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reportaje

Juli¨¢n Grimau, el ¨²ltimo muerto de la guerra civil

Los hechos y la vida de un comunista, fusilado hace catorce a?os, que todav¨ªa son motivo de pol¨¦mica

El 20 de abril de 1963, a las cinco y media de la madrugada, suena una descarga en el pol¨ªgono de tiro de Carabanchel (Madrid). Un hombre cae muerto. Un pelot¨®n de soldados acaba de ejecutar una sentencia dictada, veinticuatro horas antes, por un consejo de guerra. La pena de muerte es impuesta por el delito de ?rebeli¨®n militar continuada?. El delito hab¨ªa comenzado el 18 de julio de 1936 y hab¨ªa terminado el 7 de noviembre de 1962, cuando el hombre fue detenido. La persona que se hab¨ªa negado a conmutar la pena de muerte fue la misma que veinticuatro a?os antes (el 1 de abril de 1939) firmaba un parte donde se dec¨ªa: ?La guerra ha terminado.? Se llamaba Francisco Franco. El ejecutado, en realidad el ¨²ltimo muerto de la guerra civil, se llamaba Juli¨¢n Grimau Garc¨ªa. Era miembro del Comit¨¦ Central del Partido Comunista de Espa?a (PCE). Catorce a?os despu¨¦s, uno de sus camaradas en la lucha clandestina, Jorge Sempr¨²n, publica un libro de autocr¨ªtica y esc¨¢ndalo, en el que se refiere al tema de la detenci¨®n del dirigente comunista con matices pol¨¦micos. ?Qu¨¦ queda de Juli¨¢n Grimau? ?Un mito o una piedra de esc¨¢ndalo? Jos¨¦ Antonio Nov¨¢is, que sigui¨® el proceso como corresponsal de Le Monde en Espa?a y uno de los autores del libro ?Qui¨¦n mat¨® a Juli¨¢n Grimau?, evoca los hechos y la personalidad del dirigente comunista fusilado.

A un hombre no se le puede reducir a s¨ªmbolos. Lo que siempre que?dar¨¢ de un hombre es su recuer?do, y para aquellos que milita?ban en sus mismas filas, su ejem?plo. Angela Mart¨ªnez, su esposa, as¨ª lo intu¨ªa. El 29 de abril de 1963, muy reciente a¨²n la muerte de Grimau, daba las gracias a la novia de Amandino Rodr¨ªguez Armada, su abogado civil y la persona que m¨¢s trato tuvo con Grimau despu¨¦s de su detenci¨®n, por el p¨¦same. A Esperanza, hoy esposa del letrado, le escrib¨ªa: ?Fortaleza tenemos mucha, como ¨¦l hubiese deseado, como ¨¦l nos ha dejado el ejemplo para siempre.?

Juli¨¢n Grimau, en el momento que le quita?ban la vida, ten¨ªa 52 a?os. Hab¨ªa nacido en Madrid el 11 de febrero de 1911. Ocho herma?nos compon¨ªan la familia, que era oriunda de Segovia. Su padre, licenciado en Derecho, opo?sit¨® al Cuerpo General de Polic¨ªa y lleg¨® a ser comisario de polic¨ªa en Barcelona. Hombre de ideas liberales, abandon¨® la polic¨ªa en la ¨¦poca de Mart¨ªnez Anido por no estar de acuerdo con los m¨¦todos del entonces gobernador civil de Barcelona. Para alimentar familia tan numero?sa se dedic¨® a trabajar en el campo editorial. Lleg¨® a ser director-gerente de la empresa Ibero-Americana de Publicaciones. Durante la guerra ocup¨® diversos cargos oficiales a las ¨®rdenes del Gobierno de la Rep¨²blica.

En este cuadro Grimau tuvo que abandonar sus estudios a los catorce a?os para ayudar al mantenimiento de la familia. Trabaj¨® en varias editoriales y lleg¨® a ser subgerente de una de ellas en La Coru?a. En la ciudad gallega, Grimau asiste a conferencias y se interesa por la problem¨¢tica de Galicia. Llega a estudiar galle?go en una gram¨¢tica que le presta un dirigente de la organizaci¨®n autonomista gallega ORG A, a la que acab¨® perteneciendo. De vuelta a Ma?drid, y proclamada la II Rep¨²blica, se afilia al Partido Republicano Federal. A partir del 18 de julio de 1936 la historia de su vida es pr¨¢ctica?mente el acta de acusaci¨®n que el fiscal militar ley¨® en el consejo de guerra.

Recuerdo muy bien la acusaci¨®n fiscal. El 18 de julio Grimau pertenece al Partido Republi?cano Federal y participa con las milicias en el asalto del cuartel de la Monta?a. Despu¨¦s de un corto per¨ªodo en el frente, por orden de su par?tido, hace en el mes de agosto oposiciones a la polic¨ªa e ingresa en la Brigada de Investigaci¨®n Criminal, de la cual es jefe al terminar la guerra en Barcelona. En el mes de octubre de 1936 Grimau se afilia al Partido Comunista. Seg¨²n el fiscal, durante su permanencia en la Brigada hab¨ªa detenido gente ?adicta al Glorioso Movi?miento Nacional?; hab¨ªa requisado joyas de personas que no hab¨ªan querido entregarlas al Gobierno de la Rep¨²blica; se hab¨ªa infiltrado en organizaciones clandestinas nacionales para desarticularlas y hab¨ªa entregado miembros de las mismas a los tribunales populares, que las condenaron a muerte.

Estas personas, prosigue el fiscal, antes de ser entregadas a la justicia hab¨ªan sido torturadas, muchas veces, personalmente por el acusado, en una cheka de la cual era jefe. Refugiado en Francia, se va a Am¨¦rica del Sur (concretamen?te a Cuba), ?donde no pierde contacto con el Partido Comunista?, y regresa a Europa en 1943. En 1957 es miembro del Comit¨¦ Central del PCE. Se instala en Francia y hace frecuentes viajes clandestinos a Espa?a, ?protegido por la incomprensible beligerancia de las naciones que se llaman amigas?. En 1959, cuando Sim¨®n S¨¢nchez Montero es detenido, le hacen m¨¢ximo responsable del aparato clandestino del partido. (El fiscal o la polic¨ªa estaban confundidos: el m¨¢ximo responsable era Jorge Sempr¨²n.) Si?guiendo la l¨ªnea del VI Congreso, intenta orga?nizar huelgas pac¨ªficas, formar c¨¦lulas en las f¨¢bricas, contactar intelectuales y formar ju?ventudes comunistas. Grimau recibe de su par?tido 5.000 pesetas mensuales para vivir.

Tras esta serie de delitos, al fiscal militar se le olvid¨® decir, o quiz¨¢ no lo sab¨ªa, que en Cuba perdi¨® a su padre, que hab¨ªa emprendido el exilio con ¨¦l. Que en Espa?a, en la posguerra, hab¨ªa perdido a su mujer y a su hijo, que, como tantas familias de vencidos, no pudieron sobre- vi vir a los duros d¨ªas de los a?os del hambre. Que se hab¨ªa vuelto a casar en Par¨ªs y que ten¨ªa dos hijas de diez y de ocho a?os, Dolores y Carmen. Que su mujer se llamaba Angela Mart¨ªnez, pero que, por vivir clandestina en Francia, ten¨ªa que firmarse Angeles Campillo.

?Qu¨¦ hace un dirigente pol¨ªtico en la clan?destinidad? En todos los partidos y en todas las latitudes, m¨¢s o menos lo mismo: tener un refu?gio seguro, tomar los contactos precisos, hacerse notar lo m¨ªnimo. Grimau ten¨ªa el refugio: una casa en Madrid, en Pedro Heredia, 27, donde el PCE hab¨ªa comprado un peque?o piso a nom?bre de Manolo Azaustre y su esposa, Mar¨ªa Tudor. Los Azaustre eran unos militantes es?pa?oles que viv¨ªan en Francia (a¨²n viven en Loiret) y que no ten¨ªan antecedentes policiales. Hab¨ªan aceptado venir a Espa?a para que su casa sirviera de vivienda a dirigentes comunis?tas.

Su sobrina Angela Azaustre, entonces era adolescente, trabaja hoy como administrativa en el Colegio de Abogados de Madrid. ?Si, me acuerdo muy bien de Grimau. Claro que en?tonces no sab¨ªa qui¨¦n era. Le ve¨ªa frecuente?mente en casa de mis t¨ªos. Su habitaci¨®n era muy sencilla. Una mesa, una cama, un armario. En la mesa, siempre llena de peri¨®dicos, ten¨ªa una m¨¢quina y una radio. Com¨ªa con mis t¨ªos y yo a veces con ellos. Grimau era muy simp¨¢tico, educado, sensacional. Era un hombre que sab¨ªa estar. Nunca me habl¨® de pol¨ªtica.? Durante las comidas sin la sobrina, Manolo Azaustre, que trabajaba como ch¨®fer, tendr¨ªa las mismas charlas que evoca Sempr¨²n, hu¨¦sped tambi¨¦n del matrimonio en su ¨¦poca clandestina. Ma?nolo evocaba sus recuerdos del exilio. Joven soldado republicano, en 1939 hab¨ªa conocido los campos de concentraci¨®n del sur de Francia. Al estallar la guerra mundial los franceses le enrolaron en una compa?¨ªa de trabajo militari?zada. Aniquilado el Ej¨¦rcito franc¨¦s, Manolo, como tantos otros rojos espa?oles, fue enviado por los alemanes al campo de exterminio de Mathausen. All¨ª murieron miles de espa?oles. Manolo sobrevivi¨®.

De Mar¨ªa Tudor nos recordamos nosotros. La vimos, junto con su marido, en el consejo de guerra que los juzg¨® pocas semanas antes que a Grimau. Mar¨ªa, que entonces ten¨ªa 41 a?os, era vivaracha. Hablaba firme ante sus jueces: ?Cuando Juli¨¢n estaba en casa se pasaba la vida leyendo o escuchando las emisiones de la BBC de Londres, en un transistor que yo le prestaba. Cuando no ven¨ªa a cenar yo le dejaba preparada la cena.? Sempr¨²n tambi¨¦n rememora las cenas que le dejaban preparadas cuando volv¨ªa tarde a casa. ?Mar¨ªa me dejaba preparada en el co?medor una cena fr¨ªa. Lo hac¨ªa con esmero y con cari?o, variando los platos de pescado y de car?ne, aderezando riqu¨ªsimas ensaladas, ya que esa era la ¨²nica forma en que pod¨ªa manifestar su participaci¨®n en el trabajo del partido. La ¨²nica manera de expresar su condici¨®n de comunista que hab¨ªa aceptado regresando al pa¨ªs para esa tarea an¨®nima y humilde, pero no desprovista de riesgos ni tampoco de importancia.? A Ma?nolo se le impuso una condena de doce a?os ¡ªel fiscal s¨®lo hab¨ªa pedido diez¡ª; a Mar¨ªa, un a?o de prisi¨®n. Un a?o que pasar¨ªa en la prisi¨®n de mujeres de Ventas, a pocos metros de la casa de Pedro Heredia.

?Guardaba Grimau las otras dos reglas de la clandestinidad? ?Tener los contactos precisos, hacerse notar lo m¨ªnimo? Seg¨²n Sempr¨²n, no. En su Autobiograf¨ªa escribe: ?En aquel per¨ªo?do? (primavera del 62) ?me hab¨ªa llamado la atenci¨®n, en los m¨¦todos de trabajo de Grimau, una reciente y creciente propensi¨®n de su parte a la imprudencia y a la precipitaci¨®n. As¨ª, por ejemplo, Grimau se pasaba todos los d¨ªas de?masiadas horas en la calle, de cita en cita. Adem¨¢s de los peligros que esto entra?a, cuan?do se produce sistem¨¢ticamente, era f¨¢cil supo?ner que apenas le quedar¨ªa tiempo a Grimau para reflexionar sobre los problemas pol¨ªticos, las experiencias de su propio trabajo, a cuyo estudio dedicaba m¨¢s tiempo durante la primera ¨¦poca de su estancia en Madrid. Por otra parte, y por si no bastara lo anterior, Grimau ten¨ªa la dichosa costumbre de tomar directa y personalmente contacto con los grupos comu?nistas irregulares, desgajados de la organizaci¨®n por una u otra raz¨®n, que iban surgiendo ac¨¢ y all¨¢, bastante numerosos en aquella ¨¦poca. En cuanto le hubieran indicado la existencia de alguno de esos grupos y el nombre y direcci¨®n de alguno de sus componentes, ya estaba Gri?mau tir¨¢ndose a la calle y present¨¢ndose en casa del compa?ero de marras.?

A pesar de la poca simpat¨ªa con que Sempr¨²n trata a Grimau, reconoce: ?Se me dir¨¢, tal vez, que ese defecto de Grimau era el reverso de su abnegaci¨®n en el trabajo, de su esp¨ªritu de lucha. Sin duda...? Y m¨¢s tarde a?ade: ?Sab¨ªa, por ejemplo, por ser evidente, que Grimau era un hombre entregado totalmente al trabajo del partido, religiosamente fiel al partido.? Federi?co Melchor, director de Mundo Obrero y miem?bro del Comit¨¦ Ejecutivo del PCE, no piensa lo mismo que Sempr¨²n en cuanto a la supuesta imprudencia de Grimau. Afirma: ?La seriedad, el esp¨ªritu de responsabilidad, la repulsa a toda improvisaci¨®n, el af¨¢n de conocer los hechos reales... caracterizaban las opiniones de Juli¨¢n Grimau.?

Amandino Rodr¨ªguez Armada, el letrado que defendi¨® a Grimau hasta el l¨ªmite de todas las posibilidades, y en una ¨¦poca en donde la defensa de un dirigente comunista no era tarea f¨¢cil, nos dice: ?Desde que me encar?gu¨¦ de su defensa y logr¨¦ comunicar por vez primera con Juli¨¢n Grimau, el 29 de noviembre de 1962, lo que no fue f¨¢cil, estuve en contacto con ¨¦l casi diariamente, puedo dar fe de su sencillez y simpat¨ªa, de su curiosidad y humanismo. Su tes¨®n de lucha hasta el final.?

Nosotros lo vimos un jueves, 18 de abril, que amaneci¨® lluvioso, frente a unos jueces que le iban a condenar a muerte. Con voz suave y firme dijo: ?Yo estoy trabajando desde que tengo catorce a?os. Sal¨ª de Espa?a pobre y he vuelto pobre. No he matado ni torturado a na?die. Me hice polic¨ªa por estimarlo m¨¢s fruct¨ªfero para nuestra causa y por disciplina. Soy comu?nista y lo seguir¨¦ siendo toda mi vida. Actuar¨¦ como comunista cada vez que tenga la oportu?nidad.?

Juli¨¢n Grimau fue detenido en Madrid el 7 de noviembre de 1962. Concretamente, en la plaza de Manuel Becerra (hoy plaza de Roma), despu¨¦s de tener una cita con un militante co?munista llamado Lara, que, al parecer, le denun?ci¨® a la polic¨ªa. Lara era uno de los responsables del PCE en una amplia zona que se extend¨ªa en torno a Manuel Becerra. Lara hab¨ªa sido dete?nido por la Brigada Pol¨ªtico-Social y tratado, antes de su cita con Grimau, por los m¨¦todos que sol¨ªa emplear.

Rodr¨ªguez Armada recuerda la detenci¨®n, tal como se la cont¨® el propio Grimau, en el Hospital Penitenciario de Yeser¨ªas: ?Grimau?, dice el letrado, ?era un ¨¢gil y gran conversador. Un d¨ªa me cont¨® su ca¨ªda? (seg¨²n la versi¨®n oficial, Grimau se arroj¨® por una ventana de la Direcci¨®n General de Seguridad, mientras era interrogado). ?No se la explicaba. Como de costumbre, el d¨ªa que le detuvieron hab¨ªa to?mado las m¨¢ximas precauciones antes de acudir a la cita. Reconocido el terreno.? ? La cita con un camarada?, dec¨ªa Grimau, ?era a las cuatro de la tarde. Antes de esa hora, aproximadamente a las tres y diez de la tarde, me encamin¨¦ desde las proximidades del metro de Goya, por dicha calle, hasta la avenida de Doctor Esquerdo.

Continu¨¦ en direcci¨®n a la plaza de Manuel Becerra. Antes de llegar torc¨ª a la izquierda, por la calle Ayala, hasta la esquina con Don Ram¨®n de la Cruz. Torc¨ª a la derecha, hasta Montesa. Volv¨ª a torcer a la derecha y, por esta calle, atraves¨¦ Alcal¨¢ hasta la esquina con Hermosilla. All¨ª, en un bar, tome un caf¨¦ solo y encend¨ª otro pitillo. Sub¨ª por la Fuente del Berro, cruc¨¦ de nuevo Alcal¨¢, emprend¨ª mi camino por M¨¢rtires Concepcionistas hasta la esquina con Francisco Silvela. Desde all¨ª me dirig¨ª al lugar de la cita. Concretamente enfrente del cine Ro ma. Me entrevist¨¦ con el camarada citado.?' ??No ser¨ªa Lara?, le dijo el abogado. Grimau estaba remiso a dar el nombre. Despu¨¦s de pensarlo, dijo: ?S¨ª, efectivamente. ?Por qu¨¦?? Rodr¨ªguez Armada le manifest¨® que se pensaba que Lara hab¨ªa sido su delator. ?Grimau, re?cuerda el abogado, enrojeci¨® ligeramente. Qued¨® pensativo largo rato. Murmur¨® entre dientes: ?Me parece muy extra?o, pero ahora que pienso, pudiera ser?, aunque matiz¨® dubi?tativo: ?Lara es un antiguo camarada que pa?rec¨ªa digno de toda mi confianza. Es hombre que se ha pasado varios a?os en la c¨¢rcel. Tiene una personalidad modesta y discreta, nada am?bicioso y hombre que, seg¨²n todos los datos, le gustaba pasar inadvertido. Bueno, no conviene precipitarse. Hay que analizar todo serenamen?te.?

Grimau y Lara charlan unos minutos. Gri?mau le entrega cierta documentaci¨®n. Concier?tan una cita para el d¨ªa siguiente. Se separan. ?Un momento, Amandino?, dice Grimau, ?ahora recuerdo que Lara estaba excesivamen?te nervioso. Miraba frecuentemente hacia un lado y otro. Le ofrec¨ª un cigarrillo y lo cogi¨® maquinalmente. No acertaba a encenderlo. Se lo encend¨ª yo.? Grimau, que era un inveterado fumador, a?ade: ?Ahora recuerdo que Lara fumaba tabaco negro y el que yo le ofrec¨ª era rubio. Mire usted, antes no se me hubiera ocu?rrido.? Pero Grimau cambia r¨¢pidamente de tema. Vuelve a su relato. ?Me desped¨ª de Lara y lom¨¦ el autob¨²s n¨²mero dieciocho, que hace el recorrido hasta Cuatro Caminos. Era un d¨ªa que me sent¨ªa particularmente feliz. Recitaba in mente una poes¨ªa de Pablo Neruda, Canto de amor a Stalingrado. Al llegar a la altura de la glorieta Ruiz de Alda pens¨¦: "?Qu¨¦ pocos via?jeros!"? (concretamente seis; los miembros de la polic¨ªa Garc¨ªa Salabert, M¨ªnguez Gonz¨¢lez, Olaz¨¢bal Cort¨¢zar, S¨¢nchez Campanero, Juan Antonio de la Torre y Gil Guti¨¦rrez). ?Al llegar a la plaza de la Rep¨²blica Argentina empec¨¦ a teclear con los dedos en la cerradura de mi car?tera de mano. Un se?or sentado a mi izquierda me dijo: "No siga usted tecleando, porque saldr¨¢ la clave." "No hay clave", contest¨¦. Inmediata?mente me di cuenta que hab¨ªa sido atrapado. Intent¨¦ bajar en la pr¨®xima parada, pero no me dejaron. En la avenida de Raimundo Fern¨¢ndez Villaverde me obligaron a apearme antes de llegar a la glorieta de Cuatro Caminos. Me. metieron en un taller mec¨¢nico, donde uno de los polic¨ªas pidi¨® permiso para llamar a la Direcci¨®n General de Seguridad. Yo grit¨¦: "?No han detenido a ning¨²n chorizo, sino a un comu?nista y honrado ciudadano!" A los pocos minutos lleg¨® un lujoso coche y me encaminaron a la Puerta del Sol.?

Grimau, en el momento de detenerle, llevaba la cantidad de 13.455,90 pesetas y un carnet de identidad a nombre de Emilio Hern¨¢ndez Gil, de 51 a?os de edad, tip¨®grafo, hijo de Enrique y de Mar¨ªa, natural de Madrid.

Del intento de suicidio de Grimau en la Di?recci¨®n General de Seguridad, lo que material?mente parece imposible, dadas las condiciones de la habitaci¨®n donde la polic¨ªa dijo que se hab¨ªa arrojado (el Juzgado de Instrucci¨®n n¨²mero ocho le abri¨® un sumario por intento de suicidio), o de su defenestraci¨®n se ha escrito mucho. Rodr¨ªguez Armada, que represent¨® a Grimau ante el juez de instrucci¨®n y que toma apuntes de sus conversaciones cotidianas con Grimau, nos dice: ?Mi propio cliente no recor?daba los hechos.? El abogado, que tras una dura lucha burocr¨¢tica logr¨® ver por vez primera a su cliente el 29 de noviembre, en la prisi¨®n peni?tenciaria de Yeser¨ªas, nos cuenta: ?Llegu¨¦ a la sala de traumatolog¨ªa, acompa?ado del notario don Benjam¨ªn Arnaiz. Sin entrar en la sala de traumatolog¨ªa propiamente dicha, bordeamos un pasillo, al final del cual se encontraba una habitaci¨®n. Frente a la puerta, unas personas con uniformes de reclusos permanec¨ªan senta?das. Entramos en la habitaci¨®n y en la cama aparec¨ªa un hombre cuyo cuerpo apenas se no?taba bajo la ropa que le cubr¨ªa. Lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n eran dos expresivos ojos que se destacaban de la masa de vendajes semicubiertos de sangre seca y que le envolv¨ªan mate?rialmente la cabeza. El director del estableci?miento precis¨®: "Este se?or se tir¨® hace unos d¨ªas por una ventana de la Direcci¨®n General de Seguridad." Grimau respondi¨® con iron¨ªa: "Se ve que est¨¢ usted mejor informado que yo." El notario redact¨® el poder que me otorgaba Gri?mau y requiri¨® su firma. Uno de los enfermeros levant¨® las mantas que le cubr¨ªan. El es?pect¨¢culo era impresionante: ambos brazos aparec¨ªan totalmente escayolados (m¨¢s tarde, cuando le quitaron la escayola, pude ver que a¨²n ten¨ªa en las mu?ecas cicatrices de las espo?sas), estaban escayolados desde el hombro a la punta de los dedos, lo que le imped¨ªa firmar, por lo que hubo de introducirle entre el ¨ªndice y el pulgar de la mano un pincelito empapado en tinta y despu¨¦s introducirle el folio para que grabase sus huellas.?

El abogado cuando habl¨¦ con Grimau, ¨¦ste tampoco se acor?daba. Me dijo: "Al llegar a la Direcci¨®n General de Seguridad entramos en el primer piso y despu¨¦s subimos y bajamos por una escalera hasta los s¨®tanos. Me fotografiaron. Cogieron mis hue?llas dactilares y se me hizo la primera ficha. Un agente me dijo: "Se ve que has prosperado mu?cho." Contest¨¦: "Si se refiere usted a que he prosperado como hombre y comunista, no pue?do negarlo." Pasamos a una habitaci¨®n para tomarme declaraci¨®n. Creo recordar que en esencia dije: "Me llamo Juli¨¢n Grimau Garc¨ªa. Soy miembro del PCE y me encuentro en Es?pa?a cumpliendo una misi¨®n de mi partido. No dir¨¦ nada m¨¢s." Uno de los agentes all¨ª presen?tes me dijo: "A ti pronto te vamos a matar."

Otro, poni¨¦ndose un guantelete, me pregunt¨®: "?C¨®mo quieres que te pegue, como funciona?rio o como m¨¦dico?" (Grimau, m¨¢s tarde, dice Rodr¨ªguez Armada, crey¨® reconocer a uno de los m¨¦dicos de la prisi¨®n de Yeser¨ªas como el hombre del guantelete). "Despu¨¦s todo lo em?pec¨¦ a ver como en sue?os", prosigue Grimau. "Recuerdo algo as¨ª como un largo pasillo donde se pod¨ªa apreciar un patio en el cual unos obre?ros estaban realizando trabajos de alba?iler¨ªa. Pero todo muy desva¨ªdo, como entre brumas. Me daba la impresi¨®n de que caminaba como por un paso elevado o algo as¨ª. Al final del mis?mo percib¨ªa como unos cortinajes negros. Despu¨¦s todo se volvi¨® oscuro, como en tinie?blas. Cuando recobr¨¦ el conocimiento no sab¨ªa d¨®nde estaba. Permanec¨ª varios d¨ªas semiinconsciente. Muy lentamente me fui dando cuenta de mi estado f¨ªsico."?

?Mi convicci¨®n es que no se tir¨® por la venta?na?, dice el letrado. ?Mire usted este parte del forense.? El parte, firmado por el doctor Mart¨ªnez Selles, el 15 de noviembre de 1962, dice as¨ª: ?Su estado ha mejorado, aunque no hay que descartar complicaciones. En cuanto al origen de las lesiones, el examinado no tiene otras equimosis que las de la cabeza y las ma?nos. Las primeras, por el choque directo de alg¨²n objeto duro, y las segundas, por el movi?miento instintivo.? ?Pero un hombre?, dice el abogado, ?que, seg¨²n la versi¨®n de la polic¨ªa, se arroja de cabeza contra el cristal de una venta?na es extra?o que no tenga ninguna cortadura en la cara o en los brazos o en el cuerpo.?

El 4 de enero tres m¨¦dicos franceses, los doc?tores Fromusa, Luffite y Sakka, intentan ver a Grimau en Madrid. No lo consiguen. Pero lo?gran hablar con los m¨¦dicos traumat¨®logos en Yeser¨ªas. A su vuelta a Par¨ªs declaran: ?Es to?talmente inveros¨ªmil la tesis del suicidio. Todo hace pensar que los polic¨ªas que torturaron al se?or Grimau, crey¨¦ndole muerto, intentaron desembarazarse del cad¨¢ver, defenestr¨¢ndolo.?

?Su mayor preocupaci¨®n?, concluye Rodr¨ªguez Armada, ?era su mujer y sus dos hijas. Pensaba en lo que estar¨ªan sufriendo. Un d¨ªa le llev¨¦ una carta de su esposa dici¨¦ndole que le estaba haciendo un jersey y le iba a com?prar unas zapatillas para que no pasara fr¨ªo. Al recibirlos le contest¨®: "He recibido el jersey. Es muy bonito y de abrigo. Tambi¨¦n las zapatillas. Te lo agradezco mucho, pero eso es mucho gasto para ti y esto me inquieta."? El abogado hace una pausa. Contin¨²a: ?Fue dicho jersey el que llevar¨ªa, como una reliquia, el d¨ªa de su fusila?miento. Con ¨¦l fue enterrado. Las zapatillas acompa?ar¨ªan a Grimau la ¨²ltima noche de su vida.? Sigue recordando: ?Ante todo, era un comunista. A pesar de saber su causa perdida, no desperdiciaba la menor ocasi¨®n para dar una batalla.?

Nosotros recordamos a Grimau ante sus jue?ces cuando, una vez pedida la pena de muerte por el fiscal, al preguntarle si ten¨ªa algo que alegar, Grimau intent¨® explicar al consejo cu¨¢les eran las tesis del PCE sobre el Ej¨¦rcito. El ponente, el entonces comandante Manuel Fern¨¢ndez Mart¨ªn, hoy expulsado del Ej¨¦rcito, le interrumpi¨®: "Eso no viene al caso."?

?Hablaba bien de todos sus camaradas?, si?gue Rodr¨ªguez Armada; ?de Dolores Ib¨¢rruri, de Santiago Carrillo, de Enrique L¨ªster, de quien dec¨ªa que era una "fuerza de la naturaleza desatada, pero que a pesar de su aspecto impo?nente ten¨ªa alma de ni?o".?

Hemos ido a ver a Enrique L¨ªster. El hombre que inspir¨® un verso a Machado aparenta a sus sesenta a?os el vigor y la fuerza de un hombre de cincuenta. Su voz es lenta. Est¨¢ en un peque?o cuchitril rodeado del Comit¨¦ Ejecutivo del PCOE. Se r¨ªe: ?Como ve, el oro de Mosc¨² no da para m¨¢s.? Despu¨¦s se ensombrece: ?De Grimau no quiero decir nada. Ni siquiera s¨¦ si tratar¨¦ de ¨¦l en el segundo tomo de mis memo?rias, donde explico todos los cr¨ªmenes de Carri?llo'? La palabra de Carrillo parece encabritar al viejo militar. ?De Carrillo?, me dice, ?se puede esperar todo.?

El 18 de abril de 1963 se abre el consejo de guerra contra Juli¨¢n Grimau. Amandino Rodr¨ªguez Armada (entonces los civiles no pod¨ªan defender en consejos de guerra) se sen?taba en el estrado por deferencia del presidente del consejo. La defensa la hab¨ªa asumido el entonces capit¨¢n Alejandro Rebollo Alvarez Amandi, militante muy conocido de la Acci¨®n Cat¨®lica. Hoy, Rebollo ha dejado el Ej¨¦rcito, es abogado del Estado y director general de Co?rreos. Despu¨¦s de la lectura del acta de acusaci¨®n, de no comparecer ning¨²n testigo, por no haber sido citados, el fiscal, con voz temblorosa, dijo: ?Por lo cual solicito la pena de muerte.? Grimau permanece impasible al escuchar la petici¨®n. Tan s¨®lo sus orejas se enrojecen.

El defensor, el capit¨¢n Rebollo, empieza su defensa. Es un hombre joven, de veintiocho a?os. Al empezar la guerra civil s¨®lo ten¨ªa un a?o. Lo que all¨ª se est¨¢ juzgando es simplemente historia. Su defensa es l¨®gica y valiente. A me?dida que avanza se crece y su oratoria es seguida con atenci¨®n por todos los asistentes. Se?ala que al terminar la guerra el nombre de Grimau no figura en la causa general, ni al terminar la gue?rra ninguna denuncia, ni ning¨²n sumario se hab¨ªa abierto sobre ¨¦l. Niega la ?perversidad? de la que habla el fiscal y el delito de ?rebeli¨®n militar continuada?. ?Grimau?, se?ala, ?se hab¨ªa limitado a servir al Gobierno republica?no, que cre¨ªa leg¨ªtimo.?

La sentencia es confirmada. Nada vale: ni las presiones del extranjero, ni los esfuerzos de la opini¨®n internacional, ni el ¨²ltimo intento de Amandino Rodr¨ªguez, que habl¨® con el Vatica?no pocas horas antes de la ejecuci¨®n. Nada. Parece ser que Grimau deb¨ªa morir por razones de Estado.

En la madrugada del 20 de abril Grimau se encuentra en el pol¨ªgono de tiro de Carabanchel. Antes le ha entregado una foto suya a su defensor militar. Al reverso escribe sus ¨²ltimas palabras: ?Al capit¨¢n se?or Rebollo Alvarez Amandi, con todo mi agradecimiento y cordia?lidad. Gracias mil por su defensa. Con verda?dero afecto y respeto. J. Grimau.?

Frente a ¨¦l est¨¢n unos hombres con fusiles. Alguien se acerc a a vendarle los ojos. Grimau se niega. Sus deseos son respetados. Suena la voz de mando: ??Carguen!? (Grimau no titubea.) ??Apunten!? (Grimau sigue firme) ??Fuego!? (Grimau cae abatido.) Un oficial se acerca y le da el tiro de gracia.

Todo queda en silencio. Tres a?os despu¨¦s prescribir¨ªan los delitos cometidos durante la guerra civil. El cad¨¢ver que alumbraban los faros de los camiones, el 20 de abril de 1963, era el cad¨¢ver del ¨²ltimo muerto de la guerra civil espa?ola. Su certificado de defunci¨®n se limita a se?alar que falleci¨® en la fecha indicada. Se encuentra inscrito en el Registro Civil de Carabanchel Alto, secci¨®n tercera, tomo 59, p¨¢gi?na 156.

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