A la sombra de la bandera
El ¨²nico sitio donde perdura el franquismo es en nuestros j¨®venes antifranquistas. La izquierda cree que toda la realidad a partir de 1939 ha sido impuesta, incluida la Transici¨®n. Podemos empieza a captar las limitaciones de ese discurso
Al exhibir la bandera de la democracia espa?ola en su ¨²ltimo mitin, Pedro S¨¢nchez no solo ha realizado un gesto liberador para miles de militantes socialistas y del agrado de millones de espa?oles; tambi¨¦n ha descolocado a su principal rival por la izquierda. Desde hace meses se rumoreaba que en Podemos se estaban pensando si sacar o no la bandera espa?ola a la calle y ahora el PSOE se les ha adelantado. El asunto no es menor. Si, en la estela de S¨¢nchez, Pablo Iglesias y los suyos se sacuden los complejos que impiden a la izquierda espa?ola contempor¨¢nea hacer de la bandera constitucional un signo de dignidad popular, algo habr¨¢ cambiado en nuestra cultura pol¨ªtica.
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Las banderas no deber¨ªan estar muy presentes en nuestras vidas. Habr¨ªan de colgar en los balcones oficiales y poco m¨¢s. En general no son bonitas, y su proliferaci¨®n equivale a contaminaci¨®n visual e ideol¨®gica. Dicho lo cual, las comunidades humanas a¨²n no saben vivir sin s¨ªmbolos y afectar desd¨¦n por todas las banderas es una pose intelectual que no conduce a ning¨²n sitio, sobre todo porque no todas significan lo mismo: unas son inclusivas y democr¨¢ticas, otras no tanto y algunas son portadoras de mensajes de odio y desprecio. En todo caso, la aversi¨®n a la bandera espa?ola ¡ªque no al resto de banderas privativas, incluidas las irredentistas¡ª es rese?able por el problema al que apunta: buena parte de nuestra izquierda se resiste a abandonar el marco mental del antifranquismo, identificando err¨®neamente la ense?a constitucional con el l¨¢baro de la dictadura. (Dicho sea de paso: nuestra actual bandera, que es la ¨²nica bandera federal que tenemos, est¨¢ basada en la tradicional desde Carlos III y usa los mismos colores que ya fueron usados sin tormento por la Primera Rep¨²blica).
Que la izquierda no renuncie al marco antifranquista, con su confusa y acr¨ªtica nostalgia segundorrepublicana (que en muchos poco tiene que ver con aut¨¦ntico republicanismo), tiene consecuencias. La m¨¢s importante es que el marco antifranquista no les permite sentirse del todo c¨®modos en su piel de espa?oles, porque bajo ese paradigma, no sin motivo, ¡°Espa?a¡± es una realidad negativa y opresiva. Y todo eso les arrastra a dar por buenos los planteamientos victimistas de los nacionalismos perif¨¦ricos, que vienen dando la murga con mayor contumacia que el fantasmag¨®rico nacionalismo espa?ol que se quiere ver en todas partes.
Para Iglesias llega el momento de la verdad: ser un l¨ªder espa?ol o s¨®lo un l¨ªder castellano
Esto se aprecia bien en el documento Podemos: plurinacionalidad y derecho a la autodeterminaci¨®n, firmado por los barones territoriales de Podemos en Catalunya, Euskadi, Galiza e Illes Balears (escritos as¨ª). En el texto se aboga por el derecho de autodeterminaci¨®n de todas las naciones del Estado (sin especificar cu¨¢ntas ni cu¨¢les), la exclusi¨®n de la lengua espa?ola como veh¨ªculo de ense?anza en las comunidades y la asimetr¨ªa en las competencias sin preocuparse de cu¨¢les quedar¨ªan en manos del Gobierno central o de la federaci¨®n. Por supuesto, no faltan las invectivas contra el ¡°R¨¦gimen del 78¡±, del que no hay nada que valorar positivamente, y contra ¡°las din¨¢micas uniformizadoras del Gobierno espa?ol que amenazan lenguas y culturas¡±.
La pieza parece escrita en 1975; o mejor dicho, est¨¢ escrita en 1975, que es donde mentalmente viven sus redactores. Es decir, si el franquismo perdura en alg¨²n sitio en Espa?a es en nuestros j¨®venes antifranquistas, que no sueltan el espantajo as¨ª se les agarrote su mano siempre pu?o. Para los l¨ªderes de Podemos, que en esto siguen a la izquierda nacionalista punto por punto, nada ha cambiado en Espa?a de un tiempo a esta parte. Es indudable que el r¨¦gimen franquista promov¨ªa ¡°din¨¢micas uniformizadoras que amenazaban lenguas y culturas¡±; pretender que cualquier Gobierno de Espa?a desde 1978 lo siga haciendo solo es fruto de la pereza ideol¨®gica y la ignorancia culpable. Hace poco, a Tania S¨¢nchez, interrogada por la cuesti¨®n catalana, no se le ocurr¨ªa otra cosa que decir que ¡°Espa?a no es una, grande y libre¡±. Declaraciones vintage.
E interesa explicitar un presupuesto de este discurso: Espa?a no existe; cuando menos, su existencia es dudosa. Cuando los l¨ªderes de Podemos, en su ¨²nica concesi¨®n al lector no nacionalista, dicen valorar ¡°positivamente la rica diversidad cultural y ling¨¹¨ªstica¡± del ¡°Estado espa?ol,¡± no se les pasa por la cabeza que en esa diversidad se halle tambi¨¦n incluida y mezclada una cultura y una lengua que han llegado a ser comunes para todos los espa?oles. Tan indudable como que en Espa?a no hay una ¨²nica cultura y una ¨²nica lengua es que hay una lengua y una cultura y una historia en com¨²n. Pero no, para la izquierda contempor¨¢nea, siguiendo la falsilla mental antifranquista, que cree que todo comienza en 1939, esa realidad com¨²n hay que leerla como realidad impuesta. Y esa desaparici¨®n de la Espa?a en com¨²n se refleja vivamente en la nueva moral ling¨¹¨ªstica: queda prohibido decir Espa?a; hay que decir Estado espa?ol. Como mucho, en funci¨®n del contexto, se dice ¡°este pa¨ªs¡±. Todo menos mentar por su nombre a la innombrable.
Tan indudable como la rica diversidad nacional es que hay una lengua y una cultura comunes
Parece que Iglesias empieza a darse cuenta de las limitaciones de este discurso. Para ¨¦l ser¨¢ dif¨ªcil virar el tim¨®n. Como el escultor que muestra disgusto ante el trozo de m¨¢rmol que le han tra¨ªdo, hace poco se excusaba ante sus seguidores por su apret¨®n de manos al Rey alegando que ¡°los espa?oles est¨¢n socializados como est¨¢n socializados¡±. Puede. Pero Iglesias y Errej¨®n no deben ignorar las limitaciones de su propia socializaci¨®n. Es decir, una educaci¨®n sentimental donde ganar la Guerra Civil y restaurar la Rep¨²blica es la tarea magna, aunque la vasta mayor¨ªa de espa?oles ya haya saldado la cuenta y pasado la p¨¢gina. Solo situ¨¢ndose en ese pasado previo a 1978 puede uno compenetrarse con los nacionalismos perif¨¦ricos, que entonces no hab¨ªan derrochado el caudal de simpat¨ªa con que sus postulados ingresaron en la Transici¨®n.
Para alguien como Iglesias, de cuya condici¨®n de l¨ªder no se duda, se acerca el momento de la verdad: ser un l¨ªder espa?ol o solo un l¨ªder castellano. A veces da la impresi¨®n en Podemos ¡ªal contrario que Ciudadanos, que tiene una idea cabal de Espa?a¡ª de que el pa¨ªs que quiere gobernar se limita a lo que podr¨ªamos llamar ¡°la castellan¨ªa¡±, en extra?a sinton¨ªa con la visi¨®n franquista, duramente castellanoc¨¦ntrica. Salir de ah¨ª supondr¨¢ dejar de bailar el agua a los nacionalismos vascos y catal¨¢n, denunciar su mal disimulado etnicismo y defender con m¨¢s agallas la dignidad del abundante sentimiento vascoespa?ol y catalanoespa?ol en Catalu?a y Pa¨ªs Vasco. Veremos. No sea que en lugar de asaltar los cielos se acaben conformando con una excursi¨®n a la meseta.
Juan Claudio de Ram¨®n Jacob-Ernst es ensayista.
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