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De caza con Delibes

Miguel Delibes limpia su escopeta durante una jornada de caza
Miguel Delibes limpia su escopeta durante una jornada de cazaManuel Leguineche

La caza es, como para sus novelas, un hombre, un paisaje y una pasi¨®n. Y un p¨¢jaro o dos, que no es tiempo de vacas gordas. Miguel Delibes l¨ªa su cigarrillo de capacha con la prudencia y el tiento de siempre. Est¨¢ en capilla: faltan pocas horas para la apertura de la codorniz y el novelista que caza siente ya la proximidad del vuelo del p¨¢jaro y presiente el olor a p¨®lvora, los devaneos de Green, su perro, y el cansancio reparador de los primeros veinte kil¨®metros a mano.

Espera el momento, el pistoletazo de salida en su casa de Seda?o (Burgos) direcci¨®n a Santander. La escopeta est¨¢ engrasada, el perro impaciente y la cuadrilla a punto. Sin embargo, la proletarizaci¨®n de la caza, el bureo de los nuevos cazado?res e incluso los vientos de democracia han cambiado el mapamundi y Miguel lo sabe. La fiebre sube en los cazadores. Los reci¨¦n llegados o los de FN repetidora y leguis charolados, los frustrados aficionados hablan de invadir cotos y liarse a tiros con la aurora. Hay un exceso de pasi¨®n y pocas codornices. Se fundan socieda?des como La perdiz democr¨¢tica o La becada Ubre. La cineg¨¦tica imita al arte de la pol¨ªtica. Por Dios, ?ser¨¢ que tambi¨¦n la caza se politiza? Delibes no lo cree. ¡°El problema fundamental ¡ªdice¡ª no es pol¨ªtico, sino social. Cazadores de Valladolid y Burgos con m¨¢s de sesenta a?os alegan que han podido toda su vida salir al campo y cazar donde les apetec¨ªa; todo era terreno libre menos alguna finca acotada, pero, claro, hay que darse cuenta de la evoluci¨®n de las cosas. Hace treinta a?os podr¨ªamos ser en Valladolid cien cazadores y esos cien cazadores pod¨ªan ir a cualquier lugar de la provincia sin estorbarse, pero hoy en Valladolid habr¨¢, por ejemplo, 10.000 escopetas, y entonces resulta que materialmente no hay sitio que pueda co?bijar 10.000 escopetas todos los d¨ªas. Este es en esencia el nudo de la cuesti¨®n. Al fin y al cabo, tanto derecho tienen de salir al campo los pir¨®manos que sacan su licencia como los ver?daderos cazadores, a los que les gusta ver tras?tear al perro y disfrutar de la naturaleza, pero ha llegado un momento en que no hay sitio para todos.¡±

La caza es una industria que inyecta cerca de 25.000 millones de pesetas a la econom¨ªa del pa¨ªs y crea 30.000 puestos de trabajo. Los cotos privados se elevan a casi 25.000. Coto parece palabra de otros tiempos y, sin embargo, est¨¢ de moda, quiz¨¢ m¨¢s de moda que nunca.

Pregunta. ?Por qu¨¦, Delibes?

Respuesta. Es un problema que ha tra¨ªdo la nueva ley, una ley ya de cinco o seis a?os que viene a autorizar a los propietarios de las tierras, si est¨¢n todos de acuerdo, a acotar sus t¨¦rminos. As¨ª se ha dado la circunstancia de que ¨²nica?mente pueden cazar en Espa?a los que son de pueblo, viven en un pueblo, tienen relaci¨®n con un pueblo, o bien los adinerados que tienen la finca propia, o bien aquellos cazadores tambi¨¦n modestos que prefieren reservar sus peque?os ahorros para tomar una acci¨®n en un coto de pue?blo, que ¨¦sta es, concretamente, mi situaci¨®n.

Delibes caza en Santa Mar¨ªa del Campo, provincia de Burgos, pagando.

 El escritor Miguel Delibes con su escopeta de caza en una imagen del año 1977
El escritor Miguel Delibes con su escopeta de caza en una imagen del a?o 1977

¡°Es un t¨¦rmino grande y se da la circunstancia de que, por un lado, est¨¢n los cazadores del pueblo y, por otro, dos grupos de cazadores, uno de Valladolid y el otro de Burgos. Los de fuera del pueblo pagamos m¨¢s por el arrendamiento que los del lugar, de manera que ellos tienen la ventaja de que la acci¨®n les sale mucho m¨¢s barata que a los cazadores de afuera. Yo com?prendo que ¨¦sta no es una soluci¨®n para todo el que quiere cazar, primero porque hay quien no se decide a renunciar a otras cosas. La acci¨®n no es que cueste muy cara, pero te puede costar veinte o treinta mil pesetas al a?o. En cambio hay otros que anteponen la caza a todo otro placer: el f¨²tbol, el teatro, los toros, el cigarrillo, el alcohol, la partida, etc¨¦tera... y que reservan todos sus ahorros para comprar una acci¨®n en un coto. En fin, que ¨¦sta es una soluci¨®n incom?pleta y, seguramente, no justa.¡±

Una jornada de caza del acad¨¦mico se inicia con un ¡°madrug¨®n sensacional¡±. ¡°Nos levanta?mos a las cinco de la ma?ana, a las seis menos cuarto nos pondremos en viaje hacia Santa Mar¨ªa del Campo. En Santa Mar¨ªa, mis hijos y yo nos encontramos con mi hermano Manolo y con otro de mis hijos, Germ¨¢n. Los perros los llevamos de aqu¨ª, que es donde los tenemos y dedicaremos cuatro o cinco horas, las primeras de la ma?ana, a cazar. De siete a once y media o doce. Despu¨¦s, almorzaremos, nos tumbaremos a la siesta, charlaremos y, a la ca¨ªda de la tarde, sobre las seis, volveremos a cazar.

P. ?C¨®mo se presenta la temporada?

R. Tengo entendido que no hay muchas co?dornices, aunque los informes son desiguales. De Logro?o vienen noticias de que la codorniz es escas¨ªsima y, en cambio, en Ciudad Real dicen que habr¨¢ bastante codorniz. Esto es, al menos, lo que he o¨ªdo por la radio, de manera que no s¨¦ lo que nos esperar¨¢ el domingo.

Las aves est¨¢n a la altura de las oscilaciones meteorol¨®gicas. ?A qu¨¦ se debe que un a?o sea bueno y otro malo? ?A los caprichos de las co?dornices, a razones agr¨ªcolas o cient¨ªficas o qui¨¦n sabe, a las explosiones at¨®micas?

¡°Esto es sorprendente porque anta?o la co?dorniz emigraba de ?frica, pasaba la primavera y el verano en Europa, sobre todo en las pen¨ªnsulas bajas, en Italia, en Grecia, en Es?pa?a, y claro la temporada de codorniz de?pend¨ªa de la entrada de p¨¢jaros y la entrada de p¨¢jaros depend¨ªa, sin duda, de la frondosidad y de la esperanza de la cosecha. Hoy d¨ªa todo se ha trastrocado porque la mayor parte del cereal que se siembra en Castilla es tremesino, de ciclo corto, que se siembra en abril o mayo. La co?dorniz se encuentra las labores apenas apunta?das y quiz¨¢ por eso ya no emigra, y no emigra porque los marroqu¨ªes tambi¨¦n la cazan, o quiz¨¢ por el recibimiento que la dispensaban. Ya lo cont¨® ese hombre, el de la Historia de Saint Michel, Axel Munthe: la espera a las co?dornices ya rendidas despu¨¦s de atravesar el oc¨¦ano que las cog¨ªan a millares con redes. Los p¨¢jaros son avisados y han terminado por aprender. Lo que es evidente es que yo tengo amigos en Algeciras que cuando leen mis libros me dicen que ellos no cazan m¨¢s codornices que yo, es decir, que apenas hay entrada de codorniz africana. Entonces, ?cu¨¢l es la codorniz que se mueve por la meseta Norte en verano? Este es el gran misterio que todav¨ªa no me han resuelto los hombres de ciencia, pero yo empezaba a sospe?char que la codorniz que fluct¨²a por aqu¨ª, la que se mueve por aqu¨ª, que viene a criar aqu¨ª es la codorniz extreme?a o la andaluza, o sea, esa codorniz que, sobre todo, creci¨® y se desarroll¨® en los algodonales. Viene a Castilla, en m¨¢s o menos cantidad, pendiente de las cosechas y de los resguardos que rinde el campo.¡±

Se me ha demostrado que el ciclo de repro?ducci¨®n de la liebre es totalmente falso, o sea, que he cobrado liebres pre?adas en casi todos los meses del a?o en que se pueden cazar. Por otro lado, bien por el autom¨®vil, bien porque las he visto en pleno invierno, se guarrean y andan en celo en los meses m¨¢s crudos del invierno. Esto, o siempre ha sido as¨ª y no lo han observado o es que ha cambiado el h¨¢bito de la especie, no lo s¨¦. Y por lo que se refiere al ciclo de repro?ducci¨®n de la codorniz, te puedo decir que en los algodonales de Badajoz mat¨¦ pollos de codorniz en pleno enero, luego esto quiere decir que no s¨®lo hac¨ªa nido en verano, sino que aquellos pollos hab¨ªan nacido en noviembre o diciem?bre. En cuanto a la perdiz creo que lo que ha ganado en bravura y en dificultad para cazarla ha perdido en calidad. Antes, al final de los cuentos, como el supremo manjar se dec¨ªa ¡°... y vivieron felices y comieron perdices¡±. La perdiz hoy, si quitamos los primeros pollastres que matas en octubre, es un p¨¢jaro mucho m¨¢s duro y mucho m¨¢s ins¨ªpido y de carne m¨¢s estoposa que lo era la perdiz que yo recuerdo de mi in?fancia. ?Por qu¨¦? Sencillamente porque se la somete a un acoso mucho mayor. Entre los hombres y las m¨¢quinas se sienten acosadas y, en consecuencia, la perdiz hace mucho m¨¢s ejercicio que antes. Por lo general, la perdiz no vuela, no levanta si no la hostigas ahora se la hostiga de la ma?ana a la noche y todos los d¨ªas, y hace un ejercicio mucho mayor que antes. Otra consecuencia de este hecho: antes se dec¨ªa que a la perdiz se la mataba m¨¢s con las piernas que con la escopeta, que la perdiz no te resist¨ªa m¨¢s de tres vuelos. Esto era la perdiz de 1940. Hoy d¨ªa, la perdiz te resiste tres vuelos y algunas hasta treinta. Lo que gana de cara a su defensa lo pierde el plato como placer gastron¨®mico.

La ecuaci¨®n es ¨¦sta: la importancia del trofeo est¨¢ en funci¨®n directa de la dificultad en obte?nerlo. Delibes encuentra m¨¢s jazz, m¨¢s emo?ci¨®n, en la perdiz que en la codorniz.

R. Es que la perdiz tiene mucha m¨¢s dificul?tad de ser cazada, te exige un mayor esfuerzo, una mayor dedicaci¨®n. Es tambi¨¦n m¨¢s escasa, es mucho m¨¢s dif¨ªcil derribarla porque vuela lejos y r¨¢pido. En una palabra, el trofeo es m¨¢s codiciado porque los obst¨¢culos que te opone son mayores. Pero, mira, la codorniz tiene el encanto que no tiene ninguna otra especie de caza, la exigencia del perro como colaborador inmediato tuyo. Y en este caso hay que recono?cer que la distracci¨®n que te depara la caza de la codorniz va en proporci¨®n a la categor¨ªa del perro que utilices. Por desgracia, desde que se me muri¨® mi perra Dina, que era un prodigio, no he encontrado un perro ideal para cazar la codorniz. Sin un perro y en un d¨ªa canicular, la codorniz no levanta, se oculta entre las pajas, entre las yerbas del arroyo, entre la maleza y no aparece. Sin embargo, si vas con perro te la indica ya de lejos, se va aproximando, viene la muestra, viene tu preparaci¨®n y, finalmente, el perro levanta la pieza y t¨² la abates o no la abates, eso depende de tu habilidad. Yo me resisto a tener un perro de caza, que es general?mente un perro grande, en un piso. En el piso somos ya bastante gente como para encima me?ter un perro, y un perro que no vive contigo no es un buen colaborador. Por otro lado, me da l¨¢stima tener amarrado al animal durante meses en un taller o en una caseta en el campo, pero sin que pueda moverse. Primero, el perro no se acostumbra a ti y en segundo lugar se malea con los ratones. Yo a la Dina la cog¨ª ya ense?ada, me la vendieron aqu¨ª en Seda?o, disfrut¨¦ durante ocho a?os de una perra extraordinaria que una vez hubo aprendido no se male¨®. Por otro lado tenemos una gran dificultad y es que cazando juntos como cazamos mis hijos y yo no podemos educar a un perro que exige un solo cazador. Salir cuatro con un perro es tonter¨ªa, porque oye un tiro en una esquina, oye otro tiro en otra esquina, no est¨¢ ni con uno ni con otro.

Delibes , escopeta al hombro, acaricia a su perro durante una jornada de caza
Delibes , escopeta al hombro, acaricia a su perro durante una jornada de cazaManuel Leguineche

P. Lorenzo, el protagonista de Diario de un cazador es el arquetipo de los cazadores de Delibes, un poco o un mucho ¨¦l mismo. ?C¨®mo ser¨ªa ahora Lorenzo?

R. Hombre, ser¨ªa completamente distinto. Dif¨ªcilmente podr¨ªa subsistir, aunque yo su?pongo que, dada su afici¨®n, Lorenzo se habr¨ªa arreglado para tener un peque?o coto, porque para ¨¦l la caza era la vida. Le ocurre un poco lo que a m¨ª. He dicho muchas veces que podr¨ªa vivir sin comer, pero no podr¨ªa vivir sin cazar, y en efecto, prefiero privarme de cualquier otra cosa que de la posibilidad de salir al campo cuando se abre la veda. En tiempos de Lorenzo, el ideal del cazador era ser un hombre libre, sobre una tierra libre, contra un p¨¢jaro libre. Hoy, ni el hombre es libre, ni la tierra es libre, ni los p¨¢jaros son libres, porque est¨¢n tambi¨¦n controlados, se les potencia mediante repobla?ciones peri¨®dicas, etc¨¦tera. En la tierra se ha asentado tambi¨¦n el artificio y lo que ocurre es que yo creo que hay que repartir la gracia de Dios. Cuando un cazador dice hoy: ¡°yo quiero que sea como antes¡±, est¨¢ apuntando una utop¨ªa. Lo que no podemos hacer de ninguna manera es volver a hablar de la caza libre, del campo libre, aunque algunos grupos en dife?rentes provincias hagan demagogia con ello. Si hay un mill¨®n de cazadores en Espa?a, el campo no puede ser libre. Lo que hay que hacer es multiplicar los cotos sociales que ha organizado con una gran inteligencia Jorge de la Pe?a: te cuesta una cantidad de dinero el acceso por un d¨ªa y te cuesta una peque?a cantidad de dinero cada pieza que matas. El n¨²mero de piezas est¨¢ controlado, ning¨²n cazador puede matar m¨¢s de seiscientas al d¨ªa. Si haces n¨²meros y vendes la caza que matas, en lugar de com¨¦rtela, ver¨¢s que, m¨¢s o menos, el d¨ªa de distracci¨®n que te ha deparado esa cacer¨ªa est¨¢ proporcionado, los gastos que has hecho te vienen compensados luego por la venta de la caza. Naturalmente, no podemos aspirar a que leona o quien sea nos pague tambi¨¦n los cartuchos, nos pague la ga?solina, nos pague el almuerzo... La caza tiene que costar algo. Puede ocurrir, tambi¨¦n, que si hacemos de media Espa?a coto social todav¨ªa no tengamos sitio todas las escopetas, todos los aficionados.

P. Que sois muchos...

R. Las licencias son como 800.000. Tendre?mos que conformarnos con ocho d¨ªas de caza al a?o o con seis, o con cinco, o con los que sean, pero esto estar¨¢ repartido. Y no te hablo tanto de la mitad norte de Espa?a. La mitad norte de Espa?a, digan lo que quieran las sociedades que se llaman as¨ª, es toda de cazadores modestos. Para m¨ª es una cacer¨ªa modesta la que yo tengo anotada del a?o pasado, donde no creo que llegaran a cuarenta las perdices que cobr¨¦ en veinte d¨ªas de caza. Esto me parece no una caza modesta, sino modest¨ªsima. Ten en cuenta que cuarenta perdices te las mata en una sola batida, en la primera, cualquier escopeta de Madrid para abajo te puede incluso matar doscientas perdices en un d¨ªa. Esto es lo que me parece desproporcionado, la mortandad que se produ?ce con los ojeos, con las escas¨ªsimas perdices que puedes abatir a mano. Pero, en fin, toda esta cuesti¨®n de las fincas privadas est¨¢ ligada, como sabes, a todo el problema social y econ¨®mico de Espa?a, es decir, que mientras exista una orga?nizaci¨®n capitalista, el que tenga una finca la reservar¨¢ para cazar ¨¦l con sus amigos.

P. Porque los oligarcas cazadores, los happy few est¨¢n ahora igual o mejor que en tiempos de Franco, ?o es que viven ahora mejor que con Franco?

R. En tiempos de Franco, no s¨®lo se consumaban esas mortandades de 2.000 perdi?ces por cacer¨ªa, sino que adem¨¢s te las redun?daban en el No-Do y te las sacaban en la televi?si¨®n y en los peri¨®dicos. De manera que no s¨®lo estaba mal el hecho, sino que se daba mal ejem?plo al pueblo con ello. El pueblo nunca hab¨ªa ojeado, pero aprendi¨® de los No-Dos y de la televisi¨®n que el ojeo era una caza mucho m¨¢s c¨®moda que cazar a mano, que uno, sin cansarse, pod¨ªa tambi¨¦n matar perdices, y cada uno den?tro de su nivel en sus peque?os t¨¦rminos muni?cipales o en sus peque?os cotos hac¨ªan sus ojeos y en vez de 2.000 mataban doscientas perdices, cien o veinte. Lo cierto es que aprendieron a cazar las perdices en la forma lamentable que me parece el ojeo. Yo te digo que, en t¨¦rminos generales, el problema se paliar¨ªa en ese sentido con la creaci¨®n de cotos sociales a los que pueda acceder todo el que le favorezca el sorteo, pero declarar libre un t¨¦rmino no, porque te voy a contar la an¨¦cdota de Guadalajara, de hace dos a?os.

P. La guerra...

R. Exacto. Hab¨ªa un coto magn¨ªfico en Gua?dalajara cerca de Cogolludo, un coto social muy bueno que ten¨ªa fama, desde tiempo atr¨¢s, por la gran cantidad de perdices que criaba. Un a?o, de la noche a la ma?ana lo declaran libre.

Se concentraron en ese solo t¨¦rmino miles de coches, miles, de Madrid principalmente. El tiroteo fue tan espeluznante que hubo hasta heridos y las perdices, las pocas supervivientes, terminaron por meterse en el pueblo, por las puertas de las casas, aterrorizadas. En un d¨ªa, ese t¨¦rmino municipal que era la envidia de todos los espa?oles, qued¨® literalmente arrasa?do. Esto te ocurrir¨ªa con toda Espa?a en el mo?mento en que dijeras todo para todos, soltaras a un mill¨®n de cazadores por el pa¨ªs. Es tan evi?dente que no se practica en los pa¨ªses socialistas. Hay que repartirlo de una manera m¨¢s o menos equitativa, pero no levantar la mano y decir ¡°vamos a cazar como antes¡±, porque antes ca?zaban en Espa?a 3.000 cazadores y ahora lo tienen que hacer 800.000, ya no se pueden esta?blecer t¨¦rminos comparativos.

P. ?Qu¨¦ tal tiraba Franco?

R. No tengo ni idea, pero yo supongo que un hombre que va a cacer¨ªas a las que tira 2.000 ¨® 3.000 cartuchos tiene que ser muy malo para no llegar a acertar. Yo no me he relacionado nunca con ninguno de sus acompa?antes, por tanto, no puedo opinar. Por cierto, tengo ganas de ver Escopeta nacional, la pel¨ªcula de Berlanga, que promete ser sustanciosa.

P. ?Y el Rey?

R. Creo que tira muy bien, adem¨¢s lo hace con m¨¢s modestia que Franco, porque, por lo menos, sus cotos no son tan rimbombantes ni nos machacan a los aficionados semanalmente con sus haza?as. S¨¦ que va a un coto al que me invitaron el a?o pasado a cazar a mano, en Ciu?dad Real, y Jos¨¦ Mar¨ªa Blanc me cont¨® que Juan Carlos era una excelente escopeta. El Rey tiene la ventaja, sobre todo, de que no es ni por asomo un carnicero que mida el ¨¦xito de sus cacer¨ªas por piezas.

P. Circula la tesis (La caza, de Carlos Saura, 1965) de que muchos de los hombres que hicie?ron la guerra y la ganaron necesitaban, por nostalgia del gatillo o por sadismo, continuar disparando, pegando tiros...

R. La pel¨ªcula de Saura es importante y a m¨ª me gust¨® mucho, pero creo que reflejaba s¨®lo un tipo de cazador, el sanguinario, el que mide el ¨¦xito de sus excursiones por el n¨²mero de los animales muertos, y en ello puede haber algo de desahogo de la agresividad del cazador. Yo no niego que en alg¨²n caso se d¨¦ eso y se produzcan las escenas escalofriantes que nos ofrece Saura en La caza. Claro, llamar La caza a esa pel¨ªcula me parece un acierto desde el punto de vista literario, pero no refleja lo que es la caza para un verdadero aficionado. Para un verdadero caza?dor lo que tiene importancia es el despertar de la naturaleza, el ver los quiebros del perro, el ver la mejor manera de entrizar a las perdices y cer?carlas, el conseguir que se entreguen ellas antes que t¨², que lo de menos, si te pones a mirar, es la muerte del animal.

P. El cazador es, en principio, como las dem¨¢s personas o su afici¨®n le conforma de tal manera que le cambia el metabolismo, le hace diferente, con unas caracter¨ªsticas propias...

R. Yo creo que el cazador es hombre abierto, aficionado al campo, hombre con tendencia a la soledad, hombre enemigo del gregarismo, ene?migo de las multitudes, pero, por otro lado, no me parece tan herm¨¦tico o tan suyo como es el pescador de truchas, que se reserva sus descu?brimientos. Es muy raro que el pescador de truchas te ense?e algo que a ¨¦l le est¨¢ dando resultado, mientras que a m¨ª me parece advertir que el cazador es m¨¢s abierto, m¨¢s sincero, me?nos ego¨ªsta.

P. ?Qu¨¦ es lo que puede ocurrir cuando no quede ya un palmo de terreno de caza, cuando los hombres que viven visceralmente esta afi?ci¨®n, como una droga, se pongan muy nervio?sos...?

R. Es muy posible que antes de que esto su?ceda lo que se termine sea la caza. Porque ya ocurre que el antiguo furtivo que ten¨ªa una estampa rom¨¢ntica, una gran belleza, viv¨ªa de la caza, conoc¨ªa las sendas de las diferentes espe?cies, sab¨ªa d¨®nde encontrar una liebre o un bando de perdices, ese tipo de furtivo se ha terminado. Quiz¨¢ hay que alegrarse por ello, porque le empujaba el hambre, pero ha apare?cido otro tipo de furtivo que es el t¨ªpico gambe?rro de nuestra hora, que no tiene nada que ver con esa estampa bella y rom¨¢ntica de la que hablaba, del furtivo que se hac¨ªa sus cartuchos en casa, que cargaba con cabezas de clavo en vez de con perdigones, que miraba la econom¨ªa de la munici¨®n. Hoy d¨ªa no, hoy d¨ªa, la motoriza?ci¨®n y la incivilidad est¨¢n acabando, por ejem?plo, aqu¨ª en Castilla, con la liebre. Es corriente, y todos los guardas jurados lo saben, que en las madrugadas, en todas las capitales de las pro?vincias castellanas, una vez que se ha recogido la cosecha salgan coches erizados de escopetas por las ventanillas. Con la luz de los faros liquidan todas las liebres que les salen al paso. Ante la luz, la liebre hace el bolo, se pone de manos y se deja matar impunemente. Esto se repite una y otra vez en los pueblos de Espa?a, en los caste?llanos las condiciones del terreno lo favorecen. Estos coches entran por los rastrojos, entran por los ra¨ªles de los caminos de concentraci¨®n, en?tran por todas partes y liquidan las liebres sin que los guardas se atrevan a salir al paso, porque hoy d¨ªa la vida humana tiene escaso valor y es posible que por una liebre uno sea capaz de matar a un hombre. De modo que es muy f¨¢cil que entre esto, la qu¨ªmica, la mecanizaci¨®n, el furtivismo, la desaparici¨®n de linderas, la orde?naci¨®n agraria... la caza desaparezca. Un campo ordenado para la agricultura es desordenado para la caza; la caza gusta de la gre?ura, de la dificultad, de la mara?a. Desaparecen las lin?deras, desaparecen los arroyos, la concentraci¨®n parcelaria ha unificado las fincas... O sea, que antes de que podamos invadir los cotos, es muy posible que si no se ha acabado del todo la caza falte muy poco, como ya sucede en Castilla.

P. Se anunciaban manifestaciones en Valladolid y los gobernadores publican bandos en los que advierten sobre las consecuencias de la invasi¨®n de cotos. ?Se puede producir aqu¨ª una macedonia de tiros?

R. Ortega dijo que en todas las revoluciones el primer s¨ªntoma ha sido la invasi¨®n de los cotos de caza. Esto lo dec¨ªa Ortega hace cincuenta a?os. El coto era una de las cosas que ten¨ªan un tufo de privilegio m¨¢s notorio o m¨¢s visible, pero ya no es una cuesti¨®n de dinero, porque la mayor parte de los acotados son de los campesi?nos, de los cultivadores de la tierra peque?os y grandes...

P. Y el cazador urbano es el que pierde...

R. Ha perdido ya porque si no tiene relaci¨®n con alg¨²n pueblo, si no ha nacido en un pueblo o no tiene la oportunidad de adquirir una acci¨®n que le ofrecen en un pueblo, como es nuestro caso, se tiene que quedar en casa. No le queda otro recurso que los cotos sociales, pero ¨¦stos son muy pocos en relaci¨®n con las escopetas. Por eso, para m¨ª, la soluci¨®n ser¨ªa, de momento, hacer de media Espa?a coto social y la otra media dejarla, mientras duren las circunstancias pol¨ªtico-sociales actuales, en manos de los pro?pietarios de las fincas o en manos de los que han pagado una cantidad por la caza en un determi?nado predio.

P. En realidad existe y ha existido una guerra caliente, latente entre el cazador y el campesino, el cazador que invade sus tierras y que viene a solazarse y no a compartir sus problemas. Caza y se va. ?No ser¨¢ que todo cazador lleva dentro a un se?orito, a un advenedizo?

R. Esa guerra sigue, sobre todo, en la cues?ti¨®n de conejos y jabal¨ªes. El conejo cuando abunda, hace mucho da?o en el campo, y el ja?bal¨ª, cuando le da por una querencia por las siembras, produce tambi¨¦n grandes destrozos. Hoy por hoy, esto se ve paliado por la actitud de los cazadores, que desde que forman un coto en una sociedad o en un pueblo se comprometen a indemnizar a los damnificados por los perjui?cios que les hayan causado los conejos o los jabal¨ªes o cualquier otra especie. Pero esa tiran?tez, de guerra campesino-cazador, subsiste, quiz¨¢ atenuada porque hay mucho campesino que es al mismo tiempo cazador.

P. Otra guerra estuvo a punto de estallar el a?o pasado entre cazadores vascos y gentes castellanas, despu¨¦s de los incidentes registra?dos en Burgos tras la final de Copa, que perdi¨® el Athletic. El cazador vasco, ?es la bestia negra, el neocolonizador en Castilla, el invasor?

R. Se habl¨® de que se iba a producir una verdadera fricci¨®n, incluso armada. Cuando se demor¨® la apertura de la veda se habl¨® de que se hac¨ªa por este motivo, cuando en realidad fue el atraso de las cosechas el que lo motiv¨®. De mo?mento, la situaci¨®n no es muy tensa. Es cierto que los cazadores vascos, que por lo general tienen m¨¢s dinero que los castellanos, han com?prado o arrendado la caza en numerosos t¨¦rmi?nos de las provincias colindantes, concreta?mente de Burgos. Creo que en esta situaci¨®n tienen, de momento, el mismo derecho mientras todo eso de las autonom¨ªas no se concrete y se disponga si, en efecto, la caza va a ser adminis?trada por las autonom¨ªas o va a ser administrada por el Estado central. Estamos en un comp¨¢s de espera. Yo por mi parte te puedo decir que en el coto de Santa Mar¨ªa hay unos vascos con los que nos entendemos muy bien y con anterioridad en otro coto que tuve en ?vila, en Vadillo de la Sierra, pues hab¨ªa tambi¨¦n unos vascos que incluso formaban parte de mi cuadrilla. Ahora es un hecho que las provincias que limitan con el Pa¨ªs Vasco est¨¢n pr¨¢cticamente acotadas por los vascos por sus mayores posibilidades econ¨®mi?cas.

P. ?Est¨¢n Andaluc¨ªa y Extremadura o La Mancha entregadas a los se?ores de la caza que vienen en un jet, cazan y se vuelven por la noche a Berl¨ªn, Roma, Par¨ªs o Londres?

R. Nosotros hablamos en esta entrevista de una caza aut¨¦ntica, que es entendida por algu?nos como una caza prehist¨®rica. Yo te hablo de la caza que yo practico, que es la caza en mano y que me va a proporcionar al d¨ªa una perdiz o dos. Un tipo de caza que de Madrid para abajo, en Ciudad Real, en Albacete, en sitios donde hay cotos perdiceros muy ricos, ya no se entiende as¨ª. En esas zonas ha proliferado el negocio de la caza. No se trata de vender un acotado o arren?dar un acotado por una temporada, sino de vender las perdices por cabeza y los puestos por d¨ªas. Es decir, que hay un se?or que se viene de Suecia, que tiene mucho dinero y que quiere tirar a las perdices, o gente como el pr¨ªncipe Carlos de Inglaterra, todos ellos pagan muchos miles de pesetas por un puesto en un d¨ªa de ojeo o de batida y por cada perdiz que matan son tambi¨¦n mil o 2.000 pesetas, depende de la ri?queza cineg¨¦tica de la finca. Ha de llegar a ocu?rrir que, en efecto, para algunos propietarios de fincas en el sur de Espa?a sea o es un negocio m¨¢s rentable la caza que la tierra. Este es un asunto que deben de estudiar los economistas, o sea, si el pa¨ªs se puede permitir el lujo de dedicar grandes fincas s¨®lo a la caza porque hacen rico al propietario de esa finca o hay que compagi?nar el inter¨¦s general con la propiedad privada. Es un problema que yo no me atrevo a resolver porque soy un profano en esa materia.

P. Cuando a los cazadores les llega la hoja roja sufren mucho. ?Te preocupa el hecho de que por razones de edad o f¨ªsicas no puedas un d¨ªa salir?

R. A mis 57 a?os ya no puedo andar subiendo y bajando laderas todos los d¨ªas; cuando cazo con mis hijos yo escojo la parte menos laboriosa y menos ardua de la mano y, en consecuencia, puedo seguir cazando. Yo espero que si esto lo sigo haciendo anualmente la muerte me sor?prender¨¢ con la escopeta en la mano o poco menos. Te digo esto porque lo vi ya en mi padre. Mi padre muri¨® a los 81 a?os y se muri¨® como quien dice con la ca?a en la mano. Ven¨ªa de pescar truchas en el r¨ªo Besaya cuando le dio la hemiplej¨ªa que acab¨® con ¨¦l. El invierno ante?rior, a los ochenta, hab¨ªa cazado conejos con?migo en Valladolid. Estas cosas m¨¢s que en raz¨®n de la fortaleza f¨ªsica de cada cual est¨¢n en funci¨®n de la costumbre. Si no pierdes ese h¨¢bi?to te pueden llegar los ochenta a?os, claro est¨¢ que con limitaciones de o¨ªdo, de resistencia, de vista; pero, en fin, dar un garbe¨ªto por el cam?po y matar una liebre y una perdiz, si subsisten las liebres y las perdices, creo que estar¨¢ siempre a mi alcance. No me lo he planteado desde luego como un problema que vaya a suceder fatal?mente.

P. Tu bi¨®grafo Francisco Umbral ha escrito que ¡°como al paso. Delibes hace metaf¨ªsica por lo sencillo del singular ejercicio humano de la caza. Reviste su prosa con sencillas y valiosas aportaciones del lenguaje cazador o agr¨ªcola¡±. Tu idioma se ha enriquecido con el contacto con los pueblos castellanos y sus habitantes, mien?tras ibas de caza. Pero al despoblarse la Castilla rural se ha empobrecido el lenguaje, el vocabu?lario...

R. En efecto. Al tiempo que las perdices se pierde el lenguaje rural, rico y exacto, porque es obvio que las nuevas generaciones se forman en la televisi¨®n, en la radio, en las discotecas. La gente que a¨²n vive en los pueblos frecuenta la ciudad; en consecuencia, el castellano que antes se hablaba en los pueblos se pierde y s¨®lo lo encuentras en la gente verdaderamente vieja que ha vivido el pueblo, que ha sentido el pue?blo y que est¨¢, digamos, enquistada en una cul?tura rural. Esto se nota en todas las provincias castellanas. Llegaste a creer que era un lenguaje inventado en gran parte, localista, pero luego resulta que no. O¨ª un d¨ªa que llamaban en un pueblo quincinetas a las avefr¨ªas, y fui al diccio?nario y exist¨ªa la palabra quincineta para definir a la avefr¨ªa. En otra ocasi¨®n, cazando en un pue?blo, las perdices marchaban todas a un soto, y me dijo el viejo del pueblo con el que cazaba, ¡°otra a la pobeda¡±, y luego, ¡°otra a la pobeda¡±. Y ya le dije, ¡°pero ?qu¨¦ es la pobeda?¡±. ¡°Los ¨¢rboles que ve usted ah¨ª¡±, me respondi¨®. Consult¨¦ el diccionario y vi que pobeda es el conjunto de pobos y el pobo es el ¨¢lamo blanco, ese ¨¢rbol que el env¨¦s de sus hojas es blanquecino, tiemblan al viento y ofrecen una cara blanca. Era un lenguaje no s¨®lo rico sino propio, exacto, acad¨¦mico.

P. En tu trabajo en la Academia, ?has coloca?do ya alg¨²n t¨¦rmino cineg¨¦tico o procedente de la ornitolog¨ªa?

R. Mi ¨²nica aportaci¨®n positiva a la Acade?mia es esa de la que hablas. El otro d¨ªa Calvo Sotelo hablaba en un art¨ªculo muy bonito, pu?blicado en una revista, de la ¡°entrada de los p¨¢jaros en la Academia¡±, de lo que me hac¨ªa responsable y de lo que yo me siento orgulloso. La Academia, por su naturaleza, porque est¨¢ formada en su mayor parte por intelectuales, no ha recibido nunca a un hombre de campo, al?guien que haya vivido la vida campesina en toda su primitiva sencillez. Esto me ha permitido observar que hab¨ªa unas lagunas tremendas en la ornitolog¨ªa y habr¨¦ llevado treinta o cuarenta nombres de p¨¢jaros que no estaban incluidos en el diccionario y que se recogen desde el a?o pasado. Esto es lo ¨²nico que me justifica con la Academia porque, desgraciadamente, estoy un poco desconectado de ella. El desplazamiento desde Valladolid es breve, pero siempre te su?pone dejar algo, colgar cualquier quehacer, de manera que no voy mucho y lo ¨²nico que me redime es llevar estos nombres y estas defini?ciones que eran desconocidas hasta ahora.

P. Has dicho alguna vez, y C¨¦sar Alonso de los R¨ªos lo recuerda en su libro Conversaciones con Miguel Delibes, que eres un cazador que escribe m¨¢s que un escritor que caza. Eso te ha dado quiz¨¢ una imagen de hombre casi primiti?vo, provinciano y si quieres hasta un tantico simple...

R. Eso no me ha preocupado nunca. Yo creo que el localismo muy cerrado puede dar un escritor universal, y no lo digo por m¨ª. que, natu?ralmente, no me considero, pero s¨ª de un Faulkner. por ejemplo. La localizaci¨®n de sus obras y el explorar en profundidad un mundo no lo hace menos universal que un Hemingway, que explotaba su presencia en los escenarios de los cinco continentes. Para m¨ª Faulkner es m¨¢s universal que Hemingway y de mayor calidad y de mayor inter¨¦s literario. Casi igual podr¨ªa decirse de Kafka; Kafka no sale de s¨ª mismo. No se puede decir ya que explore Bohemia o ex?plore Moravia, sino que explora a Kafka sim?plemente. Es un hombre fiel a s¨ª mismo y su yo es de una complejidad de tan alto inter¨¦s que el mismo atractivo que tienen sus libros o sus nove?las lo tienen para m¨ª su diario o sus cartas. Es una literatura que nos revela solamente a un hom?bre. Y no le ha quitado, al rev¨¦s, es lo que le ha dado universalidad, de manera que el hecho de que se me considere un paleto, un provinciano, no me inquieta lo m¨¢s m¨ªnimo; lo que me in?quieta es no saber decir todo lo que querr¨ªa decir de este pedazo de mundo.

P. Los intelectuales espa?oles se han ocupado nada o muy poco de la caza, tan s¨®lo alg¨²n ensayo suelto de Ortega...

R. Cuando Ortega se ocup¨® de la caza acert¨® de cabo a rabo; lo hizo de pasada, pero acert¨®. A m¨ª me maravilla que un hombre que no era cazador sino que asisti¨® a algunas cacer¨ªas, se?guramente por compromisos sociales, diese con el quid de la caza con la exactitud con que ¨¦l dio. Creo que el ensayo de Ortega sobre la caza es de un rigor extraordinario y en todo lo que dice, a mi juicio, acierta, desde la cruz a la fecha.

P. ?Has cazado con alg¨²n otro escritor?

R. Tengo entendido que S¨¢nchez Ferlosio es o era muy aficionado, pero no hemos llegado a compartir ninguna cacer¨ªa. Fuera de la novela no conozco a ning¨²n creador que sea al mismo tiempo cazador.

P. Miguel Delibes es autor de cinco libros de caza. El libro de la caza menor, La caza de la perdiz roja. Con la escopeta al hombro. Aventu?ras, venturas y desventuras de un cazador a rabo y, como novela. Diario de un cazador. ?Has agota?do el tema?

R. Para m¨ª los libros de caza son seguramente una cuesti¨®n terminada porque no salgo de esa rutina de la caza menor y de la caza de mano; no veo m¨¢s posibilidades, ser¨ªan reiteraciones por?que la caza mayor no la cultivo, matar un animal mayor que una liebre me da grima. Esos corzos y esos ciervos tienen ya los ojos muy humaniza?dos, es un vertebrado muy evolucionado y no soy capaz de disparar sobre ellos. Ya la misma liebre me da una cierta dentera matarla cuando no queda muerta del tiro. En cambio, otras especies, la perdiz, la codorniz, me parecen de pronto blancos menos cruentos porque a la per?diz no la ves sangrar, la abates de una perdigo?nada. Por otra lado, es un bicho ¨¦ste, la perdiz, que por su diligencia y por su vuelo r¨¢pido es un p¨¢jaro que desaf¨ªa m¨¢s, que te est¨¢ poniendo un poco a prueba. De modo que al ser tan limitada mi actividad como cazador no tiene sentido... No te digo que no vaya a salir ma?ana con otro libro de caza, pero lo que s¨ª puedo asegurar es que no escribir¨¦ ya tanto como he escrito sobre el tema.

P. Parece que apuntas a un c¨®digo particular, de uso personal, que consiste en justificarte, en ahuyentar tu mala conciencia sobre el hecho de que una perdiz s¨ª vale y un corzo es un crimen. ?C¨®mo es posible hacer compatibles tus escr¨²pulos de ecologista (La naturaleza en mi obra, vers¨® tu discurso de ingreso en la Acade?mia) con la actividad de matar? ?Es s¨®lo una cuesti¨®n de peso y medida?

R. El primer hombre es cazador y el equilibrio ecol¨®gico nunca se da tan puro como en el hombre primitivo, de forma que dentro del equilibrio ecol¨®gico el hombre cazador figura?ba como uno de los elementos a tener en cuenta, pero, claro, una cosa es el hombre cazador y otra es el hombre destructor que ha sobrevenido con la mecanizaci¨®n, con los pesticidas y los herbi?cidas. Entonces resulta que un error de medida nos puede llevar al desastre. En la ribera del Duero hay zonas enteras sin perdices segura?mente porque el regad¨ªo que se ha puesto por all¨ª exige un tratamiento qu¨ªmico m¨¢s fuerte que el de secano y ha acabado con las perdices. Esto se ve m¨¢s claramente en los r¨ªos, concreta?mente en Valladolid. El Pisuerga aparece pe?ri¨®dicamente sembrado de cad¨¢veres de carpas, que ya es lo ¨²nico que va quedando junto con alg¨²n barbo. Se investiga qui¨¦n es el autor de la fechor¨ªa y se da con la f¨¢brica en cuesti¨®n, y entonces a esta f¨¢brica la imponen 5.000 ¨® 10.000 pesetas de multa. Como ves, se trata de una burla, porque ni por 10.000 ni por 100.000 pesetas va a dejar de funcionar o de ganar dine?ro una industria. Estas cosas habr¨¢ que estu?diarlas m¨¢s a fondo, y con esta mira hice yo unas notas en Informaciones sobre la necesidad de estudiar en un art¨ªculo de la Constituci¨®n la defensa de la naturaleza en Espa?a. Por otro lado, yo no soy un pir¨®mano, sino un cazador esforzado, de escopeta y perro, no un carnicero, sino un cazador que cumple con la ley. Lo que me preocupa es que tal como est¨¢ orientado el progreso me parece que la cosa tiene muy dif¨ªcil soluci¨®n en cuanto que el producto nacional bruto va a seguir aumentando y aumentar¨¢n tambi¨¦n la contaminaci¨®n, las basuras, las talas de bosques, etc¨¦tera... Realmente, para un enfrentamiento con el futuro, positivo y esperanzador, tendr¨ªamos que cambiar de ra¨ªz las con?diciones de nuestra vida actual. Pero, ?qui¨¦n es el guapo que se aviene a renunciar a las cosas que ha conquistado en favor de la naturaleza, que en definitiva no le importa que viva m¨¢s all¨¢ de lo que va a vivir ¨¦l? La verdad es que los hombres de hoy nos apuntamos a la teor¨ªa de ¡°despu¨¦s de m¨ª el diluvio¡± y no queremos saber m¨¢s. Tal como est¨¢ enfocado el progreso es muy dif¨ªcil que sobreviva la naturaleza, tal como la hemos conocido...

P. Casi todos tus hijos son bi¨®logos de profe?si¨®n y dedicaci¨®n. ?Eres t¨² un bi¨®logo frustra?do?

R. S¨ª, yo creo que mi vocaci¨®n hubiera sido tambi¨¦n la de bi¨®logo, pero en mis tiempos no exist¨ªa esta carrera. Se hablaba de ciencias na?turales, pero era ¨²nicamente para ser profesor de esa disciplina en el instituto; no hab¨ªa otra salida... Por otro lado, en mi casa ¨¦ramos ocho de familia y la ¨²nica condici¨®n que nos pon¨ªa mi padre al elegir carrera era que pudiera cursarse en Valladolid, porque no pod¨ªa permitirse tener ocho hijos estudiando fuera. Me hice abogado y despu¨¦s intendente mercantil, dos cosas que no me gustaban ni poco, ni mucho, ni nada, pero esta afici¨®n m¨ªa por la naturaleza se la he ido inculcando, de una manera insensible, a mis chicos, y cuando llega la hora de elegir carrera casi todos se me hacen bi¨®logos. No tengo m¨¢s que un hijo que es arque¨®logo y otra que es licenciada en franc¨¦s y en filolog¨ªa rom¨¢nica. Los dem¨¢s, los otros cuatro, son bi¨®logos o est¨¢n estudiando Ciencias Biol¨®gicas. En cierto mo?do, yo me he realizado en mis hijos, como se dice ahora. Lo que no he podido ser yo lo est¨¢n sien?do mis hijos, pero adem¨¢s en cantidades exage?radas, porque, ya digo, de siete hijos que tienen un t¨ªtulo o van camino de tenerlo cuatro son bi¨®logos.

P. ?Han aportado ellos a tus conocimientos pr¨¢cticos una apoyatura, una base cient¨ªfica?

R. Esta es la gran ventaja, me enriquecen enormemente. Lo que yo he cultivado simple?mente por afici¨®n lo puedo ver ahora en el perfil cient¨ªfico sin m¨¢s que una charla con alguno de mis hijos, sobre todo con el que est¨¢ en Do?ana, Miguel. Estas intuiciones m¨ªas tienen una base cient¨ªfica que ¨¦l me facilita, lo que hace de paso mucho m¨¢s atractivas nuestras conversaciones.

P. ?Crees que el hecho de que el hombre cas?tigue a la naturaleza lo empobrece mental, cul?tural y psicol¨®gicamente..., a pesar de las urba?nizaciones que hablan del ¡°estrecho contacto con la naturaleza...?¡±

R. Espiritual y culturalmente creo que lo em?pobrecen y lo empobrecen a¨²n m¨¢s estos retor?nos a la naturaleza que se hacen ahora por me?dio de las urbanizaciones. Esto es una ficci¨®n, esto no es la naturaleza, es llevar las exquisiteces y los vicios de la ciudad al campo y seguir en el campo la misma forma de vida que llevas en la ciudad. Creo que el campo-campo est¨¢ en los pueblos no sometidos a una urbanizaci¨®n pre?via ni a un negocio de inmobiliarias. Este es un problema que me preocupa tanto que en mi ¨²ltima novela, en una que saldr¨¢ en breve, que se titular¨¢ posiblemente El disputado voto del se?or Cayo, opongo estas dos culturas, la rural, con toda su riqueza, y la cultura intelectual. Yo creo que las dos son necesarias, pero no damos a la cultura campesina que estamos destruyendo, o que ya hemos destruido, todo el valor que encierra.

P. Al mismo tiempo esta novela es una puesta al d¨ªa de esta obsesi¨®n tuya por la alabanza de la aldea vista a trav¨¦s de las elecciones del 15 de junio...

R. Son dos candidatos a diputados y un tercer orador que no es candidato, pero que va a hacer la propaganda del partido. Y sobre todo es el choque de uno de los candidatos, que es un hombre de ra¨ªz urbana que confiesa que es la primera vez que ve un paleto en su vida, el im?pacto que le produce el conocimiento de este hombre que es el ¨²ltimo morador de un pueblo abandonado. Esto es, en s¨ªntesis, la novela. La perplejidad de este hombre es mi propia per?plejidad, que va a ocurrir cuando el n¨²mero de los pueblos abandonados sea cada vez mayor no s¨®lo por la cultura rural, sino tambi¨¦n por lo que va a ser de la econom¨ªa campesina, que ha sido, hasta hoy, el soporte del pa¨ªs. No s¨¦ si habr¨¢ que crear sociedades an¨®nimas desde las ciudades que exploten el campo, no s¨¦ lo que puede ocu?rrir, pero son ya muchos los pueblos abandona?dos. Lo que en el fondo plantea la novela es que la pol¨ªtica como tal pol¨ªtica ha llegado ya tarde al problema campesino. Este problema habr¨ªa que haberlo resuelto antes, quiz¨¢ es esto lo que se deduce del libro. Es un libro breve, aunque tampoco una nouvelle. Breve tambi¨¦n en cuanto al tiempo, porque se reduce a un ¨²nico d¨ªa, pero la impresi¨®n que sacas de all¨ª es que hay deter?minadas zonas en que hay muy poco o nada que hacer porque en el fondo el candidato a diputa?do se marcha de all¨ª pensando que con qu¨¦ derecho pide ¨¦l el voto a ese se?or, que si un d¨ªa quedaran solos en el mundo ¨¦l y el se?or Cayo ¨¦l tendr¨ªa que arrodillarse delante del se?or Cayo y pedirle que le diera de comer. Por otro lado, est¨¢ presente tambi¨¦n en la novela una vieja obsesi¨®n m¨ªa, que es la que se refiere a las in¨²ti?les manos de los intelectuales. El intelectual que no sabe cambiar un plomo, el corcho de un grifo, el intelectual que no sabe dar de aceite de linaza a un tronco; en fin, que nuestras manos son in¨²tiles.

P. ?Cu¨¢ntas escopetas tienes ahora en tu ar?senal?

R. Yo soy un hombre muy sobrio, no tengo m¨¢s que una escopeta, del doce, que no s¨¦ ni de qu¨¦ marca es. Es una escopeta modesta con la que me arreglo para todo, porque el aficionado a la caza que tiene algunos recursos cuenta con su juego de escopetas. La compr¨¦ hace unos veintitantos a?os y con ella sigo. Con ella salgo a las codornices, a los conejos, a las perdices, me es igual, lo mismo a un ojeo al que me invitan que a la caza a mano. Todo lo hago con la misma escopeta. He llegado a sentir que la escopeta es un poco como la prolongaci¨®n de uno m ismo, es decir, que cuando me prestan una escopeta porque yo no he llevado la m¨ªa no me acierto, no doy pie con bola. En un art¨ªculo comparaba a la escopeta con la pluma. Yo escribo a mano, pero cuando, a veces, se cae de punta la pluma o por cualquier raz¨®n se estropea, el adaptarme a la nueva pluma o el adaptar la nueva pluma a m¨ª me cuesta sudores de muerte, ni fluye la tinta ni fluyen las ideas.

P. ?El perro?

R. El que tengo ahora es de mi hijo Adolfo y se llama Green. Es un griffon que le regal¨® el padre de un amigo suyo. Tenemos un problema con ¨¦l porque se asusta de los tiros, es pacifista, excesi?vamente pacifista. Cuando suena el primer dis?paro se pone detr¨¢s de m¨ª o detr¨¢s de mi hijo y ya no hay quien le mueva. Yo no s¨¦ si ¨¦stos habr¨¢n sido los primeros temores juveniles y ahora que ya tiene un a?o habr¨¢ cambiado de actitud. El d¨ªa de la apertura lo veremos.

P. ?La cuadrilla?

R. Formar una cuadrilla es como formar un perro, lo que pasa es que es mucho m¨¢s f¨¢cil porque operas con seres inteligentes, y nosotros, que empezamos siempre juntos, mis hijos, mi yerno, mi hermano y yo, sabemos lo que signi?fica un silbido o dos silbidos o un gesto, etc¨¦te?ra... Esto se perfecciona a medida que se caza, y cuando un hijo m¨¢s se incorpora a la cuadrilla asimila los usos y costumbres del resto, y as¨ª, de una manera inexpresada, simplemente por ges?tos o por silbidos, ya sabe en todo momento cada miembro de la cuadrilla lo que debe hacer, si detenerse, si avanzar, si rodear un p¨¢ramo para echar un ando a la ladera, etc¨¦tera... Y otra cosa, la cuadrilla desarrolla el sentido del hu?mor.

P. ?Eres de los cazadores que disfrutan gastron¨®micamente de su caza?

R. S¨ª. Por lo menos en mi casa la segunda parte de la cacer¨ªa es el rito del guiso de la caza. Mi mujer. Angeles, ten¨ªa una mano extraordi?naria para guisar la liebre, que a mucha gente no le gusta, pero si alguno hubiera probado la lie?bre que guisaba mi mujer le hubiera gustado. Pero seguimos con ello porque mi hija Elisa prepara tambi¨¦n las perdices de chuparse los dedos. En mi casa lo que se considera un cri?men es matar un animal gastron¨®mica o ci?neg¨¦ticamente in¨²til, porque, por ejem?plo, matar un raposo puede significar ha?ber salvado la vida a veinte perdices; ahora, el matar por matar, el matar un bicho in¨²til por?que no te salen otros ¨²tiles, me parece un cri?men.

P. ?Has esperado la apertura de la veda con ilusi¨®n?

R. No s¨¦ qu¨¦ decirte. Lo que es evidente es que con los primeros barruntos de la vejez la excitaci¨®n de la v¨ªspera es inferior. Yo recuerdo todav¨ªa cuando escrib¨ª el libro de la caza menor, har¨¢ doce o quince a?os, que la v¨ªspera apenas dorm¨ªa. Miraba el despertador diez o doce veces en la noche y terminaba por despertarle yo a ¨¦l en vez de ¨¦l a m¨ª, nunca le dejaba sonar. Y ahora no, ahora ya no s¨¦ si porque las ilusiones han disminuido, porque eres m¨¢s viejo, por ley na?tural, por los reveses familiares o por lo que sea, el tir¨®n de la caza no llega a aquellos extremos. As¨ª que la v¨ªspera duermo tan bien o tan mal como duermo la antev¨ªspera, generalmente mal, pero no por causa de la caza.

P. ?Qu¨¦ pregunta una esposa a un cazador cuando despu¨¦s de la apertura ¨¦ste llega vac¨ªo?

R. Seg¨²n. Unas: ¡°?Se te dio mal?¡± Otras: ¡°?No ser¨ªa mejor dejarlo?¡± Otras, en fin: ¡°?Se puede saber de d¨®nde vienes?"

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