Muerte en escena
Desde el fallecimiento de Moli¨¨re en plena funci¨®n, los supersticiosos huyen del color amarillo y otros muchos artistas han perdido la vida en p¨²blico y sobre el escenario
Hay dos cosas que llaman la atenci¨®n en la muerte de Moli¨¨re, el dramaturgo m¨¢s famoso de la historia de Francia: que se produjera en un teatro, en plena funci¨®n, y que ocurriese mientras interpretaba su obra El enfermo imaginario. El p¨²blico de ese d¨ªa vio desde sus butacas lo mismo que el que hab¨ªa ido a cualquier otra representaci¨®n, pero con una diferencia: esa vez, el autor de El avaro y Tartufo no se levant¨® para irse a su casa al caer la cortina. Desde entonces, los supersticiosos huyen del color amarillo, que era el del traje que llevaba el escritor, y otros muchos artistas han perdido la vida en p¨²blico y sobre el escenario. La actriz y bailarina rusa Edith Webster pas¨® de este mundo al otro en abril de 1922, durante una representaci¨®n en Baltimore, abatida por un ataque al coraz¨®n justo en el instante en que conclu¨ªa su canto de cisne con las palabras ¡°por favor, no hablen de m¨ª cuando me haya ido¡±. Se dice que logr¨® una gran ovaci¨®n, y nadie negar¨¢ que, por mucho que en aquel momento calzase unas zapatillas de danza, muri¨® con las botas puestas. El ¨²ltimo en apagarse bajo la luz de los focos, muy recientemente, ha sido el director de orquesta Israel Yin¨®n, que cay¨® desde su podio al piso de la sala de conciertos de Lucerna, Suiza, en la que actuaba, como fulminado por un rayo y mientras sonaba la Sinfon¨ªa alpina de Richard Strauss.
Uno se puede ir a la tumba con los deberes hechos, tras poner el punto final a su trabajo, como seg¨²n la leyenda se supone que hizo Marcel Proust con En busca del tiempo perdido; o puede quedarse a medias en mitad de la gala, algo muy propio de los magos a los que les falla el truco: en 1918 le ocurri¨® en Londres al famoso Chung Ling Soo, un falso chino que fing¨ªa detener las balas y que cuando una de ellas, aunque fuese de fogueo, le mat¨® de verdad, dijo sus primeras y ¨²ltimas palabras conocidas en ingl¨¦s, la lengua que fing¨ªa no hablar para darse aires ex¨®ticos ante los periodistas y los auditorios: ¡°Oh, Dios m¨ªo, algo ha pasado, bajen el tel¨®n¡¡±. Su colega sudafricano el escapista Karr el Misterioso pereci¨® en 1930 arrollado por un veh¨ªculo que se lo llev¨® por delante sin que le diera tiempo a quitarse en unos segundos, como estaba previsto, la camisa de fuerza que hab¨ªa hecho que le pusiesen. Y la cantidad de ilusionistas que se han enterrado a la vista de una multitud o sumergido en un tanque de agua para no volver a salir a la superficie es muy numerosa. Cabe preguntarse si la excitaci¨®n de saber que podr¨ªan presenciar la muerte en directo es, en parte, lo que lleva a cientos de aficionados al riesgo ajeno a ver los concursos de acrobacias, a las exhibiciones de deportes extremos o, salvando las distancias, a los toros. Siempre hay quien sue?a con poder contar que estaba all¨ª cuando sobrevino la tragedia; incluso ha existido quien tram¨® organizarla, como el dise?ador brit¨¢nico Alexander McQueen, que antes de ahorcarse a los 40 a?os lleg¨® a planear su propio suicidio en la pasarela, seg¨²n ha revelado el bi¨®grafo Andrew Wilson en su libro Blood Beneath the Skin, reci¨¦n publicado en Reino Unido: seg¨²n le cont¨® el modisto espa?ol Sebasti¨¢n Pons, la performance que ten¨ªa en la cabeza llevar a cabo su colega consist¨ªa en aparecer frente a los invitados, al acabar el desfile, encerrado en una caja transparente de metacrilato y pegarse un tiro en la cabeza delante de quienes lo aplaud¨ªan.
Tal vez es que vivimos en un tiempo tan entregado al espect¨¢culo que hasta la muerte se puede convertir en parte del pasatiempo. No hay m¨¢s que ver esas guerras retransmitidas v¨ªa sat¨¦lite a las que nos han acostumbrado, en las que las televisiones se llenan de ciudades verdes observadas desde aparatos que sirven para ver en la oscuridad y explosiones m¨¢s parecidas a unos fuegos artificiales que a un bombardeo. Probablemente, todo esto no es m¨¢s que una forma de sentirnos aliviados, tras comprobar que el cad¨¢ver no es todav¨ªa el nuestro y que podemos aplaudir mientras se acercan las ambulancias¡
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