Una presencia silenciada
Concebimos la estupidez como una fatalidad consustancial a la condici¨®n humana. Pero a veces esta fuerza devastadora no es est¨¦ril, como demuestra la caravana gay que todos los a?os visita Badajoz en respuesta a una sandez del pasado reciente
Ahora que es verano y la ciudad se llena de turistas me asombra c¨®mo se emboban, boquiabiertos y risue?os, ante cualquier atracci¨®n, qu¨¦ bobalicones son, qu¨¦ f¨¢cil presa de trileros, carteristas y liantes de todas clases. Sucede que en cuanto baja el nivel de estr¨¦sy exigencia, se cae f¨¢cilmente en la idea fofa de que el mundo es blando y est¨¢ lleno de gente amable que tiene costumbres particulares, como abrazarte y meter la mano en tu bolsillo¡ Es la estupidez, en su estado transitorio. Porque en el curso del a?o laboral probablemente estos bobos sean muy eficientes en lo suyo e implacablemente racionales.
En el teatro del mundo, donde fuerzas tan diversas agitan violentamente tanto a las personalidades ¨²nicas como a las masas, pocas veces se la tiene en cuenta aunque sea un factor decisivo en las tomas de decisiones y el desarrollo de los acontecimientos, y aunque sus efectos entr¨®picos saltan clamorosamente a la vista. Seguramente al lector se le figurar¨¢n episodios, personajes, casos, de palpitante actualidad (yo tambi¨¦n estoy pensando en ellos) que confirman la presencia entre nosotros de esta influyente y da?ina fuerza de la que se habla tan poco. Musil, Cipolla, Avital Ronell han escrito con ingenio sobre este tema inagotable, pero en general analizamos nuestro paisaje humano como si sobre ¨¦l esa fuerza destructiva no actuase y no ejerciera su poderoso dominio. Si se la menciona, se hace con desprecio e inmediatamente se deja de lado como si no tuviera importancia. Es tab¨².
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Y lo es por varios motivos. En primer lugar, quien habla de ella da la impresi¨®n de que se considera a s¨ª mismo exento y por encima, y autom¨¢ticamente queda como un fatuo, como esos franceses que con sonrisa suficiente dicen que lo que m¨¢s detestan en el mundo c¡¯est la b¨ºtise. Flauberts de ocasi¨®n, listillos de estar por casa.
Aunque pensemos que el otro es est¨²pido, o que lo son las ideas que expone, nos guardaremos mucho de dec¨ªrselo, pues si lo hici¨¦ramos ser¨ªa imposible el debate, se romper¨ªa la baraja. Cuando le dices al otro, aunque sea en el tono m¨¢s tierno y comprensivo, e incluso palme¨¢ndole afectuosamente la espalda, que es un idiota, puedes apostar a que se lo tomar¨¢ mal y el debate se habr¨¢ terminado all¨ª mismo. No hay di¨¢logo ni democracia posible en estos t¨¦rminos de extrema sinceridad. S¨®lo las personas francamente descorteses y desagradables (y por consiguiente no muy inteligentes) verbalizan esa verdad universal: que el otro es necio. Y a prop¨®sito del mencionado Flaubert, en su famoso diccionario de estupideces la entrada Imb¨¦ciles queda definida como ¡°los que no piensan como nosotros¡±.
La inacci¨®n es la cordura; el h¨¦roe literario Fabricio del Dongo era un idiota hiperactivo
El tercer motivo de que no hablemos del problema de la estupidez es que la percibimos como una fatalidad consustancial a la condici¨®n humana contra la que hay poco o nada que hacer, e invita a la resignaci¨®n y el silencio, pues efectivamente lo caracter¨ªstico del tonto es su contumaz impermeabilidad a los argumentos.
Marx consideraba el trabajo alienado como una gran f¨¢brica de estupidez, y a ¨¦sta, una de las tres grandes fuerzas de la historia, junto con la econom¨ªa y la violencia. Y ¨¦l hablaba todav¨ªa del mundo real, y no del virtual al que nos hemos trasladado. En televisi¨®n, el espect¨¢culo de la sandez ajena resulta para los espectadores fascinante y enga?osamente reconfortante, pues les hace sentirse superiores a los gladiadores en pantalla. En Internet, r¨¢pida e irreflexiva, la velocidad multiplica la estupidez a su en¨¦sima potencia. Cada vez que le damos a la tecla no s¨®lo nos distraemos, y le regalamos a otros nuestro precioso tiempo ¡ªyo por ejemplo hace un momento me resist¨ª victoriosamente a clicar donde dec¨ªa ¡°Bar Rafaeli se desnuda e incendia las redes¡±, pero en cambio ca¨ª en unas declaraciones pol¨¦micas, muy escandalosas, de alguien, a prop¨®sito de no s¨¦ qu¨¦, que ya no recuerdo qu¨¦ dec¨ªan¡ª, sino que contribuimos con un granito de arena a la elevaci¨®n del monumento colosal que la humanidad va erigiendo d¨ªa tras d¨ªa sin prisas a su propia imbecilidad.
La buena noticia es que no siempre esa fuerza a menudo devastadora es est¨¦ril. A veces por el contrario es de una fertilidad a la que no podr¨ªa aspirar la inteligencia de las cosas, pues la Raz¨®n ve el peligro y el error que acecha en cada movimiento y tiende a la pasividad: ¡°No me gusta conmoverme porque la voluntad se excita / y la acci¨®n es siempre peligrosa. / Temo cometer alg¨²n error, / alguna mala acci¨®n, con buenas intenciones, / alg¨²n acto injustificado. / ?Estamos tan inclinados a esas cosas, con nuestras?/ terribles nociones del deber!¡±. La inacci¨®n es la cordura, y ya se ha dicho que el h¨¦roe literario por excelencia, el joven aventurero Fabricio del Dongo, era un idiota hiperactivo, como confirma la relectura de su novela a la luz de la raz¨®n y no del romanticismo adolescente. Mientras que Hasek hace que el cretinismo de su soldado Svek, tan extremo que se confunde con la genialidad, le proteja de los peligros de la guerra como el m¨¢s formidable talism¨¢n.
A veces uno hace una tonter¨ªa, comete un grosero error, pero gracias a eso se encuentra ante un panorama que jam¨¢s hubiera descubierto si no le hubiese conducido hasta all¨ª su propia estupidez.
No hay di¨¢logo ni democracia
posible en t¨¦rminos de
extrema sinceridad
El enamoramiento, que es un estado de enajenaci¨®n y arrebato nada razonable y en el que se cometen los mayores disparates ¡ªla misma cara del Pep¨®n de turno contemplando a su Pepona es un espect¨¢culo que a un observador externo le provoca, como las cucadas de un ni?o, simpat¨ªa compasiva cuando no verg¨¹enza ajena¡ª, es el estado mental m¨¢s universalmente anhelado y celebrado. Y tal vez incluso algo m¨¢s importante y valioso¡
En un momento tonto, cinco a?os atr¨¢s, el (ex) alcalde de Badajoz Manuel Celdr¨¢n, que es muy aficionado a la cr¨ªa del palomo, se jact¨® en la radio de que en su ciudad a los ¡°palomos cojos¡± (los homosexuales) ¡°los echamos para otro lado¡±, porque ¡°esta tierra es sana y fuerte¡±. La excesiva, manifiesta, satisfecha, estupidez hom¨®foba del chascarrillo sublev¨® a varios colectivos; Celdr¨¢n tuvo que presentar excusas, el c¨®mico Wyoming organiz¨® una ¡°caravana de palomos¡± que llev¨® a Badajoz a 10.000 gais, y esa caravana se ha ido repitiendo a?o tras a?o, alcanzando en 2015 el n¨²mero de 25.000 participantes que con su presencia y sus gastos constituyen una bendici¨®n, en varios sentidos, para la ciudad. Corolario: peque?a y redonda estupidez personal, grandes beneficios para la colectividad. Ojal¨¢ fuera siempre as¨ª y pudi¨¦ramos extraer de nuestra propia estupidez pura energ¨ªa, nuevas y ¨²tiles y brillantes cosas, como basura reciclada.
Ignacio Vidal-Folch es escritor.
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