Las farolas humanas
En las declaraciones del presidente o sus ministros no se menciona el concepto de desigualdad
Las farolas p¨²blicas de las principales calles de nuestro pa¨ªs han devenido gigantescos tableros de anuncios. Son un exponente muy representativo de la econom¨ªa sumergida. Los mensajes se superponen unos a otros y los m¨¢s nuevos ocultan a los m¨¢s antiguos. De vez en cuando ¡ªcada vez con menos frecuencia¡ª los Ayuntamientos limpian las farolas, pero apenas permanecen as¨ª 24 horas: al d¨ªa siguiente ya est¨¢n llenas otra vez.
Las cosas que se intercambian, los servicios que se ofrecen, se han sofisticado mucho. Ya no son s¨®lo cerrajeros, pintores, chicas de compa?¨ªa, clases particulares, pintores o reformas y portes; se han incorporado los trabajos de inform¨¢tica (muy abundantes), las subastas de coches, el empe?o de los mismos con la ventaja de seguir circulando, la compraventa de todo tipo de objetos, las parrilladas de mariscos, o los tel¨¦fonos de gente que se ofrece a cuidar enfermos y dependientes.
Uno de los ¨²ltimos anuncios que se ha incorporado es el de dentistas, odont¨®logos, endodoncias y otras variantes del cuidado de la boca, a precios muy por debajo de los de mercado. Quiz¨¢ la publicidad que ha aparecido en diferentes medios de comunicaci¨®n (entre ellos EL PA?S) del Colegio de Odont¨®logos y Estomat¨®logos de Madrid pretenda combatir ese intrusismo. ¡°No abras la boca a cualquier precio. No te f¨ªes de los dentistas de anuncio. Luchar contra determinadas pr¨¢cticas de publicidad enga?osa que pueden suponer un perjuicio para los pacientes e incluso un riesgo para la salud¡±, reza el mensaje.
Es dif¨ªcil que los responsables gubernamentales observen ese mundo de la informalidad
Es dif¨ªcil que los responsables gubernamentales observen ese mundo de la informalidad, que sin duda refleja otra vida. No suelen pasear mucho por las calles. El concepto de recuperaci¨®n inclusiva tiene mucho que ver con los anuncios de las farolas. Y el de desigualdad. Es casi imposible recordar una euf¨®rica declaraci¨®n del presidente de Gobierno, o de sus ministros econ¨®micos, donde hayan pronunciado la palabra ¡°desigualdad¡± de modo aut¨®nomo. En el extremo hablan incluso del momento en que los ciudadanos recuperar¨¢n la renta per capita que ten¨ªan antes de la crisis (siempre un a?o m¨¢s all¨¢) o de los efectos precarizadores de la reforma laboral (una etapa intermedia hacia el pleno empleo, este ya m¨¢s del largo plazo), pero nunca mencionan el concepto de desigualdad. Es como si no existiese. Ten¨ªa raz¨®n Luis de Guindos en la entrevista que le hac¨ªa este peri¨®dico el pasado domingo: ¡°Aqu¨ª cada uno es due?o de sus declaraciones y yo soy due?o de las mismas¡±. Mejor, pues, callar.
Y, sin embargo, la ampliaci¨®n de las diferencias de renta y la riqueza se ha instalado en el lenguaje cotidiano de los ciudadanos, con categor¨ªa central. Thomas Piketty es uno de los responsables de ello. Ahora publica en Espa?a un segundo libro (La econom¨ªa de las desigualdades, Anagrama) que es un ensayo general tras su best seller mundial El capital en el siglo XXI.
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