La joven Sylvie y su ¡®marido de viaje¡¯
Miles de menores migrantes no acompa?ados viven en Marruecos, varados en una ruta que les llevaba hasta nuestro pa¨ªs
La vivienda es incre¨ªblemente peque?a para tanta gente. All¨ª vive Sylvie desde que lleg¨® al barrio de Boukhalef, a las afueras de T¨¢nger, tras un largo viaje que fue una tortura para una ni?a que contaba 15 a?os cuando dej¨® su hogar, en Costa de Marfil. Ahora, en Marruecos, es una de tantas menores que no figura para el Estado marroqu¨ª, una m¨¢s de tantas menores para las que Alianza por la Solidaridad promovemos un sistema de protecci¨®n de sus derechos. Estamos con ella para conocer su situaci¨®n de primera mano.
Desde esta organizaci¨®n apoyamos a los migrantes subsaharianos en tr¨¢nsito o residentes en Marruecos, como Sylvie. Nada m¨¢s entrar en la casa donde habita, sorprende que pueda vivir tanta gente. Un apartamento compartido por 20 personas, todas inmigrantes africanas. Los hombres, en el sal¨®n. Las mujeres y los ni?os, en una habitaci¨®n que es un revoltijo de ropas. Sylvie comparte su diminuto espacio con una madre y su beb¨¦ de seis meses. A simple vista, parece desnutrido.
Poco tiene que ver hoy su vida con la que dej¨® atr¨¢s esta joven de la ¨¦tnica senufo, reconocida en el mundo por ese peculiar xil¨®fono de calabazas llamado balaf¨®n. Antes de abandonar su pa¨ªs, en 2013, era su sonido el que m¨¢s de un d¨ªa la acompa?aba a la escuela donde estudiaba su Bachillerato. Afortunadamente, su familia nunca la practic¨® la ablaci¨®n que a¨²n persiste en Costa de Marfil como una amenaza cruel contra las mujeres desde la cuna.
No oculta que fue ella quien decidi¨® abandonar ese mundo en el que viv¨ªa, enga?ada por alguien que la embarc¨® en un viaje con destino a Europa para conseguir ¡°el dorado¡± con el que mantener a su familia. Ni m¨¢s ni menos que 5.500 kil¨®metros de distancia que recorri¨® con esa persona, y que es la distancia que hay hasta T¨¢nger.
El viaje, nos cuenta a micr¨®fono cerrado, fue tranquilo hasta que llegaron a Fez, a 275 kil¨®metros de donde vive ahora. Aquel individuo que la hab¨ªa encandilado se convirti¨® en otra persona muy distinta. De la noche a la ma?ana, la oblig¨® a prostituirse y la encerr¨® en una casa a la que el individuo se encargaba de llevar los clientes, marroqu¨ªes y africanos. No sabe decir cu¨¢nto tiempo dur¨® aquella tortura, pero tiene bien grabados los tres abortos clandestinos, sin ning¨²n control m¨¦dico, que le practicaron. Su proxeneta, un buen d¨ªa, la abandon¨®, y Sylvie no tuvo m¨¢s remedio que seguir prostituy¨¦ndose para poder comer.
Fue as¨ª como encontr¨® un ¡°marido del camino¡±, una pareja a la que se ha unido ¨²nicamente para sentirse protegida y que le propuso viajar hasta T¨¢nger y, desde all¨ª, intentar el salto a Europa en una de esas balsas de pl¨¢stico, casi de juguete, que ve como una oportunidad de futuro, y no de muerte. ¡°No conozco el camino, ni c¨®mo se organiza, pero mi marido se encargar¨¢ de ello¡±, explica, confiada, inconsciente del peligro.
Mientras les avisan del d¨ªa propicio, la joven pasa el d¨ªa en la casa, durmiendo, ayudando en las tareas de la casa o con el beb¨¦. Apenas tienen para comer un pu?ado de arroz, si acaso, as¨ª que ha estado enferma varias veces. En T¨¢nger ya ha aprendido el camino del Hospital P¨²blico donde la atienden en consultas gratuitas. Luego, para pagar las medicinas no tiene dinero, as¨ª que debe recurrir a las organizaciones sociales. Lo poco que consiguen es mendigando.
La pr¨®xima salida a Europa no ser¨¢ la primera. Ya en una ocasi¨®n intent¨® subirse a una zodiac, pero las fuerzas de seguridad marroqu¨ªes la encontraron en el bosque cercano al punto de salida y le dieron una paliza. Despu¨¦s de aquello la encerraron detenida en una comisar¨ªa de Tetu¨¢n, donde no recibi¨® atenci¨®n m¨¦dica, ni de abogados, ni siquiera se le acerc¨® un traductor. ¡°La sociedad marroqu¨ª no nos quiere. Me llaman ¡®negra¡¯ o ¡®camarada¡¯ en tono despectivo. En este barrio ha he visto varias agresiones contra otros inmigrantes como yo¡±, asegura.
Su caso es uno m¨¢s de los que Alianza por la Solidaridad documentamos y tratamos de evitar en Marruecos. Aunque se han producido avances en el pa¨ªs en materia de protecci¨®n a la infancia, a¨²n queda el desaf¨ªo de integrar a la infancia migrante en el sistema de protecci¨®n, y la ONG espa?ola trabajamos en ello. Historias como la de Sylvie, de apenas 17 a?os, son un espejo de una realidad que se oculta tras la vallas y queremos que se conozca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.