El aplauso inconformista
Hay actos, en especial del poder, que parecen concebidos para la ovaci¨®n retransmitida
El primer aplauso excepcional del que tuve noticia fue un aplauso casi secreto. Ni siquiera lo o¨ª en persona. Lo contaban los mayores con cautela y asombro. Fue el aplauso que tribut¨® el pintor Urbano Lugr¨ªs a un caballo. Lugr¨ªs, que ten¨ªa por seud¨®nimo Ulyses Fingal, era excepcional en todo, incluso a la hora de dormir, pues le gustaba hacerlo debajo de un piano de cola. O con un escafandro de buzo. Desde luego, lo era como artista. Creo que, con William Turner y el noruego Peder Balke, fue de los que mejor consiguieron esa sutil transfusi¨®n de pintar el mar. Si en el l¨ªquido intracelular llevamos la composici¨®n del mar del pleistoceno, Lugr¨ªs consigui¨® la alquimia de mezclar los ¨®leos con ese mar del G¨¦nesis. ?l cre¨ªa que una vez al a?o, por lo menos, deber¨ªamos arrodillarnos frente al oc¨¦ano. Y ese es el impulso que uno siente ahora ante sus cuadros: ponerse de rodillas.
O aplaudir.
Como hizo ¨¦l con aquel caballo.
Fue el d¨ªa de un desfile militar, en el centro de A Coru?a, y que presid¨ªa Franco, de veraneo en Meir¨¢s. La gran parada era a la vez una demostraci¨®n de fuerza y un ritual de sumisi¨®n al dictador. Lo que se esperaba de la multitud era una muestra de lo que se denominaba ¡°adhesi¨®n incondicional¡±: un estado de ovaci¨®n permanente. Y as¨ª fue. Solo que al final ocurri¨® algo imprevisto. Un caballo ind¨®cil descabalg¨® a uno de los guardias de honor. La multitud qued¨® en silencio, expectante. El uniformado fue incapaz de volver a montar. Tuvo que llevar al animal rebelde de las riendas. Con enojo marcial, como quien lleva a un preso al pat¨ªbulo.
?Cu¨¢ntas veces hemos o¨ªdo en el Congreso el elogio o el aplauso a un adversario? Se jalea al propio, por basto que sea, y se abuchea al otro
Fue entonces cuando se pudo o¨ªr la intermitencia de un aplauso. Era Lugr¨ªs que aplaud¨ªa y daba vivas al caballo.
Con mucha frecuencia participamos en aplausos innecesarios e incluso antip¨¢ticos. Por cortes¨ªa o compromiso. Por sumarse al ritual y no querer o temer disentir. Y, sin embargo, hay cosas extraordinarias que nunca aplaudimos. Habr¨ªa que cambiar el sentido del aplauso, como en ese momento estelar de la humanidad en que una afici¨®n aplaude una jugada brillante del equipo contrario. Es un aplauso que transforma al que aplaude. Que lo eleva por encima de la vulgaridad. Pero ese aplauso es muy raro, una especie en extinci¨®n. ?Cu¨¢ntas veces hemos o¨ªdo en el Congreso el elogio o el aplauso a un adversario? Se jalea al propio, por basto que sea, y se abuchea al otro, aunque hable como Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg.
La sociedad del espect¨¢culo es la sociedad del aplauso conformista. Tan inquietante como un silencio impuesto es ese aplauso un¨¢nime. Hay actos, en especial del poder, que parecen s¨®lo concebidos para la ovaci¨®n retransmitida. No importa que el orador jefe afirme que ¡°dos por dos son cinco¡±. O que cite a Marinetti: ¡°La guerra ¨¦ bela!¡±. El aplauso conformista est¨¢ asegurado.
El aplauso inconformista, al contrario, suena con una nobleza especial y que casi nunca ser¨¢ retransmitida. Es el aplauso al bombero que no acepta colaborar en el desahucio de una familia despose¨ªda. El aplauso al inmigrante desvalido que ha conseguido salvar una frontera insalvable.
El aplauso al periodista al que le proh¨ªben hacer preguntas en una rueda de prensa, levanta la mano y dice: ¡°?Por qu¨¦?¡±. El aplauso a la mujer que a los 80 a?os decide aprender a leer y escribir y empieza a caligrafiar su nombre con la paciencia de quien graba un petroglifo. El aplauso a quienes se encadenan a ¨¢rboles para salvarlos, a quienes se interponen entre los cazadores y los animales acosados, a quienes defienden la seguridad de todos frente al peligro nuclear y son vapuleados y multados.
S¨ª, a la gente se la reconoce por lo que aplaude, el modo en que aplaude y a quien aplaude.
Y hay tambi¨¦n un tipo de aplauso creativo. Como una performance solitaria. A la manera del vagabundo de Charlot que todos llevamos dentro. El aplauso de quien cae de culo y se levanta con una segunda vida.
De esa naturaleza era el ¨²ltimo aplauso m¨¢s conmovedor del que tengo noticia. El aplauso de Rafael Azcona. ?A qui¨¦n aplaud¨ªa el guionista de Pl¨¢cido, El verdugo o La lengua de las mariposas? Cuando ya estaba golpeado por la enfermedad, se levantaba cada ma?ana laboriosamente, se miraba al espejo del ba?o y aplaud¨ªa. Decir que Azcona aplaud¨ªa a Azcona ser¨ªa una versi¨®n vulgar de la historia. Era el ser humano que aplaud¨ªa, aupado por el asombro, con fr¨¢gil iron¨ªa, la oportunidad de otra sesi¨®n en la pel¨ªcula de la vida. Un d¨ªa m¨¢s sobre la tierra. Un d¨ªa m¨¢s.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.