Arena, aliento y piedra
Esta tierra dura est¨¢ pre?ada de minerales (de aqu¨ª viene el famoso cobre chileno), lo cual pinta el paisaje con una infinidad de tonalidades ocres y verdosas, rosadas y malvas
El desierto de Atacama, en el norte de Chile, es el m¨¢s ¨¢rido del planeta: hay zonas en las que no se ha registrado ninguna precipitaci¨®n en 400 a?os. Adem¨¢s esta tierra dura est¨¢ pre?ada de minerales (de aqu¨ª viene el famoso cobre chileno), lo cual pinta el paisaje con una infinidad de tonalidades ocres y verdosas, rosadas y malvas. Es un territorio inhumano y hermoso, poderoso, tan sereno como un para¨ªso para gigantes.
Lo de los gigantes no se me ha ocurrido porque s¨ª, no es una simple desmesura po¨¦tica, sino que me lo ha sugerido una pieza de arte singular que est¨¢ escondida en el coraz¨®n de este desierto fr¨ªo. A 57 kil¨®metros al sur de la ciudad de Antofagasta, tras adentrarse en Atacama por una pista sin asfaltar, se llega a un geoglifo tan enorme que, como sucede con las misteriosas l¨ªneas de Nazca en Per¨², alguien tiene que se?al¨¢rtelo para que lo veas, porque si no caminar¨ªas inadvertidamente sobre ¨¦l. Se trata de un verso escrito o m¨¢s bien excavado en la endurecida costra del desierto. Es una frase muy breve, pero mide m¨¢s de tres kil¨®metros de largo y cuatrocientos metros de ancho. Tienes que subir a una peque?a colina adyacente en la que han construido un mirador para poder contemplar el texto entero. Ni pena ni miedo. Eso es lo que dice esta caligraf¨ªa en letras min¨²sculas que alguien ha ara?ado sobre la tierra.
El autor es el poeta y artista chileno Ra¨²l Zurita (1950). Durante la ¨¦poca de Pinochet, Zurita, que por entonces militaba en el partido comunista, fue detenido, encerrado y torturado. En aquellos tiempos de plomo, Ra¨²l se refugiaba mentalmente de su agon¨ªa imaginando que escrib¨ªa poemas ¡°en el cielo, en las laderas de los ca?ones, en el desierto¡±. En 1993, tres a?os despu¨¦s de que acabara la dictadura, consigui¨® reunir fondos para excavar su verso en Atacama. Ni pena ni miedo. Las palabras adquieren a¨²n m¨¢s sentido al conocer su historia.
A medida que envejeces, te vas acercando a los confines del mundo
Luego pas¨® el tiempo y el geoglifo se olvid¨®. El desierto se fue comiendo las palabras de Zurita hasta que, har¨¢ unos cinco a?os, unos estupendos locos antofagastinos que, bajo el nombre de Corporaci¨®n Cultural PAR, han montado, entre otras cosas, la joven y din¨¢mica Feria del Libro de Antofagasta, decidieron recuperar la obra del poeta. Alisaron y adecentaron la pista hasta el geoglifo; construyeron el modesto mirador en la colina desde el que se pueden atisbar con cierta claridad los enormes signos y, por supuesto, limpiaron las letras. All¨ª estaban. Escondidas, pero aguantando, como no pod¨ªa ser de otra manera, porque son un emblema perfecto de la resistencia. De la supervivencia. Cuando Zurita construy¨® su frase, no se pod¨ªa ver con total claridad salvo desde el aire. Hoy existen programas como Google Earth y Google Maps que permiten contemplar ese monumento de arena, aliento y piedra. Estas son las coordenadas para encontrarlo: 24¡ã02¡¯49.0¡±S 70¡ã26¡¯43.0¡±W.
Durante muchos a?os he pensado que mi frase de guerra preferida, y me refiero a la guerra de la vida, era carpe diem. S¨ª, desde luego, disfrutar del momento es cosa de sabios. Saber vivir en el presente es algo parecido a un estado de gracia (lo dijo Marie Curie) y desde luego un logro muy dif¨ªcil. Pero hace unos d¨ªas, en Atacama, viendo esa frase gigantesca escrita en parad¨®jicas min¨²sculas sobre el polvo, sent¨ª una especie de peque?a revelaci¨®n, un deslumbramiento. Sent¨ª que me hablaba a m¨ª.
Cuentan las biograf¨ªas de Zurita que padece p¨¢rkinson desde principios de los noventa. Un dato fr¨ªo que esconde una realidad extremadamente dura. Yo no s¨¦ si cuando excav¨® su geoglifo, en 1993, ya conoc¨ªa su estado, ya se sab¨ªa reh¨¦n de su cuerpo. Qu¨¦ esp¨ªritu indomable el de Zurita si fue as¨ª; si grit¨® y horad¨® su ¡°ni pena ni miedo" contra la inclemencia de la enfermedad, contra el negro destino. Pero el p¨¢rkinson, en cualquier caso, s¨®lo adelant¨® cruelmente en ¨¦l esa decadencia que todos los humanos hemos de afrontar. A medida que cumples a?os, a medida que envejeces, te vas acercando a los confines del mundo. El pasado tira de ti como si llevaras a la espalda una mochila de piedras y empieza a asustarte mirar hacia delante. El viento arrecia, las nubes se arremolinan y el sol no deja de bajar por el arco del cielo. Dentro de poco comenzar¨¢ la edad de la heroicidad. S¨ª; de m¨¢s joven cre¨ªa que la vida era una selva y que mi lema preferido era carpe diem. En mi madurez empiezo a pensar que la vida es m¨¢s bien un desierto, desnudo y desolado pero sereno y bello. Y para ser feliz, para ser sabio en esta frontera final del Atacama inmenso, s¨®lo es necesario ser capaz de vivir a la altura de esa frase perfecta. Ni pena ni miedo.
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