Tomando el pulso al periodismo en Sud¨¢frica
Resumen de un encuentro con Defensores del Lector de 18 pa¨ªses, en Ciudad del Cabo, para hablar de lo que nos pide el p¨²blico y los retos que afrontamos
Escuchar a los lectores, atender sus quejas, es un trabajo complejo y solitario. Quiz¨¢s por eso, las reuniones anuales de la asociaci¨®n que agrupa a quienes nos ocupamos de esta tarea (Organization of News Ombudsmen) tienen tanto de psicodrama como de distanciado an¨¢lisis de la situaci¨®n actual de la profesi¨®n.
Esa es, al menos, la impresi¨®n que me he llevado de la que mantuvimos hace una semana una treintena de representantes de otros tantos medios de 18 pa¨ªses, en Ciudad del Cabo, en la sede de uno de los mayores grupos de comunicaci¨®n de Sud¨¢frica, Media24.
El encuentro result¨® un interesante intercambio de experiencias, y un foro de debate sobre temas cruciales, como la crisis de credibilidad que sufren los medios. Lo que no significa que no exista una demanda de buen periodismo. A mi buz¨®n de correo han llegado muchos mensajes de lectores que lamentan el cierre de las delegaciones de EL PA?S en la Comunidad Valenciana, Galicia, Andaluc¨ªa y Pa¨ªs Vasco, que quedar¨¢n como meras corresponsal¨ªas. Todos insisten en que este peri¨®dico era su ¨²nica fuente de informaci¨®n fiable en las distintas autonom¨ªas y no ven la forma de sustituirlo.
La comunicaci¨®n individual con los lectores es una parte sustancial de nuestro trabajo. Aunque las quejas y las peticiones pueden variar de un pa¨ªs a otro. El Defensor del dominical brit¨¢nico The Observer, con 15 a?os de experiencia en el cargo, confesaba que dedica cada vez m¨¢s tiempo a atender las peticiones de los que quieren que sus nombres desaparezcan de las informaciones en las que en su d¨ªa figuraron. En los medios brit¨¢nicos y en los norteamericanos no hay historia si no hay un protagonista que la encarne. Es un problema que no tienen los colegas de Alemania ni de los pa¨ªses n¨®rdicos, que evitan nombrar a los protagonistas de las noticias cuando no tienen relevancia p¨²blica. Espa?a est¨¢ en alguna zona intermedia. EL PA?S tiene un protocolo preciso para atender estas peticiones, que fija un largo plazo de espera para eliminar los nombres.
Todos nos enfrentamos, en cambio, a quejas que reflejan una creciente desconfianza hacia los medios. Como, por ejemplo, la que me plantea un lector, convencido de que EL PA?S evita deliberadamente escribir el significado de las siglas Minurso (Misi¨®n de Naciones Unidas para el Refer¨¦ndum del S¨¢hara Occidental). En las menciones a Minurso, dice, falta la referencia a Refer¨¦ndum. Lo cual es cierto, aunque he comprobado que tambi¨¦n falta en las que hacen otros medios, como Le Monde o The Guardian.
La desconfianza es mayor en pa¨ªses que afrontan complicados procesos de paz, como Colombia, o constantes oleadas terroristas, como Kenia. La Defensora del Nairobi Star explicaba que informar con distancia y objetividad de cualquiera atentado terrorista es poco menos que imposible. El m¨ªnimo distanciamiento equivale a ser tildado de antipatriota. El colega del diario The Hindu, de Chennai, se enfrenta a una situaci¨®n a¨²n m¨¢s complicada. En India existen 85 grupos terroristas activos y se han decretado ya 648 alto el fuego. La apreciaci¨®n oficial sobre qui¨¦nes son los buenos o los malos var¨ªa en funci¨®n de esas treguas, lo que dificulta mucho los intentos de imparcialidad informativa de su diario.
Otro problema general es el que plantean las correcciones. Es necesario que se hagan y que tengan la visibilidad suficiente. En plena crisis de credibilidad, es fundamental que un medio sea capaz de reconocer que ha hecho algo mal, aunque ni siquiera la parte afectada por el error se lo reclame. El Defensor del peri¨®dico dan¨¦s Politiken cont¨® que su diario denunci¨® en primera p¨¢gina el supuesto fraude fiscal cometido por una compa?¨ªa local de telecomunicaciones, que hab¨ªa construido un complejo entramado en Luxemburgo para evadir impuestos. Result¨® que la compa?¨ªa en cuesti¨®n no hab¨ªa utilizado a¨²n ese esquema y se hab¨ªa ahorrado leg¨ªtimamente los millones en impuestos que denunciaba el peri¨®dico. Aun as¨ª, tard¨® tres semanas en exigir una rectificaci¨®n, tiempo suficiente para que otros medios, incluida la televisi¨®n, propagaran la historia.
Admitir y corregir los errores es esencial. Nos va en ello la credibilidad
Corregir los errores es incomparablemente m¨¢s f¨¢cil en los medios digitales, y sin embargo, todo apunta a que la crisis de credibilidad es mucho m¨¢s aguda en ellos. En el libro ?tica en el periodismo digital, de Andreas Marckmann Andreassen y Jakob Albrecht, se recogen los resultados de una encuesta reciente realizada entre 5.088 periodistas de pa¨ªses n¨®rdicos de medios digitales. S¨®lo el 3% de los entrevistados cit¨® los medios en Internet como los m¨¢s fiables. La inmensa mayor¨ªa (un 43%) se inclin¨® por los medios impresos. Las tres cuartas partes de los que respondieron estuvieron de acuerdo o muy de acuerdo en que la celeridad imposible con la que se trabaja en los medios digitales redunda en una calidad inferior.
Resultados que no se alejan mucho de los que obtuvo el Proyecto para la Excelencia en Periodismo del Centro de Investigaci¨®n Pew cuando pregunt¨® a 300 periodistas digitales en 2009: ?Hacia d¨®nde se encamina la profesi¨®n? Y un 54% respondi¨®: ¡°Va por mal camino¡±.
?Va por mal camino el periodismo? La respuesta de los Defensores reunidos en Ciudad del Cabo no fue tan tajante, pero s¨ª hubo un reconocimiento un¨¢nimemente de que las se?ales de alarma hace tiempo que se han encendido. La presidenta de la provincia de Ciudad del Cabo Occidental, Hellen Zille, antigua periodista pol¨ªtica, compar¨® la crisis del periodismo con la de la pol¨ªtica tradicional. A su juicio, ¡°los periodistas se sienten en posesi¨®n de la verdad, pero son tan falibles y tan propensos a equivocarse como los pol¨ªticos¡±.
El colega de la agencia Associated Press apunt¨® otra tesis para explicar la menguante confianza del p¨²blico en los medios: la gente no cree en opiniones autorizadas, y los periodistas hemos perdido nuestra condici¨®n de sumos sacerdotes de la noticia.
Las redes sociales permiten a sus usuarios acceder directamente a la informaci¨®n, y eso implica un mayor control sobre lo que se publica en la prensa. El domingo 26 de abril, EL PA?S y otros muchos medios de comunicaci¨®n se hicieron eco de una nota policial que informaba de la detenci¨®n de los cuatro integrantes de un grupo musical (PEM) por incitar al odio con sus canciones en las que reclamaban, seg¨²n la polic¨ªa, incluso el asesinato de los discapacitados. Un lector me alert¨® al d¨ªa siguiente de que a trav¨¦s de Twitter, uno de los integrantes del grupo en cuesti¨®n hab¨ªa desmentido los hechos. La actuaci¨®n policial se hab¨ªa producido a instancias de la ONCE, que puso una denuncia contra el grupo, pero el juez hab¨ªa archivado el caso, una vez que qued¨® claro el tono ir¨®nico de las letras, que no eran otra cosa que una brutal cr¨ªtica a los recortes del Gobierno en materia de dependencia y asistencia social.
Creo que este asunto pone de relieve la necesidad, recogida en el Libro de Estilo, de utilizar m¨¢s de una fuente al redactar las informaciones, sobre todo, cuando puede existir controversia sobre lo que contamos.
Una cosa qued¨® meridianamente clara en la reuni¨®n de Ciudad del Cabo, a la sombra de la fabulosa Table Mountain: nuestro compromiso fundamental es con el lector. Parte de nuestra misi¨®n es persuadir a las respectivas redacciones de la importancia de admitir los errores y corregirlos debidamente. Nos va en ello la credibilidad, que es tanto como decir la supervivencia.
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