Juan Soto Ivars acaba su ¨²ltima columna en El Confidencial, Qui¨¦n soporta que los viejos vivan en la calle, haciendo una constataci¨®n: cuando una mendiga de Barcelona hace tertulia con las vecinas no recibe atenci¨®n de los transe¨²ntes. Al principio me dio por escribirle a Juan que cuando vemos a un grupo de ancianas en la calle no nos metemos en medio preguntando qui¨¦n es la pobre, pero bien es verdad que entre las desgracias de ser mendigo est¨¢ la de vivir con un cartel delante. El art¨ªculo de Soto me record¨® otro de Roger Senserrich en Jot Down en el que cuenta c¨®mo una mujer con pocos recursos justifica que parte de su dinero se vaya a pagar televisi¨®n por cable. Y c¨®mo la primera reacci¨®n de Senserrich, ante la noticia, es de frialdad: ?no hay cosas m¨¢s urgentes en las que gastar dinero? Pero no, concluye: no las hay. Ser pobre tambi¨¦n es ver Juego de tronos con la nevera vac¨ªa: darse una hora a la semana vacaciones de pobre, ofrecer a tus hijos dentro de la tele la igualdad que no tienen fuera. Cuando empez¨® la crisis se produjo una impugnaci¨®n general de aquellos que pidieron hipotecas excesivas. Se hizo especial sangre con los empleados de la construcci¨®n: ?un obrero con chal¨¦! En realidad, la cr¨ªtica no era tanto econ¨®mica como social: no es que no pudiesen pagarlo, que pod¨ªan, sino que no deber¨ªan permit¨ªrselo. Hay muchas cosas patrimonializadas en Espa?a y una de ellas es la ambici¨®n: se condena al hombre que pide para una consola aun cuando sus hijos lo ¨²nico que necesitan para pasar su infancia de mierda sea un videojuego. Soto Ivars est¨¢ en lo cierto: si pides en la calle, al menos ten la decencia de ense?ar un mu?¨®n. Qui¨¦n sabe si gracias a la caridad alguien consigue pagar una tienducha y ver c¨®mo crece el negocio violando el pacto de complicidad con el donante. Siempre recordar¨¦ el disgusto en mi ciudad cuando se corri¨® la voz de que un mendigo ten¨ªa un piso: ¡°?Aj¨¢!¡±. Es el ¡°aj¨¢¡± de con que esas tenemos, el ¡°aj¨¢¡± casi inconsciente que define una psicolog¨ªa colectiva. Matt Taibbi, en La brecha (Capit¨¢n Swing, 2015), cuenta la historia de un inspector de Servicios Sociales de Utah que acudi¨® a la llamada de una vietnamita sin recursos que hab¨ªa sido violada. Tras revolver en sus cajones encontr¨® unas braguitas muy sexis: las levant¨® con la punta del l¨¢piz con desprecio y dirigi¨® a la mujer una mirada acusadora. Era el ¡°aj¨¢¡± de que una mujer tan pobre quisiese resultar sexy; el ¡°aj¨¢¡± de no haber suprimido el deseo ante una emergencia mayor. Ser pobre, le dec¨ªa, es tambi¨¦n una conducta.
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