Sophie Calle, el voyeurismo hecho arte
La artista puso en escena su vida y penetr¨® en la de los dem¨¢s mucho antes de que las redes sociales lo convirtieran en una pr¨¢ctica aceptada Ahora expone su trabajo en Barcelona y Buenos Aires. Y dice que Facebook le da ¡°ganas de vomitar¡±
Al abrirse la puerta de su hogar, situado en un antiguo suburbio obrero de la periferia sur de Par¨ªs, aparece una mujer sobre la que uno cree saberlo pr¨¢cticamente todo. Sophie Calle ha dedicado una parte considerable de su existencia a poner en escena su d¨ªa a d¨ªa, por lo que desde el apret¨®n de manos se producir¨¢ un extra?o ¨Cy, probablemente, ilusorio¨C sentimiento de familiaridad. Aparece envuelta en un primaveral estampado de Sybilla que dice que se compr¨® en Jap¨®n. Cruzando un peque?o jard¨ªn interior, la artista se abre paso hacia un luminoso atelier, repleto de objetos decorativos de estilos inconexos, en el que frutas de pl¨¢stico, souvenirs de dudoso gusto y decenas de animales disecados conviven con peque?as obras de Yves Klein y Louise Bourgeois. Por asombroso que resulte, el conjunto desprende una inveros¨ªmil coherencia. Calle luce unas gafas oscuras de las que no se desprender¨¢ en toda la tarde. ¡°Es por la edad¡±, se justificar¨¢. Tiene 61 a?os.
Es una pionera en la utilizaci¨®n expl¨ªcita de lo vivido como materia prima de la creaci¨®n. Durante siglos se escondi¨® como algo indigno, pero ella lo convirti¨® en el propio objeto de un arte al que se suele enmarcar en la imprecisa categor¨ªa de lo conceptual. Una vez pag¨® a un detective privado para que la siguiera y elaborara un detallado informe diario sobre su cotidianidad. Otra, acudi¨® a una vidente llamada Maud y luego se dirigi¨® en persona a los lugares que ella hab¨ªa logrado visualizar durante su trance. En una ocasi¨®n, document¨® el final de su ef¨ªmero matrimonio filmando a su entonces compa?ero durante un mes y medio durante un viaje por carretera. Y en otra, pidi¨® a un centenar de mujeres que interpretaran el mensaje de ruptura enviado por un ex, ese que conclu¨ªa con un mensaje ya c¨¦lebre: ¡°Cu¨ªdese mucho¡±. El tono ceremonial no es sorprendente: otra de las cosas que sabemos es que la artista llama de usted a sus parejas, como esos matrimonios franceses algo antediluvianos, y que nunca comparte con ellos su hogar para preservar lo que considera una sana distancia. En un rinc¨®n de su casa, una postal reza: ¡°?Oh, cielos! Me olvid¨¦ de tener hijos¡±.
Mi trabajo surge de la intimidad, pero nunca la revela. Lo que ustedes ven es solo la parte que acepto contar¡±
Uno cree saberlo todo sobre esta artista con p¨¢gina propia en la historia del arte contempor¨¢neo, aunque probablemente no se encuentre en lo cierto. ¡°Quien est¨¦ convencido de saberlo todo de m¨ª se equivoca totalmente¡±, confirmar¨¢ Calle algo m¨¢s tarde, sentada en la cocina frente a una taza de caf¨¦. ¡°Todo lo que cuento es cierto, pero lo que hago no tiene nada que ver con un diario personal. Escojo momentos precisos a los que doy una forma distinta, reescribi¨¦ndolos y deform¨¢ndolos. Mi trabajo surge de mi intimidad, pero nunca la revela. Lo que ustedes ven es solo la parte que acepto contar¡±, explica la artista, quien protagoniza hasta el 7 de junio una retrospectiva en La Virreina de Barcelona, adem¨¢s de formar parte, junto a Marina Abramovic y Laurie Anderson, de la primera edici¨®n de BP.15, nueva bienal de la performance de Buenos Aires, en la que participar¨¢ a partir del 26 de mayo. ¡°Adem¨¢s, todo el mundo se olvida de que la mitad de mis proyectos no hablan de m¨ª, sino de los dem¨¢s¡±. No le falta raz¨®n: es tan exhibicionista como voyeur. Al principio de su carrera, tras ser contratada en un hotel veneciano, se infiltr¨® en las habitaciones que le tocaba limpiar, esbozando con fotograf¨ªa y texto sugestivos retratos in absentia de sus hu¨¦spedes. Otra vez, utiliz¨® una vieja agenda encontrada por la calle para adivinar los rasgos de su propietario, analizando los garabatos y direcciones que conten¨ªa como si fueran se?ales divinas. ¡°Utilizo cosas que le suceden a cualquier persona. La diferencia es que decido hacer otra cosa con ellas¡±.
Hace algo m¨¢s de una d¨¦cada, coincidiendo con la gran exposici¨®n que le dedic¨® el Centro Pompidou de Par¨ªs, acept¨® someterse a un test psiqui¨¢trico con la misi¨®n de revelar lo m¨¢s profundo de su identidad. Rellen¨® el formulario correspondiente y esper¨® el diagn¨®stico. Concluyeron que la paciente era ¡°tranquila¡±, ¡°generosa¡±, ¡°concentrada¡±, ¡°segura de s¨ª misma¡±, ¡°constante en su trabajo¡± y ¡°ligona¡±. Una d¨¦cada m¨¢s tarde, ?se sigue reconociendo en ese retrato robot? ¡°Todo es cierto, menos lo de tranquila y ligona. Lo he sido, pero ahora tengo pareja¡±.
Revela su nombre, pero pide que no se hable de ¨¦l: llegaron a ese acuerdo al iniciar su relaci¨®n. ¡°Ahora mismo s¨ª que estoy tranquila, pero solo por razones de salud¡±, corregir¨¢. Sobre la mesa de la cocina se logra distinguir un pastillero. ¡°Tuve un infarto el mes pasado¡±, revela. ¡°Tuve miedo. Los m¨¦dicos no me dieron ninguna explicaci¨®n. No era l¨®gico que me pasara eso, porque no fumo ni nada de eso. No soy el tipo de persona a la que le pasa. Simplemente sucedi¨®. Ahora tengo que descansar. Me tengo que quedar todo el d¨ªa en casa y no coger aviones. Y solo acepto una cita al d¨ªa. Usted es mi cita de hoy¡±.
Durante la d¨¦cada pasada, Calle reinvent¨® el m¨ªtico cuestionario Proust para la revista Les Inrockuptibles. Cambi¨® las preguntas cl¨¢sicas ¨Cla cualidad preferida en un hombre; el personaje hist¨®rico con el que le gustar¨ªa cenar¨C por otras algo m¨¢s macabras, a menudo vinculadas a la muerte. Por ejemplo: 1) ?Cu¨¢ndo falleci¨® usted?, 2) ?Bajo qu¨¦ aspecto desear¨ªa reencarnarse?, y 3) Elija su propio epitafio. Tras el susto recibido, le ha dejado de hacer gracia fantasear con el fin. ¡°A¨²n no he elegido mi epitafio, y eso que hasta hace poco pasaba mis d¨ªas redactando testamentos¡±, responde. A continuaci¨®n se levanta y abre el caj¨®n de un viejo mueble, rebosante de papeles manuscritos. ¡°Mire todo esto: testamentos, testamentos y m¨¢s testamentos. El que tenga la fecha m¨¢s reciente es el que sirve¡±. Extrae uno al azar. ¡°Ah, s¨ª, este lo escrib¨ª en septiembre, antes de tomar un avi¨®n para Brasil¡±.
Descendiente de jud¨ªos asquenaz¨ªes por parte de madre, Calle creci¨® en un apartamento pegado al cementerio de Montparnasse. Su escuela estaba situada al otro lado del camposanto, por lo que se ve¨ªa obligada a cruzar los mausoleos por lo menos cuatro veces al d¨ªa. Pero cuando se le pregunta si la muerte ha sido, en el fondo, el ciclo central de un trabajo consagrado a la ansiedad posmoderna, le rechinan algo los dientes. ¡°M¨¢s que de la muerte, dir¨ªa que he hablado de la ausencia, de la p¨¦rdida, de la carencia¡±, corrige. ¡°Un hombre que se marcha. Un cuadro que desaparece. Personas ciegas que nunca han visto el mar. Esas son mis im¨¢genes. Pero no tengo una explicaci¨®n y no se me pasar¨ªa por la cabeza buscarla¡±. El psicoan¨¢lisis nunca le ha interesado. ¡°Bueno, solo una vez, por error, durante unas cuantas sesiones¡±, rectifica. ?Por qu¨¦ por error? ¡°Mi padre, que es m¨¦dico, me dijo que ten¨ªa mal aliento y me quiso mandar a un especialista. Pero se confundi¨® y, en lugar de a un generalista, me mand¨® a ver a un psic¨®logo.
"Me encontr¨¦ sentada en el div¨¢n diciendo que todo era un error de mi padre. El psicoanalista me pregunt¨®: ¡®?Siempre hace todo lo que le dice su padre?¡±. Le pareci¨® una buena respuesta y decidi¨® quedarse, pero lo abandonar¨ªa al cabo de poco. ?Tal vez porque su arte ya supl¨ªa esa funci¨®n? ¡°No. Lo dej¨¦ por falta de tiempo y de dinero. Prefer¨ªa ocupar mi tiempo de otra forma. En general, cuando algo no va bien, prefiero irme a dar un paseo antes que tumbarme en un div¨¢n¡±. Su madre, Monique, muri¨® en 2006 y dio origen a distintos proyectos art¨ªsticos. Su padre, el m¨¦dico y coleccionista de arte Bob Calle, falleci¨® pocos d¨ªas despu¨¦s de este encuentro. ¡°Est¨¢ m¨¢s enfermo que yo¡±, hab¨ªa se?alado.
No ha habido ninguna reivindicaci¨®n feminista en mi obra. Pero cuando me dicen que la hay, me lo tomo como un cumplido¡±
A Sophie Calle le hubiera gustado ser cantante de ¨®pera. O, en su defecto, escritora. ¡°Me fascina que se marchen unos meses y regresen con un libro entre las manos. Yo soy incapaz de hacer eso, no s¨¦ crear ficci¨®n. Me gustar¨ªa, pero no puedo¡±, confiesa. Antes de convertirse en artista, viaj¨® por medio mundo malviviendo con peque?os trabajos. ¡°Fui camarera en Nueva York, trabaj¨¦ con un pescador en Creta y cultiv¨¦ campos en M¨¦xico. Tampoco era nada especialmente original. Era lo que los j¨®venes hac¨ªamos en esa ¨¦poca: viajar por el mundo hasta saber qu¨¦ quer¨ªamos hacer con nuestras vidas. Ahora ya casi nadie lo hace, por miedo. Nadie quiere perder su trabajo o no encontrar uno. Pero entonces no ten¨ªamos ning¨²n miedo. El futuro no era motivo de angustia. Fue un tiempo pol¨ªticamente comprometido y marcado por la generosidad. Fue un momento vivo, feliz¡±. Lo dice sin nostalgia aparente. Tampoco cree haberse aburguesado con la edad, aunque s¨ª se dice ¡°m¨¢s perezosa¡±.
Cuando inici¨® su andadura a finales de los setenta, muchos no supieron c¨®mo clasificar su arte, y ni siquiera si era adecuado englobarlo en esa categor¨ªa. En la novela Leviat¨¢n, su amigo Paul Auster cre¨® un personaje inspirado en ella: Mar¨ªa, esa artista a quien algunos llamaban ¡°fot¨®grafa¡±, otros ¡°conceptualista¡± y los de m¨¢s all¨¢ ¡°escritora¡±, sin que ninguna de las tres descripciones se ajustara a su trabajo. ¡°Resultaba imposible meterla en una ¨²nica categor¨ªa¡±, escribi¨® Auster. Calle dice que todo empez¨® en Estados Unidos. ¡°El espectro de la definici¨®n de lo que era el arte era m¨¢s amplio all¨ª que en Francia. En Nueva York ve¨ªan una de mis fotos pegada a unas l¨ªneas de texto y exclamaban: ¡®Esto es arte¡¯. En Par¨ªs, en cambio, todo fue bastante m¨¢s problem¨¢tico¡±, recuerda. Sacamos un recorte de la hemeroteca y lo colocamos sobre la mesa: una cr¨®nica aparecida en 1980 en el diario Lib¨¦ration, fundado por Sartre y convertido en portaestandarte de la intelectualidad izquierdista, que se preguntaba: ¡°?Es artista Sophie Calle?¡±. Ella afirma que tampoco sufri¨® en exceso por ese rechazo. ¡°En el fondo, yo tambi¨¦n me estaba haciendo esa pregunta¡±, ironiza.
A la artista le irrita que le obliguen a definir su trabajo. O, a¨²n peor, a explicar de qu¨¦ trata. ¡°No soy historiadora del arte y no me gusta analizarlo as¨ª. Francamente, no soy una intelectual¡±, sentencia. Como a algunas de sus contempor¨¢neas y predecesoras inmediatas, como Cindy Sherman, Martha Rosler o Annette Messager (quien hoy ocupa el taller contiguo al de Calle junto a su marido, el tambi¨¦n artista Christian Boltanski), se la responsabiliz¨® de la emergencia de lo femenino en el arte. Su irrupci¨®n contribuy¨® a revolver las jerarqu¨ªas que reinaban en ¨¦l.
Invalidaron la imagen tradicionalmente pasiva de la mujer como musa, crearon un modelo in¨¦dito m¨¢s all¨¢ de la polarizaci¨®n entre la madre y la prostituta y giraron la espalda a los g¨¦neros dominantes, como la pintura y la escultura, abrazando la fotograf¨ªa, el v¨ªdeo y la performance (o, en el caso de Calle, incluso la denostada fotonovela). ?Considera que hizo resurgir lo femenino en el arte, como se ha afirmado hasta la saciedad? ¡°Es una pregunta que nunca me he hecho. Es decir, ?har¨ªa un arte distinto si no fuera mujer? Por supuesto, igual que si hubiera nacido en Turqu¨ªa, si me faltaran dos brazos o si hubiera vivido en otro momento hist¨®rico¡±, responde Calle, algo a la defensiva. ¡°Aunque, bien pensado, ser mujer me ha permitido hacer cosas que para un hombre hubieran sido mucho m¨¢s complicadas. Por ejemplo, mi primer proyecto consisti¨® en invitar a extra?os a dormir en mi cama. Si hubiera sido un hombre, se habr¨ªa desconfiado mucho m¨¢s de m¨ª¡±. Milit¨® por el aborto en los setenta y se declara feminista, aunque no tiene claro si su arte tambi¨¦n lo es. ¡°No ha habido ninguna reivindicaci¨®n en mi trabajo. En todo caso, cuando me dicen que lo es, me lo tomo como un cumplido y no como un insulto¡±, zanja.
Su exploraci¨®n del yo arranc¨® en una ¨¦poca en la que la intimidad segu¨ªa siendo sagrada. La exhibici¨®n de todas esas cosas que se supon¨ªa que no interesaban a nadie no era una pr¨¢ctica ni aceptable ni aceptada. Puede que Calle entendiera antes que nadie que el futuro apuntaba hacia ese cambio de paradigma que impusieron las redes sociales. ¡°No s¨¦ si eso es verdad¡±, desestima. ¡°No formo parte de esas redes. No tengo Facebook, ni Twitter, ni Instagram. No me atraen porque les falta poes¨ªa. Carecen de misterio. Si alguien me pidiera ser su amiga en Facebook, me entrar¨ªan ganas de vomitar¡±. Quienes la conocen juran que no hay nada que le guste m¨¢s que ir contracorriente. Hubo un tiempo en que fotografiaba sus senos. Hoy no se quita las gafas de sol.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.