El Living Theatre, el arte de la osad¨ªa
El peque?o grupo de actores desembarc¨® en S?o Paulo en 1970 para salvar al pueblo de la opresi¨®n. En aquella dictadura tercermundista abrieron un espacio de libertad sexual, social y art¨ªstica
Por una sola vez asist¨ª a una funci¨®n del Living Theatre, en los a?os sesenta, cuando la compa?¨ªa formada por Julian Beck y Judith Malina era una de las c¨¦lebres instituciones de la llamada contracultura, en Nueva York. Como ellos rechazaban Broadway, al que satanizaban por su esp¨ªritu de lucro, tuve que tomar un metro interminable, salir de Manhattan y luego caminar por barrios desconocidos hasta dar con el auditorio gigantesco donde ten¨ªa lugar el espect¨¢culo. Atestaban el recinto algunos hippiespero, sobre todo, neoyorquinos exquisitos, bohemios, fr¨ªvolos y de muy altos ingresos.
En el escenario hab¨ªa entre veinte o treinta bultos que eran seres humanos en posici¨®n fetal. Veinte o treinta minutos despu¨¦s de comenzado el espect¨¢culo no se hab¨ªan movido todav¨ªa aunque, de tanto en tanto, emit¨ªan unos murmullos y parec¨ªan estremecerse. Resist¨ª cerca de tres cuartos de hora esta ceremonia prenatal y escap¨¦, encolerizado y aburrido. Pero confieso que, pese a todo, me hubiera quedado hasta el final si hubiera le¨ªdo entonces el libro de Carlos Gran¨¦s, La invenci¨®n del para¨ªso. El Living Theatre y el arte de la osad¨ªa (Taurus), que acaba de aparecer, en el que reconstruye con rigor y cari?o las aventuras y desventuras de aquella compa?¨ªa a la que, me temo, ya pocos recuerden.
Otros art¨ªculos del autor
Julian y Judith eran inocentes, arriesgados, ingenuos, fr¨ªvolos, generosos, dotados de una pizca de locura y cre¨ªan que el teatro pod¨ªa ser el instrumento revolucionario adecuado para liberar a la humanidad de sus taras e injusticias. Hab¨ªan le¨ªdo a Artaud, Kropotkin y Sacher-Masoch, y de ese revoltijo intelectual hab¨ªan concluido que la primera batalla por ganar era la liberaci¨®n sexual, practicando la promiscuidad y el ¡°desarreglo de todos los sentidos¡±, para pasar luego a las grandes reformas sociales, aunque nunca tuvieron claro en qu¨¦ deb¨ªan consistir estas reformas, salvo en que el capitalismo era la madre de todos los vicios. Eran pacifistas y anarquistas y por ello tuvieron distanciamientos y querellas con ciertos grupos y movimientos de acci¨®n directa como los Panteras Negras y los estudiantes que, en los a?os sesenta, pusieron a Berkeley y a otras universidades de California de pies a cabeza.
Hab¨ªa en ellos algo insolente, juvenil (pese a haber dejado atr¨¢s la juventud hac¨ªa tiempo), revoltoso y simp¨¢tico, pero, como artistas, su talento era, para decirlo con amabilidad, mucho menos original y creativo que sus disfuerzos personales. Carlos Gran¨¦s describe con detalle y mucho afecto los espect¨¢culos que montaron, alegor¨ªas y rituales de inextricable simbolismo, en los que lo ¨²nico que quedaba claro para el espectador com¨²n y corriente era que los actores, adem¨¢s de ponerse en pelotas con frecuencia e insultarlo a ratos y a ratos acari?arlo, lo exhortaban a vivir, a so?ar y a cambiar esta vida por otra, tan evanescente y huidiza como un espejismo en el desierto.
Montaron espect¨¢culos que eran alegor¨ªas y rituales de inextricable simbolismo
Tuvieron algunos ¨¦xitos, m¨¢s en Europa que en Estados Unidos, pero la gran gira que emprendieron por todo el Oeste norteamericano fue un puro desastre; pasaron hambre, se quedaron sin dinero para seguir viajando y, en San Francisco, escenario en esos d¨ªas de la revoluci¨®n estudiantil, representaron sus obras ante auditorios ralos y esc¨¦pticos.
Su gran aventura ¡ªy desventura¡ª fue el viaje a Brasil, en 1970. El pa¨ªs padec¨ªa, desde 1964, una dictadura militar que durar¨ªa veinti¨²n a?os y que, muy dentro de las costumbres autoritarias latinoamericanas, ser¨ªa represiva, censora, corrupta, torturadora y criminal. Nadie me lo va a creer, pero ¡ªles ruego que lean el libro de Carlos Gran¨¦s y ver¨¢n que es cierto¡ª Julian Beck, Judith Malina y su peque?o grupo, que no hablaban portugu¨¦s y probablemente no sab¨ªan del gigante brasile?o otra cosa que all¨ª hab¨ªa una satrap¨ªa y se bailaba la samba, desembarcaron en S?o Paulo en julio del a?o l970 decididos a salvar al pueblo brasile?o de la opresi¨®n montando espect¨¢culos teatrales inspirados en las teor¨ªas del teatro de la crueldad de Antonin Artaud y las muy mediocres novelitas del escribidor austr¨ªaco cuyo apellido sirvi¨® para llamar masoquismo a quien goza sexualmente padeciendo la sumisi¨®n y recibiendo castigo.
No consiguieron su objetivo, desde luego, y m¨¢s bien se libraron de milagro de que los gorilas brasile?os los sometieran a su tortura favorita, el pau de arara ¡ªpalo de loro¡ª, de la que s¨ª fueron v¨ªctimas otros actores seguidores de sus teor¨ªas que no ten¨ªan un pasaporte norteamericano ni un c¨®nsul que se interesara por su suerte. Pero s¨ª fueron a la c¨¢rcel, acusados de pervertidos y drogadictos y es probable que se hubieran pasado unos a?os all¨ª a no ser por la formidable campa?a de escritores, pol¨ªticos y personalidades eminentes del mundo entero que bombarde¨® a la dictadura brasile?a pidiendo su liberaci¨®n. Asustados con esta movilizaci¨®n, los generales ¡ªque no pod¨ªan entender por qu¨¦ se interesaba medio mundo en defender a unos locos degenerados que hab¨ªan convertido su casita en Ouro Preto en un partouze fren¨¦tico e ininterrumpido¡ª optaron por expulsarlos de Brasil y devolverlos a Estados Unidos mediante un decreto que los llama subversivos y narc¨®manos y que es un monumento a la confusi¨®n y la estupidez que no tiene desperdicio.
Fueron expulsados de Brasil mediante un decreto que los llama subversivos y narc¨®manos
Las p¨¢ginas que describen las aventuras y desventuras del Living Theatre en Brasil en el libro de Carlos Gran¨¦s parecen una de esas novelas de lo que se llam¨® ¡°el realismo m¨¢gico¡±. Ten¨ªan el proyecto de montar una obra inspirada en Sacher-Masoch, El Legado de Ca¨ªn, que se vio obstaculizado por m¨²ltiples infortunios, y terminaron visitando las favelas, donde apenas dieron un pu?adito de espect¨¢culos, pero se fascinaron con los terreiros donde se oficiaban rituales m¨¢gicos de origen africano y Judith Malina se convirti¨® en una practicante tenaz del rito umbanda, que la hac¨ªa volar en viajes psicod¨¦licos m¨¢s divertidos que los neoyorquinos. Ella parece haber sido la m¨¢s arriesgada de toda la troupe, porque, al mismo tiempo que aquel retorno a lo primitivo, se li¨® con un argentino, Osvaldo de la Vega, fiel disc¨ªpulo del autor de La Venus de las pieles, que la flagelaba, le perfor¨® los pezones con ganchos, lleg¨® a clavarle la punta de un cuchillo en el hombro y acaso la hubiera matado si ella no reacciona y renuncia a tiempo a esos experimentos peligrosos.
?Qu¨¦ queda de todo aquello? Carlos Gran¨¦s dice que, en tanto que en Estados Unidos, una sociedad abierta, lo que hac¨ªa el Living Theatre pod¨ªa parecer un juego sin mayor trascendencia para burgueses refinados, en una dictadura tercermundista abr¨ªa un espacio de libertad sexual, social y art¨ªstica, que, por peque?o que fuera, por lo menos irritaba al poder y daba a algunos sectores, sobre todo de j¨®venes, la esperanza de un cambio radical a aquello que padec¨ªan. Aunque soy algo esc¨¦ptico al respecto, me gustar¨ªa que esta tesis fuera cierta.
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? Mario Vargas Llosa, 2015
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