Por qu¨¦ defienden tus derechos
Dos d¨ªas con un grupo de activistas en riesgo de todo el mundo que encuentran refugio en la Universidad de York
Cuando est¨¢ muy cansada, a Vald¨ºnia le viene un olor que no soporta. A sangre y a flores. El hedor de los velatorios de tantos j¨®venes asesinados en su barrio de S?o Paulo. Y le duelen los antebrazos. Si sue?a que escapa de la muerte en una casa llena de ratas y de insectos sabe que ha vuelto el estr¨¦s..
Vald¨ºnia Paulino Lanfranchi vale medio mill¨®n de reales, o 155.000 euros. Es lo que iban a pagar presuntamente un juez, varios polic¨ªas y un funcionario de Justicia para que unos sicarios eliminasen a la primera mujer defensora del pueblo ante la polic¨ªa de Para¨ªba. La violaron dos veces, como represalia por su trabajo en una casa de acogida que fund¨® para rescatar a j¨®venes prostitutas. Un coche con enmascarados dentro intent¨® expulsar al suyo de la carretera. ¡°Invadieron la casa de mi hermano y retuvieron a mi cu?ada y a mis sobrinos a punta de pistola¡±. Lo cuenta en portu?ol mientras, con su porte ani?ado, alejado de los 47 a?os que tiene, camina de noche por las solitarias aceras de la ciudad medieval de York, en Inglaterra, rumbo a un peque?o apartamento en el que el verde de la selva, los penachos coloridos de los ind¨ªgenas y el rostro de su esposo, un exmisionero comboniano, le miran desde las paredes. Y donde, pese a las pesadillas, a veces concilia el sue?o.
¡°Es emocionante que te digan que por fin pueden dormir por la noche¡±, explica Sanna Ericksson, coordinadora del programa de becas para defensores de derechos humanos en riesgo en el que participa la brasile?a dentro del Centro de Derechos Humanos Aplicados de la Universidad de York. La ayuda es una especie de pasaporte al refugio: entre tres y seis meses de estancia en el campus. Funciona desde 2008 y acoge hasta a 10 defensores por curso. ¡°Traemos aqu¨ª a hombres y mujeres en riesgo, entendido este de manera amplia¡±, prosigue la joven finlandesa en una estancia enmoquetada de la universidad que sirve de comedor. Los defensores no pueden optar directamente a la beca.
Han de ser asociaciones que trabajen en el campo de los derechos humanos los que les presenten. Cuatro entidades ben¨¦ficas brit¨¢nicas adem¨¢s de la Universidad de York han hecho posible que 45 activistas de 33 pa¨ªses hayan podido formarse y compartir su experiencia en estos siete a?os. ¡°Lo que queremos es que vuelvan a sus pa¨ªses fortalecidos, que el aprendizaje les sirva para cambiar o mejorar su estrategia¡±. Pero el peligro est¨¢ ah¨ª y a veces regresan para encontrar la muerte. Como David Kato, un activista LGTB ugand¨¦s que obtuvo la beca en 2010 y fue asesinado a martillazos en su casa.
Vivir en York, pasear por las estrechas calles empedradas, pedalear rumbo a un campus donde la arquitectura juegos, aventurarse en llos parques sin tener que mirar atr¨¢s, ¡ª"eso me contaba un defensor de Honduras", comenta Ericksson¡ª significa lectura, aprendizaje, tiempo para ellos conviviendo con los 15.000 estudiantes de la universidad. Alejados del sicario que estuvo a punto de ejecutarles, de los ojos del Gobierno omnisciente y escrutador, del polic¨ªa que intent¨® atacarles sexualmente. Una isla de calma.
Esta imagen se corresponde al espacio donde un afgano, una sudanesa, un yemen¨ª, una mexicana, un chino y una brasile?a, Vald¨ºnia, se sientan para atender a una clase de escritura creativa. Se trata de un aula circular que ocupa una especie de pen¨ªnsula sobre un lago en el que los patos toman el sol crepuscular. Comparten como se sienten y preparan una performance para el D¨ªa de la Mujer.
En el centro del c¨ªrculo de sillas, la profesora, una joven artista en residencia, ha dejado un calendario, una pasmina, un mapa, un carrete con cordel... Les pide que depositen tambi¨¦n un objeto y que tomen uno que relacionen con la situaci¨®n de las mujeres.
Una mujer alta, con una gorra de punto gris calada se levanta y coge una colorida tela africana, un kitenge.
¡ªEsto ha sido hecho por mujeres, ¡ªdice mientras acaricia el lienzo¡ª, ilustra la creatividad de las africanas. Su gran iniciativa.
Ruth Mumbi posee ese empuje. Hace a?os, su madre le dijo:
¡ªHija m¨ªa, el mundo es m¨¢s grande que la palma de la mano.
Ruth estaba tumbada en la cama de un hospital de Nairobi, machacada a golpes por su marido. Aguantaba las palizas porque no quer¨ªa para su familia el deshonor de contar con una mujer divorciada. ¡°La maternidad es una bendici¨®n¡±, prosigui¨® la madre, ¡°adelante¡±. No solo sobrevivi¨® Ruth con un peque?o negocio callejero de comida (¡°?siempre he cocinado muy bien!¡±, dice con candidez) junto a sus tres hijos. Tambi¨¦n se convirti¨® en una l¨ªder vecinal en el suburbio de Mathare, donde medio mill¨®n de personas comparten existencia con el fango, las chabolas, los asesinatos, las violaciones y los robos. Dirige dos organizaciones humanitarias. Bunge la Wamama Mashiani (BLM) pretende dar voz a las mujeres de estos arrabales para que puedan defender sus derechos. Ha creado tamb¨ª¨¦ grupo de presi¨®n de 5.000 mujeres j¨®venes para incluir sus derechos en la nueva constituci¨®n.
Ahora, a los 34 a?os, la alumna brillante que no pudo estudiar por su matrimonio ha llegado a la universidad. Pese a los nervios, su manera de expresarse revela inteligencia y decisi¨®n. ¡°?Estoy a salvo!¡±, dice, ¡°nunca he tenido tiempo para m¨ª, ahora he podido pensar. Y relajarme¡±. Los amplios espacios del campus ingl¨¦s son un buen contrapunto a su hogar, donde las ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas o arrestos ilegales forman parte del paisaje. Ella estuvo detenida dos d¨ªas por manifestarse en defensa de la mejora de la salud de las madres y tuvo que aguantar como un polic¨ªa le echaba la mano a los genitales cuando la estaban arrestando en otra ocasi¨®n.
Ruth pasa los d¨ªas en York form¨¢ndose en su pasi¨®n, los derechos humanos. Pero se entristece, se emociona, cuando alguno de sus tres hijos (el mayor, de 13 a?os, el menor de ocho), aparece en la pantalla de su ordenador.
Un inquieto hombre chino, que huye de las c¨¢maras y de los m¨®viles, toma un gran carrete de cordel para decir:
¡ªMi madre y mi abuela hac¨ªan ropa. Esto me trae grandes recuerdos.
Tiene unos 30 a?os, un hijo, experiencia como formador en derechos humanos, un gran conocimiento inform¨¢tico y un nombre. Pero se le identifica con una X. Para escapar al espionaje del gobierno de China. ¡°A todos nos tienen vigilados: el email, el tel¨¦fono, por eso no quiero que salga mi foto y deseo mantener un perfil muy bajo¡±, dir¨¢ m¨¢s tarde. X pas¨® un a?o y ocho meses en prisi¨®n. ¡°Las cifras var¨ªan y cambian mucho de una organizaci¨®n a otra, pero hay much¨ªsima gente encarcelada¡±, dice. Las asociaciones humanitarias denuncian que el pa¨ªs ha emprendido la peor ola de represi¨®n desde los a?os noventa. Casi 1.000 personas fueron recluidas en 2014. X es cari?oso, sonriente, habla con un acento con el que se hace entender a duras penas y trabaja muy duro cada noche para ir traduciendo del ingl¨¦s al chino los libros a los que tiene acceso en el campus. No sale. Su tel¨¦fono es solo para hablar con su familia y nada m¨¢s. Sabe que le vigilan. Ni siquiera conoce Londres, a dos horas de tren de York.
El cordel que ha tomado X acaba formando parte de la representaci¨®n, de tal manera que Vald¨ºnia resulta atrapada por una especie de tela de ara?a en la que el carrete pasa de mano en mano. Una red tan intrincada como su largo infierno personal.
De adolescente, la brasile?a comenz¨® a llevar a prostitutas a dormir a casa de sus padres para poder sacarlas de aquella esclavitud. Consigui¨® convencer a Unicef para que comprase un edificio en la que poder acoger a las chicas. Fue el principio de su dilatada carrera como activista y el origen de un calvario. ¡°Entraron muchas veces en las organizaciones donde trabajaba, publicaron mi nombre en el peri¨®dico para difamarme¡±. Vald¨ºnia ejerce el papel de madre del grupo, en el que solo faltan su marido, Renato Paulino Lanfranchi, que ya ha regresado a Brasil y Katsiaryna Borsuk, una bielorrusa, que est¨¢ en Londres, tratando de recabar fondos para su asociaci¨®n de defensa de los derechos gais.
¡ªVoy a tratar de decidir qu¨¦ har¨¦ cuando regrese a Brasil¡ª, dice?Vald¨ºnia. Por mi seguridad, necesitar¨¦ integrarme en una asociaci¨®n m¨¢s grande.
Al d¨ªa siguiente, en otra aula de la universidad, dos activistas de Amnist¨ªa Internacional imparten un taller de dise?o de webs y redes sociales. En el turno de presentaci¨®n, una rotunda mujer, vestida con vaqueros y tocada con unas gafas de pasta, dice:
¡ªNo soy muy buena en Internet, pero estoy muy obsesionada por la seguridad.
Hikma Rabih es una abogada sudanesa de 33 a?os que disfruta de cosas simples como salir a tomar una cerveza o llevar pantalones o la cabeza sin cubrir sin temer que la persigan o que la golpeen, lo que ocurre en su pa¨ªs. ¡°Esta libertad es necesaria¡±, dice, ¡°me encanta tener tiempo libre, siempre he estado muy estresada¡±. En 2009, el gobierno cerr¨® la ONG donde trabajaba con refugiados en Darfur y luego ella, movilizada por la falta de acceso de las mujeres pobres a la justicia, fund¨® un centro de ayuda legal, ACAL. Trata de auxiliar a mujeres sometidas a una variada gama de violencia: desde el matrimonio precoz hasta las sesiones de latigazos por andar por la calle con la cabeza descubierta. Planea quedarse en Reino Unido para cursar un m¨¢ster en Derechos Humanos. Retrasar¨ªa as¨ª su vuelta a uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo, donde ella ha sufrido una sociedad que la juzgaba en el estrado, en la calle, fij¨¢ndose en su color de piel.
Uno de los objetivos de la beca es difundir los problemas que tienen los defensores, comunicar su trabajo y encontrarse con otras organizaciones con las que puedan, potencialmente, colaborar. La universidad dispone de voluntarios, frecuentemente profesores jubilados, para echar una mano con el programa de defensores de derechos humanos. Muchos de ellos atienden una presentaci¨®n que han estado preparando, muy nerviosos, dos de los defensores. Ahmed, un yemen¨ª que se arriesg¨® tratando de detener la violencia tribal que sufri¨® su propio padre, e Irene Miramontes , una joven mexicana que trabaja para hacer patente el feminicidio. Muy seria, sin gafas y maquillada, va desgranando con ayuda de una presentaci¨®n una serie de cifras dur¨ªsimas. El 67% de las mujeres de M¨¦xico han sufrido alg¨²n tipo de violencia. 34.000 han sido asesinadas en 24 a?os, hasta 2009. Cuatro mujeres al d¨ªa.
Irene tiene ahora 29 a?os y es coordinadora ejecutiva de la ONG Justicia para Nuestras Hijas,? una asociaci¨®n que naci¨® hace 13 a?os en Chihuahua, M¨¦xico. All¨ª prepara programas para acompa?ar a las familias de las j¨®venes desaparecidas y trata de difundir, como aqu¨ª en York, el problema y las soluciones. Irene ha luchado desde bien joven contra los obst¨¢culos que le imped¨ªan convertirse en lo que es ahora, licenciada en Relaciones Internacionales. ¡°Yo crec¨ª en una zona en la que no hab¨ªa preparatoria (ense?anza secundaria) y tuve que mudarme a la ciudad. All¨ª trabaj¨¦ limpiando casas y luego en una maquiladora por la noche". Estuvo varios a?os durmiendo cuatro horas escasas. Entre las 2.00, despu¨¦s de salir de la f¨¢brica, y las 6.00, cuando ten¨ªa que levantarse para ir a clase. ¡°Empec¨¦ como voluntaria en la asociaci¨®n y se convirti¨® en mi trabajo, mi pasi¨®n y mi vida".
Ahmed Al-Kolaibi inicia su presentaci¨®n con la fotograf¨ªa de un dep¨®sito de agua tan agujereado a tiros como un colador. El pie de foto reza: "El suministro de agua de mi pueblo". Su aldea, en Yemen, ya estaba sujeta a la violencia tribal antes de que ¨¦l naciera, hace 27 a?os. Las sangrientas disputas entre pueblos vecinos le arrebataron a su padre de muy peque?o. Y Ahmed hizo lo contrario de lo que se esperaba de ¨¦l. Trat¨® de convencer a los j¨®venes de que canalizasen su energ¨ªa en trabajar por la paz. "Pero mi pueblo me consider¨® un traidor. Me robaron la casa y las tierras", dice. Ahmed se sali¨® con la suya. Consigui¨® una tregua entre su aldea y la aldea vecina. Su trabajo de ocho a?os en la llamada Casa de la Paz de Yemen ha dado sus frutos: han conseguido entrenar a 350 agentes del cambio, que trabajan para construir concordia en un pa¨ªs asolado por las revueltas y el fundamentalismo. Una naci¨®n ahora en guerra, tras la incursi¨®n saud¨ª para intentar controlar a los rebeldes Huthis.
Yemen est¨¢ a muchos kil¨®metros de distancia de este auditorio casi lleno a media tarde de un viernes. Pero tambi¨¦n est¨¢ presente junto a este hombre, vestido con traje, a trav¨¦s de la voz de su esposa y el llanto de su hijo, que se han quedado all¨ª. Ahmed mira muy serio al auditorio y concluye:
¡ªYo he perdonado a los asesinos de mi padre. ?Has perdonado alguna vez a quien te ha hecho da?o?
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