ?Qu¨¦ ha sido del legado de los grandes amantes de los animales?
Khetho Ncube ya ha visto a muchos reyes salir de la nada. "Los leones suelen sentarse all¨ª, en los ca?averales, a esperar a los animales que quieren llegar al agua", dice el tanzano se?alando la orilla del arroyo vecino. Mientras habla, en la mano izquierda sostiene con firmeza su Winchester cargado con cartuchos calibre 458 para caza mayor. Eso me tranquiliza porque, en cuanto uno sale a dar una vuelta por el Serengueti, tiene la sensaci¨®n de que va a servir de pasto a los leones.
"No se aparte de mi lado", me hab¨ªa advertido Ncube por la ma?ana mientras el sol conquistaba poco a poco el cielo sobre la sabana amarillo p¨¢lido. "En caso de peligro ¡ªme indic¨® acompa?¨¢ndose con gestos¡ª hay que parar, retroceder despacio y agacharse".
El gu¨ªa avanza seguido por una multitud de turistas en respetuoso silencio. Detr¨¢s del grupo va un joven masai con t¨²nica azul y la tradicional lanza mkuki en la mano. Posiblemente sea una atracci¨®n para los hu¨¦spedes, pero quiz¨¢ sirva tambi¨¦n para avisar a tiempo de la presencia de simba, tembo y chui, como se llaman al le¨®n, el elefante y el leopardo en suajili, la lengua del pa¨ªs.
Ncube lee el suelo de la sabana como si fuese un mapa. Distingue los excrementos de las hienas y reconoce los residuos de los huesos de sus v¨ªctimas, al igual que las heces llenas de espinas de acacia de los elefantes ("Nunca hay que pasar por encima de ellas con el coche si no quieres que se pinchen las ruedas"). Luego levanta la mano. La caravana de visitantes se queda quieta. No lejos de all¨ª pasan al galope cuatro b¨²falos cafre como musculosas monta?as de carne con amenazadores cuernos.
"Son los m¨¢s peligrosos", susurra Ncube, que trabaja para un operador tur¨ªstico. "Hay que evitar asustarlos". Seg¨²n el gu¨ªa, cuando los elefantes se enfadan, primero hacen un simulacro de ataque levantando las orejas y sacudiendo la trompa con furia, "pero cuando te ataca un b¨²falo, tu vida est¨¢ en peligro".
La aventura en la que participan ese d¨ªa, entre otros, Pat Kurtiniatis y Mike Cramer, una pareja de jubilados del condado de Orange, en California, se llama Safari a Pie. El viaje formaba parte de la lista de cosas importantes que les quedaban por hacer en su vida.
El parque nacional del Serengueti, en Tanzania, con una extensi¨®n casi igual a la del Estado alem¨¢n de Schleswig-Holstein, es una de las grandes regiones salvajes de la Tierra, un jard¨ªn del ed¨¦n para los que buscan la naturaleza virgen original. Nadie lo sab¨ªa mejor que Berhard Grzimek, el veterano director del zool¨®gico de Frankfurt que hace m¨¢s de 55 a?os lleg¨® a esta sabana infinita con su hijo Michael y fue el autor de la pel¨ªcula El Serengueti no debe morir.
En breve, la cadena de televisi¨®n germana ARD proyectar¨¢ un nuevo largometraje sobre Grzimek, el alem¨¢n que se propuso ni m¨¢s ni menos que salvar la fauna africana. Ulrich Tukur, su protagonista, se refiere a ¨¦l como un visionario protector de los animales, un pionero del ecologismo convencido de su misi¨®n, y un gran mujeriego.
En su programa de televisi¨®n Un lugar para los animales (Ein Platz f¨¹r Tiere), Grzimek, vestido con un traje impecable y con la raya del cabello cuidadosamente marcada, hablaba en un lenguaje sencillo sobre elefantes marinos, cisnes trompeteros, v¨ªboras bic¨¦falas o aves del para¨ªso, mientras alg¨²n ejemplar del zoo de Fr¨¢ncfort relacionado con el tema jugueteaba a su alrededor.
Pero este amante de los animales no obtuvo fama internacional hasta que se march¨® a ?frica y "con la pasi¨®n de un misionero se dedic¨® a advertir de que se estaba aniquilando a las ¨²ltimas manadas de grandes mam¨ªferos en libertad", afirmaba Der Spiegel en 1960.
La administraci¨®n brit¨¢nica de lo que entonces era Tanganica ten¨ªa la intenci¨®n de definir de nuevo los l¨ªmites del parque nacional del Serengueti para satisfacer el deseo de los masai de disponer de m¨¢s superficie de pastos. Pero, ?cu¨¢les deb¨ªan ser esos l¨ªmites? Grzimek y su hijo aprendieron a pilotar aviones, viajaron en una avioneta pintada con rayas de cebra a ?frica oriental y, con el celo de unos funcionarios prusianos, hicieron un recuento del n¨²mero de ?us (99.481), cebras (57.199) y gacelas de Grant y de Thompson (194.654) que viv¨ªan en el Serengueti para poder identificar las rutas que segu¨ªan en sus migraciones.
Grzimek transform¨® sus experiencias en la sabana en la pel¨ªcula El Serengueti no debe morir (Serengeti darf nicht sterben). La obra ("rodada de paso", seg¨²n Grzimek) lo llev¨® a la cumbre de su fama y fue distinguida con un ?scar en 1960. Su hijo Michael no lleg¨® a presenciar el ¨¦xito: en enero de 1959, cuando el rodaje a¨²n estaba en marcha, se estrell¨® con el Dornier Do 27 que compart¨ªan.
Su padre se consagr¨® a la tarea de defender el Serengueti con determinaci¨®n redoblada. Cuando muri¨® en 1987 y fue enterrado al lado de su hijo, al borde del cr¨¢ter del Ngorongoro, las salvajes extensiones del parque eran conocidas en todo el mundo.
?Qu¨¦ ha sido del legado de Grzimek? ?Qu¨¦ ocurre en el Serengueti casi 30 a?os despu¨¦s de la muerte del divulgador? Y, lo que es m¨¢s importante, ?se podr¨¢ seguir garantizando durante mucho tiempo la supervivencia de los grandes mam¨ªferos ¡ªelefantes, rinocerontes, b¨²falos o leones¡ª en un mundo cada vez m¨¢s densamente poblado?
Las respuestas est¨¢n sobre el terreno, y el mejor sitio para encontrarlas es Seronera, en el coraz¨®n del parque nacional. El lugar, ocupado apenas por unos pocos edificios dispersos, es la sede de la administraci¨®n del parque. Grzimek sigue estando presente. Desde su fotograf¨ªa, colgada en el centro de visitantes al lado de la de Julius Nyerere, primer presidente de Tanzania, es un compa?ero m¨¢s.
El representante de Grzimek en el lugar se llama Robert Muir y es el director para ?frica de la Sociedad Zool¨®gica de Frankfurt (ZGF, por sus siglas en alem¨¢n), con su logotipo del gorila. El vigoroso brit¨¢nico nos recibe en el porche de su casita, desde el cual se abarca con la vista la gran llanura salpicada de acacias y matorrales. No muy lejos pastan los ant¨ªlopes y las jirafas. M¨¢s tarde, dos elefantes pasan a escasos metros de la vivienda.
"La obra de Grzimek fue la de un visionario", dice Muir. "Convenci¨® a Nyerere para que los l¨ªmites del parque se trazasen de tal manera que los animales pudiesen seguir sus rutas migratorias".
Alrededor de dos millones de ?us azules, cebras y gacelas de Thomson ¡ªun n¨²mero cinco veces mayor al que hab¨ªa en la ¨¦poca de Grzimek¡ª se desplazan a trav¨¦s del Serengueti y las regiones colindantes siguiendo el ritmo de las estaciones. Sus movimientos migratorios cubren 26.000 kil¨®metros cuadrados ¡ªdesde Tanzania hasta Kenia, en la reserva de Masai-Mara, y vuelta¡ª cruzando los r¨ªos Mara, Grumeti y Mbalageti con sus cocodrilos al acecho.
Muir afirma que la maravilla natural del Serengueti todav¨ªa est¨¢ viva. Pero la presi¨®n es cada vez mayor. Alrededor de 170.000 turistas de todo el mundo visitan el parque cada a?o. Si las cosas evolucionan como prev¨¦ la Autoridad de los Parques Nacionales de Tanzania (Tanapa, por sus siglas en ingl¨¦s), en el futuro el n¨²mero ser¨¢ a¨²n mayor. Adem¨¢s, los cazadores furtivos acuden a la zona en su sangrienta b¨²squeda de colmillos de elefante y rinoceronte.
Por otra parte, en los alrededores del parque hay cada vez m¨¢s poblaci¨®n. La deforestaci¨®n, la agricultura, los reba?os y la escasez de agua amenazan el ecosistema. A ello se a?ade el cambio clim¨¢tico, que al parecer est¨¢ alterando ciclos milenarios: de momento, este a?o las ansiadas lluvias han estado pr¨¢cticamente ausentes.
"En Tanzania a¨²n hay mucho en juego", sentencia Muir, que se?ala que el pa¨ªs espera llegar a obtener una cuarta parte de su producto interior bruto del turismo. Al mismo tiempo, hay compromisos internacionales para proteger la riqueza natural. Al fin y al cabo, el Serengueti es "uno de los tres parques nacionales m¨¢s importantes del mundo" junto con Gal¨¢pagos y Yellowstone.
Lo que est¨¢ en juego se vislumbra a la ma?ana siguiente, mientras viajamos en Land Rover hacia el sur. Por el camino, cientos de ?us y cebras galopan en largas hileras por la sabana. Los animales balan y resuellan formando una columna interminable que parece fluir, junt¨¢ndose y dividi¨¦ndose como los remolinos de un r¨ªo que se derrama sobre la tierra.
Los elefantes y sus cr¨ªas trotan parsimoniosos a trav¨¦s de las nubes de polvo, mientras que familias de fac¨®queros con sus colas levantadas corren por la llanura. Debajo de un matorral, apenas a cinco metros del camino, una manada de leones se deleita con las v¨ªsceras de un ?u reci¨¦n cazado. Con los hocicos rojos de sangre, arrancan pedazos de carne del cuerpo del animal. Justo a su lado aparcan los todoterrenos de los turistas.
Por los techos abiertos de los veh¨ªculos asoman las p¨¢lidas cabezas de estadounidenses y europeos cuyas c¨¢maras con teleobjetivo que disparan sin cesar parecen extra?os ap¨¦ndices corporales. A los leones esto no les incomoda lo m¨¢s m¨ªnimo.
Los grandes felinos que se alimentan al lado de las interminables manadas hacen que la muerte, tan cotidiana, parezca casi irreverente a la vista de la exuberancia de la vida que la rodea.
Pero el baile de im¨¢genes de un mundo en apariencia salvaje y primigenio es enga?oso. Tambi¨¦n en el Serengueti hace tiempo que los ciclos naturales se han alterado. Tras una hora de viaje se llega al puesto de los guardas de Moru, en la zona sur del parque nacional. El jefe es Philbert Ngoti, de la Unidad Contra la Caza Furtiva de Tanapa. Junto con 51 guardas, Ngoti controla una extensi¨®n de 1.000 kil¨®metros cuadrados con la misi¨®n de proteger a los aproximadamente 30 rinocerontes negros que quedan en el sur del Serengueti.
Por el resto del parque deambulan otros 20 ejemplares, cada uno de ellos custodiado por los guardas como una valiosa joya. La raz¨®n es que en este momento no hay nada que los cazadores furtivos aprecien tanto como el cuerno de este poderoso ungulado. "Si un furtivo puede elegir entre un grupo de elefantes y un rinoceronte, matar¨¢ al rinoceronte", explica Ngoti. Seg¨²n el guarda, en el mercado negro de Vietnam o de China, el precio del cuerno, hecho de una materia similar a la de las u?as de los dedos, alcanza decenas de miles de d¨®lares el kilo. Es "un negocio lucrativo" que ¨¦l intenta impedir junto con sus compa?eros.
"Los cazadores furtivos van bien armados", dice Ngoti, "pero nosotros tambi¨¦n". Los tiroteos son frecuentes. "Si no se est¨¢ bien preparado y se tiene cuidado, puedes perder la vida f¨¢cilmente", avisa.
Los guardas han implantado un emisor de se?ales en el cuerno de la mayor¨ªa de los rinocerontes. As¨ª es f¨¢cil seguirles el rastro y protegerlos. Partiendo de Moru, recorren la sabana campo a trav¨¦s. Uno de los hombres levanta la antena hacia el cielo. El clic r¨ªtmico del receptor suena cada vez m¨¢s alto. Entonces aparece a lo lejos un imponente rinoceronte, al principio apenas visible contra la hierba amarilla de la sabana. A este fortach¨®n de m¨¢s de 40 a?os los hombres lo han bautizado como Rajabu. El animal los mira y vacila. Los rinocerontes son animales solitarios, t¨ªmidos, y, al mismo tiempo, peligrosos. Pueden atacar o huir. Ngoti ya ha tenido ambas experiencias. "Si nos acercamos demasiado deprisa, atacar¨¢", advierte. Al final, la criatura, de m¨¢s de una tonelada de peso, se va.
Ngoti y sus hombres tienen sobrados motivos para estar orgullosos de su trabajo. A principios de los a?os noventa, los furtivos hab¨ªan diezmado la poblaci¨®n de rinocerontes del Serengueti reduci¨¦ndola a tan solo dos hembras. En 1993, Rajabu inmigr¨® desde la cercana reserva del Ngorongoro. Fue una suerte, porque mientras que en Sud¨¢frica las matanzas de estos animales van en aumento (ver Der Spiegel de noviembre de 2015), en el Serengueti su poblaci¨®n crece. "Actualmente nacen cinco o seis cr¨ªas al a?o", explica Ngoti. Seg¨²n cuenta, el a?o pasado los furtivos solo mataron un rinoceronte.
Algo parecido ocurre con los elefantes. Seg¨²n un recuento hecho en 2014, en el ecosistema del Serengueti su n¨²mero es de unos 6.000 ejemplares, mientras que hace cinco a?os hab¨ªa 3.068. "Vemos muchos animales j¨®venes", dice un entusiasmado Muir. En Tanzania, sin embargo, la tendencia es la opuesta: en 2009 viv¨ªan en el pa¨ªs unos 109.000 elefantes. En el ¨²ltimo censo de 2014 eran tan solo unos 44.000.
?Cu¨¢l es la raz¨®n de que la fauna se encuentre en una situaci¨®n m¨¢s favorable en el Serengueti? Seg¨²n Muir, la receta del ¨¦xito de Tanapa es que su presencia sea siempre visible. Unos 300 guardas patrullan el parque, y los turistas tambi¨¦n son de ayuda. "Cuanta m¨¢s gente haya por aqu¨ª, m¨¢s dif¨ªcil les resulta a los furtivos actuar clandestinamente", observa el bi¨®logo.
Pero el ¨¦xito contra la actuaci¨®n de los cazadores ilegales en el parque ser¨¢ una victoria temporal mientras no se detenga a los que mueven los hilos. Por eso, los expertos de Tanapa tambi¨¦n act¨²an como detectives en los pueblos de los alrededores. ?D¨®nde se guarda el contrabando? ?Por qu¨¦ v¨ªas llega a ultramar? ?De d¨®nde salen las armas?
La batalla por el Serengueti se debe ganar sobre todo fuera del parque. Y no se trata solo de la caza para el contrabando. Hoy d¨ªa, en los pueblos que rodean la reserva, viven entre dos y tres millones de personas, muchas m¨¢s que en ¨¦poca de Grzimek.
Los cazadores clandestinos ponen lazos de alambre en los que cada a?o quedan atrapados y perecen cruelmente miles de ?us, cebras o impalas. Los campos de cultivo de los habitantes locales se acercan cada vez m¨¢s a los l¨ªmites del parque; cambia el balance h¨ªdrico de la zona y se entorpece la migraci¨®n de los animales. En contrapartida, los elefantes que merodean por las inmediaciones pisotean los campos de mijo y de ma¨ªz.
Para los leones, el ganado es una presa f¨¢cil, y los pastores no dejan de vengarse. Hace poco, al oeste del parque encontraron otra vez a 10 felinos envenenados.
La situaci¨®n es especialmente problem¨¢tica en la zona este, en las reservas de Loliondo y Ngorongoro, habitada sobre todo por masais. Este pueblo de pastores vive tradicionalmente con sus reba?os de vacas, que constituyen un s¨ªmbolo de estatus. En los ¨²ltimos a?os, cada vez m¨¢s masais, y con ellos m¨¢s vacas, se han trasladado a la zona. En consecuencia, el uso del suelo para pastos se est¨¢ volviendo excesivo. Los masai desear¨ªan llevar su ganado al Serengueti, pero no les est¨¢ permitido.
"Los pastores ven una gran cantidad de hierba al otro lado", explica Muir, "y eso produce tensiones". Ha estallado una disputa por el alcance de los l¨ªmites del parque. Hasta el momento no est¨¢ claro a qui¨¦n corresponden los derechos sobre parte de las tierras que quedan fuera de la zona de protecci¨®n, y desde hace tiempo no hay acuerdo sobre qui¨¦n puede decidir acerca del uso de la tierra. En octubre habr¨¢ elecciones generales en Tanzania. Por lo tanto, de momento, todo en el pa¨ªs es un asunto pol¨ªtico. Tambi¨¦n el Serengueti.
"Las comunidades de los alrededores a¨²n no obtienen suficientes beneficios del parque nacional", considera Muir. Por eso, Tanapa y ZGF llevan a?os intentando poner en marcha fuentes de ingresos alternativas compatibles con la protecci¨®n de la naturaleza.
Por ejemplo, en Nyichoka, un pueblo situado a unos 30 kil¨®metros al oeste del parque, los miembros del Sinduka Cocoba Group est¨¢n sentados alrededor de una mesa redonda en la cual hay una caja de metal azul cerrada con tres candados. Celebran un ritual determinado y luego se abre la caja. Aparecen cuatro bolsas de pl¨¢stico llenas de billetes. Contienen los fondos del "banco para la protecci¨®n de la naturaleza" de la localidad. Por turno, los hombres y las mujeres pagan una cuota ¡ªcomo ellos le llaman¡ª de 4.000 chelines tanzanos (unos dos euros) por cabeza. A continuaci¨®n se cancelan las deudas y se hacen los pagos.
Los miembros del banco se re¨²nen cada s¨¢bado. La raz¨®n de este ir y venir de dinero es que los miembros de la tribu ikoma que viven en el pueblo hacen aportaciones para despu¨¦s conceder microcr¨¦ditos a sus conciudadanos o poder pedirlos ellos mismos. El dinero lo invierten en proyectos para ganarse la vida. La ¨²nica condici¨®n para recibir la inyecci¨®n financiera es que las iniciativas no sean perjudiciales para la naturaleza.
Por ejemplo, con la ayuda del cr¨¦dito, Agnes Marongoli y su marido, Maro, han construido un peque?o centro cultural. Delante de una de las caba?as tradicionales que ellos han edificado, un grupo de baile ejecuta el singori, una danza en acci¨®n de gracias por la cosecha. Los turistas acuden a comprar artesan¨ªa y escuchar los antiqu¨ªsimos mitos sobre los animales de los ikoma. Adem¨¢s, los Marongoli venden miel a los hoteles de la zona. Las colmenas tambi¨¦n las han financiado con los microcr¨¦ditos.
"?ramos cazadores", dice Marongoli. "Ahora sacamos provecho de los turistas que vienen a nuestras tiendas". Para ella, que nunca ha recibido educaci¨®n, el negocio es rentable. Gracias a ¨¦l, puede enviar a sus ocho hijos a la escuela.
Las comunidades de los alrededores de Nyichoka han convertido todas sus tierras en reservas de fauna salvaje y han renunciado deliberadamente a la agricultura, la caza y la ganader¨ªa. Son territorios que lindan con el parque nacional y que funcionan como una especie de "franja de seguridad" para el ¨¢rea protegida. Los animales se benefician de la ampliaci¨®n de su espacio vital, mientras que las comunidades pueden alquilar sus tierras a las empresas tur¨ªsticas. En el ¨¢rea se han construido ocho campamentos de lujo para visitantes.
De esta manera, en los ¨²ltimos a?os se ha obtenido alrededor de medio mill¨®n de d¨®lares netos para las arcas de la comunidad, asegura Masegeri Rurai, que trabaja para ZGF custodiando el ?rea Ikona de Gesti¨®n de la Vida Salvaje.
En cambio, el turismo dentro del propio parque no reporta ning¨²n provecho a la poblaci¨®n local. Con los beneficios, Tanapa financia sobre todo el mantenimiento de los otros 15 parques nacionales de Tanzania que apenas tienen ingresos.
La protecci¨®n de la naturaleza es cara y el turismo debe financiarla. Pero, ?c¨®mo mantener el equilibrio? En temporada alta, en la reserva Masai-Mara de Kenia los todoterreno forman largas colas delante de cada manada de leones. En comparaci¨®n, el Serengueti parece deshabitado, y as¨ª es como all¨ª quieren que sea.
Al regresar a Seronera, Godson Kimaro, jefe del departamento de turismo del Serengueti, ya est¨¢ esperando. "Queremos tener m¨¢s visitantes", dice, "pero tambi¨¦n que el turismo sea sostenible". En el parque hay unas 2.700 camas repartidas en unos 120 campamentos para safaris. Kimaro proyecta a?adir alrededor de 550 camas m¨¢s en los pr¨®ximos a?os. Despu¨¦s ya ser¨¢ suficiente.
Asimismo, quiere hacer m¨¢s atractiva la oferta para los visitantes. Adem¨¢s de los recorridos recreativos tradicionales, actualmente hay ya excursiones en globo. Algunas de las ideas que rondan por la cabeza de Kimaro son los cursos especiales de fotograf¨ªa de animales, las excursiones de varios d¨ªas a pie o las cenas en plena naturaleza.
Tanta exclusividad se tiene que pagar como corresponde. Solo la entrada al parque cuesta 55 euros al d¨ªa. A eso hay que a?adir la pernocta, que en las tiendas de los campamentos puede costar 450 euros por una noche. Quien prefiera estar bajo un techo de verdad puede pagar f¨¢cilmente el doble.
Eso explica que los hu¨¦spedes del Four Seasons Safari Lodge Serengeti, una instalaci¨®n hotelera situada al norte de Seronera, procedan casi exclusivamente de otros continentes. Desde la amplia terraza con sus aristocr¨¢ticos rincones para sentarse se ve la resplandeciente piscina azul celeste. M¨¢s abajo, a apenas 10 metros detr¨¢s de ella, hay un bebedero artificial que se alimenta del agua depurada que se usa en el hotel.
Esta tarde ha aparecido por all¨ª una manada de elefantes, adem¨¢s de impalas y un grupo de b¨²falos cafre. A lo lejos pasan las jirafas. El Sol se pone lentamente. Los camareros traen bebidas fr¨ªas. El soplo de una brisa c¨¢lida envuelve a los turistas. Es la perfecta estampa africana en la que no faltan las acacias que se dibujan contra el cielo. Tal vez este sea precisamente el destino de la naturaleza salvaje: solo se podr¨¢ conservar en forma de postal kitsch, como un lugar al que escapar temporalmente de la civilizaci¨®n.
"Pero la naturaleza seguir¨¢ siendo eternamente importante para nosotros", escrib¨ªa Grzimek en su libro sobre el Serengueti. Por el contrario, las preocupaciones pol¨ªticas solo viven "una existencia entre las letras" de los libros de historia. "Sin embargo, que los ?us sigan golpeando las estepas con sus pezu?as y los leopardos rujan en la noche siempre significar¨¢ algo para los seres humanos".
? 2015 Der Spiegel. Distribu¨ªdo por The New York Times Syndicate.. Traducci¨®n de News Clips.
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